¿Habrá elecciones en la UC este año?
Asdrúbal
Romero Mujica (@asdromero)
En estos
primeros días del 2014, adondequiera que vaya y me encuentre con gente de la UC
me hacen la misma pregunta. Dependiendo del tiempo de que disponga, a veces
me extiendo en una larga explicación –como me ocurrió en una de esas colas
bancarias interminables y tan habituales en nuestro país-, en otras me limito a
desplegar un gesto de duda. Mis ocasionales interlocutores suelen mostrar
sorpresa ante mi respuesta gestual o extendida, por lo que he considerado
propicio democratizar mi opinión al respecto.
Con respecto
a lo que piensa el Gobierno o mejor, aclaro, lo que se filtró pensaba el Ministro
que ya salió (Calzadilla): es casi inexistente la posibilidad de que este año
se elabore algún tipo de norma que reglamente con especificidad la novedosa
modalidad de estructuración del claustro elector que, muy ambiguamente, se nos
ha impuesto por la vía del aparte tercero del Artículo 34 de la Ley Orgánica de
Educación (LOE). La razón es política. Con la creación por parte del Estado de
nuevas universidades oficiales, el sector incluye ya treinta instituciones -según
memoria MPPEU de 2012- de las cuales sólo un reducido grupo tiene tradición de
elegir a sus autoridades. ¿Para qué entonces se va alborotar un avispero? La
puesta en vigencia de un reglamento electoral nacional significaría, en la
práctica, una inminente convocatoria a elecciones incluso en aquellas
instituciones donde el Ejecutivo disfruta de la prerrogativa de designar a dedo
sus autoridades, además con una frecuencia de cambios que llama poderosamente
la atención. Hay quienes dicen que la aprobación de un reglamento de tal
naturaleza, no generaría en ese hemisferio del planeta universitario donde
prevalecen la sumisión y no disidencia ninguna protesta para que se celebrasen
elecciones, pero quién sabe. A juzgar por el reconocimiento tras bastidores de
Calzadilla, de su preferencia a tener que cohabitar con el trío de “Cecilia,
Jessy y Rita” en un CNU mayoritariamente oficialista, en contraposición con el
riesgo de perder el poder mágico de su dedo, reitero mi impresión que el
Régimen en muy poco coadyuvará para que se celebren elecciones universitarias.
Obviamente, esa preferencia del ex ministro, a quien le sería imputable
cualquier interpretación peyorativa de lo colocado entre comillas, debía contar
con la complicidad de las más altas instancias del Gobierno, por lo que no creo que la entrada de un nuevo
ministro modifique en algo la conclusión ya enunciada.
Señalado lo
anterior, planteo la cuestión: qué factores deben sumarse en el seno de una
institución para que, a pesar de la inexistencia de un reglamento nacional,
puedan darse sus elecciones. En el caso específico de nuestra UC, la Rectora,
mediante declaraciones suministradas a los periódicos locales, ha manifestado
que este 2014 será el año de renovación de todas las autoridades vencidas. Sin
embargo, su ejecutoria previa con relación a este asunto la tiene entrampada. Designó
una comisión rectoral que no ha mostrado avance alguno al respecto y la
percepción que se tiene, a nivel de diversos sectores de opinión de la
comunidad universitaria, es que en el diseño de su integración prevaleció un
propósito gatopardiano. En lo que a mí respecta, tengo el máximo respeto por el
criterio jurídico de varios de sus miembros. Mi punto es, sin embargo, que el análisis del problema requiere de una
perspectiva más amplia que la estrictamente jurídica.
Si lo
jurídico fuese el único aspecto a considerar, yo me inclinaría porque la
Universidad, en ejercicio pleno de su autonomía, hiciera respetar el marco
legal y reglamentario vigente y se procediera a realizar las elecciones con la
integración tradicional de claustro universitario. Esto equivaldría a una
especie de declaratoria en rebeldía ante los poderes nacionales, habida cuenta
que han sido éstos los que, precisamente, han incumplido con su deber de
producir la legislación “especial” estipulada en la segunda disposición
transitoria de la LOE. Es decir: prevaleciendo el vacío legal no llenado en
cuanto a la legislación específica para las instituciones universitarias, éstas
deberían proceder de conformidad a la Ley de Universidades vigente. Por otra
parte, estoy convencido que en las circunstancias actuales, el asumir este
criterio no conduciría al objetivo deseado: el de lograr la elección de las
nuevas autoridades. El Régimen, a través de la aprobación de la LOE ha creado
expectativas a los gremios y otros sectores
de la comunidad –docentes contratados y egresados- y cualquier pretensión de
evadir la satisfacción de tales expectativas generaría una lluvia de demandas
interpuestas ante los tribunales con la finalidad de suspender el proceso
electoral. No es difícil predecir lo que ocurriría: a nivel de las máximas
instancias tribunalicias se dictaminaría en consonancia con el interés del
Gobierno.
¿Qué se
impone entonces? Trabajar a marcha forzada en la elaboración de un reglamento
electoral interno que sea lo más concertado posible, sobre todo con los gremios
(ya sabemos que la concertación total y absoluta es imposible en la
Universidad). Ya el tiempo para concertar una solución reglamentaria en el
ámbito de todas las universidades autónomas pasó. Una verdadera lástima, porque
esto le habría aportado una gran
fortaleza al instrumento normativo que se aprobase y habría resultado mucho más
difícil para el Gobierno bloquear su aplicación. Esta fue una propuesta que en
su momento hicimos. Pero además de la máxima concertación interna factible, al
reglamento debe dotársele del mejor blindaje jurídico alcanzable con relación a
“la igualdad de condiciones de los derechos políticos de los y las integrantes
de la comunidad universitaria”, de conformidad a lo que establece el ya
mencionado aparte tercero. Esto es de suma importancia, porque no faltarán los
desadaptados que, yendo en contra del más amplio consenso interno que se pueda
conformar, recurran a los tribunales a fin de conspirar contra el ejercicio de
la democracia universitaria, principio fundamental de nuestra autonomía. En
este sentido, me atreví hace ya algunos meses a presentar en dos entregas del
artículo “Elecciones Universitarias” –las cuales pueden leer en este blog- una
propuesta concreta. Lo hice con la mayor buena fe, buscando romper el celofán a
fin de que se iniciara una discusión. Nadie exteriorizó algún comentario en
esta universidad autista que tenemos hoy por hoy. Mucho menos: invitarme a un
foro o al seno de cualquier comisión ad hoc que se designara para recibir la
exposición de mis ideas. Ni siquiera tuve apoyo público de los varios y diversos
actores políticos que me incentivaron a que plasmara por escrito una propuesta.
Todo esto, a pesar de mi condición de ex rector y de haber manifestado en
múltiples ocasiones mi firme disposición a no ser candidato a nada dentro de la
UC.
Se
comprenderán ahora mis dudas con respecto a la reiterada interrogante que me
han hecho en estos inicios de año. Percibo extremado cansancio en los miembros
de la comunidad con respecto a esta gestión rectoral, notablemente superior a
lo naturalmente comprensible en estos tiempos de crisis y de fin de período rectoral.
Por cierto, la última vez que varias personas se me acercaron para interpelarme
con la consabida pregunta fue en el velatorio de Gloria Araujo, quien fuera
Jefe de Nómina en mi época como Vicerrector Administrativo y Rector. Una gran
colaboradora, excelente empleada universitaria y digna representante de esos
héroes anónimos que laboran en el Rectorado y dan todo de sí para que la
Universidad siga administrativamente funcionando. Estas líneas las he escrito
en homenaje a ella, en remembranza de esa universidad que fue y ya no es.
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