¿Desaliento
político?
Nelson Acosta Espinoza
Un
sentimiento parece caracterizar este fin
de año: el desaliento político. Resulta paradójico contrastar esta emoción con
la que prevalecía al inicio del año: optimismo rebosante ante la posibilidad de
salir del régimen en un periodo relativamente corto. Sin embargo, la estrategia
diseñada (cese de la usurpación, conformar un Gobierno de
Transición y convocatoria de elecciones libres) hasta el
momento no ha podido alcanzar el objetivo de propiciar el aspirado cambio
político. Por el contrario, pareciera que a estas alturas el oficialismo ha
logrado consolidar sus posiciones de gobierno. Todo esto, es bueno resaltarlo,
existiendo una mayoría ciudadana que se opone al régimen y anhela un cambio político en el país.
¿Cómo
podemos explicar esta contrariedad? ¿Aun la práctica política del pasado ejerce
su dominio hegemónico? ¿Por qué la gente está perdiendo la esperanza en el
cambio? Interrogantes vitales cuyas respuestas pudieran ayudar en el diseño de una
estrategia ajustada a las circunstancias actuales. Esta última afirmación es
vital. Es básico poder delimitar la coyuntura y, a partir de esta precisión,
construir una alternativa que vaya al encuentro de los tiempos por venir.
Aproximarse al futuro y construir alternativas a partir de nuevos relatos que
den cuenta de la dinámica implícita en lo político.
Las agrupaciones partidistas en general están
enfrascadas en una lucha más
administrativa que política. Prevalece en sus rutinas una aproximación burocrática
y administrativista del ejercicio del poder. Como lo demuestran los últimos
acontecimientos. Sus prácticas se encuentran alejadas de los conflictos y
problemas que se suceden dentro de la sociedad civil y, esta circunstancia, les impide procesar
adecuadamente la conflictividad social presente en el país.
Huelgas,
paros, reclamos se suceden a diario a lo largo de la geografía nacional. Acontecimientos estos que ocurren en el marco de una crisis económica,
social e institucional que se agrava diariamente. Resulta paradójico que hasta
el momento los actores políticos opositores no hayan podido evaluar apropiadamente
esta realidad. Una explicación a esta conducta podríamos encontrarla en la
ausencia de una narrativa alternativa a la que ha estado vigente a lo largo de
la existencia democrática del país. Esta carencia juega en un doble sentido.
Por un lado, fortalece las políticas gubernamentales y, por el otro, estimula
el desaliento creciente en la población del país.
¿Qué
hacer? No es fácil dar respuesta a esta interrogante de corte leninista. Sin
embargo, voy a intentar esbozar algunas ideas que pudieran ir al encuentro de
la sugerencia implícita en la pregunta esbozada por el revolucionario ruso. En
principio es vital “hacer” o instrumentar estrategias políticas contrarias a
las que se han venido utilizando hasta los momentos. Un punto de partida, podría ser intentar
generar una gramática política que facilite escindir, sin ambages, el campo político en dos facciones: “ellos” y
“nosotros”; el oficialismo y los ciudadanos. E intentar expresar esta
disyunción electoralmente en los comicios venideros. Desde luego, para alcanzar
este objetivo se requiere cambiar de narrativa y aislar a los “desertores” de
esta política oposicionista.
Lo
que propongo, es justo recalcarlo, es
más complejo que la simplicidad implícita en estas líneas. Implicaría, entre
otras cosas, una revisión de toda la
estrategia oposicionista, consolidar nuevos lazos que garanticen una verdadera
unidad y promover esta nueva narrativa con los elementos (significantes) que
interpelen a la ciudadanía y la transforme en un sujeto de acción política y electoral.
Creo, firmemente,
que esta sería una vía apropiada para combatir el desaliento que está siendo
promovido por el oficialismo.
En
fin, sirvan estas cortas líneas para incentivar reflexiones sobre estos
aspectos capitales para el futuro del país.
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