viernes, 25 de enero de 2013

Cumplo con un deber de consciencia


Elecciones Universitarias

(Primera entrega)
Asdrúbal Romero M.

“Autoridades Rectorales y Decanos UC con períodos vencidos”: este fue el titular de un reportaje de la Lic. Leimar García Luzardo publicado en “El Carabobeño” el lunes 14 de enero. ¿Qué o quién lo motivó? No sé. Pero lo cierto es que apareció en los días pico de toda la controversia que se ha generado sobre el vencimiento del período presidencial y el inicio de uno nuevo, marcado por acusaciones de inconstitucionalidad. No ha faltado quienes comenten la ausencia de una alharaca dentro del seno de nuestra alma máter, similar a la suscitada en el país, por el hecho de que tengamos unas autoridades vencidas sin que exista, ni siquiera, la más mínima señal de cuándo pudieran celebrarse las elecciones para su obligada renovación. Ya sabemos que los simpatizantes del oficialismo se aprovechan de cualquier resquicio, para enrostrarle a protagonistas de la Oposición cualquier conducta semejante a lo que ellos critican. Justo es reconocer que en esta ocasión se están anotando una estocada válida.
Se habla entonces de “Autoridades Sobrevenidas”, adjetivo que se ha puesto de moda y aunque no me queda claro si su utilización es estrictamente correcta: todo el mundo recibe el claro mensaje que la legalidad y legitimidad del mandato de nuestras autoridades universitarias comienza a verse socavada y que, en la medida que los días de este pesado 2013 transcurran, se irá configurando un gravísimo problema de debilidad institucional en nuestra máxima casa de estudios. Es más, me atrevo a decir, si este gobierno nacional que actualmente nos dirige estuviese bien consolidado –que obviamente no lo está, también anda en su ruta de intentar sostener lo insostenible- las circunstancias estarían dadas para una designación de autoridades rectorales por parte del CNU con una clara debilidad argumental de nuestro lado para combatir tan indeseable medida –el zarpazo final a nuestra autonomía-. ¿Por qué me atrevo a especular sobre un escenario de tanta gravedad y que nos afectaría a todos de una manera inimaginablemente nefasta? Es lo que trataré de argumentar en los párrafos a continuación.
Por supuesto que estoy consciente de las razones que han causado la paralización de los procesos eleccionarios a todos los niveles, no sólo en nuestras universidades autónomas sino también en aquellas experimentales donde se eligen autoridades. El engendro de la discordia reside en el aparte 3 del Artículo 34 de la Ley Orgánica de Educación aprobada por la Asamblea Nacional que transcribo textualmente: “Elegir y nombrar sus autoridades con base en la democracia participativa, protagónica y de mandato revocable, para el ejercicio pleno y en igualdad de condiciones de los derechos políticos de los y las integrantes de la comunidad universitaria, profesores y profesoras, estudiantes, personal administrativo, personal obrero y, los egresados y egresadas de acuerdo al Reglamento. Se elegirá un consejo contralor conformado por los y las integrantes de la comunidad universitaria” –el subrayado es mío-. Desde su aprobación, las universidades autónomas han exteriorizado formalmente su criterio que este artículo no les es aplicable, pero se han producido reiteradas sentencias a nivel del Tribunal Supremo de Justicia que expresan sin ningún lugar a dudas lo contrario.
Más fácil habría sido que la Asamblea Nacional, en cumplimiento de lo estipulado en la segunda disposición transitoria de la supramencionada ley (“en un lapso no mayor de un año a partir de la promulgación de la presente Ley, se sancionarán y promulgarán las legislaciones especiales referidas en esta Ley”), reglamentara con mayor precisión y especificidad los criterios para la conformación de esa novel modalidad de claustro universitario, pero no lo hizo, generándose así una especie de limbo jurídico conducente a la actual situación de caos y anarquía en una materia tan delicada como lo es la elección de autoridades universitarias. Uno pudiese pensar que el incumplimiento es debido a la desorganización e ineptitud que tan bien caracterizan a este régimen, o que es parte de un plan con la premeditada intencionalidad  de llevar a ese bastión de la resistencia que conforman las universidades tradicionales y más reconocidas en el país a un punto de franca debilidad institucional. Cada cual elegirá la opción que más le parezca, pero lo cierto es que tampoco se ha producido una acción concertada de parte de todas estas instituciones que pusiera la bola en el campo del gobierno y es así como el tiempo ha venido transcurriendo y nos encontramos en un escenario incómodo y muy inconveniente, en el cual no se ve un camino claro hacia la reconstitución del hilo democrático en nuestras universidades, circunstancia ésta que reviste suma gravedad.
Considero el momento apropiado para permitirme un inciso. No estoy de acuerdo con ese estilo de democracia que prescribe el artículo 34 de la LOE para nuestras superiores casas de estudio. Sin embargo, me resulta infactible por razones de longitud extenderme en la explicación de las razones para mi desacuerdo. También sería inoficioso que lo hiciera, tomando en cuenta la situación de encerrona en la que, respecto a este tema, ya nos encontramos los universitarios. Más me molesta esa  ambigüedad contenida en el precitado artículo 34, uno de los aspectos que me inclina a pensar que sí es parte de un plan de maliciosa intencionalidad. Pero si me ponen a elegir entre una variante de democracia impuesta e indeseada y la ausencia de democracia, opto por la primera, sin duda. Ya vendrán tiempos mejores para el país donde todos estos entuertos podrán irse revisando. Dicho en forma más clara: las universidades tendrían que haberse abocado ya a reformar sus reglamentos electorales a fin de intentar entrar en consonancia con la norma impuesta y hacer elecciones. Si los agentes del gobierno lograran una vez más que este las paralizara, el vacío lo crearían ellos y no, como lo que está ocurriendo en la actualidad: el muy peligroso vacío está siendo creado por las mismas autoridades universitarias.
Intentados, como han sido, todos los recursos legales ante el TSJ: el tiempo de que una universidad se escude detrás del hecho que las otras no han hecho elecciones para ella tampoco organizarlas, ya pasó. La monoliticidad del Gobierno y todas las instituciones del poder público que ha sometido a rodilla en tierra, con relación al tema de las elecciones universitarias, ya  está harto comprobada. Especular sobre un posible cambio de gobierno dejó de ser una quimera el siete de octubre. ¿Qué más se va a esperar? Por esto, ante ese titular con el cual comencé este artículo, que en mi opinión reviste un tono acusador –haya sido esa o no la intención de su autora-, me preocupa en demasía la falta de una respuesta institucional de la UC que implique un compromiso serio de organizar elecciones.
Sí, ya lo sé, la UC no se encuentra sola en esta problemática circunstancia. El caso es que nuestra máxima autoridad rectoral asumió iniciativas en el pasado reciente que la han conducido a una situación de flagrante desacato –no tengo información si en las otras instituciones afectadas ha ocurrido algo similar-. Sobre esto aportaré más detalles en la siguiente entrega, los cuales les convencerán de la grave amenaza que se cierne sobre nuestra alma máter. También presentaré una propuesta de conformación de claustro electoral, la primera piedra para iniciar un debate abierto que debería estar ya en pleno apogeo –si acaso se ha iniciado, se conduce de manera tan soterrada que ni siquiera una ex autoridad informada como yo sabe de su desarrollo-. Eso sí, para un debate rápido e intenso, ya no nos queda mucho tiempo.

martes, 22 de enero de 2013

Krauze, Naim, todos coincidimos en lo del arruinamiento


EL DUELO Y EL DESPERTAR
Enrique Krauze
Es probable que, con su agonía, Hugo Chávez haya logrado la inmortalidad que buscó siempre, esa certeza de veneración eterna reservada a los santos, los mártires, los redentores. Las imágenes en las calles de Venezuela son inequívocas: no comparan a Chávez con Bolívar -su numen secular- sino con Jesucristo. Algunos carteles van más lejos, más hondo: “el pueblo es Chávez”, “todos somos Chávez”: un nuevo milagro de la transubstanciación.
No es imposible que los jerarcas de Cuba, en cuyas manos está el desenlace, decidan que Chávez siga gobernando como el Cid Campeador, que ganaba batallas después de muerto. Pero si, como es lo más probable, Chávez muere, en cuanto su muerte se haga pública lo que sobrevendrá es el doloroso duelo de un amplio sector de la sociedad venezolana. Algo similar ocurrió con Eva Perón, la heroína de “los descamisados”, que murió de un cáncer fulminante a los 33 años. Su santificación fue instantánea y perdura hasta hoy. A partir de esa premisa, los escenarios futuros son diversos y, como siempre, inescrutables. El mío es el siguiente: el duelo durará varios meses y Venezuela convocará a elecciones. Si éstas tienen lugar, el sentimiento de pesar, aunado a la gratitud que un amplio sector de la población siente por Chávez, serán factores determinantes en el probable triunfo de un candidato chavista. A ello contribuirán también los órganos electorales, fiscales, judiciales y -en parte- los legislativos, que seguirán en manos del chavismo. En esta misma lógica, el candidato más probable será Nicolás Maduro, el ungido por Chávez (y los Castro), pero las complicaciones de la sucesión pueden favorecer finalmente al candidato menos atractivo para Cuba, a Diosdado Cabello. Tampoco es descartable un triunfo de la oposición. En cualquier caso, creo que el escenario de violencia es remoto.
Mientras transcurre el duelo, Venezuela vivirá un chavismo sin Chávez. Su retrato en tiempos de gloria, su silla vacía, su imagen retransmitida interminablemente, acompañará por un tiempo al nuevo presidente. Pero en todas las religiones (y en la naturaleza humana) los duelos tienen un fin. Y en ese momento, que será como un extraño despertar, todos los venezolanos, chavistas y no chavistas, deberán enfrentar la ineludible y gravísima realidad económica. Ocurrió en la URSS en 1989, ocurrirá definitivamente en Cuba, ocurrirá en Venezuela.
Los indicadores de alarma son del dominio público. El déficit fiscal es del 20% del PIB, unos 70 mil millones de dólares. El tipo de cambio oficial es de 4.3 bolívares por dólar, pero en el mercado negro llega a 18. La inflación, por varios años, ha sido la más alta de la región. El desabasto (que debido al desmantelamiento sistemático de la planta productiva, el éxodo de la clase media profesional y la falta de inversión, se ha convertido casi en una tradición venezolana) sólo se palió en 2012 a un altísimo costo, cuando el gobierno de Chávez echó la casa por la ventana en la compra de todo tipo de productos para agradecer (aceitar, inducir) el voto de sus partidarios. Pero ahora Venezuela padece una aguda carestía de divisas. ¿Cómo explicar que un país que en la era de Chávez ha percibido más de 800,000 millones de dólares por ingresos petroleros presente cuentas tan alarmantes?
Buena parte de la explicación está en el petróleo. En 1998 Venezuela producía 3.3 millones de barriles diarios y exportaba (y cobraba) 2.7 millones de barriles diarios. Ahora la producción se ha desplomado a 2.4 millones de barriles diarios, de los que sólo cobra 900,000 (los que vende a Estados Unidos, el odiado imperio). El resto que no se cobra se divide así: 800,000 van al consumo interno, prácticamente gratuito (y que provoca un jugoso negocio de exportación ilegal); 300,000 se destinan a pagar créditos y productos adquiridos en China; 100,000 se restan por importación de gasolina; y 300,000 van a países del Caribe que pagan (si es que pagan) con descuentos y plazos amplísimos, o pagan como Cuba (a la que se exportan 100,000), simbólicamente (con envío de personal médico, educativo, y policial), y se benefician del petróleo venezolano al extremo de reexportarlo. Con respecto al inicio del gobierno de Chávez, el ingreso efectivo de Venezuela por exportaciones de petróleo ha disminuido a la tercera parte.
En medio del duelo o inmediatamente después, un presidente chavista deberá enfrentar esta realidad y encarar al público. Pero ese presidente chavista ya no será Chávez, el hipnótico Chávez, Chávez el taumaturgo, Chávez el líder que lo explicaba todo, lo justificaba todo, lo amortiguaba todo. Fiel a la antigua cultura política de raíz hispana, el pueblo reaccionará a esas situaciones con indignación: culpará a los chavistas de no estar a la altura del líder y su legado, dirá “Chávez no lo habría permitido”, “Chávez lo habría resuelto”. Ese podría ser el fin del chavismo sin Chávez. Y la gran oportunidad de la oposición.
Después de largos años de inconsistencias y errores, la oposición venezolana ha estado unida, eligió a un líder inteligente y valeroso (Henrique Capriles) y tuvo un desempeño notable en las elecciones: recabó casi 7 millones de votos. Durante la agonía de Chávez, sin dejar de alzar la voz de protesta, la oposición ha mostrado una notable prudencia. Y ha hecho bien: cualquier desbordamiento de las pasiones puede ser leído como una provocación y desembocar en la violencia. Pero si la oposición -que ha esperado tanto- conserva la cohesión y el ánimo, podría avanzar en las siguientes elecciones presidenciales y recuperar -sobre todo después del duelo- las posiciones que ha perdido. En ese despertar, una fuerza ahora apagada y latente deberá despertar también: los estudiantes. Tuvieron un papel clave en el referéndum de 2007 (que impidió la conversión abierta de Venezuela al modelo cubano) y quizá lo tengan una vez más ahora.
Lo que está en juego no es sólo la recuperación económica de Venezuela ni la normalización de la democracia, trece años secuestrada por el redentorismo político de Chávez. Lo que está en juego es la convivencia elemental en una sociedad desgarrada por la intolerancia, la discordia y la propaganda de odio inducida desde el poder. Carl Schmitt, el filósofo del nazismo, acuñó la teoría del “amigo/enemigo” como el binomio esencial de la política. Chávez ha sido su discípulo fiel. Pocos gobernantes latinoamericanos han practicado con igual fanatismo esa doctrina. Tras el duelo, ese binomio debe desaparecer del debate público. Sólo así llegará la reconciliación de la familia venezolana.

martes, 8 de enero de 2013

Aunque sea llover sobre mojado


La Irresponsabilidad de Origen

Asdrúbal Romero M.

Ignacio Ordaz era vicerrector en una de nuestras universidades autónomas. Cuando se acercaban las elecciones rectorales, la mayoría de los miembros de su grupo profesoral independiente le instaban a que se lanzara como Rector. Ignacio había hecho una excelente gestión y por eso su grupo le quería como candidato. Era un tiro al piso su elección como máxima autoridad, le decían, nadie dentro del grupo se atrevería a cuestionarle su liderazgo y, una vez lanzado, seguro que arrasaría en primera vuelta. Curiosamente, él también lo sentía así, pero había un problema. Hacía un par de años le habían diagnosticado una lesión cancerosa, mínima, apenas estaba comenzando según su médico de confianza. Le extirparon el minúsculo tumor, le dijeron que éste no había comprometido a los tejidos circundantes. Se sometió al tratamiento post operatorio convencional, a fin de asegurar que todo no pasaría de ser un mal recuerdo. Sin embargo, en la revisión de rutina del último diciembre, el mismo médico que le había operado, con sumo pesar le reconoció que la lesión había reaparecido y con una tendencia al crecimiento más amenazante. Nadie en la Universidad lo sabía, sólo su núcleo familiar que le rogaba retirarse de su cargo y someterse rápidamente al procedimiento terapéutico que fuere necesario. Ignacio sopesó por varios días su decisión candidatural. El tratamiento ahora sería más costoso, como Rector tendría una cobertura de seguro de hospitalización en la práctica ilimitada, se le brindarían las mejores atenciones. Por otra parte: ¿Se encontraba él en condiciones físicas como para asumir una difícil gestión rectoral? ¿Le podría cumplir a la universidad de sus amores como ella se lo merecía? Fue esto lo que privó por encima de su conveniencia personal y la de su grupo. Al final, sorprendió a muchos de sus seguidores pero anunció su responsable decisión: no optaría por el Rectorado.
Esta breve historia, muy simplificada en sus vericuetos pero inspirada en un hecho real del cual fui someramente informado –por supuesto: el nombre está cambiado-, me es útil a los fines de ilustrar cómo el sentimiento de responsabilidad con un colectivo fue lo que, moralmente, se constituyó en el factor decisorio para elegir la opción más honesta. Traslademos esto al contexto de optar a la presidencia de un país. La responsabilidad con el colectivo se agiganta, considerando que el nivel de complejidad y las implicaciones de una gestión presidencial están distantes varios años  luz de lo que podría significar una gestión rectoral –bastante compleja y estresante por cierto-, pero Chávez, a sabiendas de su reincidente enfermedad, opta por la conveniencia política de su partido –para no decir, porque no me consta, que también influyó en su decisión la conveniencia personal-. Estamos pues ante una decisión irresponsable, magnificada al extremo por las consecuencias para Venezuela que se pudiesen derivar de ella. Chávez no debió lanzarse a la reelección, he aquí la Irresponsabilidad de Origen que activa todo este singular proceso que se está viviendo en el país.
Es así como debe calificarse su decisión, con prescindencia de lo que se pueda sentir con respecto a la circunstancia de sufrimiento por la que debe estar pasando. Una cosa es respetar su enfermedad y otra el que se obvie de calificar su decisión en sujeción al lógico sistema de valores que debieran orientar las decisiones de cualquier ser humano. Cualquiera de nosotros está obligado a valorar si está en condiciones físicas, mentales, de capacitación, como para optar a un cargo del cual se derivan responsabilidades hacia un colectivo.  Obviamente,  también es imputable el calificativo de irresponsables a los miembros de la cúpula dirigencial de su partido. Ninguno exteriorizó una opinión contraria a la decisión de su líder. Al parecer, ni siquiera ninguno se atrevió a recomendarle lo contrario. Ahora resulta, que desde su entorno más cercano se han dejado filtrar quejas como la siguiente: Es que al Presidente ya no se le puede hablar para decirle que uno no está de acuerdo con esto o aquello –consecuencia de ese endiosamiento desmesurado e impropio que se ha hecho de su figura-. Por eso, también se le dejó, siendo Presidente, que pusiera su salud bajo el control de otro país que tiene intereses económicos muy concretos con respecto al tema de la sucesión presidencial en el nuestro. No sé si en la historia de Venezuela se habrá producido, alguna vez, una decisión tan entreguista de nuestra soberanía y, por ende, de tan tamaña irresponsabilidad.
Se dirá que el contenido de este artículo es llover sobre mojado. Quizás sea así, pero es que uno siente que muchos dirigentes políticos de la Oposición parecieran no atreverse a llamar las cosas por su nombre. Como si tuvieran temor de irritar a los fieles seguidores del Presidente y enajenarse sus votos en algún evento electoral futuro. El problema es que la estructura de valores deseables que debieran orientar las conductas en el accionar político de esta irreconocible venezuela se ha venido distorsionando de una manera perversa. Y no toda esa dañina transformación le es endilgable al Régimen. Hay que ver lo que hemos cambiado, que es equivalente a decir: ¡cuánto tendremos que trabajar en el rescate de los valores perdidos!
De la Irresponsabilidad de Origen se ha generado toda una secuencia de comportamientos irresponsables. Todo lo sucedido en la Asamblea Nacional el día de la ratificación de Cabello se va sumando a una retahila grotesca y ridícula de irresponsabilidades, como si se estuviese provocando un golpe de estado para luego victimizarse acusando a una derecha casi inexistente. ¡Cómo se parecen estos días a los últimos de Allende, al menos él se pegó un tiro en el Palacio de la Moneda!

lunes, 7 de enero de 2013

Un artículo de Naim que todos debemos leer


Un artículo de Moisés Naim con el cual coincido plenamente


¿Qué pasará en Venezuela?

Jorge Botti, presidente de la federación empresarial de Venezuela (Fedecámaras), explicó hace poco que si el Gobierno no suministra más dólares para pagar las importaciones, la escasez de productos de primera necesidad será grave. “Lo que le vamos a dar a Fedecámaras no son más dólares sino más dolores de cabeza”, respondió el vicepresidente Nicolás Maduro, el heredero escogido por Hugo Chávez.
Maduro tiene razón. El Gobierno provocará muchos dolores de cabeza a las empresas privadas. Pero los dolores de los empresarios serán leves comparados con los que va a sufrir la población en general, particularmente los pobres. Hugo Chávez deja Venezuela sumida en una crisis económica de enormes proporciones.
Si bien la incertidumbre política desencadenada por la enfermedad del presidente ha concentrado la atención del mundo, será la crisis económica lo que va a moldear el futuro inmediato del país, incluyendo el político.
Los desajustes económicos incluyen un déficit fiscal cercano al 20% del producto interior bruto (en EE UU es del 7%) y un mercado de divisas en el cual el dólar que se compra en la calle cuesta cuatro veces más que el dólar que vende el Gobierno a la tasa oficial. Esto quiere decir que una devaluación de la moneda es inevitable y que, por lo tanto, la inflación que se avecina será aún mayor que la actual, que es una de las más altas del mundo. Los niveles de empleo están artificialmente abultados por la gigantesca expansión del empleo público, los compromisos laborales adquiridos por el Gobierno nutren una fuerte conflictividad sindical, la deuda externa es ahora diez veces mayor que en 2003, el sistema bancario está muy frágil y la capacidad productiva del país, incluyendo la de su industria petrolera, ha caído drásticamente.
Los países exportadores de petróleo rara vez sufren crisis económicas causadas por la escasez de divisas fuertes. Pero el régimen del presidente Chávez se las ha arreglado para quedarse corto de dólares o euros, a pesar de que ha gozado de más de una década de altos precios del petróleo y de una enorme capacidad de endeudamiento gracias a los elevados intereses que está dispuesto a pagar.
Sin embargo, el dinero no alcanza. El desenfrenado gasto en consumo ha disparado las importaciones, a la vez que la mala gestión y la falta de inversión en la industria petrolera han venido reduciendo los ingresos por exportaciones. Los ingresos petroleros de Venezuela también caen por otras razones. El elevado consumo interno de gasolina absorbe una gran parte de la producción (llenar el tanque de un coche normal cuesta 25 céntimos de dólar, unos 19 céntimos de euro). Otra parte de la producción se envía a Cuba y a otros aliados de Chávez a precios altamente subsidiados y a crédito: de hecho, muchas de estas facturas nunca llegan a cobrarse.
Otra parte de la producción petrolera va a China, ya que este país pagó por adelantado, con importantes descuentos, grandes volúmenes de crudo. El Gobierno de Chávez ya recibió y gastó ese dinero y ahora debe honrar el contrato suministrando a China petróleo por el cual no recibe ingreso alguno. Así, la mayor parte del crudo que queda para ser exportado a precios de mercado (y que se cobra) se vende al país que es a la vez el mejor cliente y el principal enemigo de Chávez: Estados Unidos. Sin embargo, como resultado de su propio auge petrolero, las compras estadounidenses de crudo venezolano han caído al mínimo en 30 años. Y por si esto fuera poco, una explosión en su mayor refinería obliga a Venezuela a importar gasolina. El Financial Times calcula que por cada 10 barriles de crudo que vende a Estados Unidos tiene que importar (a un precio más alto) dos barriles de petróleo refinado en el exterior.
Esta caída en los ingresos ocurre mientras las importaciones totales del país han pasado de 13.000 millones de dólares en 2003 a más de 50.000 millones hoy. Pagar esas importaciones y los altísimos intereses de la deuda requiere más divisas de las que la economía genera. A todo esto se agrega que la Venezuela de Chávez ha caído a los últimos lugares de las listas que clasifican a los países según su competitividad, la facilidad de hacer negocios o el atractivo para los inversores extranjeros, mientras que se coloca entre los campeones mundiales en materia de homicidios y de corrupción gubernamental.
Sí. El vicepresidente Maduro ha dado en el clavo: se avecinan grandes dolores de cabeza. Y a él le tocará explicarle al pueblo por qué cuando el presidente era Chávez se vivía mejor.