jueves, 5 de marzo de 2015

Anécdota marabina sobre la profundidad en las que nos encontramos.

Anécdota sobre la profundidad a la que estamos

Asdrúbal Romero M.

Me encuentro a escasa distancia de atravesar el puente y mi acompañante me sugiere que eche gasolina en una estación de servicio cercana. “En Maracaibo las colas están insoportables”. Ya en espera de proveernos del preciado combustible, nos adentramos en el tema del porqué de las interminables colas. Me cuenta mi interlocutor: “Si tú llenas el tanque y te vas hasta la Concepción -una población ubicada a una media hora de Maracaibo en automóvil-, un poco más allá, puedes vender cuarenta y cuatro litros de gasolina a 1200 bolívares (27,27 Bs/lt). Si te vas hasta Carrasquero, más cerca de la frontera, te los compran a 1600 bolívares (36,36 Bs/lt). Si te arriesgas hasta el río Limón, te los arrebatan a 2000 bolívares (45,45 Bs/lt). En esos puntos de recolección te sacan los litros y van llenando pipas que luego serán transportadas hacia Colombia”. Un trabajo sencillo y mucho más rentable que ser un maestro de escuela. Uno comienza a entender cómo el contrabando de gasolina se ha erigido en la principal actividad económica en toda la zona fronteriza. Se ha estructurado una inmensa red de extracción que se alimenta de innumerables pequeños suplidores, sin contar los voluminosos cargamentos que manejan los capos más poderosos. ¿Y a cuánto pagan el litro del otro lado? –pregunto-. “El precio varía día a día, en septiembre del año pasado lo pagaban a 40 bolívares. Una simple regla de tres con los datos de la hoja Excel de “DolarToday” te arrojará que ese precio debe estar a punto de triplicarse” –en Colombia un litro de gasolina se vende a un poco más de ochenta y dos céntimos de dólar-. Con razón, en un momento de la conversación mi interlocutor se muestra muy pesimista al decirme: “va a ser muy difícil que algún día logren acabar con esa industria del bachaqueo”.
No le digo nada. Me quedo pensando. Siempre había despachado el tema apelando al criterio teórico de que el día que en Venezuela se sincerara el precio de la gasolina, el incentivo económico para tal actividad ilegal cesaría. Si bien esto no deja de ser verdad, surge la interrogante: ¿Qué implica a estas alturas sincerar el precio de la gasolina en nuestro país? Si se le asigna un precio de cinco bolívares por litro, es decir: que llenar un tanque estándar de cincuenta litros nos costaría 250 bolívares, cincuenta veces el costo actual, el incentivo para el contrabando de la gasolina  apenas sufriría una pequeña merma. Y si lo ponen a 10,  a 20, a 30, el incentivo iría mermando pero aun así seguiría siendo muy rentable el bachaqueo de gasolina. ¿Y qué tal si nos imaginamos la situación límite de llevarlo a 120 Bs el litro para acabar de una vez por todas con esa actividad ilegal? Entonces llenar el tanque nos costaría seis mil bolívares. Casi nadie en este país podría darse el lujo de movilizar su vehículo.     
Mi estimado interlocutor tenía razón. El costo de la gasolina ya se ha hecho “insincerable” en nuestro país. Al menos, por ahora. Esta anécdota puede ayudarnos a visualizar el sótano de irracionalidad en el que nos han sepultado  estos señores que nunca han tenido la más mínima idea de cómo administrar un país en un mundo globalizado. Han sido tantos años de mentir tanto, de correr la arruga tan descarada e irresponsablemente, de negarse a reconocer las más evidentes realidades económicas, de despreciar los más elementales criterios técnicos, que ahora nos encontramos sumergidos todos en un pozo de irrealidad tal, que montarnos en el ascensor que nos devuelva a la realidad del mundo actual  se aprecia como una tarea titánica con un explosivo costo social para todos. La misma curva exponencial de incremento del precio del dólar innombrable, nos va dando indicio de la velocidad a la que hemos ido descendiendo hacia un sótano de profundidades cada vez más insondables –supongo que ya no habrá duda que vamos descendiendo a una velocidad que aumenta en proporción al descenso que hemos registrado hasta ese momento (ley exponencial)-.
¿Cómo detenemos este sinsentido? Mientras más descendamos, las dificultades para montarnos en el ascensor serán mucho más complejas. La anécdota de la gasolina la podemos trasladar a otros planos de nuestra realidad social y económica. Podríamos trasladarla al análisis de propuestas como la dolarización que muchos asoman, que a mí en lo personal me atrae porque la percibo como un ascensor hacia la realidad, pero que, en paralelo a ella,  es menester entrarle al complejísimo tema de cómo ir moderando el impacto social, en sus múltiples e insospechadas ramificaciones. Esto es válido para cualquier otra estrategia alternativa que pretenda sacarnos de esta ficción loca que hemos vivido para retrotraernos de nuevo a la realidad. Tal parece que a este Régimen lo que le va, finalmente, a inferir la estocada final es el dólar: ¿Y entonces qué?


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