Pequeñas Venganzas Ficticias
Asdrúbal Romero (@asdromero)
Seis
de la mañana en la avenida Lara. Marina ve con desespero como a las camionetas
no las dejan ni siquiera llegar a la parada. En cuanto una se asoma, el gentío
corre hacia ellas y se arma el despelote. Serán pocos de los que se arremolinan
a su alrededor, los que logren montarse después de unos cuantos forcejeos y
codazos. Sabe, por su edad, que no tiene ningún chance en esos torneos
mañaneros. Con el correr de los meses y la mayor escasez de unidades de
transporte, se han hecho parte de la inédita rutina que padecen los centenares
de personas que persiguen con ansiedad movilizarse hacia sus lugares de
trabajo.
Levantada
desde las cuatro y media, ya no le es posible estimar a qué hora podrá llegar a
la residencia donde presta sus servicios. Agolpada con otros en la acera de
Colchoganga, transcurren los minutos en
paciente espera. Casi las siete, el escenario se mantiene congestionado. Han
aparecido muy pocas camionetas. Se le acerca una joven y le pregunta si estaría
dispuesta a responderle una encuesta. Muy corta, le añade, sin esperar
respuesta. Marina la ve y mueve su cabeza en gesto negativo. Como si estuviese
preparada para ese tipo de resistencia,
la joven le dice: es mi trabajo, ayúdame, te brindo un cafecito. Saca de
su bolso un pequeño termo y un lotecito de pequeños vasos. Sorprendida por la
conducta habilidosa de la encuestadora, Marina accede.
-¿Piensas
votar en las próximas elecciones para gobernador?
-Soy
colombiana de nacimiento, pero desde que me entregaron mi cédula venezolana
siempre he votado.
-¿Conoces
a los candidatos?
-He
escuchado hablar del que casi estuvo a punto de desnudarse en un mitin. ¡Sinvergüenza! Pero yo voto por el de la Oposición,
el que pongan.
Animada
por el cafecito, la dura en primera apariencia para ser encuestada abandona su
mutismo inicial y se despepita a hablar mal de los que han destruido ese “bello
país que era la Venezuela cuando llegué a Caracas”. Lanza epítetos a diestra y
siniestra en contra de los chavistas. La joven, a pesar de la sorpresiva
verborrea de su interlocutora, logra llenar los otros renglones de la encuesta.
Se despide contenta. Ese día, Marina no puede asistir a su trabajo. Al terminar
su conversa con la joven, se entera de la razón por la que la mayoría de los
camioneteros no han salido ese día a cubrir sus rutas. Paro de transporte. ¡Otro
incremento de pasaje en puerta!
El
miércoles justo después de las elecciones regionales. Marina y su “patrono”
comparten su primer cafecito de la mañana. A ella le encanta hablar de política
con su jefe por ese día.
-¿Siempre
acudiste a votar?
-¿A
qué no sabe lo que me ha pasado Sr. Asdrúbal? El hombre que me vende el CLAP se
me ha presentado a las ocho de la mañana en el anexo. Me dijo que teníamos que
ir al Punto Rojo. Le dije que no quería ir a votar. Insistió tanto que no me
quedó más remedio que acompañarle.
Inmediatamente
pensé que lo de la “insistencia” era una versión edulcorada de la presión que
le habría hecho el susodicho. La dejé que continuara.
-Chequearon
que no había votado. El hombre me tomó una foto.
-¿Del
voto?
-No,
Sr. Asdrúbal, ¿cómo cree? Una foto mía en el Punto Rojo.
Me
imaginé al jefe del vendedor de CLAPs dándole instrucciones. Me traes una foto
de cada uno de los que lleves a votar. Esta vez no nos vamos a calar que cada
cual haga lo que le dé la gana. El Partido no quiere otra sorpresita como la
del 15D. ¿Quieres seguir vendiendo CLAPs? Te me presentas aquí con todas las
foticos de los que tú eres responsable. Si a mí me sacan de esta vaina, ten por
seguro que a ti también.
-¿Y
votaste? –le repregunté-.
-Sí,
voté porque el que me aconsejó, pero no sé si con la tarjeta que usted me
enseñó. Me puse muy nerviosa Sr. Asdrúbal.
Siete
años conociéndola. Ya sabía cuándo me mentía. Había detectado en ella una
incipiente tendencia a una particular mitomanía,
en la que se percibía a sí misma como una ardiente predicadora callejera del
antichavismo. Solía extenderse, hasta activar mis neuronas de la incredulidad,
relatándome de cómo les decía del mal que iban a morir a cuánto chavista se
cruzara con ella defendiendo al Régimen. Fuera en las colas, en las
camioneticas o en el CDI cercano a su
casa donde tenía de amigas a unas médicos cubanas, siempre conseguía arrestos
en su calenturienta imaginación para enfrentárseles con inusual valentía. No
soy psicólogo, pero de mi afición a las neurociencias y sus ramificaciones
había podido inferir que Marina se había inventado en su cerebro un personaje,
una especie de alter ego como ¨El Otro Yo del Dr. Merengue¨ de mis caricaturas domingueras
en Panorama cuando era niño. Con el transcurrir del tiempo, había perfeccionado
sus performances con ese alter ego suyo, a través del cual disfrutaba con
fruición de sus pequeñas venganzas. Le
añadía cada vez mayores detalles a sus actuaciones ficticias. Quizás tratando
de imprimirle mayor verosimilitud a sus relatos, aunque lograra en mi
percepción justo el efecto contrario. Eran cada vez más atrevidos, llegando en
sus más recientes narraciones a situaciones de una inminente violencia que
nunca alcanzaban a consumarse. Muy valiente, sí, pero la habían llevado obligada
al Punto Rojo. Marina hizo caso omiso de mi silencio y continuó narrándome sus
peripecias del día de las elecciones.
-A
las doce del mediodía me llegó la Presidenta de la asociación que hicimos para
que nos dieran una casita por la Misión Vivienda.
-¿También?
–razoné que en esta oportunidad el Régimen se había bien puesto las pilas-.
Tenía
ya varios años Marina con ese sueño por el kino prometido, del cual los
malvados se encargaban de renovarle sus quinticos cada vez que necesitaban de
su voto.
-A
pesar de que le insistí que ya había votado, tuve que acompañarla de nuevo al
Punto Rojo. Chequearon que ya lo había hecho, pero aun así también me tomó una
foto.
Bueno
Marina, al menos saliste bien retratada este domingo –se lo endulzé de esa
manera como para cerrar la conversación-. ¿Para qué iba a inferirle otra herida
a su dignidad humillada? Mejor dejarla creyendo que había hecho mía su versión
del voto rebelde. También en mis neuronas hay tantas experiencias acumuladas. En
mis largas andanzas, no todas caballerescas, por los patios donde se dirimen
las inclementes luchas por el poder, conocí de varios métodos para el
aseguramiento del voto del elector extorsionado. Fui víctima como candidato un
par de veces. ¡Qué haya sabido! Mi memoria me obliga a reconocer también que en
una ocasión fui partícipe activo, sólo para garantizarles a quienes
desconfiaban de mí que cumplía fielmente con los mandatos del innombrable
pacto. Marina, a estas alturas de mi correosa vida política, nunca podría hacerme creer que teniendo el
Régimen precisada su exacta ubicación física como votante; asignada la persona
responsable de buscarla y hacerle cumplir su supuesta obligación como electora
objeto de extorsión -por el mero hecho de ser beneficiaria de unos programas
sociales a los que tenía pleno derecho dada su condición de ciudadana-; iba a dejar como cabo suelto el último eslabón
de su cadena de dominación: la certeza de la emisión del voto cautivo.
Todos
estos pensamientos se volcaron a mi plano consciente, provenientes, algunos, de
recónditos parajes que creía ya sepultados por los años, cuando me levanté de
la mesa. La política cuando se ensucia es así. Y qué duda pueden abrigar los
pobladores de este destruido país, de no ser para quienes detentan el poder más que ratones de un laboratorio de
experimentación ya probado; de estar inmersos en una sucia, infame, maligna e
inhumana estrategia de dominación política.
Me
dirigí a mi habitación. Prefería no conocer más de esa terrible realidad que
continuaba avanzando con la pretensión de convertirnos a todos en prisioneros
de ella. Opté, para distraerme de la sensación de impotencia que me perseguía,
por abrir el twitter. Sólo para encontrarme con ese chirriante desencuentro de
interpretaciones políticas sobre las causas del desconcertante resultado en las
comentadas elecciones regionales. Una torre de Babel donde cada cual hablaba
desde el encierro en su propia jerga, para apuntar culpas en los libros del
“debe” de las otras tribus. El Régimen disfrutando su mejor logro: el habernos
fragmentado, lo cual acrecentaba el mal humor impregnado por el relato de Marina.
¿Cuántos como el de ella? En esas narrativas residía la verdadera encuesta y no
en las que embelesan fundamentadas en un altísimo porcentaje de rechazo a Maduro que, siendo real, ya
no representa un decisivo valor electoral. Tales eran mis reflexiones, cuando
la voz de mi fiel servidora capturó de nuevo mi atención.
Le
respondí desde el cuarto una sencilla consulta doméstica. Su voz la había
escuchado como si fuese de una víctima en algún campo de concentración.
¡Primera vez! Esta vez la ficción era mía. Nada podría distraerme. Lo sensato
era rendirme al acoso de todo lo que volaba en mi mente a causa de una
confesión cuyo reconocimiento suyo no era necesario. Continuar hurgando en
ello. Nadie puede culparles, me dije. Tampoco es que son tontos. Saben que se aprovechan de su vulnerabilidad,
creada con esa intención por quienes dirigen el mecanismo de extorsión.
Utilizan como herramienta la insatisfacción de sus necesidades más básicas como
seres humanos. Deben odiarles, a los capos, y a quienes asumen su
representación, aunque lo oculten en lo más profundo de sus entrañas. Están
conscientes que no pueden exteriorizar ese odio, no son libres para hacerlo,
pero está allí esperando su oportunidad para ser liberado. O quizás, se vayan
desprendiendo de él mediante pequeñas venganzas ficticias. ¡Cómo Marina!
Son
clientes de una maldad que no tendrá perdón ni en los cielos. Por
ahora, no les queda más que resignarse a su cautiverio y quién podría atreverse
a criticarles por ello. Mientras tanto,
pasando hambre, jugándose la vida con
males menores cuya atención se les ha hecho inalcanzable, presos en un destino
sin progreso, cuántos, como mi humilde servidora, no hilvanarán en sus mentes
ficciones que les ayuden a mitigar el sentimiento de saberse humillados en lo
muy poco que les queda: la dignidad inherente a su condición humana. Algunas
muy minúsculas, aun así placenteras, como la de responder una encuesta como si se disfrutara de una libertad que en la
realidad les ha sido arrebatada.
La fenomenología del cómo se produce la
implantación neuronal de esas ficticias experiencias remediales como si de
verdad hubiesen sido vividas, los estudiosos del cerebro humano la incluyen
todavía en la lista de las interrogantes no resueltas. ¡Mentiras que pasan a
ser incorporadas como verdades! Fue así cómo aquel día comprendí a ese otro yo de Marina con quien ella compartía sus memorias.
Este ha sido un articulo muy crudo sobre la realida
ResponderEliminarvenezolana con un humor que raya mas en lo negro, pero con un mensaje sobre la doble personalidad que viven los que soportan a este nefasto y cruel gobierno.Como seguidor de tus escritos desde que fuiste candidato a rector podria decir que has hecho un gran guion para una pelicula tal como el famoso secuestro express internacionalizada por venezolanos, creo que tu personalidad de amante del cine se va apoderando de tu intelecto en un pais que hay que ser valiente y poeta para seguir viviendo alli.
Gracia Ramón. Afectuoso abrazo.
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