Recapitulaciones sobre esta crisis universitaria
Parte II
¿Daremos la batalla justa y necesaria?
Ya la deuda por concepto de Homologación 2008 finalmente nos fue pagada, pero sobre el obligante aumento salarial que debería comenzar a regir a partir de enero de este año no se ha producido ningún pronunciamiento oficial. Apenas se rumorea entre pasillos que será del treinta por ciento, muy por debajo del sesenta y cuatro por ciento que corresponde a la inflación acumulada durante 2008 y 2009. Rumores que, por lo demás, desde hace meses se han encargado de regar los universitarios oficialistas –esquiroles, añadiría yo, considerando que ello ha contribuido, parcialmente, a mantener anestesiado ese espíritu universitario de lucha que otrora nos caracterizara-. El Gobierno, forzosamente debemos concluir, se ha salido con la suya. Personalmente pienso: que ya no a haber aumento este año y que se podrá conseguir alguno el año que viene si y sólo si los universitarios nos preparamos para dar una importante e indispensable batalla. Ahora bien: ¿luchar para qué? ¿Para simplemente recuperar un cierto nivel de sobrevivencia salarial?
Debemos internalizar los universitarios todos que esa lucha tiene que estar inspirada por un objetivo de más profundo aliento: debemos luchar, esencialmente, para que se reconozca la vigencia y pertinencia del rol que siguen jugando nuestras instituciones universitarias en esta sociedad donde el conocimiento es cada vez más subestimado. Aun con la decadencia que todos los días penetra nuestros amplios poros, seguimos siendo la única reserva del conocimiento para un despertar que, tarde o temprano, habrá de producirse en este país. Somos algo así como lo fue la Iglesia en la Edad Media, no tan distante de los tiempos a los que desean conducirnos estos falsos revolucionarios –quizás exagere, pero me permite aclarar la visualización del cuadro que deseo pintarles-. A los efectos de internalizar la verdadera esencia de la lucha que habremos de librar, es importante ubicarnos en el lado contrario, específicamente en la mente de Chávez –personalizo en atención a argumentos que posteriormente les serán evidentes-.
¿Se han paseado ustedes por la razones que Chávez pudiera tener para darnos más presupuesto o nivelar nuestros sueldos? De entrada les digo: ninguna. Para él: las universidades tradicionales son cajones inservibles. Y no porque nuestra disidencia le moleste, que sí le molesta; o porque en nuestras elecciones los suyos nunca ganen; o porque en ellas haya unos “estudianticos sifrinos” que de cuando en cuando le mueven el piso político, no, a Chávez no le importa un comino el futuro de nuestras universidades porque él ya creó las suyas. Ese fue el verdadero plan de Chávez para el sistema universitario de este país, desde el inicio, créanme que me tomó tiempo darme cuenta de esto. Ni siquiera se los dijo a los adláteres suyos que tenía dentro de nuestras instituciones. Era razonable que nos confundiéramos con toda la alharaca que éstos armaban: que si la Constituyente Universitaria; que si la verdadera democratización donde obreros, empleados, estudiantes y egresados dispondrían de un voto de la misma calidad que los miembros del Claustro Docente; que si la nueva ley de Educación Superior como mecanismo de auténtica transformación universitaria, todo eso era bullshit, pura bullshit, era ganar tiempo, dejar que los suyos se divirtieran en esa mamonería, mientras él iba ejecutando su verdadero plan. Han transcurrido once años y nada de lo que anunciaron para las Universidades se ha cumplido, sus adláteres internos debieran sentirse profundamente traicionados (y utilizados), y mientras fue creando la Bolivariana, expandiendo la UNEFA, montando las misiones, creando otras universidades con fines más especializados. Es en ellas donde se están formando los profesionales que Chávez quiere. Es de ellas que salen los profesionales a ocupar las plazas de empleo en un sector público que crece y crece, mientras nuestros egresados están desempleados o emigran. ¿Para qué Chávez pudiera querer los médicos que forman nuestras universidades si él ya cuenta con sus médicos socialistas comunitarios formados en tres años? ¿Para qué los ingenieros, si las empresas del Gobierno contratan mayormente a los ingenieros de su confianza, los que provienen de instituciones como la UNEFA? Que se haga un estudio de la institución de procedencia de todos los profesionales que han ingresado al sector público en estos últimos años, no existe, ni se podría acometerlo si quisiéramos, dada la oscurísima opacidad de este gobierno. Pero estoy seguro que los resultados serían dantescamente sorprendentes; para qué dispone uno de finísimos oídos y pronunciadas orejas seniles, si no es para escuchar a millares de ex alumnos que me encuentro en cada rincón de este país, cultivados en mis casi cuarenta años de desempeño en el subsistema educativo superior: ellos cuentan de una realidad que ya no se puede ocultar –para una micro radiografía de este tipo de conversaciones les invito a que vean una publicación anterior en este mismo blog “Venezuela Insensata”-.
¿Por qué entonces Chávez va a tener interés en mantener unos mamotretos –según su perspectiva- que gradúan médicos que se van al exterior, educadores discriminados frente a los de la Misión Sucre e ingenieros desempleados que andan atendiendo negocios familiares o conduciendo taxis? Si buscamos dar respuesta a estas interrogantes, internalizaremos el drama que viven nuestras instituciones, y nosotros dentro de ellas, vamos camino de convertirnos en unos eternos ninguneados, para eso nos han estado cocinando a fuego lento.
No nos equivoquemos, si Chávez ha cedido alguna vez en el pasado con respecto a nuestras peticiones, ha sido por razones tácticas, evitando conflictos que en aquel momento no eran aconsejables desde la perspectiva política, ganando tiempo. Pero su creciente enseñoramiento en el poder, la mengua de los recursos financieros, nuestra perdida de pertinencia apareada a la “fácil productividad” del sistema paralelo que ha montado en nuestras narices, confabulan en contra nuestra. Cada vez será más difícil colocarlo en la posición de ceder. ¿Qué nos queda entonces? Obviamente, no seguir adormecidos y/o anestesiados como nos encontramos, tenemos que prepararnos, lo reitero enfáticamente, para dar entre todos una gran batalla en el plano comunicacional. Esto pasa por revisar el “discurso universitario”. Lo coloco entre comillas para significar que, hasta ahora, ha sido un discurso mayormente escuchado en boca de las autoridades universitarias y dirigentes gremiales, un discurso que no logra movilizar a la mayoría de los universitarios. Y cuando hablo de mayoría es porque resulta imprescindible incluir a nuestro estudiantado en general, sólo si ellos se convierten en soldados de esta batalla por la sobrevivencia de la universidad que, sin ser perfecta, le ha sido de tanta utilidad al país, podremos hacernos fuertes de nuevo.
En una reunión preparatoria de la última marcha en Caracas, que se celebrara en nuestro salón de sesiones del Consejo Universitario, considerándose la conveniencia de una convocatoria de las autoridades a una gran asamblea universitaria multigremial, intervine para expresar que resultaría mucho más efectiva la realización de asambleas sectoriales por facultad con los profesores. Que a ellas se debía ir con un claro objetivo: ganarse a la base profesoral, que en su mayoría viene evidenciando una conducta demasiado inerte, para que ella se convirtiera en correa de transmisión hacia los estudiantes de un discurso explicativo de la actual situación universitaria, de cómo esto les está afectando en el presente y les afectará mucho más en su inmediato futuro. Señalé también que era necesaria: la designación de una comisión que elaborara el rediseño de un discurso universitario cónsono con las circunstancias aún más dramáticas que se nos vienen encima. De continuar por la vía que vamos, no habrá luz en el túnel sino la inevitable oscuridad del paralizante colapso. A los estudiantes hay que hacérselos saber, en vez de andar reafirmando esa sensación de que la Universidad continuará con sus puertas abiertas, a pesar de que el nivel de vida de sus trabajadores haya aterrizado en la insubsistencia. Cualquier análisis lógico sobre la universidad luminosa en tales condiciones, les conducirá a la conclusión que ello no es más que una impráctica utopía. Una que nos llevará al cierre con los estudiantes impotentes yéndose a medrar como sonámbulos en sus casas y no preparados para defender a esa universidad que se les muere.
Cuando releo estas últimas líneas me doy cuenta que estoy penetrando en el terreno de lo que debería ser el trabajo de la comisión que propongo. Tengo algunas ideas a sugerir sobre lo que deberían ser las premisas y bases de un discurso que tendría que ser altamente motivador, pero las diferiré para una próxima entrega de estas recapitulaciones. Lo primero es motivar a otros para que también se hagan eco de la necesidad de relanzar una poderosa campaña admirable en defensa de nuestra universidad. Los profesores tienen que hablar a calzón quitado con sus estudiantes, convertirse en ardientes soldados portadores de un discurso capaz de despertar el espíritu de lucha de nuestros estudiantes. Cuando eso ocurra: seremos imbatibles.
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