sábado, 14 de septiembre de 2019

Un criterio medular de cara a la Reconstrucción



La Oportunidad para Cambiarlo Todo


@asdromero


A finales del año pasado, tuve la oportunidad de asistir a un Beer&Politics organizado en Madrid del cual extraje una idea muy interesante. La ponente era una politóloga, profesora de la Universidad Carlos III cuyo nombre no recuerdo y, desafortunadamente, no anoté. Por su acento, inmediatamente supe que era argentina. Ya en el período de preguntas y respuestas dijo algo que capturó poderosamente mi atención. Algo que trasladé inmediatamente y sin edición alguna a Venezuela.

Se refería a la crisis argentina en cuyo clímax el Presidente Fernando De La Rúa se vio obligado a renunciar (20 de diciembre de 2001), dando lugar a un período de inestabilidad política durante el cual cinco funcionarios ejercieron la Presidencia de la Nación. El recordado "corralito" había sido decretado el dos de diciembre a lo que sobrevino una muy negativa reacción popular. Se produciría una huelga general, saqueos, hasta un decreto fallido de estado de sitio en el marco de una revuelta ciudadana desarrollada bajo el lema "Que se vayan todos".

Y aquí viene lo importante, trato de citar lo más textualmente posible las palabras de la profesora: Yo les digo que en ese momento creí, ingenuamente, que Argentina había caído tan bajo; que se habían cometido tantos errores; que aquel momento político era también la oportunidad para un recomenzar desde cero. Era la oportunidad para enmendar todo lo malo que se había hecho y arrancar un proyecto para Argentina bajo una visión radicalmente distinta. No ocurrió. No se aprovechó la oportunidad, lo dijo ella con un cierto tono de amargura en sus palabras. ¿Y en qué pensé yo?


Mi pensamiento voló raudo hacia mi país. Si la gran nación sureña, una de las siete potencias mundiales en la década de los treinta, para el 2001 registraba en sus indicadores socio económicos los efectos de un monotónico descenso instigado por el más ramplón de los populismos hasta aquella época -utilizado en cualquier libro de Ciencias Políticas que uno al azar eligiera como la ilustración emblemática de ese fenómeno perverso-, el nivel de destrucción económica alcanzado en aquel país, en un análisis comparativo con el actual nuestro, resultaría de un pálido absolutamente blanquecino. Y que conste que Duhalde, el ya estable sucesor de De La Rúa, dijo en su discurso de asunción:

"Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo. La propia esencia de este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media argentina, quebró a nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos. Hoy, la producción y el comercio están, como ustedes saben, parados; la cadena de pagos está rota y no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la economía."

La destrucción económica y el empobrecimiento causados por el chavismo -que ya ha pasado a sustituir al peronismo como ejemplo en los textos- es varios ordenes de magnitud superior a lo ocurrido en Argentina. ¡No hay comparación! Me puedo imaginar a un oficialista diciendo: ¿Te fijaste? Argentina está muy mal. Sí, nada que ver con el fondo sin fondo al que hemos arribado acá. El desastre de Venezuela sólo es superado por lo de Zimbabwe. Si allá era el momento de decir y reconocer su "verdad" -aunque no se actuó conforme a lo que ella demandaba-: ¿Qué duda puede caber que en Venezuela también es el momento de reconocer nuestra "verdad" con la esperanza de que actuemos conforme al crudo análisis de cómo hemos arribado a esta vertiginosa caída por el precipicio?

En definitiva, lo que yo quisiera quedara en la mente de mis lectores como el principal mensaje de este texto: estamos viviendo uno de esos escasos momentos-oportunidad donde podemos plantearnos un proyecto de reconstrucción en el cual podamos enmendar todo lo que se ha hecho mal. Esto es lo medular. Pero es mi convicción que ello pasa por el acuerdo y la aceptación pública de cuáles son las cosas que han estado "mal". Hay que hablarle al país con nuestra verdad consensuada y eso no está ocurriendo.

Debo hacer un inciso acá para reconocer que este texto estuvo como proyecto de post para mi blog por aquellos meses -finales de 2018-. Pero terminó siendo postergado frente a otros asuntos que surgían. Esto suele pasarme y, lamentablemente, se deja uno en el tintero relevantes propuestas. El recuerdo fue removido en mi inconsciente, cuando, sobre mi más reciente post universitario, alguien me escribió para cuestionarme en la siguiente línea: ¿Para qué aludes a un necesario cambio en la política de jubilaciones universitarias cuando de lo que se trata ahora es de conquistar a la gente para un cambio?

Interrogante para ponerla en un cuadro e irla desmenuzando, día a día, palabra por palabra.

¿Conquistar? Si todavía tenemos que conquistar al sector intelectual del país para un cambio: ¡que Dios nos agarre confesados! -al parecer mi frase preferida por estos tiempos-. ¿Convencer de la necesidad de un cambio en la política de jubilaciones universitaria? Bueno, yo estoy convencido que esa política de la que hemos usufructuado es una de esas cosas que hemos hecho "mal" en un contexto sectorial muy específico. Es el reflejo de un "mal" más genérico, hijo del modelo rentista y de la errónea convicción que éramos ricos –aunque algunos actores políticos de cierta relevancia parecieran insistir que todavía lo somos-. Pero el hecho de que yo esté convencido, no implica que la mayoría de los miembros de la comunidad universitaria nacional esté convencida. Corolario: hay que discutirlo. ¿Y se está discutiendo? ¡No! No hay escenario de discusión. Y si lo hubiese, a lo mejor nadie tendría las agallas de proponer un tema tan impopular. Pero hay que proponerlo. No hay más remedio si queremos realmente arribar a nuestra verdad consensuada de cómo hemos llegado a este desastre.


Lo que nos hemos atrevido a señalar sobre el mundo universitario, creo que es válido extrapolarlo al sector público. Más complicado todavía decir la verdad, dirán algunos. ¡Apunta hacia un universo más grande! ¿Y? ¡Hay que decirla! Esta es mi tesis. Sólo podremos dibujar un proyecto de nuevo país a través de nuestra verdad consensuada. Por lo tanto, debemos discutir todo. Prohibido los temas tabúes.

¿Está agotado el modelo rentista? Definitivamente, creo que sí. Pero mi verdad no es nuestra verdad, ¡hay que discutirlo! En todas sus aristas. Mientras no discutamos lo que es medular, de lo general a lo particular, desde arriba hacia abajo y viceversa, terminaremos desaprovechando este inmenso momento-oportunidad que tenemos entre manos.

El inciso me ha conducido hacia un final válido, porque la narrativa de lo particular siempre alumbra el discurso de lo general. Razón tiene Claudio Magris, destacadísimo intelectual italiano, cuando afirma: "La historia cuenta los hechos, la sociología describe los procesos, la estadística proporciona los números, pero no es sino la literatura la que nos hace palpar todo ello allí donde toman cuerpo y sangre en la existencia de los hombres."

En definitiva, todo aquello que hay que cambiar que implique un perjuicio para los ciudadanos y de lo que no se hable ahora, por cálculo de conveniencia, se convierte en insumo para el juego político a posteriori. Esto es lo que le ha pasado a Macri, aunque, comprensiblemente, continúa teniendo como adversarios al peronismo. Podría pasar acá entre facciones aliadas de cara al desafío de acabar con la pesadilla y resultaría ser una descomunal mamarrachada. Me explico: a quien corresponda aplicar una medida de esa naturaleza verá como sus oponentes en la nueva lucha por el poder se lo recriminen, aun a sabiendas de que ella debe ser aplicada. Por eso, ahora debemos hablar con la verdad y comprometer, previamente, a todos los sectores aliados por el cambio en un plan y un relato para el país que tendrá, necesariamente, que contener aspectos poco atractivos para la ciudadanía. Para lo que se avizora hay que amarrarse bien los pantalones, porque viene –o debería venir- la Venezuela del trabajo, del sacrificio personal, de las oportunidades a cambio del esfuerzo invertido, de los derechos perdidos para cuya recuperación habrá que remar duro entre todos. Este es el relato con el que hay que enamorar a la población. ¿Será posible?

1 comentario:

  1. El planteamiento es sólido, convincente e indiscutible
    Creo sin embargo que no existe el capital social necesario para emprender una tarea de esta envergadura.

    Para tal fin, debe existir un stock de confianza entre los ciudadanos y sus liderazgos, incluyendo una generosidad para acometer tareas con horizontes lejanos y metas de corto plazo que alimenten como victorias tempranas, el camino largo y pesado de la reconstrucción. Decía mi padre, que es más fácil y más barato construir una casa nueva que reconstruir un viejo edificio.

    Asi que, en mi concepto, la tarea primaria es la de construir ese capital, relacional, coordinación, cooperación, integración, de la sociedad venezolana para fundar en la confianza y la responsabilidad de poner en marcha procesos regeneradores, que requerirán correcciones permanentes en el rumbo de la acción estratégica.

    ¿Podrá el capital humano del campus, reconstruir la universidad venezolana?

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Aunque lo he intentado por múltiples vías a mi se me hace imposible responder comentarios en este blog. No quiere decir esto que no los lea.