sábado, 23 de mayo de 2020

Pensando en la Venezuela del Futuro (I)


¿El "Ascensor" Paternalista?

@asdromero


A raíz de mi anterior trabajo publicado en este blog, “El Ascensor Salarial”, se produjo una amplia diversidad de comentarios sobre los cuales, he pensado, bien vale la pena exponer algunas reflexiones para el debate. El intercambio de ideas; tesis; propuestas; escenarios, sobre el futuro de Venezuela es indispensable. A este debate le pondría como única restricción el que parta de la descarnada realidad en la que nos encontramos –lo que no excluye la constante actualización del análisis de entorno internacional-.

Pude constatar muy buena aceptación y comprensión al planteamiento del “Ascensor”, aunque mi audiencia pudiera calificarse de sesgada en ese sentido al estar integrada, en su mayoría, por personas que se han desempeñado buena parte de su vida laboral y/o profesional en el sector público. Era predecible que, por estar más consustanciada y sensibilizada con la compleja problemática  que ha venido paralizando al sector, el planteamiento generase más simpatías que antipatías.

Lo interesante es que la posibilidad de proponer un ascensor salarial para un determinado segmento laboral, alimentado con recursos provenientes de crédito externo, también levantó opiniones contrarias.  Considero muy importante visibilizarlas a fin de ubicarlas en el debido espacio que les corresponde en el necesario debate. Una de las corrientes de antipatía, la resumiría de una manera coloquial para exponerla en su mayor crudeza conforme al siguiente relato: El “Ascensor” es un planteamiento demagógico y populista para seguir manteniendo a un sector público muy ineficiente. Después de releer, reconozco haberla edulcorado un poco, la versión más radical de la animadversión: "para seguir manteniendo a “una cuerda de vagos”. ¿Qué se puede decir al respecto?

Me atrevería a iniciar este debate, que podría alcanzar niveles muy cruentos, tratando de identificar y separar las fuentes de esa animadversión. Puede provenir de un estudiante, todavía simpatizante del Régimen, que ha visto como la funcionalidad de la universidad donde cursa estudios se ha venido reduciendo a casi cero, y opta, más emocional que racionalmente, por asignarle las culpas  a las autoridades locales y a sus profesores. A este tipo de actitudes, las congregaría bajo la fuente del Resentimiento.

Esta subcorriente de antipatías en mi opinión no es justa. Se nutre puntualmente de disfuncionalidades del sector público que nadie puede negar, pero cuya causalidad es adjudicable en un porcentaje muy mayoritario al Régimen Destructor. Por ejemplo: ¿De qué se van a quejar maestros que ni siquiera asisten a sus escuelas pero si cobran quince y último sus respectivas becas? –para este segmento del resentimiento los ínfimos salarios  son percibidos como becas-.  En sus mentes incapaces de valorar objetivamente la realidad, una consecuencia de la destrucción catastrófica es transmutada en causa y argumento para su animadversión. Es sabido que la codificación neuronal de las emociones ligadas al resentimiento, cocinada oportunamente con dosis del ingrediente activo del adoctrinamiento crea una gruesa capa de obnubilación cerebral.

La eficiencia de nuestro sector público  venía manifestando a mediados de los noventa una severa pendiente de desmejora. En el caso de la Educación Superior, un informe del Banco Mundial de esa época reflejaba  preocupantes ineficiencias. Como Rector de una universidad nacional autónoma que le correspondió vivir la transición de la cuarta hacia el régimen chavista, dejo constancia de mi testimonio que no se venían haciendo las cosas bien en la esfera de lo público. Pero, Chávez, teniendo la oportunidad de haber ordenado muchos aspectos del devenir nacional, impulsó un proceso agravador de todas las tendencias negativas, que ha terminado convirtiéndose, en manos de su adorado hijo, en una tormenta devoradora de lo público. Ni los hospitales, ni los tribunales, ni los ministerios, ni las escuelas, ni las universidades pueden funcionar. Ya casi no se puede realizar ninguna labor útil en el amplio y diverso abanico de los organismos públicos. Esta tendencia tiene su obligado correlato en la casi imposibilidad total de obtener beneficios ciudadanos de los ínfimos sueldos que, quincenalmente, se cancelan a un muy acrecentado funcionariado público.

Si definiéramos un índice de ineficiencia como la relación entre el valor de la nómina pública y el de los beneficios obtenidos de ese pago –un cociente-, tenemos tiempo tendiendo hacia la ineficiencia infinita, porque los beneficios han venido tendiendo a cero, con prescindencia del valor de lo que va  en el numerador: el monto de la nómina. Este régimen destruyó los salarios a través de un camino muy original que pareciese que muchos no se han dado cuenta. Primero destruyó para los trabajadores del sector público: la posibilidad de hacer labor útil. Y luego, pues luego: ¿Ya qué importan los salarios que se paguen? Siempre algunos enfermos mentales podrán esgrimir el argumento que se han convertido en becarios.


Buscando ahorrar palabras, he recurrido a un dibujo extremo pero esclarecedor –por eso me encantan los argumentos extremos-. Opinar sobre el alcance que podría abarcar una reflotación del sector público –para lo cual no olvidemos lo planteado en el trabajo anterior: se requerirá de utilizar una porción de la ayuda financiera externa-, sobre el criterio de la ineficiencia de lo público en el momento actual es un sinsentido. Por supuesto, cualquier iniciativa en el orden de preservar una cierta capacidad de servicios públicos fundamentales tendría que ser sometida a criterios de austeridad, transparencia y eficiencia en su rediseño.

Ahora bien, apartándonos de esta subcorriente de antipatía hacia el “Ascensor” cuya fuente ya hemos caracterizado, en mi intercambio de opiniones con la comunidad tuitera ha surgido otra, con mayor validez de origen porque la respalda un incontrovertible sustento ideológico. Parte de una interrogante que cito: “¿Realmente queremos que el Estado siga educando? Yo no. Yo quiero al Estado fuera de la educación”. Es la afirmación de un amigo que manifiesta pertenecer al Movimiento Libertario de Venezuela. Expresa además: “En realidad debe reconocerse que la catástrofe se debe a la educación que tuvimos: fuimos educados por el Estado y aprendimos a depender del Estado, incluso en el ámbito privado”. En este argumento, el interlocutor se apoya en mi texto, en el cual incluyo a nuestra educación  como uno de los factores causales de que hayamos arribado “a esta situación de ESTADO CATASTRÓFICO” –aunque sin argumentación: ¡Es tema para todo un ensayo!-.

Yván[1] se pronuncia por la tesis de un estado mínimo: “El Estado, si acaso queda algo de él después de la debacle, tendría que enfocarse en proteger los bienes jurídicos superiores, a mi juicio: la vida, la libertad y la propiedad privada. Todo lo demás tendría que emerger del propio tejido de la sociedad civil”. He aquí un tema fundamental al cual debe asignársele y respetársele un espacio de discusión. Opino, como se lo expresé, que todo está tan destruido que se nos abre una inmensa ventana: La oportunidad de revisar todo; de plantearnos la ambiciosa meta de un rediseño bastante integral. Quizás en esta línea, se ha perdido tiempo y no se ha evidenciado el propósito de discutir con profundidad y auténtica sinceridad: ¿Qué hicimos mal? Porque algo tuvimos que haber hecho mal para estar como estamos. Por lo tanto, a estas alturas, todo debiera ser revisable y nada debiera darse por sentado.

Confieso que al Plan País no lo he analizado en profundidad y les voy a decir porqué: de mi primera lectura superficial encontré una  gran similitud con la tesis programática de las campañas de Henrique Capriles (2012 y 2014). Una lista de muy excelentes buenos deseos, donde no se aportaba ninguna referencia a algún libro secreto, que sólo algunos privilegiados pudiéramos leer, sobre cómo se iba a lograr pasar de la Venezuela semidestruida – a los efectos de comparación con el estado actual- a ese dibujo soñado. En cierta forma, internalicé una sensación parecida  a la de los primeros tiempos de Chávez (1999): invirtiendo un tiempo precioso en regalarse una constitución muy bonita en el papel, garantista de un encomiable portafolio de derechos sociales y ciudadanos, todos los cuales han sido vergonzosamente violados desde su promulgación. También, tuve la sensación en el 2012 que en Venezuela todavía pensábamos que podíamos retornar a esa especie de variante de ESTADO BENEFACTOR, en cierta formar similar al estado de bienestar (o “welfare”) europeo, que la renta petrolera nos había permitido disfrutar. No se planteaba ni siquiera un tímido cambio de relato para el país.

No tengo ningún problema en reconocer que hasta a mi ese deseo de retorno al paternalismo me parecía natural. Después de todo, fui levantado en esa cultura y, como ser humano, me es difícil abstraerme de la tendencia a racionalizar como un argumento atractivo, el efecto de emociones positivas codificadas en la memoria más profunda de mi red neuronal como actor y beneficiario del paternalismo rentista. Haber sido partícipe como universitario del más poderoso mecanismo de movilidad social vertical que implementó la democracia en nuestro país, me resultó ser una experiencia extremadamente gratificante. Y no tanto, por haber sido beneficiado con la gratuidad, no albergo duda que mi padre habría sido capaz de financiar mis estudios en la UCAB – a la cual menciono porque varios de mis amigos que estudiaron conmigo en el Colegio Gonzaga (Maracaibo) viajaron a Caracas  a estudiar en ella-, sino porque me correspondió ser testigo privilegiado de cómo gente inteligente, muy valiosa, que todavía hoy anda regando frutos positivos por el mundo, pudo obtener su grado teniendo sus padres una situación de vulnerabilidad social que les hubiese impedido tener hijos universitarios en la gran mayoría de los países. Todavía los venezolanos que emigran hoy a países como Chile, Perú o Colombia sufren ese drama.

Es decir, querría que mi Venezuela futura siguiera teniendo universidades como la que disfruté (¡Pero más eficientes!). Y que haya escuelas públicas gratuitas con al menos dos comidas para los niños –así los padres estarán más motivados para enviarles- y su unidad de transporte escolar que los recoja. Y una sanidad pública como la que existe en Europa. Quiero decir con esto que no asumo la posición liberal por la que aboga un venezolano joven como Yván. Toda la esencia de lo que soy, y he sido, me dificulta con potencia asumir una posición tan radicalmente distinta a lo que fue la Venezuela del pasado, pero quizás sea lo que nos toque. Por eso la tesis por la que se pronuncia Yván y que, seguramente, le resultará atractiva a muchos jóvenes que les ha correspondido tener una experiencia muy distinta a la nuestra: luchar sin ayuda para sobrevivir y alcanzar relativo éxito en un cambiante y desafiante sector del emprendimiento privado, debe ser discutida con exhaustividad. No puede ser desestimada de plano como, de hecho, la ha sido hasta ahora.

Han trascurrido ocho años desde la primera campaña de Capriles. En los últimos seis, el hundimiento ha sido estrepitoso. El sector público está totalmente hipertrofiado. Disgregado en un descomunal conjunto de elefantes blancos, entidades gubernamentales o públicas autónomas, cuya principalísima función reside en departamentos de nómina abocados a pagar sueldos y salarios que algunos resentidos, pero no sólo ellos, comienzan a percibir como “becas”. Aunado a ello, tenemos un modelo de jubilaciones y pensiones literalmente roto –incapaz por sus propios medios de sostener el poder adquisitivo de los montos jubilatorios-. Percibo como poco viable la sostenibilidad política de un planteamiento como el postulado por el Movimiento Liberal. Preferiría una solución en algún punto de equilibrio intermedio. Pero tampoco se puede saber si eso será posible. Depende de los recursos financieros que se puedan conseguir. De allí la tesis del ascensor salarial que a algunos cuantos no les gusta ni les convence. Y esto no es malo. Es bueno que se manifieste una visión alternativa de la Venezuela que habrá de venir. La discusión entre extremos ilumina el punto gris donde pueda encontrarse el equilibrio.

Recientemente, recibí a través del chat de la Comisión de Educación de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat, una presentación del Ingeniero Werner Corrales Leal de su ponencia: ‘Construir la nueva Venezuela en escenarios post pandemia” –presentada en el II Congreso Internacional “Venezuela: Tensiones, Conflicto y Paz”, organizado por la Universidad de Roma-. Recomiendo su lectura.  Werner cree que el reto de Venezuela transciende ya a la “Reconstrucción” -el necesario e indispensable cambio de relato-.  Pero hay dos aspectos que él señala que están relacionadas con este trabajo. Él actualiza la estimación del monto de recursos externos requeridos en ciento veinte mil millones de dólares. En las discusiones del TREN que referí en el trabajo anterior, estimábamos en aquella época un monto entre los cuarenta y los sesenta mil millones de dólares. Cada mes que pasa, este monto se incrementa y el hundimiento salarial se profundiza.

El segundo aspecto tiene que ver con el análisis del entorno internacional en el escenario post pandemia y las dificultades que se derivan de ella para acceder a esos recursos externos, habida cuenta que se va a multiplicar el número de países demandantes de este tipo de ayudas. Esta es la realidad económica en la que estamos ubicados y que lo condiciona todo. Quizás ocurra que una comisión X se atreva  a incluir los recursos requeridos para la implantación de alguna modalidad de ascensor salarial,  a la comisión supranacional  con la responsabilidad de pronunciarse, técnicamente, sobre la distribución de los recursos contemplados en la ayuda financiera externa, y reciba una respuesta negativa de llamativa rotundidad: ¿Están locos? ¿Prestarles para que ustedes les eleven los salarios a empleados públicos?-.

Aunque genere rechazo soberano, lo imaginado puede acontecer.  ¿Y cómo haremos entonces? Sin recursos, no será viable la reflotación de un sector público con alguna responsabilidad, así sea reducida, en el desempeño de funciones de bienestar social. El paternalismo cesará abruptamente como lo demanda una tendencia creciente de jóvenes como Yván: “El paternalismo de Estado dio sus frutos y todos los conocemos y todos hemos saboreado su pulpa amarga. No me apetece sembrar más paternalismo. Hay que sembrar un árbol diferente”. Tal escenario es posible. ¡Hay que incluirlo dentro de las opciones!





[1] Yván Ecarri Gómez. Miembro del Movimiento Libertario de Venezuela @MovLibVzla 

2 comentarios:

  1. Asdrúbal: he leído todo el artículo. La reacción de Yvan es consecuencia de lo visto. Nosotros como jóvenes disfrutamos de un "paternalismo de estado" que fue relativamente eficiente mientras las cabezas del Estado tenían más temor a ser señalados de corruptos y pasar por debajo de la mesa, que ser el centro de las conversaciones. Volviendo al tema: creo que algunas veces, te mencioné que la posibilidad de reconstruir este país, pasaba por la etapa de su destrucción total. Mientras se mantengan ciertas estructuras que recuerden la administración fracasada, será difícil construir o reconstruir, porque además, hay que tener cuidado con el complejo de Adán, tal como les ocurrió a CAP y HChF, dada la especial circunstancia de la inmensidad de recursos. El otro aspecto, muy importante quizás, sea la "humildad debida" de la dirigencia central del país. La concentración o hiperconcentración del poder estimulada por Chávez emulando a Fidel en La Habana, trae destrucción. Un detalle: las Alcaldías se apellidan "bolivarianas" y se han convertido en apéndices de la Gobernaciones de Estado con la extraordinaria dependencia de los Alcaldes de las decisiones centralizadas. ¿Qué hacer? El diagnóstico se tiene, pero falta una encuesta: la de la población; habría que preguntarle a la gente: ¿Que eliminaría? ¿Cómo le gustaría que fueran las relaciones de trabajo? ¿Creen en una reconstrucción de un país para: "sus hijos y nietos" en el cual los padres se sacrifican trabajando por encima del horario normal? Tengo demasiadas notas controversiales en mi mente, incluso no publicables. El país, hermano, necesita una reformulación "genética" en muchos aspectos. Por ahora, lo dejo aquí.

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    1. Muy de acuerdo con tus comentarios hermano. Probando a ver si esta vez puedo responder exitosamente. Usualmente el blogger no me deja(tienen una falla de software).

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Aunque lo he intentado por múltiples vías a mi se me hace imposible responder comentarios en este blog. No quiere decir esto que no los lea.