martes, 9 de julio de 2019

La Conciencia: ¿Un Instinto?

Portada del libro:
The Consciouness Instinct (2018)



Cerebro y Mente


Nadie dijo que la búsqueda iba a ser sencilla, pero la meta -comprender cómo la naturaleza realiza el truco de convertir las neuronas en mentes- es perfectamente alcanzable. Así que ¡allá vamos!


Michael S Gazzaniga en “El Instinto de la Conciencia”



El reputadísimo neurocientífico asume en su libro más reciente, “The Consciousness Instinct” (2018) -ya traducido al español-, el desafío de intentar dar una explicación neuronal a la conciencia. Al leer las palabras contenidas en el epígrafe –en mi apreciado rincón de la Central de Callao-, no pude evitar recordar la polémica que se había suscitado en el marco de la conferencia que recientemente dicté, “El Cerebro: Una máquina electroquímica perfecta”, con motivo de la conmemoración del quincuagésimo sexto aniversario de la fundación de mi escuela de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Carabobo.

Las características del auditorio, mayormente integrado por profesores y estudiantes de ingeniería eléctrica, me representaban un factor diferenciador y, al mismo tiempo, motivante sobre cómo enfocar la explicación del funcionamiento del cerebro. Podía entrar con mayor profundidad al análisis de las señales eléctricas continuamente parloteando al interior de nuestro cráneo. Era lo que deseaba desde hacía tiempo compartir con colegas o candidatos a serlo, habida cuenta que el cerebro no es más que una red muy similar a los objetos de estudio en nuestra profesión.

Una red, sí, pero muy vasta y complejísima al estar conformada, en promedio, por unas cien mil millones de células neuronales. Cada una funciona como un dispositivo de entrada- salida (E/S), donde su salida es una señal eléctrica que se produce como consecuencia de la información que está recibiendo de otras neuronas conectadas a ella a través de las sinapsis. Lo que acrecienta significativamente su complejidad hasta hacerla inmanejable por cualquier plataforma computacional que conozcamos hoy día –y construible en varias décadas-,  es el hecho que, típicamente, cada neurona puede tener entre mil a diez mil conexiones sinápticas. Una cantidad muy difícil de imaginar, como lo es también el hecho que tengamos dentro de los mil cien centímetros cúbicos de masa cerebral , aproximadamente, unos ochenta y cinco mil kilómetros de cables de conexión –dendritas y axones- entre las neuronas.

Pues bien, allí estaba yo, dándome una gozada –como dirían los españoles- con mi explicación sobre las señales eléctricas y químicas, cuando en un interludio derivado a causa de una falla en el suministro eléctrico, se inicia un diálogo a oscuras con los asistentes.   Intentando que el interés en la charla no decayera a causa del común incidente, mientras los organizadores encendían la planta de respaldo decidí abrir un compás de preguntas o intervenciones de los asistentes. Fue entonces cuando un profesor, y amigo, intervino para diferenciar el cerebro de la mente. Después de sus palabras, recuerdo haberlo mirado con cara de qué me dices y afirmarle que eso que conocíamos como mente, o como conciencia, era uno de los subproductos de la funcionalidad de la red neuronal que estaba explicando.

En aquel momento no lo sabía, pero, pretenciosamente, le respondí al amigo como si fuese un neurofilósofo naturalista. En realidad no lo soy. No tengo el rodaje de lecturas ni conocimientos para serlo. No estoy seguro de que pudiera, con propiedad, aportar esa afirmación a mi audiencia en ese momento. Ni siquiera sé si alguien pudiese hacerlo. Quizás Gazzaniga pueda. Al menos, eso es lo que ofrece en la introducción del libro que hemos referido. Lo que sí es cierto es que, derivado de los sorprendentes avances en los estudios sobre el cerebro o neurociencia –en mi opinión: por mucho el más apasionante campo de investigación científica en la actualidad-, han surgido nuevas áreas de conocimiento que se vinculan y agrupan alrededor del prefijo “neuro”. Así tenemos: neuromarketing; neuroeconomía; neuropolítica, que es uno de mis objetos de estudio; etc. No debe sorprendernos entonces que existan también los pensadores y estudiosos de la neurofilosofía.

En los últimos años, un creciente grupo de neurocientíficos ha venido ingresando a predios que tradicionalmente estaban reservados para los filósofos. Sus reflexiones han generado cambios en la visión que se tiene sobre la realidad del ser humano. Catedráticos de filosofía como Juan Arana, de la Universidad de Sevilla, ante la avalancha intentan definir una frontera de delimitación entre los dos campos, aunque muy sutil como él mismo lo reconoce. Citándolo: “Un neurocientífico es el que estudia e intenta desvelar lo que, hoy por hoy, cabe averiguar con los procedimientos reconocidos por la comunidad científica sobre el sistema nervioso”. ¿Y un neurofilósofo qué es? “Es aquel que hace una propuesta –racional si se quiere y signifique lo que signifique el calificativo “racional”- acerca de lo que el sistema nervioso es, anticipando todo lo que podremos llegar a saber de él en el futuro”.

Esta posibilidad de poder anticipar es la clave diferenciadora. Es la que hace a Descartes el más importante neurofilósofo de la antigüedad. No siendo capaz de anticipar en 1631, lo que ha averiguado la neuroanatomía y neurofisiología de Don Santiago Ramón y Cajal para acá, Descartes rechaza la idea en aquel tiempo que las acciones y decisiones voluntarias constituyan un reflejo o mecanismo físico que pudiese ser descrito científicamente.  Mientras el cuerpo es gobernado por leyes físicas, la acción humana es causada o movilizada por un agente autónomo que está a cargo: el alma racional. La cual no está hecha de materia. Es decir: no es física; no es mecánica; ni está constreñida a cumplir alguna ley natural. Esta alma es la responsable del pensamiento abstracto, del libre albedrío, de la moralidad y la conciencia. Este es el dualismo mente/cuerpo dentro del cual se inscribía la intervención del profesor en aquel interludio propiciado por una falla eléctrica al que aludí con anterioridad.

 Y a la cual, reitero, respondí con la posición monista –antepuesta a la dualista- que prevalece muy mayoritariamente en los neurofilósofos de la actualidad, a los cuales se les cataloga como neurofilósofos naturalistas. Su tesis se puede resumir a lo siguiente: para entender cualquier asunto relacionado con el sistema nervioso humano, no es ni será nunca necesario recurrir a otra utilería conceptual o explicativa que no sea la suministrada por las ciencias de la naturaleza corrientemente aceptadas. Para los neurofilósofos inscritos en esta escuela naturalista, se trata de refutar cualquier doctrina pluralista; muy en particular el dualismo cartesiano. “Descartes es el principal villano a desacreditar”  nos dice Arana -en "¿Existe algo así como una explicación neuronal de la conciencia?" (2009)-.

¿Cuál es la verdadera respuesta a tan inquietante pregunta sobre dónde están radicadas las funciones de la mente?  ¿Son realizadas por la complejísima red neuronal o conectoma que cada ser humano tiene allí alojado en el interior de su cráneo?

Damasio, uno de los neurofilósofos modernos más difundidos y ecuánimes alrededor de la interrogante planteada, dice al final de su libro best seller, “El Error de Descartes” (2009): “Naturalmente, me gustaría poder decir que sabemos con seguridad la manera por la que el cerebro se mete en el asunto de producir la mente, pero no puedo; y, siento decirlo, nadie puede”. Por ahora, esta es mi respuesta. La que debí responder a mi amigo. Pero, ¿quién sabe si la mantenga dentro de poco? Ahora leo, con mucha expectativa, el libro de Gazzaniga. ¿Me convencerá?

Asdrúbal Romero M
@asdromero

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