miércoles, 14 de marzo de 2018

Un relato con sus lecturas políticas encriptadas



Pequeñas Venganzas Ficticias


Asdrúbal Romero (@asdromero)

Seis de la mañana en la avenida Lara. Marina ve con desespero como a las camionetas no las dejan ni siquiera llegar a la parada. En cuanto una se asoma, el gentío corre hacia ellas y se arma el despelote. Serán pocos de los que se arremolinan a su alrededor, los que logren montarse después de unos cuantos forcejeos y codazos. Sabe, por su edad, que no tiene ningún chance en esos torneos mañaneros. Con el correr de los meses y la mayor escasez de unidades de transporte, se han hecho parte de la inédita rutina que padecen los centenares de personas que persiguen con ansiedad movilizarse hacia sus lugares de trabajo.

Levantada desde las cuatro y media, ya no le es posible estimar a qué hora podrá llegar a la residencia donde presta sus servicios. Agolpada con otros en la acera de Colchoganga,  transcurren los minutos en paciente espera. Casi las siete, el escenario se mantiene congestionado. Han aparecido muy pocas camionetas. Se le acerca una joven y le pregunta si estaría dispuesta a responderle una encuesta. Muy corta, le añade, sin esperar respuesta. Marina la ve y mueve su cabeza en gesto negativo. Como si estuviese preparada para ese tipo de resistencia,  la joven le dice: es mi trabajo, ayúdame, te brindo un cafecito. Saca de su bolso un pequeño termo y un lotecito de pequeños vasos. Sorprendida por la conducta habilidosa de la encuestadora, Marina accede.

-¿Piensas votar en las próximas elecciones para gobernador?
-Soy colombiana de nacimiento, pero desde que me entregaron mi cédula venezolana siempre he votado.
-¿Conoces a los candidatos?
-He escuchado hablar del que casi estuvo a punto de desnudarse en un mitin. ¡Sinvergüenza! Pero yo voto por el de la Oposición, el que pongan.

Animada por el cafecito, la dura en primera apariencia para ser encuestada abandona su mutismo inicial y se despepita a hablar mal de los que han destruido ese “bello país que era la Venezuela cuando llegué a Caracas”. Lanza epítetos a diestra y siniestra en contra de los chavistas. La joven, a pesar de la sorpresiva verborrea de su interlocutora, logra llenar los otros renglones de la encuesta. Se despide contenta. Ese día, Marina no puede asistir a su trabajo. Al terminar su conversa con la joven, se entera de la razón por la que la mayoría de los camioneteros no han salido ese día a cubrir sus rutas. Paro de transporte. ¡Otro incremento de pasaje en puerta!

El miércoles justo después de las elecciones regionales. Marina y su “patrono” comparten su primer cafecito de la mañana. A ella le encanta hablar de política con su jefe por ese día.

-¿Siempre acudiste a votar?
-¿A qué no sabe lo que me ha pasado Sr. Asdrúbal? El hombre que me vende el CLAP se me ha presentado a las ocho de la mañana en el anexo. Me dijo que teníamos que ir al Punto Rojo. Le dije que no quería ir a votar. Insistió tanto que no me quedó más remedio que acompañarle.

Inmediatamente pensé que lo de la “insistencia” era una versión edulcorada de la presión que le habría hecho el susodicho. La dejé que continuara.

-Chequearon que no había votado. El hombre me tomó una foto.
-¿Del voto?
-No, Sr. Asdrúbal, ¿cómo cree? Una foto mía en el Punto Rojo.

Me imaginé al jefe del vendedor de CLAPs dándole instrucciones. Me traes una foto de cada uno de los que lleves a votar. Esta vez no nos vamos a calar que cada cual haga lo que le dé la gana. El Partido no quiere otra sorpresita como la del 15D. ¿Quieres seguir vendiendo CLAPs? Te me presentas aquí con todas las foticos de los que tú eres responsable. Si a mí me sacan de esta vaina, ten por seguro que a ti también.

-¿Y votaste? –le repregunté-.
-Sí, voté porque el que me aconsejó, pero no sé si con la tarjeta que usted me enseñó. Me puse muy nerviosa Sr. Asdrúbal.

Siete años conociéndola. Ya sabía cuándo me mentía. Había detectado en ella una incipiente tendencia a una  particular mitomanía, en la que se percibía a sí misma como una ardiente predicadora callejera del antichavismo. Solía extenderse, hasta activar mis neuronas de la incredulidad, relatándome de cómo les decía del mal que iban a morir a cuánto chavista se cruzara con ella defendiendo al Régimen. Fuera en las colas, en las camioneticas o en el CDI cercano  a su casa donde tenía de amigas a unas médicos cubanas, siempre conseguía arrestos en su calenturienta imaginación para enfrentárseles con inusual valentía. No soy psicólogo, pero de mi afición a las neurociencias y sus ramificaciones había podido inferir que Marina se había inventado en su cerebro un personaje, una especie de alter ego como ¨El Otro Yo del Dr. Merengue¨ de mis caricaturas domingueras en Panorama cuando era niño. Con el transcurrir del tiempo, había perfeccionado sus performances con ese alter ego suyo, a través del cual disfrutaba con fruición de sus pequeñas venganzas.  Le añadía cada vez mayores detalles a sus actuaciones ficticias. Quizás tratando de imprimirle mayor verosimilitud a sus relatos, aunque lograra en mi percepción justo el efecto contrario. Eran cada vez más atrevidos, llegando en sus más recientes narraciones a situaciones de una inminente violencia que nunca alcanzaban a consumarse. Muy valiente, sí, pero la habían llevado obligada al Punto Rojo. Marina hizo caso omiso de mi silencio y continuó narrándome sus peripecias del día de las elecciones.

-A las doce del mediodía me llegó la Presidenta de la asociación que hicimos para que nos dieran una casita por la Misión Vivienda.
-¿También? –razoné que en esta oportunidad el Régimen se había bien puesto las pilas-.

Tenía ya varios años Marina con ese sueño por el kino prometido, del cual los malvados se encargaban de renovarle sus quinticos cada vez que necesitaban de su voto.

-A pesar de que le insistí que ya había votado, tuve que acompañarla de nuevo al Punto Rojo. Chequearon que ya lo había hecho, pero aun así también me tomó una foto.

Bueno Marina, al menos saliste bien retratada este domingo –se lo endulzé de esa manera como para cerrar la conversación-. ¿Para qué iba a inferirle otra herida a su dignidad humillada? Mejor dejarla creyendo que había hecho mía su versión del voto rebelde. También en mis neuronas hay tantas experiencias acumuladas. En mis largas andanzas, no todas caballerescas, por los patios donde se dirimen las inclementes luchas por el poder, conocí de varios métodos para el aseguramiento del voto del elector extorsionado. Fui víctima como candidato un par de veces. ¡Qué haya sabido! Mi memoria me obliga a reconocer también que en una ocasión fui partícipe activo, sólo para garantizarles a quienes desconfiaban de mí que cumplía fielmente con los mandatos del innombrable pacto. Marina, a estas alturas de mi correosa vida política,  nunca podría hacerme creer que teniendo el Régimen precisada su exacta ubicación física como votante; asignada la persona responsable de buscarla y hacerle cumplir su supuesta obligación como electora objeto de extorsión -por el mero hecho de ser beneficiaria de unos programas sociales a los que tenía pleno derecho dada su condición de ciudadana-;  iba a dejar como cabo suelto el último eslabón de su cadena de dominación: la certeza de la emisión del voto cautivo.

Todos estos pensamientos se volcaron a mi plano consciente, provenientes, algunos, de recónditos parajes que creía ya sepultados por los años, cuando me levanté de la mesa. La política cuando se ensucia es así. Y qué duda pueden abrigar los pobladores de este destruido país, de no ser para quienes detentan el poder más  que ratones de un laboratorio de experimentación ya probado; de estar inmersos en una sucia, infame, maligna e inhumana estrategia de dominación política.  

Me dirigí a mi habitación. Prefería no conocer más de esa terrible realidad que continuaba avanzando con la pretensión de convertirnos a todos en prisioneros de ella. Opté, para distraerme de la sensación de impotencia que me perseguía, por abrir el twitter. Sólo para encontrarme con ese chirriante desencuentro de interpretaciones políticas sobre las causas del desconcertante resultado en las comentadas elecciones regionales. Una torre de Babel donde cada cual hablaba desde el encierro en su propia jerga, para apuntar culpas en los libros del “debe” de las otras tribus. El Régimen disfrutando su mejor logro: el habernos fragmentado, lo cual acrecentaba el mal humor impregnado por el relato de Marina. ¿Cuántos como el de ella? En esas narrativas residía la verdadera encuesta y no en las que embelesan fundamentadas en un altísimo porcentaje de rechazo a Maduro que, siendo real, ya no representa un decisivo valor electoral. Tales eran mis reflexiones, cuando la voz de mi fiel servidora capturó de nuevo mi atención.

Le respondí desde el cuarto una sencilla consulta doméstica. Su voz la había escuchado como si fuese de una víctima en algún campo de concentración. ¡Primera vez! Esta vez la ficción era mía. Nada podría distraerme. Lo sensato era rendirme al acoso de todo lo que volaba en mi mente a causa de una confesión cuyo reconocimiento suyo no era necesario. Continuar hurgando en ello. Nadie puede culparles, me dije.   Tampoco es que son tontos.  Saben que se aprovechan de su vulnerabilidad, creada con esa intención por quienes dirigen el mecanismo de extorsión. Utilizan como herramienta la insatisfacción de sus necesidades más básicas como seres humanos. Deben odiarles, a los capos, y a quienes asumen su representación, aunque lo oculten en lo más profundo de sus entrañas. Están conscientes que no pueden exteriorizar ese odio, no son libres para hacerlo, pero está allí esperando su oportunidad para ser liberado. O quizás, se vayan desprendiendo de él mediante pequeñas venganzas ficticias. ¡Cómo Marina!

Son clientes de una maldad que no tendrá perdón ni en los cielos.   Por ahora, no les queda más que resignarse a su cautiverio y quién podría atreverse a criticarles por ello.  Mientras tanto, pasando hambre, jugándose la vida  con males menores cuya atención se les ha hecho inalcanzable, presos en un destino sin progreso, cuántos, como mi humilde servidora, no hilvanarán en sus mentes ficciones que les ayuden a mitigar el sentimiento de saberse humillados en lo muy poco que les queda: la dignidad inherente a su condición humana. Algunas muy minúsculas, aun así placenteras, como la de responder una encuesta como si  se disfrutara de una libertad que en la realidad les ha sido arrebatada.

La fenomenología del cómo se produce la implantación neuronal de esas ficticias experiencias remediales como si de verdad hubiesen sido vividas, los estudiosos del cerebro humano la incluyen todavía en la lista de las interrogantes no resueltas. ¡Mentiras que pasan a ser incorporadas como verdades! Fue así cómo aquel día comprendí a ese otro yo de Marina con quien ella compartía sus memorias.    


2 comentarios:

  1. Este ha sido un articulo muy crudo sobre la realida
    venezolana con un humor que raya mas en lo negro, pero con un mensaje sobre la doble personalidad que viven los que soportan a este nefasto y cruel gobierno.Como seguidor de tus escritos desde que fuiste candidato a rector podria decir que has hecho un gran guion para una pelicula tal como el famoso secuestro express internacionalizada por venezolanos, creo que tu personalidad de amante del cine se va apoderando de tu intelecto en un pais que hay que ser valiente y poeta para seguir viviendo alli.

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