miércoles, 15 de julio de 2015

Sobre la eternidad de los liderazgos gremiales

Los eternos liderazgos gremiales

Asdrúbal Romero M. (@asdromero)


I-Despertando a una pesadilla

Los educadores de este país hemos despertado como de un sueño. Acostumbrados a que nuestros ingresos salariales se negociaban, en promedio, cada dos años, nos fuimos habituando a un empobrecimiento progresivo, habida cuenta que los incrementos aprobados siempre estuvieron rezagados con respecto a la inflación real. De pronto, de golpe y porrazo, como consecuencia del bestial ritmo que ha caracterizado a la devaluación de nuestra unidad monetaria en los tres últimos años, nos hemos despertado a una pesadilla. Oxímoron que encuentra su explicación en la dura toma de conciencia de que hemos pasado a ser parte del sector peor pagado de la sociedad.

Hasta un lavacarros informal devenga más por hora que el valor de una hora de clase de un profesor universitario con escalafón de titular (2 lavadas/hora a un promedio de  Bsf 250/lavada) y estas diferencias se tornan, tremendamente, abismales en cuanto demandamos la prestación de algún servicio personal de mayor nivel (plomería, reparación de electrodomésticos, consulta médica, etc.). En este país, todo aquel que puede incrementar el valor de sus honorarios, para trasladar a los usuarios de sus servicios  el incremento de sus propios costos personales, lo hace. Pero nosotros no podemos, dependemos de un salario controlado por el Gobierno, lo cual es una realidad tanto en el ámbito de las instituciones públicas como las privadas -en éstas por la vía de la regulación del costo matricular para los alumnos-. Adicionalmente, desempeñamos nuestra función en organizaciones que tampoco pueden escalar sus ingresos en función del incremento de sus costos, por estar sujetas a un presupuesto público o un marco regulatorio. De esta manera, nos hemos convertido en los principales financistas de una educación que ha ido perdiendo calidad hasta erigirse en otra pesadilla para el país.

El análisis de cómo hemos arribado a un cuadro tan dantesco en lo educativo es complejo, multifactorial, pero yo deseo centrarme en la capacidad de las organizaciones gremiales, como entes llamados a cumplir el rol de contrapesos al Estado en este proceso de agravado deterioro de la condición del educador y de la función educativa. Siempre el Estado llevó la ventaja en esa sana y democrática diatriba, hay que decirlo, pero en estos últimos diez años, no todos los de la Revolución,  ha venido haciendo con nosotros lo que le ha dado la gana. Este régimen que nos gobierna ha disfrutado de fortaleza política, inmensa por momentos. Ha sabido sembrar en el corazón de los asalariados públicos el temor ante su poderío. En el caso de las universidades autónomas, ha inventado argucias para socavar su autonomía, hasta el extremo de quitarnos la potestad de renovar a nuestras autoridades institucionales, jugando al deterioro de ellas por ilegitimidad y el natural desgaste. Más sin embargo: Viéndonos ya inmersos en este tenebroso cuadro de indignidad salarial y de inviabilidad institucional para poder cumplir nuestra sagrada misión, cabe preguntarse: ¿Es endilgable toda la responsabilidad al Gobierno?

II-De nuestra responsabilidad colectiva

¿Acaso no vamos a reconocer la existencia de una responsabilidad colectiva en ese dejarnos dañar nuestra dignidad hasta extremos vergonzosos? Sabido es que los colectivos no son muy propensos a reconocer sus propias culpas en este tipo de dinámicas –el pueblo griego ahora mismo es un excelente ejemplo-, pero la misma dimensión trágica hacia la que ha evolucionado nuestro deterioro devela una culpabilidad de nuestra parte, así sea difusamente distribuida, pero ya inocultable. Ahora bien, en este esquivo asunto de la responsabilidad nuestra en dejarnos desnudar para transparentar una acentuada debilidad como colectivo, cabe una interrogante más concreta: ¿Cuál es la cuota parte de esa responsabilidad adjudicable a nuestros representantes gremiales? ¡Debe ser mayor, obviamente! Pero ellos, al parecer, no lo estiman así e insisten en mantenerse al frente de sus representaciones, a pesar de que el evidente deterioro de nuestra situación laboral se encarga de demostrar todos los días el desastroso fracaso de sus ejecutorias.

En nuestra Venezuela del siglo XXI, para quienes detentan competencias de gobierno local, institucional –el caso de autoridades universitarias- o representantes gremiales se ha hecho muy fácil echarle la culpa de todo al gobierno central, para tratar de esconder sus propios errores en el desempeño de sus funciones. Ni falta que hace decir que el Régimen, con su nefasta conducción, contribuye enormemente a ello. Además, continuamente, pretende sacudirse de su responsabilidad culpabilizando a otros. A los que nos encontramos en el medio de este incesante peloteo, se nos dificulta discriminar: en qué proporción el inmenso perjuicio que se nos ha ocasionado es responsabilidad de cada uno de los factores de poder. Yo, en lo particular, no albergo duda que el Régimen es el principal propiciador del profundo desmejoramiento de nuestra calidad de vida: el gran “malefactor” de este país. Pero, por otra parte, no soy lo suficientemente ciego como para afirmar que los ejercicios de poder o representación anden muy derechitos aguas abajo.  Lo preocupante es que en este contexto de nadie asumir responsabilidades, todos quieren seguir mandando, eternizarse en su ámbito de poder como si no fuese evidente ya el desastre que nos inunda.  Los que han fallado y ya a nadie le pueden ocultar que han fallado, aun habiendo abrigado las mejores intenciones, pretenden mimetizarse detrás de la “maldad” e incompetencia gubernamental, así como de las múltiples trabas que el Régimen ha inventado para impedir que la democracia fluya a lo interno de las instituciones. Así el país, y en particular el sector educativo, se ha venido llenando de “Esquiveles” –apellido al cual aludo por la pretensión de eternizarse en el poder y no, necesariamente, por el agregado de las groseras corruptelas-. No se renuevan liderazgos, no se hacen elecciones y la mayoría, inocentemente, cree que no se  realizan porque no se puede y lo acepta pasivamente –parte de nuestra responsabilidad colectiva-. ¿Y el principio que tanto se cacarea de “Alternabilidad Democrática” cómo queda?

No soy amigo de escribir discursos como el que antecede sin hacer señalamientos concretos. Aspiro sea comprensible que los mismos los extraiga de mi ámbito de observación antropológica más cercano. Me referiré a dos ejemplos universitarios, aunque también a nivel de Educación Media sigo viendo nombres que se repiten año tras año. Está el caso de la FAPUV, la federación gremial que agrupa a la mayoría de las asociaciones de profesores universitarios, presidida por la Profesora Lourdes Ramirez de Viloria. Y, por último, les hablaré de la situación en mi gremio primigenio, el que más duele, la Asociación de Profesores de mi Alma Máter: la Universidad de Carabobo.

III-Caso FAPUV

En los primeros tres meses de 1997 se produjo un conflicto gremial FAPUV-Gobierno del cual debiéramos tomar nota en la actualidad. La otrora poderosa FAPUV, dirigida en ese momento con cierto éxito por el profesor José Rafael Casal -luego pretendería eternizarse en el poder-, anuncia en los últimos meses del 96 un paro total en frío para el mes de enero. Es decir: no se reincorporarían si  los representantes del Gobierno no se sentaban con la Federación, antes de que culminara el año, a objeto de discutir la aplicación en esa oportunidad de las Normas de Homologación –ya el plazo estaba vencido-. Transcurría el segundo gobierno de Rafael Caldera y su ministro Cárdenas Colmenter había optado por cambiar la política de negociación con los gremios universitarios: estos deberían sentarse a discutir con los rectores, “quienes eran los auténticos representantes patronales de las universidades” (FAPUV venía acostumbrada a negociar directamente con el Gobierno, por lo que la actitud del Ministro fue considerada como una provocadora táctica dilatoria). Se designó para tal efecto una comisión técnica FAPUV- Rectores, con participación del Director de la OPSU, que coordiné en mi condición de Rector de la UC. Fue cuando conocí a la profesora Lourdes, presidenta de la Asociación de Profesores de la Universidad del Zulia (APUZ), ya para ese entonces con muy bien ganada fama de ser una combativa y aguerrida representante gremial.

El paro se produjo e, históricamente, se considera que fue la primera gran derrota de FAPUV. El Gobierno, aprovechando que transcurrían los primeros meses del año,  se escudó en los tradicionales retrasos para el inicio de la ejecución presupuestaria y retardó el envío de los recursos para pagar nómina. Los profesores, sin cobrar, tuvieron que reintegrarse en marzo, en condiciones salariales muy distantes a lo que FAPUV había solicitado, considerando que la inflación de 1996 había roto el record de alcanzar un 103%.   Anecdóticamente, me llevé la raya en mi primer año como rector de no poder pagar en enero, luego de llevar cuatro años consecutivos, como vicerrector administrativo en la primera gestión del Rector Maldonado, logrando el “milagro” –hasta 1992 era usual que los profesores cobraran su primer sueldo del año a mediados de febrero-. Han transcurrido dieciocho años de aquella huelga y la he traído a colación, aparte de darle contexto a mi argumento, porque percibo circunstancias muy similares a las de aquel entonces cuando ahora se habla de un posible paro general en frío para octubre, justo en la reincorporación después de vacaciones de verano.
 
Animada quizás por la buena relación que se había construido en aquel conflicto -mi padre había sido su profesor en la escuela de Medicina LUZ- la profesora Lourdes me llamó en alguna fecha de 2005. Pensaba postularse para la Presidencia de FAPUV y competir con el profesor Casal –¡que se lanzaba a otra reelección!-, por cuanto consideraba que era, absolutamente, necesario un cambio a nivel de esa máxima figura de la Federación. Me solicitó el apoyo y mis buenos oficios para poder contactar a la gente clave en el gremio profesoral ucista. Así lo hice, fui buen oficiante, logré montar una reunión en el Polígono de Tiro con la presencia de los profesores Jesús Villarreal, que para ese entonces aspiraba a la Presidencia de la APUC, y Fermín Conde. Hubo acuerdo. Se habló allí de la necesidad de obtener el apoyo de los esposos Maldonado, lo cual supongo también se concretó. Jesús resultó electo el 19 de octubre de ese año (2005) y, posteriormente, el 2 de noviembre salió electa la profesora como Presidenta contando con el apoyo mayoritario de docentes de la UC. Vamos rumbo a cumplir los diez años de su mandato.

No poseo mayor información de las interioridades de su gestión al frente de la FAPUV y no tengo nada que recriminar en lo personal de la profesora Lourdes, lo cual me permite, con mayor objetividad, emitir una opinión de su gestión reciente desde una perspectiva externa y distante. ¿Qué observo yo de su conducción al frente de la Federación? ¡Desgaste y cansancio! Es evidente la falta de reflexión estratégica: se pretende seguir haciendo lo mismo que se ha hecho durante tantos años, cuando todo el contexto ha cambiado radicalmente. No puedes seguir dándote con la misma piedra, cuando además vienes consiguiendo malos resultados. Qué estos son unos demonios, comparados con los de la Cuarta, pues sí, es parte del cambio de contexto político al cual la Federación tendría que haberse adaptado. Como también se han producido cambios en lo económico –de seguir la desbocada tendencia inflacionaria tendríamos que exigir renegociación salarial permanente o algún criterio de indexación-, en lo social, en lo legal, en la composición del CNU, etc., pero la FAPUV se muestra carente de capacidad de adaptación a la nueva realidad del país, consecuencia de lo que decíamos antes: no se ejerce un liderazgo con visión estratégica. ¿Hacia dónde vamos de continuar así? ¿Qué tenemos que cambiar para enfrentar la nueva realidad? Me pregunto yo si se habrán hecho esas preguntas. Aparentemente, no.

El conflicto del 2013 avisó, clamorosamente, de la necesidad de transformar esquemas y diseñar nuevas estrategias. Se hizo evidente una baja motivacional importante en las bases profesorales, por una parte, y por la otra: ya muchos preveíamos la hiperestanflación en la que este nefasto régimen iba a sumirnos, con el consecuente aceleradísimo empobrecimiento de los docentes. Pero se sigue actuando con un manual aprendido ya hace demasiados años. Es indispensable más visión y estrategia; un remozamiento de imagen y, por favor, un cambio de actores. Hay que dar paso. ¿Qué no se pueden hacer elecciones porque el Gobierno no lo permite? –muchos opinan que no es así pero permítaseme no entrar en ese análisis-: ¿Y qué tal un sonoro gesto de rebeldía al respecto? ¿Qué tal si defendemos la poquita autonomía que nos dejan? ¿Qué tal si hacemos valer nuestro derecho como personas a elegir como representantes del gremio a quienes queramos?

IV-Caso APUC


Debo decir antes que nada que a lo largo de todo este siglo he mantenido una buena relación política y personal con el profesor Jesús Villarreal. Aspiro a que tales lazos no se resquebrajen por las opiniones que emito en este documento. De resultar lo contrario, lo sentiría. Jesús ha sido uno de los mejores, sino el mejor, representante profesoral ante el Consejo Universitario que yo tuve, enfrente y a mi lado, en los diez años de tránsito en común por ese máximo organismo. De hecho, ocupó el primer puesto en la segunda plancha de representantes que apoyé como Rector. Creo que iba para su tercer período. Luego aspiró a la Presidencia de la APUC, en la primera oportunidad fue derrotado. En la segunda logró la victoria, imprimiéndole, de inmediato, una nueva imagen a una asociación que ya vivía horas menguadas. Ha alcanzado logros importantes como dirigente gremial. Por todo lo anterior, no alcanzo a comprender  que ponga en riesgo toda esa notable trayectoria, pretendiendo mantenerse al frente de la corporación gremial más de lo aconsejable, sobre todo cuando es público y notorio que confronta algunos problemas de salud. ¿Qué no se pueden realizar elecciones? Si bien esto es discutible a nivel de la Federación, no existe duda alguna que no se corresponde con la verdad en el caso de las asociaciones. En diversas universidades, autónomas y experimentales, se han llevado a cabo con perfecta normalidad. 

Transitando ya el décimo año de su mandato –con la notable diferencia que fue reelecto el dos de diciembre de 2010-, también su conducción de la APUC se percibe minada por el desgaste y el cansancio. Da la impresión, me perdona, que estuviese gerenciando una transición sucesoral. El hecho que sus colaboradores más cercanos se hayan resteado fielmente con su gestión, no necesariamente les provee de identidad para presidir al gremio. Debiera entenderlo, porque el no hacerlo está gravitando para que las “fuerzas vivas” de apoyo a su gestión se hayan reducido a un mínimo. Es como si la gestión estuviese secuestrada por un círculo muy pequeño que ve en cualquier iniciativa, distinta a la que a ellos se les ocurre, el fantasma de la aspiración a un poder que no desean compartir. El problema es que, apartándonos de las consideraciones de orden personal que pudieran incidir para enmudecerlo a uno, lo señalado es muy grave a la luz del  pavoroso panorama demoledor que estamos padeciendo como agremiados. Tan grave, que por eso he sentido la necesidad de hacer pública esta controvertida opinión.

No puede ser que una actividad gremial, en este cruel contexto 2015, sea el volanteo de diez profesores en medio de la avenida Bolívar -o incluso de tres en el Carabobeño según una fotografía que me prometieron pero nunca recibí en mi correo-. Eso, lo que nos hace es un flaco servicio. El Gobierno se ríe de nuestra debilidad desnudada por nosotros mismos. La responsabilidad es de todos, es verdad, pero cuando la apatía, la indiferencia, la pasividad, o más grave aún: la depresión colectiva, rondan por los pasillos universitarios, lo menos que un dirigente gremial debe preguntarse es: ¿Por qué está ocurriendo? ¿Qué tenemos que hacer para que ello cambie? El no plantearse estas muy interesantes interrogantes es signo de carencia de pensamiento estratégico, al igual que en la Federación, y que esto ocurra en una institución donde se supone estamos los pensadores, puede significar que la palanca para convocar cerebros, elaborar propuestas y movilizar a los agremiados se haya desgastado. Muy posiblemente, debido a lo señalado con anterioridad. Yo mismo, me acerqué a una asamblea informativa, sin agenda debajo de la manga, hice una propuesta. Sentí que fue desestimada. Está bien: no pasó, se dice uno. Pero tampoco pasaron las de otros, las de los ex rectores Maldonado, las de los miembros del Comité de Conflicto que tanto colaboraron en las actividades del 2013, etc. Lo que percibí fue una falta de sensibilidad extrema al problema gremial más grave que tenemos en la UC: la falta de participación de las bases; lo que percibí fue burocratismo y enclaustramiento de una gestión. Hace falta emocionar para convencer, como siempre lo reitera mi colega Nelson Acosta, pero una gestión así no puede emocionar. ¡Hace falta renovación amigo! ¡Creo que urgente!

Concluyo manifestando que me habría gustado mucho participar en la asamblea que, finalmente, han convocado para el viernes 17 de julio –al menos eso entiendo-, pero un compromiso familiar ineludible en mi terruño me lo impedirá. Es lamentable que se haya tenido que llegar al proceso de recolección de firmas para vencer la resistencia del círculo reducido. Lo plasmado en este documento constituye mi posición personal, sólo compartida y enriquecida en conversaciones separadas con otros tres profesores jubilados de reconocida agudeza para el análisis político, en el cual coincidimos. Ojalá no se consuma como materia prima  de una agenda preestablecida para satisfacer ambiciones políticas. Es, simplemente, un análisis de hechos y resultados concretos que, al cabo del tiempo, ya no pueden ser disfrazados de otra cosa sin insultar nuestra inteligencia. Muchos en la Universidad hablan de lo aquí expuesto, pero a sotto voce. Yo elevo mi tono porque deseo ser sólo la más pequeña gota en nuestra inmensa y antihistórica responsabilidad colectiva. No estamos defendiendo a la Universidad. ¡Ni siquiera nos estamos defendiendo a nosotros mismos!