Recapitulaciones sobre esta crisis universitaria
Parte IV
Propuesta de manual para el discurso en el aula
Martes once de enero, en tempranas horas de la noche, me encuentro con una ex alumna de postgrado que dicta una de las asignaturas matemáticas a alumnos del primer semestre de Ingeniería. Rector, me dice, los muchachos no tienen conciencia alguna de todo lo que ha ocurrido este diciembre con la Ley, yo les hablo y trato de explicarles que estamos perdiendo a la Universidad. Todos los días le pido a mis compañeros del departamento que lo hagan ellos también. Ese ha sido mi discurso desde hace meses, le digo. Desde diciembre para acá he tenido varias gratas coincidencias como ésta, pero siguen siendo muy pocos los docentes que se atreven a ejercer su liderazgo en ese sentido en el salón de clases. Otro profesor me aportó una explicación: en un país tan polarizado como este, al profesor le da miedo hablar de política, teme las consecuencias que a futuro ello le podría generar. No es una explicación desestimable, en este país el síndrome generado por el desmantelamiento profesional de PDVSA y la Lista Tascón sigue gravitando en la atenuación de la combatividad de los gremios para exigir sus derechos, incluyendo, es triste reconocerlo, a los universitarios. El problema es: si seguimos así, tenemos la batalla perdida. Debemos ganarnos al estudiantado común, y a sus familias, de cara a la digna lucha que los universitarios deberíamos librar y esto sólo es posible si la inmensa mayoría de nuestros docentes se atreve a ejercer su liderazgo natural sobre sus alumnos. Su discurso no tiene que ser político, puede ser ensamblado sobre la base de argumentos razonables que nada tienen que ver con la política y que están afectando de manera muy concreta la posibilidad que la Universidad, en su diario quehacer, pueda mantener ese nivel académico que la ha hecho apetecible a ingentes cantidades de estudiantes. Este es el tema central de esta cuarta y última entrega de estas recapitulaciones sobre la profunda crisis institucional que nos aqueja. A continuación: les propongo tres niveles jerarquizados para la elaboración de ese discurso en aula, de ese discurso que en ejercicio de su liderazgo motivador le permita a cada uno de nuestros docentes convertir su aula en un foro de discusión.
Primer nivel: El profesor debe partir de su vivencia
Centrar el discurso sobre conceptos un tanto etéreos o abstractos para el estudiante común es un error. Decir, por ejemplo, que la lucha es por un “presupuesto justo para la Universidad” es dejarle la puerta abierta a esa duda que el oficialismo ha sido muy hábil en instalar sobre si en verdad ese presupuesto está siendo manejado correctamente (por qué no decirlo: también nuestras autoridades han contribuido a la mediación de esa duda entre el concepto y la realidad, duda que no sólo tiene que ver con la corrección sino también con la racionalidad con la que se estén distribuyendo los recursos universitarios). En cambio, si el profesor explica el concepto de inflación -incentiva una discusión al respecto: ¿qué entienden ustedes por inflación?-; luego señala que en el lapso 1/1/2008 al 31/12/2010 se han producido tres inflaciones anuales de 30,9%, 25,1% y 27,2% respectivamente, las cuales producen una inflación acumulada en los tres años de 108,6% -en los cursos matemáticos podría incluso explicarse cómo se procede a la composición de las tres inflaciones anuales-; que esa inflación acumulada significa que un bolívar fuerte del 1/1/2008 se ha convertido en 47,9 céntimos, es decir que nuestro poder adquisitivo se ha reducido a más de la mitad; que durante esos tres años el profesor no ha recibido ningún incremento salarial que compense esa pérdida de nuestro poder adquisitivo, entonces los alumnos comenzarán a comprender el por qué de los paros escalonados que tanto afectan su rutina académica y el riesgo que existe de que, tarde o temprano, se llegue a la situación extrema de un paro total. Algunos dirán que este es un discurso muy economicista, lo cual no deja de ser cierto, pero por qué no sincerarse el profesor con sus alumnos relatándoles un drama económico que es suyo y de fácil comprensión. Resultaría interesante que el profesor se animara a develarles su sueldo universitario, mejor si lo hace después de un ejercicio de adivinanza por parte de sus alumnos. Los pocos que lo han hecho me dicen que los estudiantes se quedan genuinamente sorprendidos. Uno de ellos me decía: ellos creen que los profesores somos todos ricos, se quedan locos cuando se enteran de cuál es la realidad de nuestros salarios. Partir de la sinceración de una realidad personal, ofrece la posibilidad de acrecentar los sentimientos de empatía profesor- alumno que abrirán los sentidos hacia la visualización de una realidad no comprendida hasta ahora por el estudiantado común.
Leía, hace ya algunas semanas, unas declaraciones en “El Carabobeño” de un grupo estudiantil de FACES, en las cuales protestaban por el deterioro en la calidad de varios servicios estudiantiles provocado por el “horario crítico” asumido por el gremio administrativo. Me preguntaba yo: ¿Y qué pretenden esos dirigentes estudiantiles? ¿Será que no están conscientes del estrangulamiento salarial que están padeciendo los gremios universitarios? El problema, creo, es que hacia esos sectores ha permeado más el discurso de la universidad abierta a todo evento como un escenario más propicio para la lucha. Discurso que tiende a agotarse ante la realidad de insubsistencia salarial que padecen los trabajadores universitarios que va, progresivamente, incidiendo en el deterioro del quehacer institucional diario, disminuyendo su capacidad de dar respuesta al reto académico con el nivel al que hemos estado acostumbrados; mientras no se genera, por otra parte, ninguna propuesta de lucha que sea realmente efectiva ante la estrategia del Régimen. Esto, sin hablar de la forma cómo las carencias presupuestarias van afectando servicios esenciales de funcionamiento de laboratorios, mantenimiento, seguridad, etc. ¿Qué pretendemos? ¿Crear una ficción de una universidad abierta en pie de lucha cuando en verdad está funcionando a media máquina, con unos estudiantes identificándose cada vez menos con ella en virtud del deterioro de los servicios y una dirigencia estudiantil demandando irreflexivamente normalidad en los servicios como si nada estuviese ocurriendo, para fingir así que están cumpliendo a cabalidad su rol? En ese escenario, terminaremos comiéndonos las entrañas. La lucha, en este momento, es contra un gobierno que estrangula la posibilidad de una carrera académica digna y de calidad. Pasa porque los estudiantes se pongan en el lugar de quienes trabajamos por su formación y comprendan cómo su situación de insubsistencia salarial va generando, progresivamente, una mengua institucional en la que lo académico va perdiendo la brillantez de otrora. Esto nos conduce directamente al siguiente nivel.
Segundo nivel: De lo vivencial a lo institucional
¿Qué puede hacer un joven profesor instructor a tiempo completo –categoría y dedicación que con mayor frecuencia se repite en el ingreso-con un sueldo que es apenas 56% mayor que el sueldo mínimo o, si prefieren, del cual necesitaría 2,89 veces eso para adquirir la cesta básica? Tratar de sobrevivir agenciándose ingresos extras –“matando tigres” diríamos en el viejo argot de Ingeniería-. Su espíritu va estar cada vez menos en la Universidad y ¡también su físico! Se reducirá cada vez más a dar sus clases y, muy posiblemente, no asista a unas cuantas durante el semestre. Le será difícil al estudiante conseguirle para hacerle consultas. Este, si es nuevo, pensará que esa calidad de atención académica siempre ha sido así y criticará a la Universidad, se identificará poco con sus profesores. ¡Es un círculo vicioso! Por eso, hay que explicarles hasta la saciedad que no siempre ha sido de esa manera, que esa problemática de la que ellos son víctimas es consecuencia del progresivo deterioro salarial. Explicarles que esa universidad a la que ellos aspiraron por su buena imagen académica se está cayendo, que son ellos los que están perdiendo la oportunidad de formarse en una buena universidad como la que nosotros, sus egresados, si tuvimos y disfrutamos. Y todo a consecuencia de una realidad que no se puede desconocer: buenos sueldos docentes, al menos competitivos, no garantizan una buena universidad, pero no se puede aspirar a tener una buena universidad si ella no puede sufragar ese nivel de sueldos. Es así de sencillo, es un problema real, concreto, vivencial y comprensible perfectamente, si partimos para su explicación justamente de lo vivencial.
Otro ejercicio, similar a la adivinanza sobre los sueldos universitarios de hoy, es preguntarles si considerarían como escenario de desarrollo profesional a la Universidad, eso después de informarse e informarles de cuáles son los sueldos de ingreso a la carrera en cada área. Me adelanto a la conclusión: ni los mejores estudiantes se sentirán tentados a considerar la carrera académica. ¿Cuál es entonces el futuro que se le depara a la Universidad? No somos lo suficientemente superficiales como para pensar que todos los problemas de la Institución provienen del deterioro salarial, los hay más profundos y conceptuales, pero pretender discutir sobre ellos en el presente escenario es como pretender que un ser humano que no tiene lo suficiente para comer pueda ser motivado por la satisfacción de necesidades de ubicación superior en la Pirámide de Maslow. Existe un problema superior, primario, prioritario que debe ser resuelto antes de pretender discutir sobre los escenarios de transformación que la Universidad tanto necesita y que tanto llenan las getas de los oficialistas. Y este problema, apabullantemente concreto, nos proviene de un contexto económico de empobrecimiento general del país. Así enlazamos con el tercer nivel.
Tercer nivel: De lo institucional al contexto económico nacional
Tan pronto como abordemos el tópico del contexto económico nacional nos aproximamos a lo político, recordemos que el pésimo manejo de la economía del país es el gran talón de Aquiles de este gobierno, por ende: es el tema que hiere más la susceptibilidad de sus seguidores. Pero, en la medida que nos hayamos ganado la confianza de nuestros estudiantes porque se ha partido del vívido análisis de las consecuencias más cercanas de ese nefasto manejo, aquellas que nos afectan, a nosotros y a ellos, en nuestras circunstancias de vida diaria, podremos entrarle sin mayores resistencias al nudo central de la problemática. ¿No queremos nosotros dedicarnos a nuestra vocación académica sin tener que preocuparnos por buscar recursos extras para llevar una vida normal de universitario? ¿No desean ellos graduarse en una universidad de calidad y poder, posteriormente, conseguir un empleo en sintonía con las habilidades profesionales aprendidas? Ninguna de las dos interrogantes está siendo resuelta por la fijación del Régimen en un modelo económico equivocado que, históricamente ha sido demostrado, lo que sirve es para generar un estado de empobrecimiento colectivo. El empleo profesional, por ejemplo, es un excelente tema a discutir en las aulas universitarias. Me figuro que en Ingeniería no se carecerá de anécdotas extraídas del más cercano entorno profesional. Entre la progresiva depresión del sector privado de la economía, provocada por el modelo, y la grosera preferencia en el sector público por la selección de los egresados provenientes de las universidades del régimen, el problema de desempleo a nivel de nuestros egresados es un auténtico drama. ¿Y qué decir lo que puedan hablar al respecto los profesores de Ciencias de la Salud? O los de la Facultad de Educación, cuando es un hecho conocido que en la asignación de las plazas públicas en el sistema educativo: los egresados de las misiones tienen la prioridad. Puede haber excepciones dependiendo del área profesional, me dicen que Relaciones Industriales es una de ellas en virtud de la multiplicidad de leyes garantistas, pero, en general, una de las patentes debilidades de esta universidad que sufrimos es que ella está graduando, mayormente, candidatos al desempleo. ¿Para qué sirve una universidad así? Una interrogante que nos coloca en una especie de patíbulo, asunto que no es gratuito ni surge de la improvisación, sino que es directa consecuencia de la estrategia agresiva del Presidente en cuanto a irnos montando en nuestras propias narices un subsistema universitario paralelo que le supla sus necesidades de profesionales, bastante pobres, por cierto, en lo que concierne a las exigencias de nivel intelectual.
Este riesgo de la universidad abandonada a su muerte lenta debe ser evidenciado. En esta imagen metafórica se compendia la necesidad que tenemos de galvanizar a todos los estudiantes en la defensa de la universidad de verdad. ¿Saldrán? El reto implica una métrica: la capacidad de los profesores para motivar. ¿Pero están ellos motivados? ¿Están claros en los desafíos que propone la amenaza más grave que la universidad autónoma democrática ha tenido que confrontar en toda su existencia? Si bien en este texto se propone un patrón para el ensamblaje de un discurso docente en el aula, al que cada cual le imprimirá su toque personal, una fase previa involucra la motivación de los docentes para convertirlos en correaje de transmisión hacia los estudiantes de esta propuesta discursiva. ¿Quién debe liderizar esta campaña previa: el gremio o las autoridades?
La campaña motivacional hacia los docentes
Confieso que al principio pensé que eran las autoridades universitarias, las llamadas a liderizar la campaña motivacional dirigida hacia los docentes. Tal como lo expresara en la segunda entrega de estas recapitulaciones, propuse en aquella sesión del Consejo Universitario Ampliado con fines organizativos de la marcha a Caracas (14/10/2010), que se designara una comisión a los fines de la elaboración de un discurso orientado hacia los estudiantes en las aulas y que, luego, las autoridades encabezaran sendas asambleas por facultad con el propósito de difundirlo y motivar a los profesores. Hoy por hoy, posteriori al trapo rojo con el que el Gobierno ha logrado –espero que momentáneamente- desviarnos de los objetivos originales que se habían planteado para esta lucha, estoy convencido de que no van a ser ellas. En primer lugar, porque las veo enfrascadas en esas discusiones caimaneras sobre la vetada LEU de las que nada se va a obtener –las leyes las redactan los expertos, lo deseable es que sea con representación experta de todas las tendencias del pensamiento, después se consultan-. No dejo de reconocer que ese entrampamiento en el que se encuentran sea lo que demande el rol institucional que ellas deben cumplir. Pero es que además: es inherente a su función el que ellas propendan a intentar mantener la universidad abierta. En el ámbito específico de nuestra alma máter es señalable una razón adicional: nuestras autoridades fueron apalancadas por una tendencia política interna que hizo del “mantener a la universidad abierta contra viento y marea” un criterio central de dirección de la Universidad. Los resultados de la sujeción a este criterio han sido buenos, en lo personal: me he sentido identificado con él, pero hoy sostengo que tal criterio debe ser contingente y no inmutable. El contexto ha variado, radicalmente, el discurso de la universidad abierta a ultranza necesita ser revisado, yo siento que las autoridades siguen ciegamente abrazadas a la invariabilidad de ese discurso. ¿Para qué mantenemos a una universidad abierta si por dentro se va muriendo de mengua? ¿Hasta qué límite es soportable el deterioro interno? ¿Cuándo comenzamos a dejar de ser universidad para convertirnos en una simple pantalla de lo que fuimos? Creo, en definitiva, que estas autoridades necesitan de un gremio aguerrido que le cierre las puertas a la universidad. Después de todo, es el gremio quien no puede renunciar al insoslayable rol de defender el nivel de vida de sus agremiados, es el gremio que debe calibrar sus mecanismos de lucha, desarrollarlos en modo progresivo y autónomo –independientemente del sentir de las autoridades- sin renunciar, por qué hacerlo, al recurso extremo de la huelga que es un derecho laboral reconocido internacionalmente. ¿Quiere decir esto que estoy de acuerdo con el paro? Me decía una autoridad, en diálogo informal, el Gobierno quiere el paro; le conviene y por eso lo está provocando. Es verdad, coincido con esa apreciación. Si vamos al paro en estas condiciones de extrema debilidad freirán nuestras cabezas. Pero si lo planificamos, si motivamos a los profesores a la activación del discurso en el aula, explicándoles a sus estudiantes porque no se puede continuar en estas condiciones, explicándoles que el Gobierno no nos está dejando alternativa, nos está arrinconando en una esquina del cuadrilátero y allí nos está cayendo a mazazo limpio. Si hacemos de cada aula un foro de discusión y activamos la protesta estudiantil por esa universidad cuyas puertas se las van a cerrar, entonces iríamos a una madre de paro. Veremos si el Gobierno sigue viendo que le conviene. No nos queda otra que luchar, todos debemos convertirnos en soldados, el espíritu de cuerpo debe consolidarse. ¿Quién debe organizar esta campaña admirable? La APUC, no las autoridades, es el papel histórico que le corresponde ejecutar. Les propongo este manual, al cual, seguramente habrá que hacerle muchas correcciones y adiciones. Bajen a las seccionales, hablen con sus agremiados, conviértanlos en soldados, convénzanlos de que en esta lucha se están jugando el modo de vida académica que eligieron. No hay que ir a calentar la calle sino tenemos calentada la casa, ese es el primer objetivo gremial a cumplir. Hagamos ejercicios internos de calentamiento. No albergo ninguna duda, si se logra una unidad profesoral activada y el apoyo estudiantil, ¡¡venceremos!! Es urgente.
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