martes, 28 de febrero de 2017

El segundo de la trilogía universitaria: Los Destructores y la Universidad


Ante la Inviabilidad: ¿Qué Hacer?


Asdrúbal Romero M. (@asdromero)

 

1-Hay que diferenciar contextos


Los relatos de Inviabilidad en la universidad venezolana se cuentan por centenares. Lo peor es que aunado al empobrecedor embate inflacionario: no se dan abasto los escasos recursos para reponer los cuantiosos daños patrimoniales causados por infinidad de robos –muchos de ellos con complicidad interna-. Sin embargo, la Universidad continúa su vida como si nada grave pasara, excepto por aquello del crónico déficit presupuestario y su cantinela anual de que “los recursos de funcionamiento alcanzarán hasta mayo”. Todo continúa agónicamente, como si se estuviese haciendo un ejercicio de resiliencia institucional a la espera de un mañana que no termina de llegar, el del “Cierre Técnico”, y mientras tanto los estándares de cumplimiento académico se siguen relajando hasta niveles de muy triste asombro. Sólo se necesita sensatez para elaborar el diagnóstico, mucho más difícil resulta responder la pregunta de qué hacer ante este gélido baño de realidad.

Los decanos de mi imaginaria conversación me la hicieron. Despertar, lo primero –dije-. Reaccionar. Diseñar una estrategia de defensa. Si no un día se verán, recibiendo 27 cauchos, 9 baterías y 13 potes de pintura para tapar los supuestos déficits de una funcionalidad de mentira. Y, en el ínterin, el Régimen disfrutando del sometimiento de la “universidad de verdad” a su estrategia propagandística: “altísima escolaridad universitaria y educación de calidad” – de cuál falsa calidad se estarán jactando-. Posterior al casi  inevitable sarcasmo, les aporté mi opinión sobre cómo debería abordarse una primera acometida estratégica. Pero antes de referirme a ello, es menester que haga una diferenciación entre dos contextos radicalmente distintos: el de “construcción”, encontrándose ya el país liberado del régimen destructor y en manos de un gobierno serio que aspire a contar con una universidad académica y pertinente, y el actual que denominaré de “inviabilidad por compensar”.


2-En el contexto de “Construcción”


Prefigurarse un plan de transformación en el contexto de “construcción” es una tarea de mucho mayor alcance y amplitud, que intentar bosquejar algunas iniciativas estratégicas destinadas a recuperar oxígeno para que no se continúe perpetrando un daño irreparable a la Academia. ¡Imposible resolver la Inviabilidad con estos destructores! Pero es un deber intentar compensarla para evitar llegar a una muerte cerebral.

Como lo he venido señalando en documentos anteriores, en el período de construcción será imperativo concertar un consenso entre el Estado y la Universidad que tome en cuenta el gravoso estado de la economía que aquejará al país por unos cuántos años. Sólo de ese consenso puede surgir un conjunto articulado de medidas que pinten una nueva realidad para la universidad venezolana. Sería inoficioso que me arriesgara a aventurarme cuáles pueden ser tales medidas, apenas alcanzo a imaginarme que esa nueva universidad no será como la que hemos tenido. ¡Ni tampoco sería bueno que lo fuera!

En un reciente programa que grabé con el Vicerrector Académico de la UC, prof. Ulises Rojas, y el prof. Frank López, me atreví a predecir que esa universidad del futuro será más pequeña. Tendrá que redimensionarse para adaptarse a las posibilidades reales de financiamiento. El prof. Alejandro Sué, gran amigo y Secretario de la Institución en el período que fui Rector, siempre insistía en este principio cuando se discutían las políticas de admisión en el Consejo Universitario. El asunto no será tan controversial: menos jóvenes aspirarán a acceder a la Universidad, tomando en cuenta lo golpeada que quedará la situación económica de las familias. Opino también que será inviable la continuidad de un modelo completamente gratuito (esto deberá quedar asentado en las cuentas por cobrar a la plaga destructora), aunque aspiraría que nuestros estudios de tercer nivel fueran bastante menos costosos que los de países como Colombia o Chile. Lo tercero que señalé fue que esa universidad del futuro tendrá que ser mucho más eficiente que la actual. Se verá obligada a ello. Estoy consciente que este tipo de pronósticos, constituyen un  baño de realidad que les cuesta aceptar a muchos universitarios aferrados al paradigma tradicional. Sin embargo, estoy convencido que así tendrá que ser si realmente se desea que el país disponga de un modelo de universidad sostenible, auténticamente académica y pertinente con relación a los nuevos desafíos que a la Venezuela de ese hermoso renacimiento  -así lo deseo visualizar- se le van a plantear. Pueden acceder al precitado video en la siguiente dirección url: http://quepasaenlauc.blogspot.com/2017/02/bloque3asdrubal.html


3-En el contexto de la “Inviabilidad por Compensar”


Hecha la aclaratoria: ¿Qué hacer en este contexto de “Inviabilidad” que todavía no ha sido compensada? De resignada sobrevivencia “por ahora”, porque la ola destructora de la “Inviabilidad” tiende a hundirnos. Y en esta catastrófica precipitación hacia profundidades nunca vistas, la realización de las actividades académicas se está quedando sin el oxígeno mínimo como para que ellas puedan ser llevadas a cabo. Es muy posible que en ciertas áreas ya se haya sobrepasado el nivel de daño irreparable a capacidades esenciales para hacer Academia. Se impone la necesidad de una estrategia de salvamento. De compensar a la grave paciente, la Academia, inyectando recursos de funcionamiento adicionales a las facultades, las cuales constituyen el núcleo del deber ser de la Universidad.

Ahora bien, ¿de dónde pueden obtenerse estos recursos? Sólo hay tres alternativas. Del fortalecimiento de actividades generadoras de ingresos propios; de ahorros que se obtengan del cierre o suspensión temporal de actividades no directamente relacionadas con la función primordial de la Universidad o de aportes módicos que realicen los padres de estudiantes que puedan hacerlo (como las alcaldías en su estrategia de elevar impuestos). Con relación a la primera, por supuesto que hay que generar una acometida estratégica en esa línea, pero debe advertirse que “la calle esta dura”. Lo expresan de esa manera metafórica decanos que se han destacado, en términos relativos, con relación a este tipo de actividades. La tendencia observada es que los ingresos de esta naturaleza tienden a decaer, lo cual no es de extrañar considerando que la economía ha sido destruida.

Queda el análisis de las otras dos alternativas. Antes es necesario incorporar otro elemento a la discusión. En el actual contexto de “inviabilidad por compensar” son aplicables los conceptos de la Teoría de Juegos. Nadie puede ofrecer garantías que una vez haya decretado la Universidad un conjunto de medidas compensatorias en el sentido de lo ya expuesto, el Régimen vaya a asumir un rol pasivo con relación a ellas, es decir: las vaya a respetar. Lo esperable, en correlación con lo que ha sido su conducta en el pasado, es que reaccione tomando sus propias decisiones en función de preservar la consecución de sus objetivos –que deberían ser, pero no son los mismos de la Universidad-. El gran objetivo de la Universidad,  en la actual coyuntura, debe ser preservar al máximo de sus posibilidades la Academia, que ella no continúe siendo la gran sacrificada. Tal como está el panorama, es a la Universidad a quien corresponde ahora mover su ficha. Pero, en su proceso de toma de decisiones de cuál puede ser ese movimiento, su naturaleza y amplitud, debe incorporar el análisis de cuáles pueden ser las respuestas del Régimen.

Un ejemplo hipotético. Si la Universidad anunciara la puesta en vigencia de una módica matrícula mensual para quienes pudieran pagarla: ¿El Régimen lo aceptaría? ¿O rugiría argumentado que unas autoridades apátridas quieren acabar con el modelo de universidad gratuita, del cual ellos han sido sus ardorosos defensores cuando, en verdad, han sido los que han destruido su viabilidad? De ser la segunda su actitud, tendríamos que esperar que tomaran medidas dirigidas a torpedear la iniciativa universitaria. ¿Cuáles podrían ser éstas?  A esto es a lo que me refiero cuando expreso la necesidad de plantearnos un tablero de decisiones como el que conceptualmente se utiliza en Teoría de Juegos. El ejemplo es hipotético, en el sentido que no estoy adelantándome a decir que esa debe ser la medida, aunque tampoco podemos negarnos a considerar alternativas en esa vecindad –intentaré ser más preciso al respecto en la siguiente entrega-.

Lo que sí deseo resaltar es la existencia, al menos, de dos actores involucrados en la toma de decisiones: la Universidad y el Régimen. Sin ambages debo reconocer que el tablero es bastante simplificado, tomando en cuenta la diversidad de intereses que se confrontan al interior de la comunidad universitaria. Esta dificultad cierta lo que plantea  como desafío es la necesidad de que, internamente, se avance en el análisis del problema y la búsqueda de alternativas. La Universidad está obligada a honrar lo que ella es. No se puede seguir rehuyendo una discusión que es urgente abordar. Discusión que permitiría una sensibilización compartida del grave problema que tenemos: la Academia se nos muere en nuestras manos. Discusión que tendría un norte: el comprometer a una mayoría más que calificada de universitarios alrededor de un plan estratégico de salvamento de la Academia. Es indispensable unificar al máximo la posición interna para poder presentarse con opción al tablero principal.

Insisto: en cuanto la Universidad proponga, el Régimen va  a interpretar que se pretende poner en entredicho su “verdad” de lo mucho que él está haciendo en beneficio de los jóvenes universitarios. Su objetivo es preservar, en medio de la destrucción que acomete, la prevalencia de su hipócrita discurso. Va a reaccionar y no va a ser para ayudar. Se trata de un régimen pretencioso con muy escasa entidad de Estado que no escucha, impone, arrolla, juega duro políticamente, al rojo candente cuando ve en peligro la develación de su falsa opereta discursiva. Por esta caracterización que hago de él, no creo que sea posible un juego ganar- ganar, aunque debemos iniciar nuestra acometida intentándolo, eso sí: con la convicción  de sentir nuestra posición sustentada en un sólido discurso académico. Los argumentos que se pueden construir a partir de la realidad inviable son de una pasmosa contundencia y están a la orden del día.

Nadie ha dicho que va a ser fácil. Pero la Universidad no puede estacionarse en un estado de pasividad mientras ve morir a la Academia sacrificada en el altar de la “Inviabilidad”. O sale a defender activamente el paradigma tradicional, con todas sus fuerzas. O asume el resquebrajamiento de dicho paradigma en aras de preservar la más preciosa capacidad que ella tiene: hacer buena academia y, en concordancia con esta postura, decide en ejercicio de su autonomía tomar medidas que, quizás con algo de razón, se puedan calificar de desesperadas, pero las toma y las sale a defender en un peligroso tablero lleno de riesgos. La confrontación discursiva será, por lo demás, interesante y muy reveladora. Lo que no se puede hacer es no hacer nada.    


4-Una anécdota ucista sobre la necesidad de unificación interna


A los efectos de enfatizar la necesidad del debate interno y el indispensable esfuerzo para lograr la unidad alrededor de posiciones institucionales, me voy a permitir relatar una situación recientemente acontecida en la UC. Me entero por las redes sociales que a nivel de una de sus facultades se está requiriendo un aporte de los estudiantes de Bs 300 en el momento de la inscripción del próximo semestre. Me entero porque varios docentes publican protestas con relación a la medida aludiendo al derecho de la gratuidad. Debo confesar que la iniciativa me produjo la sensación de una breve corriente de aire fresco en un cálido solar maracucho donde ni las hojas se atreven a moverse. Por lo menos, me dije, un grupo directivo se atreve a tomar una medida que rompe con la inexplicable quietud de un paisaje institucional adormecido. No fue tanto por el monto, los trescientos bolívares representan algo así como la quinta parte del costo de una arepa en un lugar bien económico (si se le aplica el factor de devaluación de 1/1000000 con respecto al dólar a 4,30, el monto es inferior a los dos bolívares que se cobraba por comedor en mis tiempos de rector que ya, para aquella distante época, no daba ni siquiera para cubrir el “overhead” administrativo de vender los tickets). Tampoco sentí el fresquito  por lo mucho que se pudiera resolver con el total recolectado. Fue porque esa iniciativa, tuve la esperanza, generaría en la Universidad un interesante debate.

Al parecer no tuvo la intensidad esperada. A los pocos días, en la misma red social, un representante profesoral ante el respectivo Consejo de la Facultad informa que se ha logrado vencer el despropósito emprendido por el Decano. Termina diciendo: “la Educación Superior en Venezuela es gratuita”. Muy bien, no se crea que yo no le respeto su posición. Pero veamos las contradicciones. El mismo profesor, es un dirigente gremial que salió derrotado por muy pocos votos en la reciente contienda electoral para elegir al Presidente de la APUC. Él, como muy pocos, conoce del problema de inmovilidad que, inexplicablemente, aqueja a la Universidad cuando se trata de salir a defender la Institución de los reiterados maltratos que el Régimen le ha perpetrado. Infructuosamente, hay que reconocérselo, lo ha intentado y ha tenido que tragarse el amargo resultado de las convocatorias sin dolientes.

No hemos respondido los profesores. No quisimos asumir ese rol pedagógico que, como integrantes de una élite intelectual del país, nos correspondía ejercer en la defensa bien argumentada de la Universidad, y del país, ante los múltiples desvaríos de los “Destructores”. Tampoco han respondido los empleados, ni los obreros, ni los estudiantes comunes que, tarde o temprano, serán las víctimas de la destrucción de ese modelo de calidad, popular, autónomo y gratuito que disfrutaron anteriores generaciones. No salimos a protestar contra quienes debíamos protestar, pero si nos envalentonamos adentro, criticando y protestando contra unas cabezas de turco que tenemos allí, que tienen que hacer milagros para mantener operativas grandes facultades sin que hasta esta fecha, último día del segundo mes del año, hayan recibido ni un céntimo para gastos de funcionamiento y con los costos volando hacia el infinito cielo. Estas son las contradicciones que no alcanzo a comprender. Creo que tenemos un severo problema de estructuración de nuestras prioridades que debemos resolver, tanto a nivel institucional como individual.

La Facultad a la que se refiere el escueto relato tiene quince mil estudiantes –al menos son los que nominalmente aparecen inscritos-. ¿Cómo se hace para mantener a una facultad de tales dimensiones operando en tan aberrante estado de inviabilidad? ¿Será que ya aprendimos a convertir el aire en buena academia? Al parecer la dramática crisis en la que hemos sido sumidos –y nos hemos dejado sumir-, no está siendo bien comunicada ni siquiera entre nosotros mismos. No la estamos procesando. No le estamos viendo sus aristas. No hemos comprendido que hemos sido conducidos a una situación dilemática, a un perfecto nudo gordiano: ¿O dejamos perecer a la Academia o buscamos recursos de algún lado para preservarla en un estado que tampoco será el óptimo?


Es necesario que se dé una franca discusión interna.  Por allí debemos comenzar. Por allí debimos haber comenzado hace ya algún tiempo. Hay que deponer la lucha interna por el poder, porque este no es más, en las actuales circunstancias, que una botella vacía. La crisis de la “Inviabilidad” no nos da margen para no hacer nada. Es menester emprender iniciativas sin olvidar que, por encima de cualquier cosa somos Universidad: una institución universal que tiene como primerísima misión la búsqueda y difusión del conocimiento. Es decir: la Academia. Todo lo demás viene después. Aunque nos suene duro: es accesorio.  Teniendo esto como principio, todo lo demás se puede discutir. En la siguiente entrega, me referiré a las dos alternativas que quedaron planteadas en este texto. ¿Qué factibilidad tienen en ese tablero de la Teoría de Juegos al que hice mención? 

viernes, 17 de febrero de 2017

El primero de una trilogia universitaria: Los destructores y la Universidad


¿Están destruyendo a la Universidad?

Asdrúbal Romero M. (@asdromero)


Discutíamos sobre los pros y los contras de la apelación genérica “Los Destructores”, como un significante lo suficientemente eficaz para invocar, en este país y en estos tiempos, a la mente de la mayoría de sus ciudadanos la terrible realidad de la destrucción que el Régimen viene llevando a cabo, cuando a uno de los participantes se le ocurrió exteriorizar su pregunta: ¿Están destruyendo a la Universidad? Una interrogante que tiene mucho sentido planteársela y cuya espontánea emergencia sonó muy natural que ocurriera, habida cuenta que todos los allí presentes éramos profesores universitarios (específicamente: ucistas).

La primera aproximación a una respuesta surgió de inmediato, con una lógica contundente: si estamos de acuerdo en que el país está siendo destruido y la Universidad es una institución contenida en él –nos estamos refiriendo a la universidad venezolana-, a ella se le hace imposible sustraerse a tal destrucción. Máxime cuando uno de los ejes fundamentales de la destrucción es el casi súbito empobrecimiento radical del país, de todas sus instituciones y de la inmensa mayoría de sus ciudadanos. A fin de justificar lo de ¨súbito¨, nos apoyamos en las cifras aportadas por nuestro prolífico investigador en temas económicos, Dr. Francisco Contreras,  en su trabajo “La historia numérica de la inflación en Venezuela (1831-2017)”. La inflación acumulada en el más reciente trienio, 2013/2016, bajo la Presidencia de Nicolás Maduro, es del 2440%. ¡El estimado conservador para los dieciocho años de la V República es un 533992%! Las cifras son tan inasiblemente altas que casi pierden el significado de su real impacto sobre el quehacer humano por estas tierras. Ninguna institución, por muy fuerte que estuviera, podía haber resistido el tan vertiginoso embate sobre su capacidad para poder gestionar el cumplimiento de los fines para los cuales fue creada.

Adicionalmente, dentro del cuadro de instituciones: la Universidad es aún más vulnerable porque depende casi exclusivamente de los ingresos financieros que le aporta el Estado. En el caso de otras instituciones, por ejemplo: las alcaldías, la posibilidad de acceder a otros ingresos, vía tributación, puede haberles permitido compensar, al menos parcialmente, el tsunami inflacionario. De hecho, fue lo que intentó hacer el Alcalde del Municipio Valencia al lograr la aprobación de un incremento de los impuestos municipales que se percibió como demasiado elevado. Desviándome por unas líneas del tema principal: lo malo fue que el Alcalde, el Sr. Cocciola, gestionó tal incremento mediante un procedimiento muy poco transparente. En lugar de fajarse a explicarles a los pobladores de su municipio las razones que tenía para hacerlo, optó por recurrir a una puerta trasera. Le hubiese bastado con dolarizar el presupuesto del municipio y compararlo con el de muchas otras ciudades en el mundo de dimensiones comparables, para evidenciar el empobrecimiento radical de la dependencia a su cargo y de cómo este incidiría, progresivamente, en un significativo deterioro de la calidad de vida de los valencianos. En mi opinión, le faltó valentía para democratizar su intención y ya sabemos lo que ocurrió: se le atravesó un político regional, autoridad universitaria además, quien teniendo total razón sobre la opacidad inaceptable del procedimiento, logró detener a nivel de los tribunales la iniciativa del Alcalde. Esta, moderándola un tanto y haciéndola progresiva en el tiempo como resultado de una sana discusión democrática, se habría convertido en una pertinente y razonable medida de protección municipal frente al embate inflacionario. En una clarinada de realidad, añadiría yo, sobre todo dirigida a los que arduamente responsabilizan del deterioro a los gestores locales, sin tomar conciencia de la existencia de la fuerza mayor que lo está causando. Al final de este breve relato, le queda a uno la sensación de la prevalencia de ese ubicuo tufillo populista negador de la realidad al que tanto nos hemos hecho adictos los venezolanos.

Quizás nos desviamos del tema  relatando, muy a grosso modo, los intríngulis de un frustrado intento municipal de resarcir en algo la apabullante pérdida de la capacidad de hacer gestión. Quizás no, porque estableciendo un paralelismo con lo que ocurre en las instituciones universitarias, cuya vulnerabilidad ante el ya resaltado tsunami es aún mayor, también a las autoridades universitarias  pareciera hacerles falta una inyección de valentía que les impulsara a activar una auténtica discusión reflexiva al interior de sus organismos institucionales, en aras de, primero, democratizar una descarnada toma de conciencia sobre cómo ha sido destruida la posibilidad de continuar funcionando con un nivel mínimo de calidad académica y segundo, lo más importante, estructurar un plan que les permita afrontar, aunque sea de manera parcialmente compensatoria, una realidad corrosiva que ya no puede seguir siendo tratada como si no existiera.

Las autoridades siguen empeñadas en caracterizar la dantesca situación actual dentro del marco mental harto conocido del “Déficit Presupuestario”, sí, el mismo que se ha utilizado por más de cuarenta años, en la Cuarta y en la Quinta, y que sirve muy poco para diferenciar las rutinarias carencias del pasado con esta pavorosa cotidianidad actual cuyo gran tema omnipresente es la “Inviabilidad”. A los ministros de educación superior -los pluralizo porque a cada rato los cambian-, les es muy cómodo batirse en el imaginario cuadrilátero montado a través del prevalente “framing” alusivo al manido déficit presupuestario. Les basta para responder: un cuadro contentivo de los “fabulosos” incrementos interanuales que describen el crecimiento del gasto por institución en estos últimos años.

Nadie podría negar que el gasto universitario ha venido creciendo a tasas verdaderamente significativas. Seguramente, en forma muy similar a cómo han venido creciendo los sueldos y salarios del sector –en términos generales, más de un 90% de dicho gasto se dedica a pagar la nómina-. Esta similitud nos sirve como anillo al dedo para develar el auténtico problema. Es verdad: nuestros salarios han venido incrementándose con unos porcentajes verdaderamente llamativos, pero siempre por debajo de unos estratoféricos índices inflacionarios, hecho éste que al mantenerse por  varios años ya, ha conducido a una destrucción acumulada de nuestra calidad de vida. Progresivamente, muchos de los renglones de gasto familiar que en el pasado los asumíamos como implícitamente normales se nos han convertido en inviables. La calidad de vida se reduce a alimentación y para muchos ni siquiera a eso. Si la mismísima vida nos la vienen haciendo inviable, extrapolemos desde lo que nos ocurre en nuestra esfera personal y familiar hacia lo que acontece en nuestro entorno institucional: ¡También los aspectos más básicos y fundamentales de la vida universitaria nos los han venido inviabilizando! Las universidades cada vez pueden hacer menos y esta tendencia sólo nos puede conducir a un cierre técnico.

Todas las proyecciones nos indican la inevitabilidad de arribar a un cierre técnico, pero mientras llegamos allá deberíamos reflexionar sobre la calidad de lo que venimos gestionando. Cuando uno tiene la oportunidad de hablar con algunos decanos de facultad, los percibe genuinamente preocupados. Ellos son los que tienen que dar la cara a sus profesores y estudiantes. Uno me cuenta: el otro día llegaron unos profesores a reclamarme porque no podían reproducir sus exámenes. Tuve que decirles que no tenía “toner”, ni dinero conque comprarlo, que no podía satisfacer su demanda. ¿Y cómo resolvieron? –le pregunté asombrado de que las carencias estuviesen llegando a ese nivel ínfimo de funcionamiento-. Que inventaran, que resolvieran ellos, que yo no les podía resolver. ¿Qué habrán inventado tales profesores? A lo mejor publicarlo vía internet. ¡No les extrañe! Estamos hablando de la prueba escrita que debe llevar el profesor al salón de clase, dando por sobreentendido que el papel para el registro de las respuestas ya no se les suministra a los alumnos. Ellos deben llevarlo. Más de uno habrá faltado a alguna evaluación por no contar con el dinero suficiente para adquirirlo. El modelo de educación gratuita va muriendo por inanición. Pero el Gobierno sigue haciendo propaganda a cuenta de él.

Así estamos. El acto de clase se da en condiciones cada vez más deterioradas, cuando se da. Asignaturas de alta tecnología con profesores dictándolas a punta de pizarrón y tiza en aulas pésimamente iluminadas. Los estudiantes pierden horas de clase porque no pueden asistir al tener que abocarse a resolver problemas más álgidos de vida –muchos ya han sincerado su situación y abandonado la Universidad-. Puede ser que sea el profesor quien falte, por el mismo tipo de razones. Los laboratorios se “virtualizan” porque no hay materiales ni equipos en condiciones para hacer las prácticas.  Se pierden clases porque no hay servicio eléctrico, o no hay aguas para los baños porque se robaron la bomba, o unos estudiantes cerraron los portones de la Facultad porque se produjo el enésimo atraco en un salón de clase. El número de horas hábiles por curso y por período académico se reduce. La Universidad como un todo se va convirtiendo en universidad virtual sin haberse preparado para ello: también se “virtualiza”. Ni que hablar de la farsa de los turnos nocturnos. Los semestres siguen concluyéndose con mermados índices de exigencia académica. Los títulos siguen entregándose. A muchos de los estudiantes que continúan adentro, esto parece ser lo único que les importa: “Graduarme de esta “m..” de universidad, que me den el papelito, después resuelvo”. ¿Cuántos de ellos se contarán dentro del 88% de jóvenes que quieren irse del país? –titular del diario “El Nacional” este domingo 12/02- ¡Pobrecita Alma Máter que va agonizando de destrucción y no tiene estudiantes que la defiendan!

Por otra parte, muchas dependencias de naturaleza extra académica paralizadas. Varias por varios meses; algunas incluso por años. Sea porque no tienen recursos con qué funcionar; las condiciones de trabajo son genuinamente intolerables o no lo son tanto, pero sus trabajadores han aprendido a protestar para no trabajar.  Igual, los procesos de nómina no se detienen, quince y último, para todos, se trabaje o no. Esto va creando hábitos de sinvergüenzura. En verdad, la Universidad no sólo se “virtualiza”, se va convirtiendo en una gigantesca maquinaria de pagar sueldos y salarios por cada vez hacer menos. Sólo eso y la entrega periódica de unos títulos académicos que van valiendo menos académica e intelectualmente, parecieran ser las razones límites de existencia de una universidad que se debate en el territorio de lo inviable. ¡Es una visión tan dolorosa!

Recuerdo haberle preguntado a mis interlocutores decanos: ¿Y ustedes no discuten a lo interno esta situación? ¿Y en el Consejo Universitario no hay nadie que se levante y plantee la necesidad de establecer un límite admisible de mediocridad? Se los pregunto, porque si el criterio directivo prevalente es mantener la Universidad con sus puertas abiertas a como dé lugar: ¿hasta qué niveles de mediocridad académica imaginan ustedes que se podría llegar? De sus respuestas y comentarios, pude inferir que sí se venían dando discusiones aunque un tanto incipientes. Mi recomendación fue que había que sacar la discusión de ese círculo tan hermético, democratizarla, bajarla a todos los sectores. Se ha hecho un gran esfuerzo, descomunal, para mantener a la Universidad abierta. Es bueno que se difunda y se conozca a nivel de todos los miembros de la comunidad (algunos lo desconocen o se hacen los locos). Pero, el ácido destructivo de la “Inviabilidad” ya se ha encargado de corroer capacidades esenciales para poder llevar a cabo una normal vida académica.  ¡Ya va siendo hora de sincerar! Y, ojo, sincerar no implica necesariamente cerrar, puede significar tomar medidas de sinceración duélale a quien le duela.

A la “Inviabilidad” hay que retratarla con datos concretos, para demostrar cuál ha sido su gran causa motora: una inflación galopante por un período de tiempo excesivamente continuo. Su efecto acumulado es el gran factor diferenciador entre el pasado del “Déficit Presupuestario” y este doloroso presente de la “Inviabilidad” del modelo del financiamiento actual. Los “Destructores”, como en tantas otras instituciones que han destruido, han acabado con el modelo de universidad gratuita que tanto pregonan defender. Su discurso y la realidad transitan por rutas antípodas. Este es el “framing” dentro del cual se debe debatir con el “Regimen.

 Hay que plantearle la realidad a los universitarios, con honestidad, valentía y entidad democrática, como primer paso para plantearse el qué podemos acometer sin recurrir a atajos populistas (la segunda parte de mi conversación con los imaginarios decanos). De no hacerlo, la Universidad continuará su inexorable camino asintótico a no ser más que una maquina pagadora de nómina y emisora de títulos cuestionados por su bajo nivel académico. Sería muy triste que continuara por ese camino: la “Universidad Embobecida”, como en una selva de cachivaches producto de la destrucción, inhalando ad infinitum  el vaho adormecedor de una gigantesca boa: el cruce genético de la falta de sentido común; el miedo paralizante y ese destilado de tufillo populista del cual tuvimos una muestra a nivel municipal.

Continuará: Ante la Inviabilidad: ¿Qué Hacer?



 

jueves, 9 de febrero de 2017

A cuenta del significante "LOS DESTRUCTORES", una reflexión:

LA POLÍTICA COMO CONSTRUCCIÓN PERMANENTE


Pedro Villarroel Díaz

 


La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia del esfuerzo humano,
son el antecedente necesario de toda acción enérgica
y de todo propósito fecundo

José Antonio Rodó (Ariel)

La altísima complejidad de la situación política y social del momento requiere de nuestra atención, con el propósito de observar la naturaleza del régimen como unidad política y discursiva, así como también las innumerables demandas del conjunto de la sociedad venezolana.
La adecuada caracterización de este régimen en lo concerniente a sus déficits políticos, institucionales y económicos son la condición sine qua non para la construcción desde la sociedad civil de los elementos de significación hacia una identidad política, con relato incluido, que promueva la construcción de una nueva hegemonía con pretensiones  de cambio.
La sociedad venezolana está atravesando una enorme crisis. La escasez de los alimentos básicos de la dieta diaria, la inflación, el deterioro salarial de los trabajadores, la pobreza cada vez mayor, la inseguridad, el desempleo, la restricción de las libertades civiles, los problemas de salud pública, la corrupción, el desmoronamiento ético y moral, así como el deterioro del sistema educativo, son los elementos que constituyen el conjunto de las demandas de los distintos sectores de la población venezolana.
¿Qué es lo que hay detrás de cada demanda?  Digamos que detrás de cada una de ellas se establece una relación entre la necesidad propiamente dicha y el deseo, entendido éste como la aspiración a alcanzar el ideal de realización humana. Es decir qué, detrás de cada deseo, preexiste el añoramiento de condiciones que están conectadas en el imaginario de la gente.
Muchos autores han analizado la realidad política de sus contextos y países. En América Latina, particularmente, ha habido estudiosos de la política y de los elementos que la constituyen como fenómeno psicológico, sociológico, antropológico, semiológico e histórico.
Es el caso del filósofo político Ernesto Laclau, quién desarrolló los conceptos de significante flotante y significante vacío dentro de la lógica del proceso de articulación de la hegemonía política. Veamos lo que señala al respecto:
Los significantes flotantes son elementos discursivos privilegiados que fijan parcialmente el sentido de la cadena significante “…constituidos en el interior de una intertextualidad que los desborda y cuya principal característica es su naturaleza ambigua y polisémica…” (Laclau, 2004). Dan cuenta de luchas políticas y semánticas que buscan hegemonizar un espacio político discursivo. A manera de ejemplo podemos indicar “hambre”, “desempleo”, “corrupción”, “inseguridad”.
A diferencia de ellos, los significantes vacíos son elementos particulares, palabras o imágenes, términos privilegiados que refieren a la cadena equivalencial como un todo “…son significantes sin significado que, inscritos en momentos de cambio político y de construcción de identidad popular, juegan un importante papel en la configuración de una nueva hegemonía política…” (Laclau, 2005). “Pueblo”, “líderes”, “ciudadanos”, por ejemplo.
La idea del significante vacío está vinculada a las necesidades, a las demandas y a los deseos, con el agravante en esta cadena relacional que a diferencia de la necesidad, el deseo no puede ser satisfecho.
El aspecto más acuciante en la actualidad para la dirección política de la mayoría opositora venezolana lo constituye el cómo construir una identidad, un rostro, un lenguaje y un discurso. Cómo construir cadenas de equivalencias de demandas insatisfechas que produzcan simultáneamente un orden y una diferenciación. Esta idea supone entender lo político como un proceso de construcción permanente en el que nada está definido de antemano.
Pretender producir un cambio de dirección política con las viejas recetas, llámese conciliación de élites, llámese grupo de iluminados (foquismo) etc., es pretender cambiar para que nada cambie. Un eterno ritornelo que vacía lo más importante del momento como lo es la construcción política para el cambio, es decir, vaciar la política de lo político.
El problema radica fundamentalmente en cómo construir en un ambiente de demandas e insatisfacciones  múltiples, una cadena de equivalencias con el propósito de unificarlas para producir cohesión e identidad.
¿Cómo cohesionar en un “nosotros”, una identidad afirmativa en contraposición al “ellos”? Cuando se logra encadenar, cohesionar, a través de las demandas e insatisfacciones, se produce una identidad que afirma la idea del “nosotros”. Cuando definimos ya a ellos como los otros y logramos diferenciarlos de nosotros, los demandantes e insatisfechos, se crea una situación proclive al cambio.
En Venezuela, las condiciones objetivas para un cambio están dadas: desconfianza en la dirección política del régimen derivada del desatino en las políticas económicas, incapacidad para resolver problemas relacionados con los servicios públicos como electricidad y agua potable, deterioro de la educación venezolana, una creciente y pavorosa crisis económica, desmoronamiento del sistema de salud, entre otros.
Todo esto ocasiona en la población un sentimiento de repulsa, de insatisfacción profunda, de rabia y frustración que no consigue todavía cauce, debido a la carencia de un liderazgo político que traduzca estos sentimientos en una acción política contundente para producir las transformaciones necesarias hacia una Venezuela democrática y libre.
Siendo esto así ¿Cómo articular la heterogeneidad de demandas en una cadena que las haga equivalentes a través de un significante que permita ordenar y dirigir la acción política, con el propósito de producir el cambio en la sociedad venezolana?
Esto es algo que a nuestro modo de ver no hemos podido aún construir. Desde el liderazgo representado por la Mesa de la Unidad Democrática no se ha logrado establecer las articulaciones que combinen la lucha política, por ejemplo, en la Asamblea Nacional con la lucha en la calle de los demandantes que exigen al régimen soluciones a sus problemas. De allí que no sea posible visibilizar todavía una dirección que con claridad y resolución otee en el horizonte de la comprensión y realización, el anhelado cambio político en Venezuela.
El liderazgo político opositor, por lo menos en lo inmediato, no luce articulador para el cambio. Su discurso paradójicamente habla desde el adentro del régimen, negando su propia esencia transformadora al dedicarse a elementos subalternos que desdibujan la verdadera lucha, desentendiéndose así de los únicos elementos que hacen posible la construcción de una identidad desde el afuera del régimen político actual, que le niegue a éste su sobrevivencia y permanencia.
Una hegemonía se construye, insistimos en esto. La oposición venezolana hasta este momento no ha sido capaz, entre otras razones porque no ha logrado constituir un territorio discursivo que interprete las conexiones de equivalencia de demandas de la gente, quedando atrapados entonces en la antinomia producida por el discurso del poder, que genera angustia, confusión y miedo.
Esta es la tarea gigantesca que tiene por delante la sociedad civil organizada y su dirección política. Solo en la acción diaria de los demandantes de la sociedad civil es posible la construcción de lo político, de su relato y de una ciudadanía democrática.
La política es una construcción permanente que requiere de su liderazgo, no solamente claridad del momento que se vive, sino también saber de las relaciones que hay entre el poder y las demandas insatisfechas de los ciudadanos. Se constituye políticamente el poder en una relación entre el estado y los ciudadanos.
Es impostergable comenzar a construir un liderazgo colectivo en Venezuela, un liderazgo democrático, donde a pesar de las diferencias y los distintos puntos de vista podamos convivir en pos del bien superior que no es otra cosa que un Estado de libertades, de democracia, de participación y de resolución de los problemas fundamentales del pueblo venezolano.
Creemos firmemente que estamos en la fase fundamental de construir política, de hacer política. La política no debe confundirse con un manual de instrucciones. La política hay que construirla permanentemente. Y debemos comenzar hablando con la gente, entrando en contacto con las necesidades reales de la gente de verdad, no desde un buró.
Ahora ¿Es cuestión de un día, es cuestión de un año? No lo sabemos, es cuestión de procesos. De visibilizar en el horizonte de comprensión las posibles soluciones a los problemas del país.
¿Recetas?... han habido bastantes, en economía por ejemplo, así como en otras áreas. El problema es construir un relato creíble, posible, confiable, que se sienta, pero que además genere esperanza. Una esperanza de cambio.
Porque la esperanza está ligada al deseo y si nosotros no conectamos deseo con esperanza, no hay posibilidad de cambio en Venezuela.
Referencias Bibliográficas
Laclau, E. (2004) Estructura, historia y lo político. En: Butler, J., Laclau, E., Zizek, S., Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos de la izquierda. Buenos Aires: FCE.

Laclau, E. (2005) La razón populista. Buenos Aires: FCE. Montero, A.S. (2012) Significantes vacíos y disputas por el sentido en el discurso político: un enfoque argumentativo. En: Identidades, Núm. 3, Año 2, Diciembre 2012, pp.1-25.

martes, 7 de febrero de 2017

Sobre la necesidad de reinstitucionalizar a la Universidad



Continuo compartiendo material grabado en un programa conducido por nuestro vicerrector académico, Ulises Rojas Sanchez, esta vez habla el profesor Frank López sobre la necesidad de reinstitucionalizar a la Universidad.

Cómo será la nueva Universidad venezolana después de...

Este video se corresponde con la tercera y última entrega que yo publico sobre el programa conducido por el Vicerrector Académico de la UC y, como invitados, el profesor Frank López y mi persona. En este, a raíz de una pregunta del Vicerrector hago una reflexión sobre hacia dónde se encamina la universidad del futuro.





Sobre la INVIABILIDAD de la Universidad Venezolana

No recuerdo la fecha exacta, pero hace como seis meses, el profesor Frank López y yo grabamos un programa con Ulises Rojas Sanchez, Vicerrector Académico UC. Aquí comparto con ustedes un extracto -editado para mayor brevedad- del primer bloque (después iré publicando otros). El gran tema actual de la Universidad es LA INVIABILIDAD y de ello poco se habla.