La Universidad en su laberinto
I-En la transición de la cuarta a la quinta
Asdrúbal Romero M. (@asdromero)
En este estado de quiebra generalizada en el que han sumido
al país, en el sector universitario, finalmente, parece surgir un consenso colectivo en cuanto a reconocer
el agotamiento del modelo por el que nos hemos regido por más de cinco décadas.
Tuvimos que llegar a un tornado híper inflacionario, en lo que respecta a los
gastos de funcionamiento e inversión para la Academia, para tomar conciencia colectiva
de la muy débil sustentabilidad del modelo de financiamiento mediante el cual
se ha decidido la asignación de recursos presupuestarios a las universidades
dependientes del erario público. Por esto, el reconocimiento cobra particular
énfasis en el tema financiamiento, que incide sobre todo lo demás, pero, en mi
opinión, el agotamiento aqueja a todas las áreas del quehacer universitario
nacional.
Cabe preguntarnos: ¿Desde cuándo resultaría válido hablar de
agotamiento del modelo? Ya en los tiempos de la Cuarta República, se hablaba de
la imperiosa necesidad de transformar a la universidad venezolana. Una
manifestación de ese deseo fue la tendencia heterologadora que, tal cual la
Onda Nueva en otros tiempos de nuestra historia musical, tuvo sus años de moda
en el segundo gobierno del Dr. Caldera. Efectivamente, ya para aquel entonces
se tenía conciencia a los niveles más altos de la necesidad de ajustar el
modelo y someterlo a una evaluación continua mediante una estructura de
acreditación institucional con cobertura nacional. Luego entramos a esta
revolución, que ha resultado ser como una cava congeladora del progreso en
muchas áreas del quehacer nacional, entre ellas, y lo digo sin abrigar la más
mínima duda: la universitaria.
A mí, como Rector de la Universidad de Carabobo en el
período 1996-2000, me correspondió
dirigir a la Institución en los dos últimos años del segundo gobierno del Dr.
Caldera y los dos primeros del Comandante Chávez. Deseo iniciar esta secuencia
de artículos titulada “La Universidad en su laberinto” –aspiro a poder
trasmitirles a mis lectores, progresivamente, una nítida imagen del laberinto
al cual me deseo referir-, compartiendo una experiencia vivida al inicio del
segundo de los gobiernos mencionados.
El Ministro de
Educación y Presidente del Consejo Nacional de Universidades (CNU), Héctor
Navarro -todavía no se había creado el ministerio para la educación
universitaria ya que recién había tomado posesión el flamante nuevo gobierno-, nos
convoca a su despacho para una reunión a los cinco rectores de las
universidades autónomas. Compartía con Navarro en aquel momento
dos cosas: ambos éramos profesores de Ingeniería Eléctrica, él de la UCV, y
ambos teníamos una relación muy cordial con Trino Alcides Díaz, Rector de la
UCV, por lo que albergué buenas expectativas con respecto a esa reunión. En ella, Navarro, que siempre fue en esos dos
años un cultor de las buenas formas, nos invita a ser partícipes de un gran
proceso de transformación de la universidad venezolana impulsado desde el CNU
y, prácticamente, nos propone a los cinco el liderazgo compartido con él en ese
proceso. Nos reuniríamos previamente a cada reunión del máximo organismo
nacional de conducción universitaria, a fin de debatir las propuestas de transformación
que serían llevadas al seno del cuerpo. En la reunión, además de Trino y mi
persona, participaron los rectores Felipe Pachano, Neuro Villalobos y Viridiana
González de la ULA, LUZ y UDO respectivamente. Navarro nos invita a cada uno de
nosotros a que expongamos en esa primera reunión de intercambio informal de
ideas: cuáles creíamos nosotros eran los cambios más urgentes que debían
promoverse en el subsistema de educación universitaria.
No logro recordar lo que expusieron mis compañeros, apenas: que
ninguno de ellos quiso comentar un tema traumático que yo había puesto en el
tapete en mi intervención. Fui el primero que expuse. Me referí al inmenso
capital político que había aglutinado Chávez en el proceso de advenimiento a la
Presidencia, al recibir de los electores un claro mandato para cambiar muchas
de las cosas que andaban mal en el país. Esto nos brindaba una brillante
oportunidad para introducir los urgentes cambios que se ameritaban en el ámbito
universitario, algunos de ellos lo suficientemente controversiales para suponer que
en circunstancias políticas más adversas resultaría muy difícil implantarlos.
Hablé de la necesidad de ponernos de acuerdo en una ley de financiamiento para
la Educación Superior, del carácter sistémico de un proceso de transformación y
expuse la necesidad de un cambio urgente, al cual no se le debía dar demasiadas
largas: la modificación del régimen de jubilaciones para el personal
universitario a fin de incrementar el número de años de servicio –el tema
traumático por excelencia que nadie, ni siquiera Navarro, se dignó a comentar-.
Lo hice argumentando que la jubilación a los veinticinco años de servicio
estaba descapitalizando, académicamente, a nuestras instituciones a un ritmo
demasiado acelerado y aludiendo, también, a la inmensa carga presupuestaria que
dicho régimen representaría en el tiempo, habida cuenta que no se habían tomado
las debidas previsiones financieras para hacerlo sostenible. Por supuesto que
este es un tema muy complejo en sí mismo para extenderme aquí en mayores
justificaciones. Sí deseo reiterar mi sincera convicción en aquel momento de la
necesidad de detener tan doloroso y costoso desangramiento.
Después de todas las intervenciones de los rectores, habló
Navarro. Nos hizo saber que su principal propuesta transformadora era una mayor
democratización: empleados y obreros debían votar en los procesos de elección
de las autoridades rectorales y decanales. También expuso su criterio de
permitir la reelección a nivel de las autoridades rectorales –los decanos ya se
podían reelegir-. Que yo recuerde no hizo mención a ninguna otra propuesta, ni
tampoco se extendió mucho en comentar las nuestras. No podía saber en ese
momento si más bien hablaba a nombre propio o, si en verdad, la gran promesa de
cambio que el Chavismo le tenía reservada a la universidad venezolana era
simplemente esa. Salí perplejo de esa reunión. Y decepcionado debo decirlo, por
lo escueto del planteamiento que contrastaba con la impostergable y profunda
transformación que demandaba nuestro subsistema universitario. Adicionalmente,
no simpatizaba para nada con su tesis principal, convencido como ya estaba de
que el excesivo electoralismo con sus vicios y triquiñuelas le estaba haciendo
daño a la Universidad. Había demasiada política y poca academia en los procesos
de selección de autoridades. Por ello, había seguido con sumo interés el último
–para aquel tiempo- proceso de selección
de autoridades rectorales que se había aplicado en la universidad experimental
Simón Bolívar. Un interesante experimento que había incorporado el principio de
meritocracia académica en la selección del equipo rectoral de esa institución.
No me extenderé en el procedimiento aplicado por ellos. Quizás algún día, ojalá
las circunstancias en el país lo permitan y pueda tener el placer de retrotraer
aquella novedosa experiencia a una mesa de discusión nacional sobre las estrategias de transformación a
considerar en el desafío de reflotar a nuestras instituciones universitarias.
Si tuviese que hacer una lista de las organizaciones sobre la Tierra en las que
se amerita recurrir a un proceso de
selección de quienes la dirigen aplicando principios de meritocracia política,
en el primer lugar de esa lista colocaría a la Universidad, en ajustada consideración
al carácter intrínsecamente meritocrático de su misión académica.
No se produjeron posteriormente más reuniones de esa
naturaleza. Los desencuentros en el CNU comenzaron a producirse demasiado
prontamente. Han transcurrido más de diecisiete años desde aquel intercambio
cordial muy bien intencionado y, como le ha ocurrido a la Revolución con tantos
otros temas, el balance de los logros obtenidos en la implantación de sus
propuestas de cambio orientadas hacia el sector universitario ha sido
apabullantemente nulo. ¡El inmenso
capital político dilapidado! No sólo se trata de que los empleados y obreros en
nuestras casas superiores de estudio todavía no voten para elegir autoridades,
sino que han logrado paralizar la democracia en aquellas instituciones
autónomas y experimentales donde funcionaba –con sus problemas, pero
funcionaba-. En el interín, en todas las que malamente intervinieron o
posteriormente crearon, se han consolidado autoritarismos sometidos a una
provisionalidad epiléptica regida por los constantes cambios que se producen a
nivel de las cúpulas oficialistas en el sector. Se van unos y llegan otros, de
Guatemala a Guatepeor, improvisación y anarquía reinantes en un doloroso cuadro
de destrucción.
¿Qué sentido tiene traer ahora del pasado una experiencia
personal que raya en lo anecdótico? –seguramente se lo preguntarán algunos
lectores-. Un amigo mío, a raíz de algunas otras publicaciones vertidas en este
blog, siempre ha insistido en incentivarme a que plasmara por escrito este tipo
de memorias. Con el tiempo me he convencido de la validez de su insistencia.
Quienes como yo, hemos tenido la responsabilidad de dirigir al más alto nivel
instituciones universitarias u otros organismos públicos de similar
complejidad, debiéramos asumir como un deber el recuperar esas memorias
personales como una contribución a recuperar la memoria colectiva de este país.
Pedacito a pedacito, debemos reconstruir ese pasado tan cuestionado por unos
cara’e tablas que siguen llenándose sus getas con ínfulas transformadoras, a
pesar de su más estruendoso fracaso en casi todos las áreas del quehacer
nacional. Si antes ya teníamos conciencia de la urgente necesidad de introducir
profundos cambios en el ámbito universitario y todavía disponíamos de
instituciones que alcanzaban a cumplir su función social a pesar de las
debilidades y carencias que estaban patentizándose, qué verbo necesitamos
utilizar hoy para describir cómo las sacamos del tremedal en el que se están
hundiendo.
Pero además de la catarsis justa y necesaria que me permite
este relato anecdótico, lo traigo a colación como prolegómeno de esta secuencia
de artículos que me he prometido escribir para plantear una interrogante que
sirva de abreboca a los siguientes artículos: ¿Puede una universidad en este
país realmente transformarse sin la concertación con el Estado y su
cooperación? La respuesta a esta pregunta es dependiente de las coordenadas de
espacio y tiempo en el que nos propongamos responderla. Repregunto de una
manera más explícita y acorde con la dependencia espacio-temporal que he
asomado: ¿Podía la Universidad de Carabobo auténticamente transformarse para
adaptarse a los retos que se le planteaban en los tiempos de agonía de la
Cuarta República? Mi tesis es que ya no podía –enfatizo que estoy refiriéndome
a real transformación y no a mejoras-. Los argumentos los desarrollaré en la
continuación de esta secuencia. Pero insisto en repreguntar: ¿Lo podría hacer
en estos tiempos? Ya hemos visto como a lo largo de la Quinta, la falta de
claridad sobre la universidad que requería el país, de parte de unos actores
políticos en ejercicio de la representación del Estado, se convirtió en
imponente factor de bloqueo a cualquier intento de transformación universitaria
realmente pertinente.
Chávez, en sus inicios, puso al frente del manejo de la
educación superior a los amigos universitarios que le visitaban todos los
domingos en su cárcel. Ellos visualizaron en la democratización la gran fuerza
impulsora de los cambios que se necesitaba en las universidades. No podían ver
más allá de sus narices. ¡Menuda insensatez! Vívidamente retratada en la
anécdota de aquella esclarecedora reunión de lo que iba a ser nuestro futuro
universitario. Ni siquiera Chávez les
compró su tesis. Se dedicó a repotenciar a la UNEFA a la que él, con sus
carencias intelectuales y como estadista, se imaginaba como la gran universidad
militar que necesitaba el país, eje central del subsistema universitario paralelo
que montó. Mientras tanto, las otras,
las de verdad, las que sí podían servirle al país se las dejó a las riendas de
quienes a cuenta de su tibio sueño igualitarista las colocaron en el congelador
a morir de mengua. Una dura lección sobre el rol decisivo que pueden ejercer quienes detentan el poder del
Estado de cara a la posibilidad real de la transformación del sistema
universitario de un país.
Estoy en Caracas sólo con mi celular. No me desempeño bien escribiendo por aquí. Cuando regrese a Valencia haré un comentario. Saludos
ResponderEliminarMuy importante recordar, yo viví la pesadilla UBV detrás de la UCV
ResponderEliminarEl profesor Asdrúbal Romero, ex Rector de la UC ha iniciado la publicación de una serie de artículos sobre la crisis del sector universitario. Su punto de partida es el reconocimiento, hoy en día generalizado, del quiebre del modelo “por el que no hemos regido por más de cinco décadas”. Posa su atención, en esta ocasión, sobre la inviabilidad del modelo de financiamiento mediante el cual se asignan los recursos presupuestarios a las universidades. Desde luego, apunta igualmente, hacia otros planos confusos del quehacer universitario
ResponderEliminarEn forma breve y, a manera de contribución, me voy a permitir señalar algunas áreas problemáticas que requerirían atención inmediata en el marco de una propuesta de reforma universitaria. Este, es bueno recalcarlo, es un ejercicio de naturaleza pedagógica. Son de carácter general y su propósito es de servir de insumos para el debate.
Veamos. 1) Deformación de la misión e insolvencia en su compromiso con la sociedad. 2) Alto nivel de burocratización que se expresa en la relación desproporcionada de profesor-empleado-obrero. 3) Baja productividad en las actividades de investigación y desarrollo y una excesiva vocación docente.4) egresados con perfiles inadecuados en relación a la demandas del entorno. 5) Departamentos y cátedras anquilosadas 6) Centralización y concentración en la toma de decisiones.7) Excesivo electoralismo, 8) Bajos sueldos y pocos incentivos para el desarrollo de actividades intelectuales 9) Perdida de autonomía y concentración de las decisiones en la instancia Central.
Desde luego existen otros temas perturbadores en la organización académica y administrativa universitaria. Esta breve descripción es solo una muestra del tipo de problemas que el actual modelo universitario no será capaz de resolver. En otras palabras, al igual que el país, la crisis universitaria es terminal. Enorme reto, pues, para aquellos que deseen involucrarse en la conducción de estas instituciones universitarias.
Saludos, respecto al punto 3) Baja productividad en las actividades de investigación y desarrollo y una excesiva vocación docente
EliminarNo estoy muy de acuerdo con lo de excesiva vocación docente, creo que al contrario ha empezado a menguar esa vocación tanto docente como investigadora,ambos elementos importantes en la Universidad. Al contrario, cada vez más nos llenan de formularios, papeles, oficios y oficios por responder (trabajo administrativo) que nos consumen el tiempo y dejan poco espacio a la creación, investigación y atención adecuada a los propios estudiantes. Además, siendo cada vez menor la cantidad de docentes a dedicación exclusiva y tiempo completo, el trabajo de gerencia universitaria se concentra en unos pocos de ese sub-total de docentes.
Aida Perez
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