"Vencereis, pero no convencereis"
@asdromero
Habiéndome
desempeñado la mayor parte de mi vida en predios universitarios, resultará
bastante creíble el que, en innumerables oportunidades, haya escuchado
versiones sobre el episodio del gran filósofo y escritor Miguel de Unamuno
diciéndole, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca de la cual era
Rector, a un militar franquista la inmortal frase que he usado como título de
este texto.
Confieso que nunca
tuve oportunidad para adentrarme en el contexto real del tan mentado episodio,
razón por la cual tenía una impresión del mismo en extremo sobre simplificada:
un magnífico representante de la intelectualidad republicana que, a la luz de
la violencia desplegada por los militares nacionales, alecciona a uno de sus
generales con la poderosa frase que, por cierto, en los recientes tiempos ha
vuelto a ser esgrimida con reiterada frecuencia al interior de nuestras
golpeadas universidades. Considerado lo dicho, se entenderán también las
copiosas expectativas que albergaba por ver la última película de Alejando Amenábar
–el director de “Los Otros” y “Mar
Adentro”- cuya trama gira alrededor, precisamente, de los acontecimientos que
desembocan en la verbal confrontación.
“Mientras Dure la
Guerra” es su título y resultó ser, para mi gusto, una joya de película.
Amenábar es un maestro en eso de hacer cine, por lo que no voy a comentar la
filmación desde el punto cinematográfico, voy a centrarme más bien en la
historia que narra el guion. Resulta ser que todo el contexto político que da
pie a la escena central, ya casi al final de la película, es mucho más complejo
de lo que habría imaginado y rico, además, en matices que emergen desde la vida de cada
uno de los actores del momento histórico. Efectivamente, Unamuno era un
intelectual conceptualmente republicano. Pero, a pesar de ser el Rector
vitalicio del histórico claustro salmantino, se permite convertirse en un
crítico de la República a cuenta de su “derrumbamiento moral” y de la crueldad
y crímenes que se estaban cometiendo. Quizás pensó que por su prestigio nunca
sería destituido, había colaborado en la redacción del estatuto para Cataluña,
pero el Presidente Azaña lo remueve del cargo.
Unamuno apoya la
sublevación militar. Lo que se insinúa en la película, es que lo hace pensando
que la misma sería para poner orden y restablecer en breve plazo la línea
republicana. Es así como para julio de 1936, fecha en la que se inician los
acontecimientos que narra la película, Unamuno es visto como un traidor de la
República. La trama paralela que enfoca la película, además del drama personal
que se desatará en el alma del gran personaje, son las intrigas políticas que
se están desarrollando en el frente de los sublevados donde todavía no despunta
claramente el liderazgo de Francisco Franco. De hecho, al General Cabanillas,
quien funge ser el general más influyente en la Junta de Gobierno provisional
que tiene su sede en Burgos, le disgusta Franco. No es monárquico y piensa,
como Unamuno, en una guerra breve y necesaria para poner orden. Es Cabanillas
quien restituye al prestigioso escritor y filósofo como Rector.
La Universidad de
Salamanca publica un manifiesto de apoyo al alzamiento. Hasta ese punto llega a
estar Unamuno comprometido con los nacionales además de las consabidas fotos
del caso, pero, rápidamente, se arrepiente de su apoyo a los sublevados al ver
que los abusos, la injusticia y los crímenes ahora también se cometen desde el
nuevo bando en el poder. Hay una escena muy reveladora, un estrecho colaborador
suyo, a pesar de su relativa juventud y que se dirige al gran maestro, desafía su autoridad y le dice: está equivocado
Rector, esto que viene no es para poner orden, ¡es otro fascismo, como el de Alemania e Italia! Y un hombre
como Unamuno, o al menos ese hombre que tan magistralmente se describe en la
película e interpreta Karra Elejalde, no puede convivir con el fascismo. Por
cierto, el colaborador, de ideas republicanas, es uno de sus dos amigos más
cercanos que son asesinados por la policía política de los nacionales. El otro
es un ministro protestante que es apresado por ser “masón”.
Quizás la película
no sea capaz de retratar con todos los detalles el complejo juego político que
conduce a Franco a liderar a la nueva España bajo las condiciones que él pretende
y logra, pero Amenábar consigue con un juego de acertadas sutilezas transmitir muy
bien la idea de lo que se está incubando. El Rector llega a entrevistarse con
él, por medio de su mujer, Carmen Polo, muy religiosa y quien admira al gran
intelectual. En esa corta entrevista termina de darse cuenta que todo está
perdido. Es así como arribamos a la gran escena.
Un acto en el
Paraninfo. Franco, ya encumbrado en el poder no asistirá. Pero el General
Millán Astray, gran amigo de quien pronto se convertirá en el Generalísimo, y
factor bien importante en su ascenso, conmina al Rector que debe asistir.
Concurren: el mencionado general, será con él el inmortal enfrentamiento dialéctico;
la esposa de Franco; Unamuno y otros personajes secundarios. Unamuno ha
decidido no hablar. Pero la exagerada zalamería en el halago hacia el nuevo establishment
de todos los discursos que se
pronuncian, casi vomitiva, le obligan a
hacerlo. No puede quedarse callado. Es el alma del intelectual, del humanista,
del filósofo, del hombre justo, la que se revela.
El enfrentamiento
no es entre dos ideologías. He allí lo errado de mi preconcepción al respecto.
El enfrentamiento es entre dos arquetipos extremos que conviven en la condición
del ser humano. La del intelectual: capaz de razonar y revisar sus posiciones;
de entender que los procesos humanos no pueden ser descritos mediante una línea
recta; de diferenciar entre los extremos
blancos y negros para ubicar los grises que mejor describen un determinado
contexto; y el militar, jerárquico; vertical; binario, o lo uno o lo otro. Lo
militar que no sólo se desarrolla en los cuarteles, sino, lamentablemente,
también al interior de la mayoría de las
asociaciones de carácter político.
La película ocurre
en el interior de Unamuno y en el interior del Estado Mayor del Ejército. El
Rector termina siendo un traidor para los dos bandos en pugna. Salvando las
holgadas distancias con tan distinguido personaje de la historia, me sentí
plenamente identificado con él. Quizás por eso, más que ver la película, sentía
estar dentro de ella y transpirar con
esa angustia tan conocida de no poder militar en ninguno de los extremos.
En la historia de los países, parece ser que llegaran épocas en las que al
desatarse los demonios, se generaran unos temibles campos de fuerza que nos impulsaran a todos los ciudadanos, bajo
el influjo de poderosas fuerzas centrífugas, a militar sólo en los puntos cardinales de la radicalidad. ¡Quien se
resista a ellas, será traidor para alguna de las sectas extremas en colisión!
En mi Venezuela
está ocurriendo exactamente esto. Ni siquiera bi, sino tripolarmente, un
verdadero desperdicio de necedad. ¡Sucede hasta en el pequeño entorno de mi
universidad! En la España del 36 ese temible campo de fuerzas copó la escena. Los
nuevos que llegaban para poner orden ante los abusos e injusticias de los viejos y terminaban actuando igual, justificándose en las ejecutorias de sus predecesores
–entrevista de Franco con el Rector-. La joya de Amenábar logra el retrato
preciso. Y me atreveré a decir que la
España actual corre el grave riesgo de retroceder a ello. Quizás por esa
posibilidad que está allí, presente, pero que va a ser negada, es que la
película de Amenábar no genera consenso local.
La herida sigue
estando abierta y viene Amenábar a restregarla, buscando se produzca la
reflexión necesaria. Pero los necios no le aceptan lección, prefieren
criticarle porque no toma partido en el enfrentamiento ideológico que sigue
vivo. Quizás por eso, una muy desacertada comisión decide postular a “Dolor y
Gloria”, una película menor, pero muy menor, en la trayectoria de Almodóvar,
como película para representar a España en la competición por el Oscar a mejor
film en lengua extranjera. Quizás por eso, un periodista especializado en cine reporta
el deslucido paso de “Mientras dure la Guerra” por el Festival de San Sebastián
(país vasco), le tilda de penoso; infeliz; ¡todo un despropósito!
Al final, Amenábar,
como el Rector Unamuno, decide situar el enfrentamiento en el ring que
realmente le corresponde: el humanismo pensante versus la irracionalidad del
stalinismo rígidamente jerárquico. Como ese magnífico personaje que ha
recreado, como muchos que a pequeña escala nos hemos resistido a la comodidad
de dejarnos arrastrar hacia los extremos, a Amenábar le tocará pagar un precio.
Pero “Mientras Dure la Guerra”, ese olvido trastocado en leve sarcasmo,
resistirá el transcurrir de los años como un testimonio imborrable del deber
ser. Para Unamuno, el precio fue muy alto: ¡a los dos meses muere de un infarto!