El Reinado de la Maldad
Asdrúbal Romero M
@asdromero
No suelo
abrir todos los videos que me envían a través de los diversos grupos de
whatsapp, pero hace unos días abrí uno que no lo puedo apartar de mi mente. Me
ha incitado algunas investigaciones y reflexiones que deseo compartir con
ustedes, convencido como estoy que ya va siendo hora que los venezolanos
internalicemos la ineluctable presencia entre nosotros del Reinado de la Maldad.
En el video
publicado en youtube el 12 de junio de este año, un día antes de ser liberados,
dos jóvenes famélicos nos dan su testimonio del infierno por el que tuvieron
que pasar desde su detención en un módulo policial el 25 de enero de este mismo
año. Apenas cuatro meses y medio, para que los hermanos León Ramírez se
convirtieran en dos reproducciones casi exactas de los tantos sobrevivientes de
campos de concentración de la Alemania nazi que hemos visto en innumerables
películas y documentales. No es necesario que abunde en lo que ellos mismos
cuentan sobre el extremo grado de crueldad al que fueron sometidos. Viendo el
video lo pueden constatar. A unos presos comunes por un delito relativamente
menor se les niega la alimentación, ni siquiera las que debiera suministrarles
el Estado, como es su deber, sino la que religiosamente les llevaba su madre. Se
les tortura de múltiples formas con
refinado sadismo como si acaso ellos fuesen espías de alguna potencia invasora.
La interrogante que cada uno de nosotros debe hacerse, sobre todo los escasos simpatizantes
del oficialismo que todavía creen en el “buenismo” de este régimen: ¿cómo es
posible que hayamos llegado a tales niveles de perpetración de gratuita maldad?
No soy
historiador. Podría cometer un error si exculpara a la sociedad venezolana de
no haber caído en el tremedal de la maldad generalizada en algún lapso de su
historia. Pero lo que sí me atrevo a afirmar como ciudadano con unos cuantos
años a cuesta, es que desde mi primera juventud marabina nunca percibí en
nuestro país la reiteración de tantos episodios de maldad como los que vienen
aflorando en estos recientes tiempos. Es como si un maligno proceso hubiese
estado incubándose en los intersticios de nuestro tejido social, atreviéndose
finalmente a mostrar con notorio desparpajo el lado muy oscuro de la nueva
sociedad que la revolución nefasta nos viene dejando como legado. Recordemos
también el macabro episodio de los setenta y tantos cadáveres carbonizados que
resultaron del supuesto motín en el retén de la Navas Spinola.
El sicólogo
social Philip Zimbardo, promotor del muy publicitado experimento de la Prisión
de Stanford –del cual se hizo una película casi documental que se puede
conseguir en algunas páginas de descarga-, en su libro “El Efecto Lucifer” con
el sugerente subtítulo: “Entendiendo como buenas personas se vuelcan hacia la
maldad”, nos devela bastante claves sobre la progresiva institucionalización de
un reinado de la maldad en nuestro país.
En el
sótano de un edificio de esa universidad se instala una simulación experimental
de una prisión (1971). Estudiantes universitarios saludables fueron reclutados
para el experimento a través de un aviso en el cual se prometía un pago. La
selección de quienes asumirían los roles de guardias y prisioneros fue
totalmente aleatoria. Al inicio del experimento no existían diferencias
significativas entre los dos grupos. En el documental –preferí verlo a leer
parte de las 400 páginas del libro contentivas de un diario detallado del
experimento-, se observa cómo en menos de una semana se desarrollan todo tipo
de comportamientos patológicos que obligan a detener el experimento. La
simulación había dado paso a toda una tóxica realidad donde los prisioneros,
guardias y personal de administración se comportaban como si estuviesen en una
cárcel real. Podía alucinar uno viendo cómo los guardias cometían una secuencia
creciente de abusos en contra de sus compañeros. Hasta llegar a extremos
brutales, sólo con la finalidad de hacer valer la posición de poder que les
había sido asignada y no admitir ningún gesto de rebeldía tendiente a
debilitarla.
Por
supuesto, del libro de Zimbardo se pueden extraer muchas conclusiones. En primer término, este estudio, así como
muchos otros, desafían el enfoque tradicional de asignarles únicamente a determinantes internos -el carácter, la personalidad,
etc.- la responsabilidad de guiarnos moralmente por el mal o el buen camino. Frente
al estudio de la personalidad como determinante del comportamiento, premisa de
la ética de la virtud, surge el reconocimiento del rol explicativo de los
contextos situacionales igual o superior al de los rasgos de la personalidad en
un gran número de casos.
Esta
afirmación me hace recordar una reunión en la Isabelica en mis andanzas como
coordinador del Frente Amplio, a la cual asiste una joven chica venida, según
se me dijo, del chavismo disidente. Después de escucharnos atentamente, ella se
destapa con una extensa intervención en la que exterioriza su decepción al
señalar cómo se había perdido el sentimiento de solidaridad entre hermanos
compatriotas en el contexto de la severa crisis social que estábamos viviendo.
La lucha por la sobrevivencia estaba incidiendo para que nos sacáramos los ojos
los unos a los otros, dijo. Sus controvertidas palabras generan una discusión
con una dirigente popular muy querida en la zona –tengo una foto con ella en
Instagram- que insistía vehementemente en el carácter solidario y bonachón del
venezolano. Al final me correspondió matizar una discusión que amenazaba con
hacerse interminable. Pero, dentro de mí, sentía que la chica tenía razón: que
el terrible contexto social cuyo deterioro se acentuaba, día a día, se había
convertido en otro poderoso motor de cambio del modo de ser del venezolano.
El texto de Zimbardo, que se refiere no sólo a
su prisión simulada sino a múltiples situaciones, viene a aportarme, unos meses
después, la fundamentación científica de aquel sentimiento. En su análisis
bastante detallado de la pesadilla moral que representó para los Estados Unidos
lo acontecido en la prisión iraquí de Abu Ghraib, él pone el acento en los
factores sistémicos que promueven los abusos, las torturas y las conductas
asociadas a la maldad como las que ahora estamos padeciendo en Venezuela con
mayor regularidad. “Sistemas malos” crean “malas situaciones”, crean “manzanas
malas”, crean “malos comportamientos”, aun en buenas personas –cito
textualmente-. He aquí la principal conclusión para mí, en el sentido de poder
concatenarla con la situación presentada al inicio.
Están los
actores, las situaciones y el Sistema: entendido este como “los agentes y
agencias cuya ideología, valores y ejercicio del poder crean situaciones,
dictan los roles y expectativas para comportamientos aprobables de actores
dentro de su esfera de influencia”. ¿Qué duda nos cabe de que estamos siendo
regidos por una cúpula de la Maldad? Una cúpula que para salvarse ellos
–mantenerse en el poder les permite su salvación- desestiman olímpicamente que
ya no estén en capacidad, ni siquiera, de gestionar la consecución de los
alimentos y las medicinas necesarias para la población de seres humanos
dependiente del ejercicio de su poder. No les importa la muerte y la
destrucción que han traído con tal de salvar su pellejo. Esta es la línea
maestra de su Maldad Capital.
¿Qué se
puede esperar entonces que se irradie hacia abajo del Sistema Genocida que se
ha entronizado en el poder de la Nación? Egoísmo en su quintaesencia, no
solidaridad. Indiferencia ante el sufrimiento, no empatía social. Mentira
sistemática, no verdad. Abuso y brutalidad en el ejercicio del poder, no
compasión. En términos de conductas ejemplarizantes, ideología, valores,
mecanismos de mantenimiento en el poder, son muy nítidos los patrones de
conducta que se envían a todos los que
se mantienen alineados con esa estructura de poder, sea por fanatismo o viveza.
No sólo son unos enchufados, que los hay a todos los niveles: desde los
bolichicos hasta los que administran el clap en algún recóndito lugar del
territorio nacional o para un reducido grupo de profesores universitarios
privilegiados en alguna universidad nacional. Se han terminado convirtiendo en
agentes activos de la maldad.
Es como si
el Sistema Genocida tendiera hacia abajo un manto de impunidad que les protege
del uso abusivo del poder en estricto beneficio suyo. Cógete el alimento del
prisionero como si fuese tu derecho hacerlo. Que se lo lleva la madre, no
importa. Si te protesta, maltrátalo. Si te vuelve a protestar, dale una patada
por las bolas. Usa el poder como nosotros lo hacemos. No te dejes retar el
poder que te hemos dado. Si te lo dejas quitar, te jodemos nosotros. Toda una
lógica de la crueldad en la que las víctimas ya no son nada. No sé si todos se
habrán dado cuenta o si habrán reflexionado sobre este particular asunto de
gravedad terminal, pero la Venezuela toda se encuentra bajo el angustioso
imperio de un reinado de la maldad.