Donde estemos, tendremos a Venezuela en nuestro corazón. He querido compartir con mis lectores de este blog un ejercicio narrativo: una crónica con matices de ficción de una experiencia que vivimos en una de esas tantas noches de apagón. Desde que ocurrió quise escribirla. Finalmente, logré hacerlo. Ténganme paciencia pero tiene la longitud estándar de un cuento largo. En él hay mucho de lo que me tiene aquí.
Rebeldía en Toneles
Cuando entramos al lugar, estaba todo iluminado. Pero más allá de la
sensación de haber hecho un viaje desde la oscuridad hacia la luz, en mi mente
comenzó a insinuarse otra: la de haberme transportado en el tiempo hacia el
pasado. Caminamos lentamente hacia la barra, mientras ojeaba dónde estaban los
televisores. Había uno frente a una mesa que estaba ocupada. Un partido de béisbol
en su pantalla. Otro justo en la barra con la misma programación.
-Nada, nos sentamos aquí mismo -le dije a mi
mujer-.
El camarero de la barra que parecía el típico de una tasca española así
no tuviese el tipo español, se alegró. Se le notó en la cara. ¿Qué les pongo? Y
comenzó a recitar su oferta de licores. Le interrumpí, un poco bruscamente.
-Me quedo si me puedes poner en el televisor el
juego de la NBA.
-Déjeme preguntar señor. ¿NBA?
Baloncesto, quise aclararle, pero
ya se había ausentado para dirigirse hacia donde estaba un par de sus
compañeros.
***
Era viernes en la noche. Hacía una hora y algo más, en mi apartamento,
la luz se había ido -como lo decimos coloquialmente en nuestro español criollo para
referirnos a una falla en el suministro de energía eléctrica-. Ya no hacía
falta lanzar el dado para intentar adivinar qué noche de la semana se
produciría una falla, sino en cuál no. Esa semana, sólo la noche del martes,
por alguna inexplicable razón, habíamos disfrutado de normalidad en el
servicio. No respetaban ni viernes ni fines de semana. Por más que intentase
internalizar cuánto principio se hubiese publicado sobre la Tierra al respecto
de la inteligencia emocional con la que debíamos andar por la vida, ¡me tenían
harto! De nada valía que me dijese: esto no me quitará mi felicidad; ella está
en mí; nada externo debe alterarla; esto no debe tener la fuerza como para
sacarme de mis casillas; y así.....casi como un rezo, mientras me arrellanaba
en el sofá de la sala a leer en mi tableta libros de Neurociencia. Por cuatro o
cincos horas, las que a ellos les dieran las ganas, gastando la poca visión que
debía quedarme con la pálida luz de una lámpara recargable, leía sobre cómo funcionaba mi cerebro. Con la esquiva
esperanza de que ello me aportase la sabiduría necesaria para ser más tolerante
y paciente. Pero aun avanzando hacia al final de todo ese proceso, llamémosle
de apaciguamiento, yo casi estaba seguro que, tarde o temprano: ellos, los de
Corpoelec -nuestra inefable empresa nacional de servicio eléctrico-, se las
ingeniarían para hallar el huequito por donde entrar a romperme a mazazos puros
la paciencia. Y esa noche del Thanks
God It's Friday lo
habían logrado.
-¡Qué va! Hoy, no me la calo.
Mi mujer me vio con esos ojos de infinita paciencia que ya le conocía.
Acumulada en la fragua de aprender a soportarme.
-Se van a acabar los playoffs de la NBA, y esos
carajos no le dejan a uno ni ver un jueguito. ¿En tu apartamento no habrá luz?
-Déjame ver en el chat del edificio –se refería
al chat en el grupo whatsapp integrado
por los vecinos de su edificio-.
Pasaban los minutos y mi molestia iba in crescendo. ¿Por un vulgar juego de baloncesto? Me podía imaginar la
cara de asombro de un cabeza de chola de esos, oficialista, haciéndome la
pregunta. Siiiií. ¿Y qué? Me la suda que me llames chupamedias de los gringos.
Ese es mi deporte preferido que se juega al máximo nivel en el mundo en mi liga
preferida. Forma parte de mi espacio de libertad que no voy a dejar que me lo
invadas, carajo. Mi cerebro recalentado por la arrechera, como en sueños,
produciendo escenas ficticias.
-¿Y qué? ¿Nada? En el chat de nuestra torre,
inmediatamente se va la luz alguien lo informa. Y al regresar, también. Vamos a
cambiarnos, a algún sitio nos escapamos.
Quince
minutos después, máximo veinte, bajaba por una de las avenidas de Prebo en
dirección hacia El Añil, sorprendido de la total oscuridad en la que estaba
sumergida la ciudad. ¡Soledad también total! Comencé a dudar si habría sido
buena idea salir de casa. ¿Será que nos devolvemos? Pregunté llegando ya a la
intersección con la Andrés Eloy Blanco cuyo semáforo ni siquiera se veía. No recuerdo si llegué a recibir una
respuesta. Obstinado, doblé hacia la izquierda para continuar mi ruta. Decidí
bajar hacia la avenida Bolívar. Si tenía que recorrer Valencia sumida en ese
manto de tinieblas, mejor hacerlo por la vía con mayor probabilidad de ser la
más traficada. ¡También estaba muy sola! Nos dimos cuenta que el apagón era muy
grande. Continuábamos avanzando y el panorama no cambiaba, excepto por unos
locales iluminados que sobresalían en medio de la oscuridad. Parecían chocitas
encendidas en un pesebre navideño con luces apagadas. Los Molinos; Villa
Madrid; Los Toneles; Casa Valencia; restaurantes que por las noches, sobre todo
los viernes, se convertían en lugares de juerga.
-¡Qué te parece: locales de fiesta convertidos
en bastiones de resistencia. El imparable deterioro no traspasa sus puertas!
-A lo mejor entramos allí y nos encontramos a una
banda de parranderos transformado en todo un movimiento anti Régimen. Se
autodenominan: los Rebeldes de la Noche. ¿Qué tal?
Comienzo a cantar a los strangers in the night de Sinatra, con el nuevo
título: “Rebels in the Night”. Y así
atravesamos la Redoma de Guaparo, carcajeándonos de la gracia Luego, el cuartel
de la Brigada Blindada también sin luz. Ni siquiera los militares se salvaban
del apagón. Lo cual, nos pareció muy extraño porque el circuito que les
alimenta tiene máxima prioridad. Comenzamos a preguntarnos en serio cuál sería
la verdadera naturaleza del apagón porque, por su extensión, no parecía
responder a una situación de administración local de cargas. Cuando llegamos a
Valle Encantado: ¡Milagro! Seis de las ocho torres tenían energía eléctrica.
Entre ellas la que supuse me había salvado la noche. Vería a la maravilla
griega Giannis Antetokounmpo, candidato a ser jugador más valioso de la
temporada, versus Kawhi Leonard. Me instalé como un rey a ver el partido. Hasta
lancé un anzuelo a ver si pescaba: ¿Por qué no abres una de esas dieciocho años
que tienes reservadas para celebrar cuando se vayan los carajos? Mi alegría fue de tísico. Ni siquiera tuve
oportunidad de saber si accedería a picar mi anzuelo. Repentina, abruptamente:
en plena antesala con los comentaristas argentinos de DIRECT TV, la luz volvió
a brillar por su ausencia. Como un relámpago a la inversa. Luego, el trueno: una
carcajada venida del más allá. Les juro que la escuché. Y una
vez más: no me la calo, dije. Nos vamos de acá también. Bajamos las muy oscuras
escaleras de escape con la insuficiente luz linterna de mi celular -su torre no
tiene planta-. Menos mal que eran sólo cuatro pisos. Nos lanzamos de nuevo a la
aventura de una tenebrosa noche en Ciudad Drácula. Tomé la ruta del Jardín
Botánico y estuvimos, a punto, de desviarnos
para ir al hotel isla de los enchufados. Allí habría energía eléctrica, con
toda seguridad, a sus plantas nunca les faltaba el gasoil que tan difícil era
de conseguir para los condominios de los escuálidos. Pero no. Era otro nivel de
gasto –apenas me había metido un billetico de veinte dólares en el bolsillo
para afrontar alguna eventualidad- y otro tipo de gente. Y fue así como esa noche terminamos recalando
en Los Toneles, uno de los focos iluminados de resistencia que nos había
llamado la atención en nuestro recorrido por una oscura y entristecida avenida
Bolívar.
***
-¿Por qué tendrán que tardar tanto para cambiar
el canal de un simple televisor?
-Está cerca de la Caja, como en una deliberación
con otros dos mesoneros.
Me pareció que desde donde estaba había escuchado que comentábamos su
tardanza. Se arrancó inmediatamente hacia nosotros. ¿Ya se decidió patrón? ¿Qué
les sirvo? –me interrogó en tono amistoso-. Creo que fui particularmente
cortante.
-Pero van a cambiar el canal para ponerme el
básquet: ¿Sí o no? Es que te soy sincero hermano: si no me lo puedes poner yo
lo entiendo. Tranquilo, no pasa nada. Pero, yo me voy. A ver si consigo otro
sitio donde pueda ver el juego. ¿Sabes lo que pasa? Que he decidido esta noche
que no me la calo. Que no voy a dejar, pasivamente, que los de este régimen de
mierda se salgan con la suya por enésima vez. Decidí que no me iba a quedar en
la oscuridad de mi sala un viernes, rumiando la amargura de no poder ver algo
en la televisión para distraerme. Pudo haber sido una peli. Pero me empeciné en
el jueguito y qué le voy a hacer.
Mi interlocutor cambió su expresión en el rostro. No sé si sería extremo
decir que le había mutado hacia el temor. No tanto, pero algo intermedio sí.
Comenzó a darme explicaciones.
-Sí lo vamos a hacer. Es que de los tres
decodificadores se han dañado dos, por eso las tres pantallas ya no están
independientes –pensé: cuándo no es pascua en diciembre-. Para ponerle el canal
que usted desea, debemos hacerlo en el televisor que está allá.
Y apuntó hacia la primera mesa que había visto al entrar, la que ocupaba
una familia corta: los dos padres y una hija. Estaban de espaldas a nosotros.
-Comprenderá que debemos preguntarle a ellos. No
creemos que estén viendo el béisbol, pero por cortesía.
-Vale, vale. Entiendo.
Transcurrieron todavía unos minutos más. Muy lentos el par del
compañeros para conseguir el canal -se notaba que el basket no era su fuerte-, hasta
que, por fin, la imagen del griego apareció en la pantalla que tenía al frente.
Todo parecía indicar que mi empecinamiento rendiría el fruto de satisfacer mi
capricho. El partido iba en el segundo cuarto con una diferencia bastante
grande a favor de los Milwaukee Bucks.
-Me da un whiskito y a la dama una solera verde.
¿Está bien fría?
-Sí señor, está como las que sirven los
dominicanos. Y a usted: ¿Un etiqueta?
-Nooooo amigo, esos eran otros tiempos. Ahora
estamos en los de la pobritud. ¿Cuál ocho años tienes?
Al final me decanté por un Black and White, en
honor a mi amigo Bogdan. No había tanta gente como en los buenos tiempos. Un
viernes en la noche otrora, aquello habría estado a rebosar de gente. El
partido muy abierto. Había perdido interés para mí. Por lo que estaba más
receptivo a lo que ocurría en el entorno.
-Esa canción es de Yordano pero la voz no es de
él.
-Creo que hay música en vivo. ¿O karaoke? Es
otra voz la que la canta.
-¿Tú crees música en vivo? Las cosas no están
como para que sea rentable contratar a un cantante en vivo, por muy barato que
cobre. No creo que arriba haya muchas parejitas.
Me refería al piso de arriba de donde bajaba la música. Ya en el mismo
hall de entrada de Los Toneles se presentaba una escalera para subir a quienes
no querían comer, ni ver un partido en la barra, sino pasar directamente a la
fase pachangosa. Sobre todo los viernes en la noche era muy concurrido:
parejitas, maridos escapados con sus…
-¿Por qué no subes para averiguar? A lo mejor,
te sorprendes. ¿No estarás recordando tus tiempos aquellos donde vendrías aquí
con algunas de las corderitos que ansiaban ser degolladas por ti?
Le sonreí socarronamente. Me pareció escuchar de mi homúnculo la
sugerencia de no incorporarme a ese
intercambio verbal. Sólo le dije: ya viene el medio tiempo. Una manera ambigua
de solicitar diferimiento para analizar qué se me ocurría como respuesta.
Continué viendo el partido o más bien: haciendo que lo veía, porque la verdad
era que mi red neuronal de modo de operación por defecto me invitaba
continuamente a ausentarme del lugar. Te quiero tanto que me encelo hasta de lo que
pudo ser, la letra de una canción viajante desde un muy distante pasado para acrecentar
su nostalgia por los viejos tiempos. No me platiques más, escuché a Luis Miguel cantarlo en la lejanía como
si fuese mi mujer que allí, a mi lado, se había puesto en Modo Celos, y que
luego de provocarme, prefería susurrar no le platicara más sobre mi pasado. Quizás el lugar, mantenido todavía para producir
reverberaciones de aquella vida que nos fue tan nuestra y que ahora parecía
mentira que la pudiésemos haber vivido, y mis ausencias de las que ella tenía
un sofisticado radar para detectarlas, habrían sido los causales de su ácido
comentario. Pero la verdad era que mis ausencias no se estaban gestando por el
recuerdo de algún tipo de ovejita, era más bien la sensación que me embargaba
desde el mismo momento de entrar a Los Toneles de estar viviendo una especie de
Deja Vú. El lugar tenía toda la potencialidad de
transportarte en un viaje hacia otra era donde se recreaba el pasado tal cual
lo disfrutábamos. Sí, como los parques de Disney que te transportan hacia el
futuro, o los de Mérida, más módicamente, hacia la Venezuela de antier. Tenía
todos los ingredientes: la música; la iluminación; los amables mesoneros; la
decoración; hasta el olor a comida española, todo era igual, como si se hubiese
quedado estático en el tiempo. Pero algo se había roto en su transcurrir, como si un cuchillo de preocupación y tristeza hubiese desgarrado el
ambiente. El problema residía en quienes asistíamos al lugar. La festiva
confianza en el futuro de los asiduos de aquellos tiempos ya no era recreable
ni por la mejor gerencia. El reflejo de lo que nos ocurría afuera como sociedad
era imborrable. Eran estos mis pensamientos: un nostálgico viaje temporal arrullado
por viejas melodías de La Billo y Olga Tañón que, quizás, me había sustraído un
lapso más largo de lo debido de la necesidad de estar presente allí y en el
momento. Ya se me ocurriría algo para escaparme del envite. Sin embargo,
concluyó el segundo cuarto de un juego excesivamente desabrido, arrancaron las
propagandas del intermedio y no me fue necesario decir nada. Mi mujer siempre
había sido de muy fácil entender en tales menesteres. Cambió de tema:
-No sé por qué tienes que ser tan cortante a
veces. Tenías al pobre asustado con tu presión para que le cambiaras el canal.
Además, nadie te entiende esa expresión que tanto te encanta: ¡por enésima vez!
-No puedo negar mi genética matemática. Por
enésima vez: ¡los carajos nos iban a joder otro viernes! Me siento bien con que
hayamos venido aquí. Hemos ejecutado un acto de rebeldía; un tonto acto de
rebeldía; ¡un baladí acto de rebeldía! Pero igual te sientes muy bien cuando
puedes demostrarte a ti mismo que ellos no pueden reducirte a conformarte con
su programación del deterioro.
-Porque tienes platica. Mucha otra gente no
puede. ¿Te has puesto a pensar cuánto te va a costar este acto de rebeldía que
tú llamas?
-Me traje veinte dólares y van a ser
suficientes. En este país, dolarizado a los coñazos, cada whisky ocho años me
está costando lo mismo que en algún lugar barato de casi cualquier parte del
mundo. No llegan a los cinco dólares. Me tomo dos. Y las soleritas, y la
tortilla española que estaba bien rica –habíamos pedido una y nos la habíamos
engullido quedando con ganas de más-, te aseguro que estamos cerca. Y si nos
pasamos, no será por una cantidad que no pueda cubrir la única y casi
inservible tarjeta de crédito que cargo en la cartera.
-Está bien. Te dio la gana de darte un gusto y
te lo diste. Pero veinte dólares deben ser más que la cuarta parte de tu sueldo
mensual, cuidado si no es más que la tercera parte. Te das el gusto porque
tienes ahorritos en dólares. Pero cuántos de tus amigos, profesores
universitarios jubilados, no les alcanza ni para comer.
-!Touché!
Acepto tu argumento. Si me pones a pensar en los ucistas, o peor: en los que
viven en cualquiera de los miles de barrios de Valencia y no se han podido, a
esta hora, llevar un bocado de comida al estómago, por supuesto que vas a
lograr aguarme esa sensación de bienestar que tenía por mi acto de rebeldía. De
hecho, la estás aguando. El problema es que cuando extrapolas a la inmensa
tragedia colectiva en la que estamos sumidos: ¿Cuál podría calificarse de
auténtico acto de rebeldía?
Se produjo un silencio. En la pantalla repasaban los mejores momentos de
la aguada primera parte. Kawhi Leonard estaba siendo, feamente, deslucido por Antetokounmpo.
A la postre, los Bucks ganarían ese juego por una abrumadora ventaja. Todo el
mundo pronosticaría que la serie se la llevaban en cuatro partidos. Los Raptors
ganaron los siguientes cuatro y la serie. Y luego batieron a los del Oeste para
alcanzar el campeonato de la NBA. ¡Esa era mi liga!
-Qué tal ponerme un chaleco lleno de explosivos,
sí, así como lo hacen los jóvenes palestinos. Máxime en el caso de un viejo
como yo, que ya tiene poco que perder. Y haberme ido al evento que organizó el
joker payaso ese que tenemos como gobernador para cagarse en el alma de los
cientos de miles de carabobeños que apenas sobreviven. Ese, en Puerto Cabello,
a la orilla de la playa, en el que contrató no sé cuántos disc jockeys
internacionales y se gastó una millonada en fuegos artificiales. Irme pallá e
irme colando, poquito a poquito, y cuando lo tuviera cerca: Buuuuuumm, volarme
yo, pero llevándome empalado al infierno al maldito emperador del Novísimo
Estado Vampiro de la Quinta República.
-Baja la voz, que te pueden oír. Mira con
discreción hacia tu derecha.
Giré lentamente mi rostro y vi a un tipo que aparentaba estar embelesado
en su celular. Creo que es el cantante, me dijo ella con voz muy queda.
-En otros tiempos, se habría traído una novia
para que le acompañara y le estaría invitando una copa. Pero, claro, eran otros
tiempos, ahora todos somos pobres de solemnidad. ¿Qué te pareció mi auténtico
acto de rebeldía? Una cosa como esa es lo que debió haber ocurrido en este
país, ¡hace tiempo! Hemos sido demasiado pacíficos a la luz del inmenso daño
que nos han hecho.
-¡Loco!
-¿Loco? Si lo piensas detenidamente, como vos
insinuás que un acto de rebeldía, para realmente hacerse merecedor de tal
calificativo y poder cacarearlo aquí, tendría que ser una acción vengadora de
todos los que sufren de verdad. ¿Qué tal una voladura de ese calibre en una
noche tan linda como aquella? Aunque recluido en La Tumba, o lanzado por un
noveno piso, me convertiría en un ídolo de las redes sociales. Como el Sr
Bombita de Ricardo Darín en “Relatos Salvajes”. ¿Lo recordás nena?
-Al final, no existe viernes que no terminemos
hablando del inevitable tema país.
-Tú lo has traído a colación. Yo estaba muy
orgulloso de mi pequeño y muy personal acto de rebeldía y tú, desde la perspectiva
colectiva, me lo empequeñeciste. Pero, ¿sabes una cosa? Pensándolo bien, voy a
continuar sintiéndome de pinga por lo que hemos hecho. No fue planificado.
Surgió desde nuestra circunstancia muy específica. Reaccionamos y desplegamos
una respuesta a tono con nuestra potencialidad en ese momento. No nos
conformamos y salimos airosos. Bueno, hasta ahora. A lo mejor ahora salimos del
local y nos matan. Pero, no sé si logro explicarme: si todos comenzáramos a
desplegar nuestros propios actos de rebeldía, quién sabe, los vectores de
fuerza comenzarían a alinearse y entonces, algún día, buuuuuumm. Lo que es
imperdonable es esta maldita sumisión. Si continuamos bajando la cabeza, habrá
que emigrar.
¡Hay que hablar! Es muy importante conversar. Lo más que podamos. Sólo
así podemos saber lo que llevamos dentro, que en realidad en muchos casos
todavía no lo llevamos porque ello no ha sido articulado en palabras. Me
explico: el conversar nos lleva al punto de tener que hilar razonamientos y
poner en palabras un determinado planteamiento, que ni nosotros mismos
conocíamos hasta ese momento de su existencia. Y no lo podíamos conocer, simplemente
porque no existía, no nos lo habíamos escuchado. Ni a través de las ondas
sonoras emitidas en nuestras conversaciones ni en el silencio de nuestros
pensamientos. Claro, que en muchas otras ocasiones, lo que hacemos es replicar
vocalmente lo que ya hemos pensado. Pero en muchas otras, hablando hacemos
mágicos descubrimientos. Como si estuviésemos minando en nuestro cerebro. Pero,
debe ser entonces que algo sí llevamos dentro, me replicarán ustedes. Llevamos
la consecuencia emocional de eso que todavía no conocemos. Alegría, orgullo,
tristeza, dolor, resignación, pérdida de fe, qué sé yo. Sentimientos de cuya
causa todavía no tenemos plena consciencia pero que ya propugnan por emerger
como la lava de un volcán.
Esa noche, después de la imaginativa voladura del aspirante a Sr
Bombita, el diálogo comenzó a fluir con mayor intensidad, hasta alcanzar una
inusual erupción de una exploración interior que se producía en el momento
menos pensado. También, por el contexto,
el menos adecuado. El juego fue quedando en un muy distante segundo
plano, hasta casi convertirse en desapercibido ruido ambiental. Era yo quien
más hablaba. Incluso, pensé en pedir el
tercer whiskito, pero los dólares en la cartera representaban una limitación
muy concreta. Volvía a hablarle de mi viaje a Maracaibo en Semana Santa para
visitar a mi familia, pero ya no de los detalles descriptivos que le había
comentado a mi regreso - no había podido acompañarme-.
-Creo que ese viaje ha tenido un efecto sobre mi
persona que todavía no alcanzo a calibrar en su real dimensión. Lo que yo te
pueda haber dicho sobre las penurias por las que allá están pasando no es
suficiente para transmitirte lo que he sentido. En vez de diluirse su efecto,
es como si fuese un ácido que se hubiese quedado en mi interior para corroerme
toda mi confianza. Ver a la segunda capital del país, la capital de los
maracuchos, los tipos más vergatarios y arrechos de toda la bolita del mundo. Y
que conste, quizás porque yo me vine muy joven, que siempre he creído que lo
eran. Verla convertirse en una ciudad zombie, calles desiertas, vehículos sólo
en las estaciones de servicio esperando pacientemente que llegue la gasolina,
basura tirada en la calle, niños sin clase, LUZ destruida al igual que nuestra
UC, un gobernador que decomisa plantas a entes privados como comer cotufas, y
que allá se lo estén calando sin que se produzca una irrupción de arrechera
maracucha como la que uno anticiparía. Esto me ha dado mucho que pensar.
-¿Cuál es tu conclusión?
-Que eso va a pasar aquí también y sabes qué:
tampoco va a pasar nada. Eso viene como una ola, desde la periferia hacia el
centro, pero los de aquí preferimos voltear la cara hacia otro lado pensando
que acá no va a llegar. Finalmente, cuando llegue nos la calaremos. Y cuando
llegue a la burbuja caraqueña, igual. Se salieron con la suya. ¿No lo ves?
Lograron minar la confianza en ese gran poder ciudadano que teníamos, que
todavía tenemos, y nos hemos hundido en un pantano donde las arenas movedizas
son el divisionismo y la anemia de nuestra voluntad de lucha.
-El otro día leí a un tuitero que tiene muchos
seguidores y que, por cierto, le echa mucha vaina a Guaidó, afirmar que nuestro problema era antropológico.
No me gusta que se meta con él, pero admito
que a veces dice algunas cosas que, en mi opinión, trascienden a la banalidad
de la inmensa mayoría de los análisis políticos.
-¿Búfalo?
Me
miró y no emitió palabra. Su memoria es muy mala para los nombres. ¿Cómo interpreto
lo de antropológico? -me preguntó-.
-Las raíces de nuestros males tenemos que
identificarlos en el desarrollo histórico de nosotros como sociedad; en los
valores y cultura que hemos engendrado. ¡Algo hemos hecho muy mal!
Absortos
en nuestra conversación, no habíamos caído en cuenta que ya éramos los últimos clientes en la tasca.
-Quizás ahora salgamos por esa puerta y el
Gobierno haya caído, pero: ¿sabes una cosa? Nuestra amiga América, tenía razón.
Y yo siempre pensé que no la tenía, ahora admito que me he equivocado. Aquí no
ha pasado nada para lo que tendría que haber pasado ya. Y puede ser, que transcurran muchos años para
que algo pase.
Articulé en palabras algo de lo que no tenía consciencia hasta esa
noche: Había perdido la fe en nosotros mismos. La visita a Maracaibo habíase
constituido en un hito esclarecedor. Ella trató de matizar esa confesión que
consideró extrema. Siempre ha querido
creer. Le dije que era una comeflor, en la agonía de una conversación
precipitada hacia el desencanto. Se molestó. Sé que bastante más de lo que dejó
aflorar. ¿De cuál futuro podíamos hablar? ¿De cuál futuro se habla en una
familia en la que para los hijos ha sido mejor irse y para los padres quedarse
temiendo el duro desafío para el cual ya se ven sin condiciones? El desencanto
de lo incierto es el más perverso ácido de la crisis. Va penetrando hasta el
tuétano de cualquier organización humana, desde las más complejas como una
universidad hasta una simple pareja. Corroyendo todo el armazón óseo que la ha
estructurado al cabo de años; sembrando dudas; creando conflictos de interés
donde antes no los había. Lo que era sólido y firme, se hace endeble. Sentimos
que todo se nos viene encima. Llegó un momento en que la conversación me
produjo miedo de continuarla. Justo en el cual, nuestro fiel amigo de esa noche
se nos acercó con la cuenta.
-Usted sabe patrón, por razones de inseguridad
no podemos quedarnos hasta tan tarde como antes.
-Claro que lo entiendo amigo. Yo tampoco tengo
tantos reales para consumir como antes.
Pagué en caja. Los veinte dólares sirvieron para consumar el baladí acto
de rebeldía que me había propuesto. Salimos afuera. Traspasada la medianoche, en
Valencia del Rey: ¡todavía imperaba la Oscuridad!
Saludos, Asdrubal. Yo vi un «rabipelao» del tamaño de un cochino chiquito, un martes a las ocho de la noche, en la Av. Bolívar, frente al colegio Lourdes. La avenida estaba desolada y oscura, no se veía a más nadie circulando... ¡y no se había ido la luz! Eso es el avance del socialismo del siglo XXI.
ResponderEliminarAlejandro Cadenas.
ResponderEliminarSaludos Asdrubal
ResponderEliminarMuy bien tu Narrativa (Grabala) Te puedo decir, que yo nací en un Pueblito llamado Naguanagua de unos Cientos de. Habitantes pero que alegría. era vivir allí y Después por cosas del Destino fue Asiento de la Ilustre UC y entonces se convirtió en un Pueblo con todos los servicios públicos y era una Alegría ver nuevas chalas bonitas pero por todas las cosas que tu has escrito hoy vuelve a ser como lo escribió el Migue Otero Silva un Pueblo Muerto sin luz, Agua, y Sin. Juventud...
Es difícil entender cómo no pasa nada, como todo sigue el curso a los niveles mas profundos del retroceso y sin visión de una salida
ResponderEliminarBuenos dias compañero. Muy buena tu cronica, bien narrada, coherente en el desarrollo y en el cierre. Creo que deberias seguir escribiendo este tipo de cronicas; es una amena forma de drenar las frustraciones (arrecheras) que la situacion de colapso social provoca en todos nosotros. Un gran abrazo, paisano y amigo!
ResponderEliminarComplimenti! magnífica narrativa, nuestra ciudad, sigue escribiendo...
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