Ganar elecciones no necesariamente implica
triunfar plenamente en el plano político
Nelsón
Acosta Espinoza
Me voy a permitir hacer unas breves reflexiones sobre la actual coyuntura
política en el país. En particular sobre la conducta de sus actores principales
y las estrategias diseñadas para avanzar exitosamente hacia el futuro.
Una primera constatación podría ser posar la mirada sobre el papel que
históricamente ha jugado el consenso como elemento fundante del sistema
político. Es indudable que en sus inicios las salidas consensuadas fueron
relativamente exitosas. Señalo su carácter relativo debido a que los actores
políticos de la época construyeron un relato refractario a procesar las
disidencias y diferencias de naturaleza agónica. Esta circunstancia jugó un
papel importante para soslayar la enunciación de un nuevo proyecto que se
opusiera al encarnado por Chávez.
Me parece apropiado apuntar que los actores democráticos no asumieron que
el conflicto es un momento constitutivo de la política y que no existe una
única repuesta correcta para cada problema político. En otras palabras, la
pluralidad de perspectivas e interpretaciones se expresa en los diversos modos
de resolver los conflictos, todos irreductibles entre sí.
Esta
aseveración teórica y sus implicaciones prácticas cuentan para comprender que ganar
elecciones no necesariamente implica triunfar plenamente en el plano político. Los
acontecimientos que se están desarrollando en Chile, Colombia, Ecuador y
Argentina dan fe de la certeza de esta afirmación.
Volcando
la mirada sobre el país es posible postular que la coyuntura política exige,
más allá de la deliberación, la
elaboración de un relato político que interpele a toda la ciudadanía en su
pluralidad, procese asertivamente sus diferencias y trascienda la demanda
electoral.
En fin, la actualidad exige a la oposición democrática, además de prepararse
para una contienda electoral, la formulación de un plan con una expresa
vocación hegemónica. En otras palabras, a partir del reconocimiento de las
diferencias diseñar una estrategia que aísle el adversario y anuncie un futuro
distinto al pasado.
Hay que estar atento: cuidado con las iniciativas que proponen cambios para que todo siga igual.
I-La crisis económica no tumba gobierno
Los
acontecimientos en Chile, Bolivia, Colombia y la ausencia en Venezuela de
eventos que emulen a los mencionados son fuente o ingredientes para alimentar
la reflexión de naturaleza política.
En
principio subrayemos que los tres países mencionados gozaban de una relativa
estabilidad y crecimiento económico. Chile, después de la caída de Pinochet y
el establecimiento de la democracia, había mostrado tasas de crecimientos
importantes. Desde luego, los problemas de desigualdad heredados de la
dictadura no fueron solucionados en su totalidad. Sin embargo, disfrutaba de
una relativa prosperidad económica. Situación similar puede ser atribuida a
Bolivia y Colombia. Venezuela por el contrario, presenta una situación
desastrosa. Una economía en ruinas y un proceso de empobrecimiento total. La
naturaleza de esta caída ha obligado a más de cuatro millones de venezolanos a
emigrar en busca de mejores condiciones de vida.
La
pregunta salta a boca de jarro ¿Por qué en estos tres países que gozaban de cierta prosperidad económica
se producen estas convulsiones políticas y sociales? ¿Y Venezuela con una
economía en ruinas no aparecen sacudidas
sociales como la que protagonizan la ciudadanía en los países mencionados?
Bien,
la respuesta a estas interrogantes hay que buscarlas en el ámbito subjetivo y
en los medios a través de los cuales se conforman las identidades políticas. En los tres países
mencionados (Chile, Bolivia y Colombia) se ha iniciado un proceso de ruptura y
la sociedad se ha escindido en dos campos antagónicos; en dos fuerzas que se
niegan mutuamente y solo con la construcción de una nueva hegemonía la sociedad
podrá reconstituirse a plenitud nuevamente. Es decir, en estas sociedades,
debido a las nuevas subjetividades encarnadas por las gente en la calles, se
pudo escindir el campo simbólico en dos subjetividades/identidades (grupos
políticos) opuestas y solo con el triunfo de una de ellas será posible
restituir el orden hegemónico en esas sociedades. El punto a resaltar es el
siguiente. Hablamos de procesos de naturaleza subjetiva no susceptibles de ser
reducidos a las determinaciones de naturaleza económica.
En
Venezuela vivimos un proceso contrario. Estamos en presencia de la crisis más
profunda de nuestra historia. No solo en el ámbito económico sino, igualmente,
en el ámbito institucional. El país está en ruinas; sus instituciones básicas
carecen de la fuerza para hacerse sentir. El empobrecimiento de la población es
masivo y total.
A pesar
de este panorama desalentador y sombrío no se ha podido producir movimientos
masivos que subviertan la identidad del grupo gobernante y se propongan la
construcción de una nueva que hegemonice a la sociedad en otros términos.
Pareciera, mas bien, que la oposición se conduce con viejos libretos
discursivos que le impide captar la situación de quiebre histórico que
caracteriza la coyuntura política actual.
Es
imperativo resaltar que la crisis económica por la cual atraviesa el país, por
si sola, no suministrara los insumos discursos para la elaboración de un
discurso alternativo al dominante. Insisto. Hay que dotar de una nueva
identidad política a la población que antagonice a la que caracteriza a la de
los sectores gubernamentales. Parece conveniente, entonces, posar la mirada en
determinaciones de naturaleza cultural y simbólica y, a partir de este
reconocimiento, diseñar interpelaciones que permitan la construcción de ese
nuevo sujeto político que enfrentara al dominante.
Esta es
la tarea que es necesario emprender.
II- Ojo: La Política no es pura Gobernabilidad
En la
actualidad hay un sector de la oposición que asume la política como pura
gobernabilidad. En cierto sentido sus acciones apuntan a despolitizar la
democracia vinculándola exclusivamente con la promoción de acuerdos partidistas.
De ahí el empeño en participar en elecciones, acordarse con el oficialismo y
cooperar en las esferas gubernamentales sin cuestionar el modo de vida político
vigente. No entienden que lo que está en
discusión es la condición socialista de gobernar y la necesidad de ir hacia la
construcción de una inédita democracia ciudadana.
En
otras palabras, estamos viviendo un conjunto de circunstancias que indican el
fin de un periodo y el inicio de otra etapa que exige la formulación de nuevas
aproximaciones y relatos que den cuenta de esta realidad cambiante. La ausencia
de compresión de este escenario lleva a estos grupos políticos a ser
instrumentos del oficialismo en su proyecto de perpetuarse en el poder y en la
prolongación de la crisis que sacude al país.
Por
otro lado, la oposición democrática tiende a conducirse en términos de viejos
libretos discursivos que le ha impedido captar en su magnitud la situación de
quiebre histórico que caracteriza la coyuntura política actual. Hasta cierto
punto estamos en presencia de una suerte de impase histórico. Los actores
políticos democráticos no se conducen a la altura del tiempo que le ha tocado
vivir y, en consecuencia, no generan las respuestas apropiadas que demanda la
coyuntura.
La conducta,
de estos dos grupos opositores explica, hasta cierto punto, su dificultad de
ponerse a la cabeza de las protestas sociales que se suceden a todo lo largo
del país. La MUD no ha podido diseñar una estrategia que permita politizar a
plenitud estas circunstancias y dotarlas de direccionalidad política. Esta ausencia
aporta razones que revelan el decaimiento de este sector en las preferencias
electorales de la población y, hasta
cierto punto, en un cierto conformismo que se ha venido sembrando en mentes y
corazones de la población opositora.
Bueno
es resaltarlo. Una suerte de
reconversión simbólica se está
produciendo en la conducta gubernamental y en sus ofertas electorales.
Cuidado.