¿Están destruyendo a la Universidad?
Asdrúbal Romero M. (@asdromero)
Discutíamos sobre los
pros y los contras de la apelación genérica “Los Destructores”, como un
significante lo suficientemente eficaz para invocar, en este país y en estos
tiempos, a la mente de la mayoría de sus ciudadanos la terrible realidad de la
destrucción que el Régimen viene llevando a cabo, cuando a uno de los
participantes se le ocurrió exteriorizar su pregunta: ¿Están destruyendo a la
Universidad? Una interrogante que tiene mucho sentido planteársela y cuya
espontánea emergencia sonó muy natural que ocurriera, habida cuenta que todos
los allí presentes éramos profesores universitarios (específicamente: ucistas).
La primera aproximación a
una respuesta surgió de inmediato, con una lógica contundente: si estamos de
acuerdo en que el país está siendo destruido y la Universidad es una
institución contenida en él –nos estamos refiriendo a la universidad
venezolana-, a ella se le hace imposible sustraerse a tal destrucción. Máxime
cuando uno de los ejes fundamentales de la destrucción es el casi súbito
empobrecimiento radical del país, de todas sus instituciones y de la inmensa
mayoría de sus ciudadanos. A fin de justificar lo de ¨súbito¨, nos apoyamos en
las cifras aportadas por nuestro prolífico investigador en temas económicos,
Dr. Francisco Contreras, en su trabajo
“La historia numérica de la inflación en Venezuela (1831-2017)”. La inflación
acumulada en el más reciente trienio, 2013/2016, bajo la Presidencia de Nicolás
Maduro, es del 2440%. ¡El estimado conservador para los dieciocho años de la V
República es un 533992%! Las cifras son tan inasiblemente altas que casi
pierden el significado de su real impacto sobre el quehacer humano por estas
tierras. Ninguna institución, por muy fuerte que estuviera, podía haber
resistido el tan vertiginoso embate sobre su capacidad para poder gestionar el
cumplimiento de los fines para los cuales fue creada.
Adicionalmente, dentro
del cuadro de instituciones: la Universidad es aún más vulnerable porque
depende casi exclusivamente de los ingresos financieros que le aporta el
Estado. En el caso de otras instituciones, por ejemplo: las alcaldías, la posibilidad
de acceder a otros ingresos, vía tributación, puede haberles permitido
compensar, al menos parcialmente, el tsunami inflacionario. De hecho, fue lo
que intentó hacer el Alcalde del Municipio Valencia al lograr la aprobación de
un incremento de los impuestos municipales que se percibió como demasiado
elevado. Desviándome por unas líneas del tema principal: lo malo fue que el
Alcalde, el Sr. Cocciola, gestionó tal incremento mediante un procedimiento muy
poco transparente. En lugar de fajarse a explicarles a los pobladores de su
municipio las razones que tenía para hacerlo, optó por recurrir a una puerta
trasera. Le hubiese bastado con dolarizar el presupuesto del municipio y
compararlo con el de muchas otras ciudades en el mundo de dimensiones comparables,
para evidenciar el empobrecimiento radical de la dependencia a su cargo y de
cómo este incidiría, progresivamente, en un significativo deterioro de la
calidad de vida de los valencianos. En mi opinión, le faltó valentía para
democratizar su intención y ya sabemos lo que ocurrió: se le atravesó un
político regional, autoridad universitaria además, quien teniendo total razón
sobre la opacidad inaceptable del procedimiento, logró detener a nivel de los
tribunales la iniciativa del Alcalde. Esta, moderándola un tanto y haciéndola
progresiva en el tiempo como resultado de una sana discusión democrática, se
habría convertido en una pertinente y razonable medida de protección municipal
frente al embate inflacionario. En una clarinada de realidad, añadiría yo, sobre
todo dirigida a los que arduamente responsabilizan del deterioro a los gestores
locales, sin tomar conciencia de la existencia de la fuerza mayor que lo está
causando. Al final de este breve relato, le queda a uno la sensación de la
prevalencia de ese ubicuo tufillo populista negador de la realidad al que tanto
nos hemos hecho adictos los venezolanos.
Quizás nos desviamos del
tema relatando, muy a grosso modo, los
intríngulis de un frustrado intento municipal de resarcir en algo la
apabullante pérdida de la capacidad de hacer gestión. Quizás no, porque
estableciendo un paralelismo con lo que ocurre en las instituciones
universitarias, cuya vulnerabilidad ante el ya resaltado tsunami es aún mayor,
también a las autoridades universitarias
pareciera hacerles falta una inyección de valentía que les impulsara a activar
una auténtica discusión reflexiva al interior de sus organismos institucionales,
en aras de, primero, democratizar una descarnada toma de conciencia sobre cómo
ha sido destruida la posibilidad de continuar funcionando con un nivel mínimo
de calidad académica y segundo, lo más importante, estructurar un plan que les
permita afrontar, aunque sea de manera parcialmente compensatoria, una realidad
corrosiva que ya no puede seguir siendo tratada como si no existiera.
Las autoridades siguen
empeñadas en caracterizar la dantesca situación actual dentro del marco mental
harto conocido del “Déficit Presupuestario”, sí, el mismo que se ha utilizado
por más de cuarenta años, en la Cuarta y en la Quinta, y que sirve muy poco
para diferenciar las rutinarias carencias del pasado con esta pavorosa cotidianidad
actual cuyo gran tema omnipresente es la “Inviabilidad”. A los ministros de
educación superior -los pluralizo porque a cada rato los cambian-, les es muy
cómodo batirse en el imaginario cuadrilátero montado a través del prevalente “framing” alusivo al manido déficit
presupuestario. Les basta para responder: un cuadro contentivo de los
“fabulosos” incrementos interanuales que describen el crecimiento del gasto por
institución en estos últimos años.
Nadie podría negar que el
gasto universitario ha venido creciendo a tasas verdaderamente significativas.
Seguramente, en forma muy similar a cómo han venido creciendo los sueldos y
salarios del sector –en términos generales, más de un 90% de dicho gasto se
dedica a pagar la nómina-. Esta similitud nos sirve como anillo al dedo para
develar el auténtico problema. Es verdad: nuestros salarios han venido
incrementándose con unos porcentajes verdaderamente llamativos, pero siempre
por debajo de unos estratoféricos índices inflacionarios, hecho éste que al
mantenerse por varios años ya, ha
conducido a una destrucción acumulada de nuestra calidad de vida. Progresivamente,
muchos de los renglones de gasto familiar que en el pasado los asumíamos como
implícitamente normales se nos han convertido en inviables. La calidad de vida
se reduce a alimentación y para muchos ni siquiera a eso. Si la mismísima vida
nos la vienen haciendo inviable, extrapolemos desde lo que nos ocurre en
nuestra esfera personal y familiar hacia lo que acontece en nuestro entorno institucional:
¡También los aspectos más básicos y fundamentales de la vida universitaria nos
los han venido inviabilizando! Las universidades cada vez pueden hacer menos y
esta tendencia sólo nos puede conducir a un cierre técnico.
Todas las proyecciones
nos indican la inevitabilidad de arribar a un cierre técnico, pero mientras
llegamos allá deberíamos reflexionar sobre la calidad de lo que venimos
gestionando. Cuando uno tiene la oportunidad de hablar con algunos decanos de
facultad, los percibe genuinamente preocupados. Ellos son los que tienen que
dar la cara a sus profesores y estudiantes. Uno me cuenta: el otro día llegaron
unos profesores a reclamarme porque no podían reproducir sus exámenes. Tuve que
decirles que no tenía “toner”, ni dinero conque comprarlo, que no podía
satisfacer su demanda. ¿Y cómo resolvieron? –le pregunté asombrado de que las
carencias estuviesen llegando a ese nivel ínfimo de funcionamiento-. Que inventaran,
que resolvieran ellos, que yo no les podía resolver. ¿Qué habrán inventado
tales profesores? A lo mejor publicarlo vía internet. ¡No les extrañe! Estamos hablando
de la prueba escrita que debe llevar el profesor al salón de clase, dando por
sobreentendido que el papel para el registro de las respuestas ya no se les
suministra a los alumnos. Ellos deben llevarlo. Más de uno habrá faltado a
alguna evaluación por no contar con el dinero suficiente para adquirirlo. El
modelo de educación gratuita va muriendo por inanición. Pero el Gobierno sigue
haciendo propaganda a cuenta de él.
Así estamos. El acto de
clase se da en condiciones cada vez más deterioradas, cuando se da. Asignaturas
de alta tecnología con profesores dictándolas a punta de pizarrón y tiza en
aulas pésimamente iluminadas. Los estudiantes pierden horas de clase porque no
pueden asistir al tener que abocarse a resolver problemas más álgidos de vida –muchos
ya han sincerado su situación y abandonado la Universidad-. Puede ser que sea
el profesor quien falte, por el mismo tipo de razones. Los laboratorios se
“virtualizan” porque no hay materiales ni equipos en condiciones para hacer las
prácticas. Se pierden clases porque no
hay servicio eléctrico, o no hay aguas para los baños porque se robaron la
bomba, o unos estudiantes cerraron los portones de la Facultad porque se
produjo el enésimo atraco en un salón de clase. El número de horas hábiles por
curso y por período académico se reduce. La Universidad como un todo se va
convirtiendo en universidad virtual sin haberse preparado para ello: también se
“virtualiza”. Ni que hablar de la farsa de los turnos nocturnos. Los semestres
siguen concluyéndose con mermados índices de exigencia académica. Los títulos
siguen entregándose. A muchos de los estudiantes que continúan adentro, esto
parece ser lo único que les importa: “Graduarme de esta “m..” de universidad,
que me den el papelito, después resuelvo”. ¿Cuántos de ellos se contarán dentro
del 88% de jóvenes que quieren irse del país? –titular del diario “El Nacional”
este domingo 12/02- ¡Pobrecita Alma Máter que va agonizando de destrucción y no
tiene estudiantes que la defiendan!
Por otra parte, muchas
dependencias de naturaleza extra académica paralizadas. Varias por varios
meses; algunas incluso por años. Sea porque no tienen recursos con qué
funcionar; las condiciones de trabajo son genuinamente intolerables o no lo son
tanto, pero sus trabajadores han aprendido a protestar para no trabajar. Igual, los procesos de nómina no se detienen,
quince y último, para todos, se trabaje o no. Esto va creando hábitos de
sinvergüenzura. En verdad, la Universidad no sólo se “virtualiza”, se va
convirtiendo en una gigantesca maquinaria de pagar sueldos y salarios por cada
vez hacer menos. Sólo eso y la entrega periódica de unos títulos académicos que
van valiendo menos académica e intelectualmente, parecieran ser las razones
límites de existencia de una universidad que se debate en el territorio de lo
inviable. ¡Es una visión tan dolorosa!
Recuerdo haberle
preguntado a mis interlocutores decanos: ¿Y ustedes no discuten a lo interno
esta situación? ¿Y en el Consejo Universitario no hay nadie que se levante y
plantee la necesidad de establecer un límite admisible de mediocridad? Se los
pregunto, porque si el criterio directivo prevalente es mantener la Universidad
con sus puertas abiertas a como dé lugar: ¿hasta qué niveles de mediocridad
académica imaginan ustedes que se podría llegar? De sus respuestas y
comentarios, pude inferir que sí se venían dando discusiones aunque un tanto
incipientes. Mi recomendación fue que había que sacar la discusión de ese
círculo tan hermético, democratizarla, bajarla a todos los sectores. Se ha
hecho un gran esfuerzo, descomunal, para mantener a la Universidad abierta. Es
bueno que se difunda y se conozca a nivel de todos los miembros de la comunidad
(algunos lo desconocen o se hacen los locos). Pero, el ácido destructivo de la “Inviabilidad”
ya se ha encargado de corroer capacidades esenciales para poder llevar a cabo una
normal vida académica. ¡Ya va siendo
hora de sincerar! Y, ojo, sincerar no implica necesariamente cerrar, puede
significar tomar medidas de sinceración duélale a quien le duela.
A la “Inviabilidad” hay
que retratarla con datos concretos, para demostrar cuál ha sido su gran causa
motora: una inflación galopante por un período de tiempo excesivamente continuo.
Su efecto acumulado es el gran factor diferenciador entre el pasado del “Déficit
Presupuestario” y este doloroso presente de la “Inviabilidad” del modelo del
financiamiento actual. Los “Destructores”, como en tantas otras instituciones
que han destruido, han acabado con el modelo de universidad gratuita que tanto
pregonan defender. Su discurso y la realidad transitan por rutas antípodas. Este es
el “framing” dentro del cual se debe
debatir con el “Regimen.
Hay que plantearle la realidad a los
universitarios, con honestidad, valentía y entidad democrática, como primer
paso para plantearse el qué podemos acometer sin recurrir a atajos populistas
(la segunda parte de mi conversación con los imaginarios decanos). De no
hacerlo, la Universidad continuará su inexorable camino asintótico a no ser más
que una maquina pagadora de nómina y emisora de títulos cuestionados por su
bajo nivel académico. Sería muy triste que continuara por ese camino: la “Universidad
Embobecida”, como en una selva de cachivaches producto de la destrucción, inhalando
ad infinitum el vaho adormecedor de una gigantesca boa: el
cruce genético de la falta de sentido común; el miedo paralizante y ese
destilado de tufillo populista del cual tuvimos una muestra a nivel municipal.
Continuará: Ante la
Inviabilidad: ¿Qué Hacer?
Excelente artículo.. Ya es totalmente evidente la Destrucción en la que se encuentra la Universidad, convertida actualmente en un Liceo Grande lamentablemente...
ResponderEliminarAnte el planteamiento central del artículo, quedo a la espera de ese Continuará final ¿qué se requiere para hacerla Viable?, ¿Cuales son los pasos que deberían ir dándose en este transitorio que tenemos? establezco el transitorio porque mientras sigamos en Dictadura será imposible hacerla viable por completo, pero me niego a aceptar tener que esperar sentado a que salgan los Destructores del poder para lograr hacer algo..
Y además como hacerlo con la Destrucción que también existe puertas adentro, pues muchas veces ciertas actuaciones te dejan la duda de si el espejo refleja hacia ambas caras, es decir, somos el reflejo de las malas políticas del Gobierno, o hay unas políticas de Gobierno que son reflejo de la Universidad también..?? Hacia donde ve el espejo..??
Espero que esa tendencia asintótica sea recuperable mas temprano que tarde, para que me permita ver algo parecido a esa Universidad que me cuentan que un día fue y ya no es, e incluso poder participar en la reconstrucción de la misma en lo que me sea posible..
Prof. José Nieto.
Estimado Asdrúbal, lo que describes de la Universidad es exactamente igual en la industria privada debido a que sus costos se elevan en función del incremento de las materias primas, consumos, servicios y la nómina; y si bien es cierto que tales incrementos se trasladan a los precios, los mismos tienen un límite que lo fija la necesidad de lo significa el bien producido para el público: si produces artículos de primera necesidad la gente hará lo buscará adquirir pero si produces algo que no es imprescindible, entonces vas camino a un cierre de la empresa.
ResponderEliminarTermino con una pregunta: ¿Acaso las universidades privadas no están transitando el mismo calvario de las públicas?
Saludos,
José
Gracias por sus comentarios. En el caso de lo expresado por José Barrios, no me extraña lo que me señalas con respecto a la industria privada. Ciertamente, la destrucción es total. Las universidades privadas también están transitando por severas dificultades, la crisis las agarró pagando sueldos de miseria a docentes y ahora ya no pueden salir de esa trampa. Excesiva rotación de profesores, bajo nivel, etc..Lamentablemente, a nivel universitario no se consolidó ningún reducto de calidad académica, como si ocurrió en la secundario donde perviven algunos colegios muy costosos pero que todavía dan buen educación. Exceptúo de estos comentarios a la UCAB porque su realidad la desconozco.
Eliminar