sábado, 20 de junio de 2015

¿Cuál es el oscuro futuro que nos espera a los universitarios?

Profesores: ¿Por qué no reaccionamos?
Asdrúbal Romero M.

En el año 2000, siendo todavía Rector de la Universidad de Carabobo, viajé a La Habana para asistir a un evento de rectores cuyo presidente anfitrión era el Rector del Instituto Politécnico Superior José Antonio Echevarría, como decir el MIT de Cuba. En una visita a uno de sus laboratorios de Ingeniería Eléctrica, siempre recordaré el visible esfuerzo que hacía el Rector para vendernos la “maravilla tecnológica” subyacente a los rudimentarios aparatos que utilizaban como apoyo a sus procesos de enseñanza. Más allá de que uno pudiese admirar la ingeniosidad de los jóvenes cubanos, habituados a trabajar con las uñas para suplir la imposibilidad de acceder a recursos tecnológicos cónsonos con la modernidad de la época, el nivel deprimente, en general, de aquellos laboratorios me produjo una extraña sensación de tristeza y decepción entremezcladas en una corriente de simpatía hacía ellos. Los pobres, desconectados de la modernidad, hacían su mejor esfuerzo para continuar todos los días reinventando la rueda como si los límites del planeta se hubiesen reducido a las aguas que circundaban su isla.

Silencié mis impresiones por decencia y respeto a aquel rector que me parecía un buen hombre. La noche anterior, en una cena privada, nos había confesado a quienes le acompañábamos en la mesa que él y su familia hasta hambre habían padecido durante el Período Especial –cuando el cese de la ayuda de la Unión Soviética a Cuba después de la caída del Muro de Berlín-.  Tengo muchas más anécdotas de aquel viaje, pero si lo he traído a colación es porque tales recuerdos me retratan el futuro de nuestra universidad venezolana.

¡Desconectada de la modernidad! No imagino peor castigo que ese, para una institución que por su esencia  debe tratar de mantenerse al tanto del avance global de los conocimientos. Haciendo abstracción, por un momento, del severísimo empobrecimiento al que se ha visto sometido nuestro profesorado, que ya de por sí es una tragedia, me imagino el desencanto de aquellos que, en un momento de su vida, decidieron por vocación dedicar el resto de sus días al hermoso y digno trabajo de lidiar con el conocimiento. Es a ellos a quienes dedico estas líneas: a los que han vivido con pasión su vida universitaria. ¿Cómo van a reponer los equipos de sus laboratorios para la docencia o de sus centros de investigación cuando enfermen de obsolescencia, o se les dañe por falta de un vital repuesto o, simplemente, se los roben, cuestión esta que ocurre con una frecuencia digna de mención dentro de esta preocupante interrogante? ¿Cómo se van a adquirir los insumos y materiales que requieren para sus investigaciones o la realización de prácticas con sus alumnos, o los que se consumen en la hermosa labor de extensión social que realizan nuestras facultades de Ciencias de la Salud y Odontología? En esta era digital y de bibliotecas virtuales: ¿Se podrán renovar los contratos en dólares para acceder a las más prestigiosas bases de datos internacionales de investigación?  Ojalá se pueda, porque un buen texto de Medicina o Ingeniería  en inglés le podrá costar a un profesor el equivalente a varios meses de su sueldo integral. ¿Se podrá seguir disponiendo de un internet de regular calidad en nuestras casas de estudio? Yendo a lo más básico aún: ¿Y podremos seguir teniendo aire acondicionado en nuestros ambientes de trabajo? Me podrán acusar de melodramático, pero puedo poner como testigos a trabajadores de áreas cuyo acondicionamiento de aire depende de costosas unidades centrales o sistemas tipo chillers y les ha fallado. ¡Los días que tienen que transcurrir hasta que, a un altísimo costo, se les puede restablecer el servicio! Y pronto va a llegar el día en que se tengan que quedar sin él, porque no hay presupuesto factible en el presente contexto que resista los hiper inflados costos.

La incidencia del dólar permea casi todos los rubros del gasto universitario tanto a nivel institucional como individual.  Una simple laptop, hoy día una herramienta de trabajo fundamental para un universitario, ya el empobrecido profesor debe estar preguntándose cómo hará para comprarse una nueva cuando la que tiene le entregue sus últimos latidos. ¿Y el video beam de la Cátedra cuando su encarecido bombillo se resista a emitir otro ya muy debilitado rayito de luz? Podríamos ad infinitum seguir repasando todos los modos del quehacer universitario e ir proponiendo inquietantes interrogantes que dibujan un sombrío cuadro que comienza a hacerse realidad. Si es que ya ni siquiera hay papel en la Universidad, porque una resma cuesta bastante más de un millón de los no tan viejos bolivaritos. No sólo se trata de que han erosionado hasta la saciedad la calidad de vida de los trabajadores universitarios, sino de que han convertido a la institución que es nuestro medio y modo de vida en una organización inviable de sostener bajo el paradigma tradicional. Los que siempre propugnaron por el dogma de la gratuidad, nos van dejando una universidad que habrá que semiprivatizarla para que pueda sobrevivir en ella algún rasgo de calidad. ¡Qué paradoja tan patética!

Ahora bien, estoy seguro que la mayoría de los profesores han hecho sus propias proyecciones sobre ese futuro, sin futuro, en el cual quedarán convertidos en simples pobres nómina habientes de universidades de pacotilla gestionadas en las penumbras y lo que sorprende es que no se haya producido todavía algún signo de vigorosa reacción colectiva. Esta lucha no la podemos, por abúlica dejadez, delegar en una FAPUV sin acompañamiento colectivo, ni constreñirla a una defensa de nuestro salario, ni emparaguarla bajo el gastado slogan de “Presupuesto Justo Ya”. Es mucho más profundo lo que está en juego: es la ruptura de nuestro cordón umbilical con la modernidad, oxígeno vital para la Institución a la que siempre hemos querido pertenecer. Nos ocurre lo que al país, cedemos a la destrucción, pero en nuestro caso, por ser profesores universitarios, la Historia nos pasará doble factura. Creo que ya ha comenzado a pasárnosla. Como lo decía el profesor Vizcaya en una brillante intervención al final de una escualidísima asamblea informativa que organizó la directiva de la APUC: por qué el Gobierno va a pagarle más a unos profesores universitarios que ni siquiera han tenido la entidad para defender a la Universidad. Y en esa defensa, así lo interpreté, no sólo se trata de lo gremial; ni siquiera, en un escalón superior, de lo institucional; sino de la recolocación de la Universidad como la gran casa de la luz que vence a las sombras, la luz de las ideas para inspirar al país hacia el gran cambio que debe gestarse en él, si de verdad queremos detener esta loca carrera hacia las cavernas.

En esa asamblea, propuse que la APUC debía designar una comisión que se abocara a investigar y escudriñar en la conducta nuestra como colectivo. Habría que diseñar un instrumento y bajarlo a las bases profesorales, auscultar su opinión sobre el conjunto de decisiones a tomar y acciones que habría que acometer en defensa de la Universidad. Hay que poner el estetoscopio en el ámbito de las cátedras y departamentos, tenemos que saber qué es lo que hay que cambiar para regenerar entusiasmo y participación en esta trascendental lucha, distinta a las anteriores, porque en esta nos estamos jugando la vida como cabales universitarios. ¿Por qué no se participa? ¿Por qué no reaccionamos? ¿Por miedo? ¿Depresión colectiva? ¿Falta de liderazgo? Tenemos que saber, tener un diagnóstico que nos permita recanalizar nuestra conducta colectiva hacia el reencuentro de todos en una lucha que es parte de nuestro deber ser.


Otra propuesta que tuvo consenso fue la convocatoria a una asamblea general de profesores. Sería un excelente escenario para iniciar la discusión, para comenzar a escuchar. Que la convocatoria no tiene la acogida esperada, que los profesores en su aparentemente inexplicable pasividad no asisten, no importa: el resultado que hay que asumir de un primer intento de diagnóstico. Tiene uno la sensación de que en ese liderazgo compartido y difuso que ha quedado al frente del gremio (el Presidente está ausente por razones de salud y eso se entiende) hay mucho temor. No organizan acciones porque las experiencias de participación profesoral han sido verdaderamente patéticas (incluyendo la misma asamblea a la que he hecho referencia, aunque en ella se denunció que no había mediado un genuino esfuerzo de convocatoria). Le temen a la Asamblea General porque en ella les pueden declarar un paro total y “estamos inmersos en un esquema nacional de lucha del cual no nos podemos separar” (las comillas son para parafrasear el argumento expuesto). Es mucho más lo que se pierde no convocándola que lo que se arriesga en su concreción. Yo no creo que en una asamblea, por muy incendiaria que sea, se vaya a desestimar un argumento que es razonable, pero al cual se le pueden poner condiciones y mientras tanto organizamos nuestra propia lucha, la de la siempre combativa Universidad de Carabobo. Lo contrario: que no hagamos nada, la Universidad cayéndose a pedazos y nosotros siendo mudos testigos de su destrucción es triste y lamentable. Señores profesores, no hay fondo si no detenemos esto. Tenemos por delante una inmensa responsabilidad colectiva por cumplir.