sábado, 30 de marzo de 2013

Crónica de otro desatre, a éste lo califico de macabro


Tal cual Dioses del Olimpo

Asdrúbal Romero M.

A partir del año 2010, los estudiantes de quinto y sexto año de la novel carrera Medicina Integral Comunitaria (MIC) fueron asignados para realizar sus pasantías en 188 hospitales públicos. Entre éstos se incluía a los servicios de los hospitales Vargas de Caracas, el J.M de los Ríos de niños y la Maternidad Concepción Palacios. Los docentes de la escuela de medicina José María Vargas de la UCV, la de mayor tradición y prestigio en la historia de la enseñanza de las ciencias médicas en Venezuela, también imparten clases prácticas allí a los estudiantes ucevistas de los tres últimos años de la carrera.  Fue así como se dio la oportunidad que estos docentes atendieran y pudieran evaluar las competencias de los estudiantes de MIC.
Entre enero y marzo de 2011, aunque no había sido consultada ni solicitada su participación en la preparación y evaluación de los alumnos MIC, la escuela José María Vargas recogió y procesó información sobre el desempeño de cincuenta de estos alumnos, en las pasantías de Medicina Interna, Pediatría, Cirugía y Obstetricia en las tres sedes precitadas. A continuación voy a transcribir los resultados de dicha evaluación, tal cual aparecen plasmados en el capítulo preparado por la Academia Nacional de la Medicina del libro “Reflexiones y Propuestas para la Educación Universitaria en Venezuela”, publicado recientemente por cinco de las sietes academias nacionales.  
“Una vez culminadas las pasantías y tabulados los resultados de las matrices de evaluación se encontró que:
1.      Un grupo de estudiantes de MIC (aproximadamente diez) asignados a los hospitales, dejó de asistir o asistió irregularmente a los servicios y a pesar de ello fueron promovidos de un nivel a otro (de 5° a 6° año).
2.      La mayoría de los estudiantes no pudo demostrar que sabía realizar adecuadamente una historia clínica, ni que tenía un dominio promedio de la terminología médica. Ninguno pudo realizar un examen físico completo.
3.      A ningún estudiante se le pudo asignar pacientes de sala (como se hace con los internos de la carrera tradicional) para que fueran responsables de su ingreso y seguimiento bajo supervisión del residente o los especialistas, debido a las debilidades mostradas en las competencias clínicas básicas.
4.      Durante las revistas médicas se identificaron importantes fallas de conocimiento elemental de ciencias básicas, tales como: características anatómicas de grandes estructuras, conceptos elementales de fisiología, fisiopatología y bioquímica entre otros.
5.      Durante sus actividades de sala, mostraron deficiencias para la interpretación de exámenes complementarios básicos: laboratorio, electrocardiogramas o radiografías de tórax.
6.      Los estudiantes no pudieron incorporarse activamente a las guardias de emergencia porque la deficiente preparación en el área impidió su desempeño. No mostraron destrezas o habilidades para discriminar los problemas clínicos de acuerdo a su gravedad, ejecutar acciones de atención inmediata o realizar procedimientos médicos básicos de emergencia.”
De estos resultados se informó a todos los directores de los hospitales y a los “coordinadores de pasantías”, no a todos en este caso, algunos estuvieron ausentes a lo largo de todas las pasantías. Se da por entendido que todos los estudiantes fueron promovidos. Más de 8000 bachilleres integraron la primera cohorte de graduados como MIC, de acuerdo a información suministrada por los ministerios MPPS y MPPEU. La Asamblea Nacional modificó inconsulta y apresuradamente la Ley del Ejercicio de la Medicina a fin de incorporarlos al ejercicio legal. Una vez habilitados, alrededor de dos mil fueron asignados  a cargos en medicaturas rurales y el resto, un 75% en cifras aproximadas, ingresó a los hospitales, ¡incluyendo los tipos IV y universitarios! Son tantas las cosas que le pasan a uno por la mente, tantos los adjetivos, ante tan macabra irresponsabilidad de este régimen.
En mi artículo anterior, en el cual comentara el libro de Damián Prat, “Guayana: el milagro al revés”, hice hincapié sobre la urgente necesidad de ir levantando las crónicas del desastre en cada una de las áreas de la gestión pública. Lo traigo a colación porque días atrás, cuando inusitadamente apareció en mi pantalla una cadena del Presidente-Candidato -quien al parecer cree tener el mismo carisma mediático de su antecesor-, fue inevitable que recordara el texto de la Academia Nacional de Medicina. La insólita cadena, la misma en la que se cantó con fervor revolucionario el himno de Cuba, tenía como finalidad televisarnos sin vergüenza alguna la graduación desde Maracaibo de otra cohorte de MIC. Sobre lo del himno: qué se puede decir que no se haya dicho ya; en verdad, lo que más capturó mi atención fue ver cómo la ministra Sader anunciaba con gran desparpajo los múltiples planes de postgrado que ya se están organizando para los MIC, seguro, por supuesto, que al margen de lo que pueda considerar el Consejo Consultivo Nacional de Postgrado. ¿Hasta qué límites van a llevar esta farsa? –me pregunté-, al mismo tiempo que reconocía el hecho que la Academia Nacional de la Medicina también había cumplido con el rol de ser cronista de otro desastre más.
El problema es que a este desastre no sólo le cabe el calificativo de farsa, o el de arrabalero por la forma cómo han procedido: saltándose a la torera todas las normas que les obligaba a escuchar la opinión de los expertos. Recurran a la fuente que ya les he citado, para conocer detalles más aterradores aún de cómo se han atrevido a descompensar –por usar un término médico- la lógica que suele organizar, en cualquier país cuerdo, el sistema nacional de estudios habilitantes para tan delicada profesión como lo es la Medicina.
Finalmente, ha sido el “daimon” al cual hacía referencia el escritor inglés Rudyard Kipling, ese que en mis breves instantes de gracia toma el control de lo que escribo, quien me ha conducido al calificativo perfecto: ¡Desastre Aterrador! ¿Cuántas víctimas por mala praxis médica no habrá producido ya? Cuántas en un futuro harto difícil de acotar, porque una vez abierta tan macabra puerta resulta imposible estimar y controlar el caudal de eventos siniestros causados por su apertura. Debieron haber sentido el temor del ignorante, pero pareciera que estos prepotentes señores del régimen ya se han elevado al Olimpo donde es imposible sentirlo. Tal cual dioses de la mitología griega se han atrevido a jugar con la vida de seres humanos, desestimando con desprecio las voces expertas que les advirtieron sobre no traspasar ciertos límites. Tengo la convicción moral que se han puesto las bases para un asesinato colectivo indiscriminado, un crimen de lesa humanidad que se encuentra en pleno progreso y por el cual deberíamos hacerles pagar.

jueves, 14 de marzo de 2013

Despúes de leer Guayana: el milagro al revés, mis comentarios


Los milagros al revés

Asdrúbal Romero M.

Analizando lo que viene ocurriendo con el país, hace ya algún tiempo tuve una idea: ¡Qué tal si se organizara una red de cronistas del desastre! Me explico: cada uno de ellos se encargaría de llevar un diario, documentado lo mejor posible, en el que se fuera dejando constancia de todas las decisiones y acciones conducentes a la sistemática destrucción llevada a cabo en casi todas las áreas de gestión gubernamental. Los infiltraríamos en los entes de la organización tradicional: ministerios, gobernaciones, alcaldías, universidades, etc., así como en las nuevas áreas de gestión pública producto de expropiaciones, intervenciones y estatizaciones –Agroisleña (ahora Agropatria) sería un excelente filón-. Una buena idea que ni siquiera llegó al tintero. ¿Por qué, entonces, la saco ahora a colación?
Porque he leído una magnífica realización de esa idea. Damián Prat, por obra y gracia de su excelente trabajo convertido en libro, “Guayana: el milagro al revés”, constituye un muy sobresaliente ejemplo de la labor  que todo cronista del desastre tendría que efectuar. Recomiendo con urgencia a todos los ciudadanos de esta muy bolivariana república se lo lean. Les advierto que con el pasar de las páginas, agarrarán una tremenda arrechera, pero eso sí: irán viendo en un escenario a pequeña escala lo que ha hecho este régimen con el país.
Cuando pensé en comentar el libro, supuse que resumiría con las estadísticas más llamativas contenidas en él: la evidencia de cómo se han deteriorado los niveles de producción de las empresas básicas de Guayana. Algunas, como el caso de Alcasa, llegaron hace ya tiempo a un profundo nivel de quiebra, artificialmente sostenido a expensas de cuantiosísimas pérdidas. Desistí de la idea, cada página es parte de un rosario excelentemente documentado con referencias textuales a discursos de Chávez, puntos de cuenta de Miraflores, publicaciones periodísticas en China aportando pruebas de lo que aquí se niega, enlaces a páginas en internet y estadísticas irrefutables. De manera tal, que habría terminado confrontando serias dificultades al tratar de decidir cuál sería la estadística de mayor impacto, o la prueba de mayor desfachatez en el doble discurso, o de la incompetencia más manifiesta de los improvisadores que envían a dirigir la Corporación Venezolana de Guayana –uno llegó preguntando dónde quedaban las minas de Aluminio-, y cosas por el estilo. Habría terminado por llenar este artículo de un sinfín de refritos, por lo que, mejor, cada cual va a consultar directamente a la fuente: el resultado de un muy detallado trabajo por parte del más propio cronista del desastre que haya podido inventar.
En la medida que avanzaba en la lectura del libro, una tras otra, las estadísticas de producción de Alcasa, Venalum, Bauxilum, Sidor, etc., se confabulaban para darnos un tour por una ruta suicida e irreversible hacia el más ruinoso fracaso. Sin embargo, paradójicamente, llegó un momento en el que perdieron su capacidad de asombrarme. Lo que, realmente, va consolidándose en uno es esa sensación de estar viendo una obra de teatro, montada sobre un escenario más reducido que el país, en la cual se va recreando a la perfección todo ese conjunto de políticas, estrategias y tácticas que el oficialismo ha venido aplicando a nuestra empobrecida nación  y que le permiten salirse con la suya, políticamente, mientras, simultáneamente, va sumiendo a empresas u organizaciones en la más pasmosa ruina.  En la obra de Prat, esos elementos en común que caracterizan el muy particular modo de actuar de este régimen se detectan con mayor facilidad. Me referiré a algunos sin pretensión de exhaustividad.
La permanente subestimación de la complejidad técnica de los procesos modernos, por ello: el criterio de la conveniencia política siempre priva por encima de las razones técnicas –la reestatización de Sidor es un excelente ejemplo mostrado en el libro-; por ello, también, no se toman en cuenta las aptitudes técnico-gerenciales  a la hora de seleccionar a los flamantes directivos de las organizaciones públicas, de allí que se creen esas ramplonas pirámides de ineptitud jerarquizada donde los escasos sobrevivientes con capacidad técnica se ven impedidos de influir en las decisiones.
El continuado reciclaje de esperanzas: Si las cosas van mal, no importa, inventamos un nuevo motor de reimpulso, todo un paquete: con la promesa de recursos frescos que nunca llegarán o el rimbombante acto de reinstalación, por segunda o tercera vez, de la primera piedra de una importante obra muy esperada que no se concluirá; con la renovación de directivos –los anteriores eran los culpables, aunque en corto tiempo se les verá premiados con alguna embajada o cargo en otro destino de mayor importancia incluso-; con los espejitos de Colón para atraer al nuevo esquema a las masas trabajadoras: las cooperativas como engañosa tercerización o el Control Obrero en empresas que ya están encaminadas hacia la ruina, cualquiera con cuatro dedos de frente podría predecir lo que va a pasar allí. A veces ni siquiera es un invento, sino la reinvención disfrazada de un esquema ya fracasado en el pasado o, peor, la entrega de nuestra soberanía a empresas extranjeras, encubierta bajo el más fervoroso doble discurso revolucionario –el caso de Ferrominera y las transnacionales chinas muy bien documentado en el libro-.
Lo anterior ocurre bajo el paraguas de un aberrante centralismo autoritario, incompatible totalmente con las exigencias de modernidad en la gestión pública que ejemplifican los países más desarrollados. El derrumbe del techo de la acería de planchones, por ejemplo, que pudo haber sido una tragedia incalculable en costo y vidas humanas, se produce porque la autorización de la obra que lo habría evitado llevaba ya once meses esperando por la firma de Miraflores. Se lee y no se cree. Lo que nos conduce a una reflexión final sobre la necesidad de reconstruir el país como un Estado Federal -tesis política fundamental del Observatorio Venezolano de las Autonomías-.
¿Se podría haber dado un proceso de tan sistemática destrucción de las empresas básicas de una región tan importante como Guayana en el contexto político de un país auténticamente federalizado?  Un liderazgo político emergido de una dinámica regional, consciente de que la pertinencia de ese liderazgo esta indubitablemente atado  a la necesidad de satisfacer las demandas de desarrollo de su entorno, habría actuado como contrapeso a ese nefasto proceso. Nunca habría actuado con una actitud tan acobardada y cómplice, como sí la observamos de parte de quienes todo lo que son, políticamente, se lo deben al impositivo dedo centralista. El nuevo relato político que verdaderamente antagoniza al relato chavista es el federalismo. Es a partir de él, como marco mental, que se puede hablar de una mayor eficiencia en la solución de los problemas del ciudadano, de una economía más productiva, etc., etc. Y lo que es más importante: de una real redistribución a lo largo y ancho del país del poder político, que nos evite otra vez ser víctimas de los desvaríos de un caudillo centralizador.