La Oportunidad para Cambiarlo Todo
@asdromero
A finales del año pasado, tuve la oportunidad
de asistir a un Beer&Politics organizado en Madrid del cual extraje una
idea muy interesante. La ponente era una politóloga, profesora de la
Universidad Carlos III cuyo nombre no recuerdo y, desafortunadamente, no anoté.
Por su acento, inmediatamente supe que era argentina. Ya en el período de
preguntas y respuestas dijo algo que capturó poderosamente mi atención. Algo
que trasladé inmediatamente y sin edición alguna a Venezuela.
Se refería a la crisis argentina en cuyo clímax el Presidente Fernando
De La Rúa se vio obligado a renunciar (20 de diciembre de 2001), dando lugar a
un período de inestabilidad política durante el cual cinco funcionarios
ejercieron la Presidencia de la Nación. El recordado
"corralito" había sido decretado el dos de diciembre a lo que
sobrevino una muy negativa reacción popular. Se produciría una huelga general,
saqueos, hasta un decreto fallido de estado de sitio en el marco de una
revuelta ciudadana desarrollada bajo el lema "Que se vayan todos".
Y aquí viene lo importante, trato de citar lo más textualmente posible las
palabras de la profesora: Yo les digo que en ese momento creí, ingenuamente,
que Argentina había caído tan bajo; que se habían cometido tantos errores; que
aquel momento político era también la oportunidad para un recomenzar desde
cero. Era la oportunidad para enmendar todo lo malo que se había hecho y
arrancar un proyecto para Argentina bajo una visión radicalmente distinta. No
ocurrió. No se aprovechó la oportunidad, lo dijo ella con un cierto tono de
amargura en sus palabras. ¿Y en qué pensé yo?
Mi pensamiento voló raudo hacia mi
país. Si la gran nación sureña, una de las siete potencias mundiales en la
década de los treinta, para el 2001 registraba en sus indicadores socio
económicos los efectos de un monotónico descenso instigado por el más ramplón
de los populismos hasta aquella época -utilizado en cualquier libro de Ciencias
Políticas que uno al azar eligiera como la ilustración emblemática de ese
fenómeno perverso-, el nivel de destrucción económica alcanzado en aquel país,
en un análisis comparativo con el actual nuestro, resultaría de un pálido
absolutamente blanquecino. Y que conste que Duhalde, el ya estable sucesor de
De La Rúa, dijo en su discurso de asunción:
"Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada.
La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo. La propia
esencia de este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la
indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media argentina,
quebró a nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos. Hoy, la
producción y el comercio están, como ustedes saben, parados; la cadena de pagos
está rota y no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la
economía."
La destrucción económica y el empobrecimiento causados por el chavismo
-que ya ha pasado a sustituir al peronismo como ejemplo en los textos- es
varios ordenes de magnitud superior a lo ocurrido en Argentina. ¡No hay
comparación! Me puedo imaginar a un oficialista diciendo: ¿Te fijaste?
Argentina está muy mal. Sí, nada que ver con el fondo sin fondo al que hemos
arribado acá. El desastre de Venezuela sólo es superado por lo de Zimbabwe. Si
allá era el momento de decir y reconocer su "verdad" -aunque no se
actuó conforme a lo que ella demandaba-: ¿Qué duda puede caber que en Venezuela
también es el momento de reconocer nuestra "verdad" con la esperanza
de que actuemos conforme al crudo análisis de cómo hemos arribado a esta vertiginosa caída por el precipicio?
En definitiva, lo que yo quisiera
quedara en la mente de mis lectores como el principal mensaje de este texto:
estamos viviendo uno de esos escasos momentos-oportunidad donde podemos
plantearnos un proyecto de reconstrucción en el cual podamos enmendar todo lo
que se ha hecho mal. Esto es lo medular. Pero es mi convicción que ello pasa
por el acuerdo y la aceptación pública de cuáles son las cosas que han estado
"mal". Hay que hablarle al país con nuestra verdad consensuada y eso
no está ocurriendo.
Debo hacer un inciso acá para reconocer que este texto estuvo como
proyecto de post para mi blog por aquellos meses -finales de 2018-. Pero
terminó siendo postergado frente a otros asuntos que surgían. Esto suele pasarme
y, lamentablemente, se deja uno en el tintero relevantes propuestas. El
recuerdo fue removido en mi inconsciente, cuando, sobre mi más reciente post
universitario, alguien me escribió para cuestionarme en la siguiente línea:
¿Para qué aludes a un necesario cambio en la política de jubilaciones
universitarias cuando de lo que se trata ahora es de conquistar a la gente para
un cambio?
Interrogante para ponerla en un cuadro e irla desmenuzando, día a día,
palabra por palabra.
¿Conquistar? Si todavía tenemos que conquistar al sector intelectual del
país para un cambio: ¡que Dios nos agarre confesados! -al parecer mi frase
preferida por estos tiempos-. ¿Convencer de la necesidad de un cambio en la
política de jubilaciones universitaria? Bueno, yo estoy convencido que esa
política de la que hemos usufructuado es una de esas cosas que hemos hecho
"mal" en un contexto sectorial muy específico. Es el reflejo de un
"mal" más genérico, hijo del modelo rentista y de la errónea
convicción que éramos ricos –aunque algunos actores políticos de cierta
relevancia parecieran insistir que todavía lo somos-. Pero el hecho de que yo
esté convencido, no implica que la mayoría de los miembros de la comunidad
universitaria nacional esté convencida. Corolario: hay que discutirlo. ¿Y se
está discutiendo? ¡No! No hay escenario de discusión. Y si lo hubiese, a lo
mejor nadie tendría las agallas de proponer un tema tan impopular. Pero hay que
proponerlo. No hay más remedio si queremos realmente arribar a nuestra verdad
consensuada de cómo hemos llegado a este desastre.
Lo que nos hemos atrevido a señalar
sobre el mundo universitario, creo que es válido extrapolarlo al sector
público. Más complicado todavía decir la verdad, dirán algunos. ¡Apunta hacia
un universo más grande! ¿Y? ¡Hay que decirla! Esta es mi tesis. Sólo podremos
dibujar un proyecto de nuevo país a través de nuestra verdad consensuada. Por lo
tanto, debemos discutir todo. Prohibido los temas tabúes.
¿Está agotado el modelo rentista? Definitivamente, creo que sí.
Pero mi verdad no es nuestra verdad, ¡hay que discutirlo! En todas sus aristas.
Mientras no discutamos lo que es medular, de lo general a lo particular, desde
arriba hacia abajo y viceversa, terminaremos desaprovechando este inmenso
momento-oportunidad que tenemos entre manos.
El inciso me ha conducido hacia un final válido, porque la narrativa de
lo particular siempre alumbra el discurso de lo general. Razón tiene
Claudio Magris, destacadísimo intelectual italiano, cuando afirma: "La
historia cuenta los hechos, la sociología describe los procesos, la estadística
proporciona los números, pero no es sino la literatura la que nos hace palpar
todo ello allí donde toman cuerpo y sangre en la existencia de los
hombres."
En definitiva, todo aquello que hay que cambiar que implique un
perjuicio para los ciudadanos y de lo que no se hable ahora, por cálculo de
conveniencia, se convierte en insumo para el juego político a posteriori. Esto
es lo que le ha pasado a Macri, aunque, comprensiblemente, continúa teniendo como
adversarios al peronismo. Podría pasar acá entre facciones aliadas de cara al
desafío de acabar con la pesadilla y resultaría ser una descomunal mamarrachada.
Me explico: a quien corresponda aplicar una medida de esa naturaleza verá como
sus oponentes en la nueva lucha por el poder se lo recriminen, aun a sabiendas
de que ella debe ser aplicada. Por eso, ahora debemos hablar con la verdad y
comprometer, previamente, a todos los sectores aliados por el cambio en un plan
y un relato para el país que tendrá, necesariamente, que contener aspectos poco
atractivos para la ciudadanía. Para lo que se avizora hay que amarrarse bien
los pantalones, porque viene –o debería venir- la Venezuela del trabajo, del
sacrificio personal, de las oportunidades a cambio del esfuerzo invertido, de
los derechos perdidos para cuya recuperación habrá que remar duro entre todos.
Este es el relato con el que hay que enamorar a la población. ¿Será posible?
El planteamiento es sólido, convincente e indiscutible
ResponderEliminarCreo sin embargo que no existe el capital social necesario para emprender una tarea de esta envergadura.
Para tal fin, debe existir un stock de confianza entre los ciudadanos y sus liderazgos, incluyendo una generosidad para acometer tareas con horizontes lejanos y metas de corto plazo que alimenten como victorias tempranas, el camino largo y pesado de la reconstrucción. Decía mi padre, que es más fácil y más barato construir una casa nueva que reconstruir un viejo edificio.
Asi que, en mi concepto, la tarea primaria es la de construir ese capital, relacional, coordinación, cooperación, integración, de la sociedad venezolana para fundar en la confianza y la responsabilidad de poner en marcha procesos regeneradores, que requerirán correcciones permanentes en el rumbo de la acción estratégica.
¿Podrá el capital humano del campus, reconstruir la universidad venezolana?