Una triste historia local de la que se desprenden reflexiones genéricas con valor sustantivo |
¿Elecciones en la Universidad?
@asdromero
I-Antecedentes y planteamiento del problema
A raíz de una publicitada decisión
del TSJ, en la que se conmina a la UCV a realizar elecciones dentro de un lapso
de seis meses, me he convencido de la conveniencia de exteriorizar algunas
reflexiones sobre si tendría algún sentido la celebración de elecciones
rectorales en esta hora tan menguada que viven nuestras universidades
nacionales. Las hice recién llegado a Madrid, influido por lo que había podido
palpar en el ambiente en el transcurso de mi activa participación en las
elecciones de la Caja de Ahorros de Profesores de la UC (IPAPEDI). Por tanto,
obviamente, son previas a este pantanoso berenjenal que desea montar el
Régimen. De hecho, las ideas que a continuación expondré comenzaron a rondar mi
cabeza con creciente intensidad, después de haber sufrido una insólita
pesadilla que al final les narraré.
Me resulta evidente que de la
precitada resolución se derivará una discusión nacional sobre si las
universidades nacionales autónomas deben acatarla o no, máxime en este tramo
supuestamente agónico para el Régimen según la opinión de muchos. Esta
discusión, en mi alma mater, podría generar un escenario de extrema
polarización, habida cuenta que en ella existe un grupo no oficialista que
achaca, selectivamente, a algunas autoridades rectorales y decanos mayor
responsabilidad en el colapso institucional que la que tienen los DESTRUCTORES
externos bien identificados. Plagiándose el lenguaje, se refieren a ellos como
los DESTRUCTORES locales. No me atrevería a opinar sobre cuán significativa sea
su representatividad, aparentan ser pocos pero hacen ruido y tienen detrás a
unos cuantos cazadores de poder interesados en los beneficios de su accionar. Estos,
no echan leña, dejan a otros el trabajo sucio, pero alcahuetean. Aclaro: el
grupo es no oficialista, porque en el caso de la irrisoria minoría oficialista
se entendería perfectamente que ese fuera su pregón. Siendo el punto focal de
su discurso el nefasto gestionar de los DESTRUCTORES locales, para ellos
resulta lógico plantearse en la actual coyuntura una elección de autoridades
rectorales como el paso inicial para comenzar a poner orden en la casa. Y de
hecho, exhibiendo consistencia con esta línea de razonamiento, han comenzado a
pedir, insistentemente, elecciones a través de las redes sociales. Al parecer,
sin mucho eco, pero esta supuesta resolución del TSJ podrían asumirla como
viento a favor de su propuesta. Y como insinué antes, las ramificaciones
cuantitativas de su política agresora son difíciles de estimar, por lo que el
panorama con respecto al acatamiento o no de la fulana resolución podría
enredarse en nuestra querida casa de estudios.
Aclarado lo primero –la anterioridad
de mis argumentaciones- debo reconocer que éstas son de naturaleza más
pragmática y aunque podrían constituirse en otro nutriente para la discusión
nacional, estoy convencido que la discusión en este ámbito se dará más en el
terreno del respeto a los principios, la legalidad y las razones políticas. Por
otra parte, en febrero de 2013, a través de este mismo blog, propuse a la
comunidad universitaria nacional un esquema a partir del cual podría llegarse a
un acuerdo que posibilitara la realización de elecciones en las universidades
nacionales. No tuvo acogida. Era pragmático también. Involucraba un sacrificio
temporal de los principios, a cambio de poder airear a las instituciones con un
cambio de autoridades, lo cual en mi opinión resultaba muy conveniente. Lo
digo, para que el procesamiento de mis argumentos no sea contaminado con la
creencia de que he sido un emblemático representante de la posición de no elecciones
en el ambiguo escenario que propició el Régimen. Mi posición en un tramo de
esta historia reciente fue de elecciones a pesar de.... Pero no tuvo eco porque
la posición de respeto a la Autonomía siempre ha tenido un sólido respaldo. Para la
mayoría de los académicos genera rechazo la idea de unas elecciones rectorales
donde su voto tenga el mismo valor que el de los estudiantes, empleados,
obreros y egresados. Esta es una verdad de Perogrullo.
En ese tramo de indecisión, elecciones sí, elecciones no, ha pasado
mucha agua debajo del puente. Muchísima, diría yo. La inviabilidad llegó
a las instituciones para quedarse. Cuando a una universidad como la nuestra, le
asignan, presupuestariamente, tres mil bolívares soberanos para la partida de
mantenimiento global de toda la Dirección de Transporte, un monto que en la
oportunidad que nos lo dijo la Rectora no alcanzaba ni para tomarse un café en
una panadería, uno se da cuenta que las universidades continúan abiertas de
milagro.
Milagro sí, donde confluye no solamente la resiliencia de un núcleo
directivo, decidido a resistir hasta más allá de lo imposible la voracidad del
Régimen, sino también la contribución de gran cantidad de héroes anónimos que
siguen dando lo mejor de sí, en las condiciones más deplorables que alguna vez
les haya correspondido soportar, a cambio de un penoso salario que es muy
inferior al de una dependienta en una tienda de celulares o el de una ayudante
doméstica. La Universidad está moribunda. Cada día que transcurre pierde
energía. Es una lucha diaria por mantenerla viva hasta que el Régimen caiga y
se prenda una lejana lucecita en algún túnel de la esperanza, que permita
pensar que un escenario para la transformación institucional en acuerdo con un
estado sensato puede concretarse. Mientras tanto, en el tránsito de la agónica
espera: ¿Tiene algún sentido realizar elecciones rectorales?
II-Argumentación central y los limones amargos
Mi opinión de
entrada es negativa. Creo que mi producción neuronal nocturna –una especie de
surrealista pesadilla-, se debió al cercano recuerdo de dos conversaciones con
buenos amigos, sostenidas poco antes de venir a Madrid. Ambos, con dilatadas
carreras universitarias y muy legítimas aspiraciones a ser Rector algún día.
Les dije a los dos, cada uno por separado, con un cierto tono imperativo: ¡Por
ahora, olvídate de elecciones! En el momento actual, no tienes nada que
ofrecerle a la Universidad. Es más si yo fuera tú y por alguna locura se
convocaran elecciones, no me metería en ese berenjenal, a pesar de tu
prolongada querencia. Hasta que no haya un cambio político, la Universidad no
tiene salida, apenas intentar sobrevivir, como lo estamos haciendo muchos en lo
personal y también, lo sabes, gran cantidad de organizaciones, incluyendo industrias
y comercios.
Sólo uno de ellos me respondió con una tímida
propuesta de convertir a la Universidad en un ente más productivo. Por supuesto
que ésta tendría que constituirse en una de las líneas estratégicas principales
de un proceso transformador en el futuro, pero en las condiciones actuales
todo, absolutamente todo, es atentatorio contra esa “revolución de productividad”
esgrimible por algún avezado candidato como discurso de campaña. Quizás, podría
calar en el imaginario de los electores a pesar de no tener ningún asidero con
la realidad. ¿De qué magníficas dimensiones tendría que ser esa revolución
generadora de ingresos para financiar la pesada carga que arrastra una
institución tan dinosáurica como la nuestra? La Universidad se ha convertido,
al igual que otras instituciones públicas, en una gigantesca organización cuya
principal función es pagar quince y último a una gran cantidad de personas, de
la cual sólo un reducido grupo – me aventuraré a estimar que inferior al 25%-
se mantiene en el frente intentando
evitar que se produzca el último respiro.
Vamos a estar claros: iniciativas como la que
promueve en la actualidad el Secretario de la UC, Prof. Pablo Aure, de sincerar
los ingresos por concepto de preparación de documentos a egresados están en la
onda acertada, pero su efecto práctico para cubrir costos es muy limitado. Y
no nos extrañe que, en cualquier momento, el Régimen en una acción concertada
con sus troyanos dentro de la Universidad busque clausurarla, sea por la vía de
protestas de sus tarifados estudiantiles, o haciendo ver que ese cobro
constituye un delito de conformidad a alguna norma incluida en su tinglado de
asfixia regulatoria en la que han sumido al país y a sus instituciones.
Aclaro que mi
mención particular a esta iniciativa no persigue insinuar de ninguna manera que
el profesor Aure la haya motorizado teniendo en mente alguna campaña rectoral.
Lo he hecho a los efectos de ilustrar un asunto que es vital para la discusión.
¿Hasta qué punto la Universidad venezolana tiene libertad para transformarse?
Como podemos ver, el tema se escapa de las reducidas paredes de mi alma máter.
Va mucho más allá: ¿Podría plantearse cualquiera de las universidades
nacionales autónomas del país un proceso de transformación por sí sola en
sintonía con las tendencias internacionales y, al mismo tiempo, en
consideración anticipatoria de las restricciones financieras que habrán de
imperar en una venezuela en reconstrucción?
Mi respuesta vuelve a ser negativa. No
se podía hacer en tiempos de la Cuarta República. Mucho menos posibilidad se
tiene ahora con el Régimen. Siempre he escrito sobre esto. Nuestras
universidades autónomas son muy poco autónomas.
Son parte de un subsistema que se rige por un marco normativo vigente
desde el año 1961, la Ley de Universidades, opresor de muchas de las
estrategias que en un plano especulativo podrían planearse con miras a activar
un proceso de transformación. Como estamos, el proceso de transformación tiene
que ser nacional y debe contar con la participación principalísima del Estado.
Cualquier otra acción que se salga de ese corsé legal corre el riesgo de durar
hasta que a un grupo de interés se le antoje introducir una acción judicial.
Pero es que además de ese restrictivo corsé
legal, bien restrictivo en verdad, en un excelente trabajo del profesor Octavio
Acosta se pueden conseguir los hitos históricos en los cuales la universidad
venezolana se fue dejando quitar competencias. Por ejemplo, toda la
política laboral ha sido centralizada. ¿Podría un equipo de autoridades
empeñado en transformar a “su” universidad, anunciar un proceso de
relegitimación de los cargos docentes a los efectos de adecuar el tamaño del
plantel docente a la nueva realidad matricular? Una iniciativa como esta sería
muy lógica, pensando en invertir los entrantes recursos para nómina docente
entre menos profesores y generar el incentivo de poder pagar mejores sueldos a
los profesores de mayores méritos que se
reclasificaran. Suena lógico, pero: ¿Lo podrían plantear? ¿El Régimen y sus
troyanos los dejarían? -lo dejarían si
lo fuesen a implementar sus autoridades “amigas” y entonces habría que
agarrarse porque vendrían curvas-. Esta última interrogante es absolutamente
pertinente. Además del corsé legal, las universidades también han estado
siempre sometidas al corsé político. Quizás en la cuarta, este se ejercía de
manera más disimulada y por mecanismos indirectos. Con el actual régimen, los
modos de intervención son abiertamente descarados. Ejemplos sobran.
Entrando a predios aún más controversiales,
pero en los que me interesa entrar. ¿Podría ese mismo empeñoso equipo de
autoridades anunciar que en “su”
universidad se aplicaría una nueva política de jubilación en la que la edad
mínima de egreso sería a los 65 años –como en la mayoría de los países del
mundo, algunos bastante más ricos y desarrollados que el nuestro? Sería
bastante lógico. ¿O no? Una universidad que renace pobre, que ya no se puede
dar el lujo de mantener una muy onerosa política de jubilación debería hacerlo.
Desde el año de 1992, un sensato Consejo Nacional de Universidades en sesión
realizada en Puerto La Cruz reconoció que la política de jubilaciones
universitarias era insostenible. Se anunciaron correctivos que no fueron
implementados a nivel institucional por razones de diversa índole. No solamente
no se corrigió nada, sino que en el presente contexto de miseria socio
económica de los claustros profesorales han surgido explicables apetencias a
desnaturalizar la función de los fondos de pensiones y jubilaciones para
convertirlos en instrumentos coadyuvantes de la previsión social.
La política actual de jubilaciones, no sólo las
universitarias, sino las de todo el sector público, es No Sustentable. Pero
nadie habla de esto. Me voy a permitir por un momento abandonar el tema exclusivamente
universitario para referirme a lo nacional. Tengo la sensación que en todos
esos planes en los que se invita a la sociedad civil a participar, se evita
hablar de los limones amarguísimos que nos tendremos que tragar en la realidad
post Régimen. Uno no sabe si existe un libro negro del Plan País donde están
condensados todos esos limones amargos de los cuales es “políticamente
incorrecto” hablar, pero si esta especulación es cierta: al menos allí están,
la gente que se asume futuro gobierno tiene conciencia de su deber de
aplicarlos. Es el escenario menos malo, aunque en mi opinión: equivocado. Este
es uno de esos momentos “oportunidad” donde lo políticamente correcto sería
hablarle al país con toda crudeza de lo que vamos a enfrentar. Mucho peor sería
que ese libro negro no existiera, porque ello significaría que esa gente que se
asume futuro gobierno no está dispuesta a resolver aspectos que son neurálgicos
para poder levantar al país. Si se pretende, por ilustrarlo con sólo un tema,
que Venezuela siga operando con un sector público con jubilaciones a los
cincuenta años o menos, que Dios nos agarre confesados. Todo este sacrificio de
haber soportado la más terrible de las pesadillas, no habrá servido para nada.
Retornando al tema
universitario, insisto en mi tesis de que unas elecciones universitarias en
este momento no resolverían nada. El tiempo de realizarlas quedó atrás. Ahora
sólo resta esperar a que se produzca un cambio político; a que se instalen unos
nuevos actores en el ejercicio de la representación del Estado a fin de
concertar con ellos cuál va a ser la universidad deseable y qué cobertura
financiera le va a aportar el Estado. Será entonces cuando se abra un escenario
para la transformación universitaria. Por supuesto, sería muy deseable también
que se alcanzara un acuerdo para producir un nuevo marco legal menos
restrictivo, en el que se liberen las fuerzas transformadoras de cada una de
las instituciones universitarias, o al menos de las que cumplieren con un nivel
razonable de capacidad institucional como para abordar un proceso de
transformación. La idea de poner a las universidades a competir no es mala, ya
se planteó en el segundo gobierno del Presidente Caldera pero la Revolución
extirpó de cuajo todas esas buenas iniciativas en ciernes.
Me llama poderosamente la atención que las
universidades y la Asamblea Nacional no se hayan puesto de acuerdo para iniciar
actividades conducentes a perfilar con carácter anticipatorio –como sí se ha
hecho en otras áreas- esa especie de acuerdo sobre lo que se va a hacer con un
sector tan importante de la vida nacional. No sé si será que se nos
respeta demasiado desde la Asamblea Nacional y nosotros, los universitarios, a
quienes nos corresponde forzar la barra en ese sentido, no terminamos de
generar la plataforma institucional representativa del sector con la que se puedan
iniciar conversaciones. O,..., que a las universidades ya se nos ha reservado
un espacio en ese libro negro al cual hice mención, como “elefantes”
irrecuperables que lo mejor es dejarlos morir y entregar la responsabilidad de
la educación a nivel superior al sector privado. Habiendo ejercido alguna vez
la profesión del mal pensar, es un escenario posible que no podemos dejar de
mencionar y del cual, los universitarios, deberíamos estar bien pendientes y,
aparentemente, no lo estamos. Algunas de
esas mentes “preclaras”, agazapadas en
los salones de escritura de esos textos oscuros pudieran estar pensando algo
como eso –es una tendencia en muchos países-. El problema es que el sector
privado, salvo muy contadas excepciones, tampoco anda muy sanito que se diga.
El subsistema de la educación universitaria amerita una atención importante y
concienzuda.
Definitivamente,
no creo que en las presentes circunstancias exista un horizonte de
transformación sobre el cual comenzar a trabajar. Ni tampoco la potencialidad
de resolver, autonómicamente, unos
complejos cangrejos heredados que obstaculizan grandemente la posibilidad de
sacar a flote las instituciones. Alguien me podría decir, que esto también era
verdad hace cinco años, o hace tres. Ciertamente. Pero entonces las
universidades no estaban tan postradas. Todavía existía margen para que unas
autoridades nuevas, recién legitimadas, intentaran algunas estrategias. Esa
posibilidad ya se esfumó. ¿Qué alternativas pueden ofrecer los candidatos? ¿Qué
ilusorias promesas van a tratar de vender? Tendrían que cuidarse muchos los
aspirantes de justificar bien sus opciones para evitar que sus campañas
desaguaran en el terreno de lo ridículo.
III- Final con retorno al cotarro local
He dicho que no tengo compromiso con
ningún candidato. Que tomaría mi decisión en función del proyecto que
presentaran. Pero después de toda la argumentación en la que he entretejido lo
local, con lo nacional en el ámbito universitario y en el ámbito de la política
del cambio, dudo que puedan conquistarme
con sus ideas. No veo espacio para ellas. Lo mejor sería que no se celebraran
elecciones, además de que debemos acompañar el natural gesto de rebeldía que se
debería producir a nivel nacional. Pero no descarto, tal como percibí el cuadro
de encarnizada desunión en el marco del proceso electoral de IPAPEDI, no me
extrañaría que se cuadrara una mayoría local en la tendencia de pedir
elecciones.
A pesar de la acción súper letal de
los DESTRUCTORES externos, no hemos sido capaces de superar nuestras
diferencias. No hemos podido superar una larga historia de traiciones,
deslealtades y malos tratos entre los grupos con capacidad de movilización
electoral. Tampoco es que las autoridades, incluyo aquí a las cuatro y todos
los decanos, en sus ya muy largos años de gestión, con algunas de sus acciones
y frecuentes omisiones han ayudado a que se cree un ambiente de mínima concordia
que posibilitara la gestación de un escenario de encuentro. Tan necesario que
era a los efectos de discutir y concertar nuestra defensa frente a la poderosa
amenaza externa. ¡Todo hay que decirlo! Ha prevalecido el clima de
recriminación entre nosotros, incluso por males que nos vienen de afuera. Ha
prevalecido la Política del Odio. Estamos como el país: divididos. Quizás sea
este pesar que llevo desde mi último intento, un tanto tardío, de producir
algún acercamiento entre los factores, lo que me causó la pesadilla.
Había una elección. Y los
candidatos, a los que, luego despierto, no pude reconocer, articulaban espléndidos y encendidos discursos. Utilizaban el proyector sistemático de frases cohetes de
mi amigo Fernando Burgos, quien debe estar en el cielo. Hasta aquellos tiempos
de joven profesor de ingeniería se remontaron mis neuronas –porque todo lo
producen ellas en respuesta a una vital angustia-. ¡Atrevámonos a soñar! Y qué
coño vamos a poder soñar, decía yo como
espectador mientras agitadamente me revolvía en la cama. ¡Repensemos la
Universidad! ¡Hacía una universidad conectada internacionalmente y socialmente
pertinente! …. A pesar de que todo aquello parecía desarrollarse en un híper
espacio de sexta dimensión donde ya no puedes saber lo que es real y lo que es
ficción, luego vi largas filas de electores que iban a votar. Llevaban unas
vestimentas religiosas, no nuestras togas académicas sino algo similar a la
usanza de los monjes budistas. Iban como drogados. Como si se hubiesen tomado
unas pociones que les permitiera reconciliar su cruda realidad con el
promisorio aliciente que les había vendido el candidato de su parcela. Ganó la
política del odio, lo dije y no me podría desdecir porque en los sueños tu
cerebro no construye falsedades, sólo el reflejo de tus profundidades. Y en la
escena siguiente, estaba el ganador, en su vestimenta religiosa un poco más
decorada con estrechas bandas de color anaranjado. Tampoco lo reconocí. Pero
estaba en un despacho en el que habían transcurrido varios años de mi vida.
Allí supe que las elecciones se habían realizado en mi universidad. Hablaba con
mis directoras de presupuesto y administración. ¡Que locura ese sueño! Le
informaban de lo precario de la situación financiera. Recibió varias llamadas
en las que le notificaban de nuevos problemas que no podría resolver. Al final
de la mañana, lloraba amargamente porque no había tenido la paciencia de
esperar el desenlace, ahora le correspondería a él, quizás, cerrar los ojos de
la muerta. El terrible deceso temporal de algo tan querido fue lo que me despertó con
dificultades para respirar. ¡Esa fue la surrealista pesadilla que motivó mis
reflexiones!