lunes, 19 de noviembre de 2012

Una opinión surgida de una atacante inquietud


Sobre la decisión de Carabobo

Asdrúbal Romero M.

Ya ha transcurrido suficiente tiempo para que la racionalidad se imponga sobre la carga emocional derivada de la derrota electoral del 7-O y los correspondientes análisis post electorales. Esto lo señalo, inquieto todavía, por la reticencia manifestada por muchas personas en cuanto a participar en las  muy próximas elecciones regionales. En verdad: no hallo cómo calificar muchos de los argumentos recibidos  con la finalidad de justificar razones para no ir a votar, o peor aún: la intención de favorecer con su voto al “esbaratador” que Chávez ha designado para nuestro estado, lo más extraño: provenientes de personas  que me han demostrado, en el tiempo, estar bastante claras sobre el destructivo daño que este régimen le está infligiendo al país. Son argumentos de naturaleza muy diversa, algunos risibles -¿A quién pretenden engañar?-, otros con mayor asidero lógico aunque, en mi opinión, se concentran en un aspecto vulnerable de la candidatura de la unidad democrática y carecen del enfoque globalizante que demanda la decisión de por quién votar en tan delicada coyuntura.
Me voy a referir a un argumento en particular, el más reiterado y con mayor poder de fuego: Si nacionalmente nos abanderamos del principio de la alternabilidad democrática -hablando como oposición-, ¿cómo es que regionalmente vamos a contradecirnos? Dicho en forma elegante: la tesis de la coherencia política, que otros expresan en forma más coloquial y hasta un tanto alevosa mediante el cuestionamiento: ¿Hasta cuándo los Salas?  Ciertamente, tienen una estocada válida, sería necio desconocerlo, pero: ¿Es eso suficiente como para inclinar la balanza hacia el otro lado?
Como autoridad rectoral de la Universidad de Carabobo (1992-2000), me correspondió viajar a muchas ciudades de Venezuela con la finalidad de asistir a reuniones del Núcleo de Vicerrectores Administrativos, en mi primer período, y del Consejo Nacional de Universidades, ya siendo Rector. En todas, la gente se me acercaba con la finalidad de compartir conmigo comentarios sobre lo que estaba ocurriendo en Carabobo. El estado se había convertido en una referencia nacional de progreso, a raíz de la exitosa experiencia descentralizadora iniciada con el Dr. Salas Römer al frente de la Gobernación. A Valencia se le identificaba como la ciudad con mejor calidad de vida en todo el país. Cuando visitaba a Maracaibo, mi ciudad natal, no cesaba de sentir una sana envidia al constatar que había sido, evidentemente, superada en desarrollo por Valencia.
Atención Inmediata, servicio creado el 22 de septiembre de 1990; la Operación Alegría, que inició actividades el 25 de abril de 1991; los logros deportivos que convirtieron a Carabobo en “tierra de campeones”; la remodelación y equipamiento de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera que me correspondió vivirla muy de cerca; el mejoramiento de la Autopista Regional del Centro en su tramo carabobeño; en fin, múltiples logros que fueron ejemplos emblemáticos de los beneficios que podría deparar al desarrollo de las regiones una descentralización que tenía en Carabobo su referencia pionera. Quienes habitábamos en este estado, comenzamos a sentir el orgullo de vivir en la “tierra de lo posible”. Valencia se había erigido, informalmente, en la capital del federalismo.
Resulta inevitable que contrastemos esa etapa de progreso, con lo que ocurrió en el período 2004-2008 con Acosta Carles como gobernador. En mi condición de defensor del Estado Federal resalto la entrega de Carabobo al Ejecutivo Nacional, evidenciada en la reversión de competencias administrativas sobre el aeropuerto Arturo Michelena, puerto de Puerto Cabello y ARC (2009) sin manifestar señal alguna de protesta –un entreguismo ante el poder central que igual lo veríamos con la solución “final” para Carabobo-. Además de la discontinuidad de varios de los programas iniciados con la descentralización, cómo no recordar a un Makled repartiendo en los barrios fortunas en electrodomésticos, en su pretensión de erigirse en alcalde de esta ciudad con la anuencia política del entonces gobernador;  a un Makled repotenciado en su condición de multimillonario, de la noche a la mañana, con la concesión de un contrato de comercialización de urea otorgado por la mismísima Pequiven que controlan los Ameliach y otros jugosos contratos en el puerto; a un Makled convertido en emblema del deterioro de la moralidad pública carabobeña. ¿Cómo se puede olvidar tan grave y penoso episodio de la muy reciente historia del estado y desestimar, al mismo tiempo, la que destacamos antes como un hito muy importante en el relato federal del país?
Insisto entonces, en la necesidad de analizar nuestra posición como electores del 16-D desde una perspectiva mucho más sistémica, no sea que por mirar con demasiado detenimiento la “pajita” en el ojo del Pollo se nos olvide mirar la “viga” en el ojo del otro candidato. Y no es que yo subvalore como “pajita” el hecho: que tanto el Dr. Salas como Henrique Fernando hayan desperdiciado la dorada oportunidad que han tenido en cuanto a hacer de Proyecto Venezuela una moderna organización política: despersonalizada, democratizada y con una propuesta programática formalmente plasmada y eficazmente difundida. Esto es lo que demanda nuestro país en estos tiempos tan convulsos y confusos. Todavía hay tiempo. La gente buena que milita en dicha organización política se merece una auténtica visión de futuro y por ellos mismos -los Salas-. No hay que olvidar que el mantenerse en el poder desgasta y, progresivamente, va distorsionando ese importante legado histórico que han construido: Carabobo, protagonista del federalismo en Venezuela.
Si he apelado a esa imagen tan coloquial, en la que viga y pajita conllevan un significado en extremo relativo, es para magnificar la grosera desigualdad entre las dos opciones: los que están han sido “constructores”, el que pretende reemplazarlos viene a “destruir”. Por ello no dudo en hacer mía la afirmación de otro fogonero del Tren, mi estimado Manuel Barreto: “Prefiero cuatro años más de Salas a un día de AmeliaCh”. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

El tercero de la trilogía


Conflictividad Social Políticamente Organizada

Asdrúbal Romero M.

A Venezuela le ingresan unos 36 millardos de dólares anuales (suponemos un precio promedio de 100 dólares/barril), por el millón aproximado de barriles diarios que se le venden al Imperio, el único que paga chan con chan -lo demás es: consumo interno, la regaladera a Cuba y otros países del Caribe y el Convenio Chino-. Por el otro lado, en el primer semestre de este año, el total de importaciones venezolanas alcanzó el monto de 20,30 millardos de dólares (El Nacional, 7/11/2012) y es, perfectamente, presumible que en el segundo semestre éstas vayan a aumentar -Navidad, la Fiesta Electoral continúa, etc.-. Por fuera de esta simple cuenta quedan: el servicio de la deuda; los caprichitos bélicos y los generosos donativos a otros países. He aquí el drama de las cuentas en dólares de nuestro país: imposible cuadrarlas y ocultar, incluso ante legos en la materia, la inevitabilidad de la devaluación de nuestro signo monetario a escasos veintidós meses de la anterior (1/1/2011).
Quizás, “devaluar sea lo mejor que le pueda pasar a la economía venezolana” desde la perspectiva del funcionamiento del sobreviviente sector privado –así lo señala algún experto-, pero su impacto erosionador sobre el salario de los trabajadores debiera generar, como justa respuesta, un estado de Conflictividad Social Políticamente Organizada, por aplicación del elemental principio de Acción y Reacción. Si un gobierno lo hace mal, la oposición debe organizar la reacción que le conduzca a pagar un alto costo político por sus desaciertos. Esa es la lógica con la que operan las democracias funcionales en este mundo.
El año 2013 se caracterizará por la preeminencia de dos conflictos: uno de naturaleza más política, porque está referido a los mecanismos de distribución del poder, cual es la instalación de un estado comunal ultra centralizado –atado con un grueso cordón umbilical a la instancia presidencial- versus la vigencia del estado federal descentralizado que establece la constitución vigente. El otro es el conflicto que se derivará del círculo vicioso socio económico en el que nos mantiene sumidos este régimen. A las primeras de cambio, la Oposición aparece más concentrada en el conflicto político, a juzgar por la cantidad de opinión que al respecto viene generando su dirigencia. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la gravedad de lo que se nos avecina en el plano económico, progresivamente, incidirá para que el conflicto social tenga el efecto de matizar el conflicto político y asuma preponderancia en el debate político del país. Creo que la Oposición está subestimando la magnitud del problema económico que se nos viene encima y no está preparándose para cobrarle a Chávez el altísimo dividendo político que debería pagar. Este es el mensaje principal que pretendimos transmitir en nuestro artículo anterior -¿Quién defiende a la clase asalariada?-.
¿Cómo hacerlo? Ya en el mencionado artículo aportamos una idea: la Construcción de la Unidad de los Trabajadores, es decir: la coordinación política de los frentes gremiales y sindicales en defensa del salario. Pero a este esfuerzo hay que añadirle un reto: el diseño y despliegue de un mensaje comunicacional en lo económico con pegada política. Por supuesto que este debe ser lo suficientemente simple, a fin de que pueda ser comunicado con efectividad al principal receptor: ese pueblo del que se dice que no sabe nada de Economía, aunque es la víctima principal de su mal manejo. Sobre todo el oficialista, que coincide con el opositor en el señalamiento de los síntomas de la enfermedad de nuestra economía: inflación, alto costo de la vida, desempleo, etc., pero que le ha comprado al régimen su falso discurso sobre las causas de la misma: especulación, voracidad de los empresarios capitalistas, etc. El mensaje tiene que ser educativo, reiterado y difundido a través de mecanismos que permitan su llegada a los destinatarios del mismo. Que son los mismos, por cierto, que en los que Capriles quiso enfocar su campaña, pero que su discurso se quedó en la igualación de su oferta con la de su contendor sin intentar ir más allá: realizar el pedagógico esfuerzo de explicarles porque la oferta del otro era “pan para hoy y hambre para mañana”. Se perdió una excelente oportunidad, pero esto no es sólo achacable al ex candidato. El cuidadoso diseño de un mensaje economicista, pero con esa muy deseable característica de poder ser digerido por aquellos a quienes tenemos el deber de explicarles, no ha sido hecho.  
Hay quienes desestiman esta posibilidad. Apelando al cliché “El pueblo no entenderá” despachan el asunto y se resisten a intentarlo. Desconocen el vital hecho que a todo ser humano le es inherente la tarea de administrar con economía sus recursos disponibles, por muy escasos que éstos sean. De allí debe partir el diseño del discurso.  Al pueblo hay que irlo preparando para lo que viene, irle suministrando una explicación alternativa para que cuando la crisis agarre candela no sea, una vez más, un desinformado recipiendario del superficialísimo discurso oficialista. Por supuesto que la vocería de un líder legitimado con seis millones y medio de votos, sería muy útil a la luz de este objetivo que hemos planteado. Es así como el vacío que ha dejado “la controvertida decisión de Capriles” se hace cada día más evidente y refuerza, en mi opinión, el contenido de mi primer artículo de esta trilogía.
Disculpen mi insistencia, pero a la Oposición además de un líder le hace falta una total reingeniería. El modelo conducido por “el excelente concertador que no puede aspirar” está agotado. Aveledo hizo un excelente trabajo en la construcción de una unidad de partidos políticos, ahora se plantea la urgencia de innovadoras estrategias y programas por acometer, quien las impulse tiene el legítimo derecho a convertirse en el genuino líder político de la Oposición. De continuar bajo el actual esquema: las balas les lloverán de todos los lados –al menos las mías las disparo bajo un enfoque constructivo-;  la profunda crisis social, que ya luce inevitable, sobrevendrá llevándosela por los cachos y que Dios nos agarre confesados con el desenlace político que podría producirse.