Cuando el Dinero Destruye Naciones
(segunda de dos entregas)
Asdrúbal Romero M
@asdromero
1-Sobre las causas originarias de la "Tormenta"
Zimbabwe fue conocida como la
"breadbasket" (literalmente: cesta de pan) de África. Deseo iniciar
esta segunda entrega sobre las lecciones extraíbles por nosotros de la crisis
en esa nación, con esta sencilla referencia a su riqueza. Quizás a ustedes,
como me ocurrió a mí, se les haya cruzado por la mente la idea que los nefastos
niveles de destrucción alcanzados en Zimbabwe fueron posibilitados por el hecho
de ser un pobre país africano. Y no era así: tenía una pujante agricultura
cuyos significativos excedentes eran exportados al resto de África, Gran
Bretaña y Europa. Abundantes riquezas minerales: diamantes, oro, platino, etc.
Vastas reservas naturales de vida salvaje. Una buena infraestructura y un
sistema bancario acorde con los estándares occidentales -fue colonia inglesa-.
Su economía era la décima en todo el continente.
"When Money Destroys Nations"
no es un libro que analice el fenómeno hiperinflacionario desde un punto de
vista estrictamente técnico. Es un raro ejemplo de un texto donde se combinan:
reflexiones economicistas, que pueden ser captadas por legos en la materia, con
temas de humano interés a través de una narrativa muy accesible. Es un libro
muy cercano a las penurias sufridas por los ciudadanos de ese país, que aporta
vívidas lecciones de cómo la masiva e ilimitada emisión de dinero inorgánico
impactó, nefastamente, la vida de familias ordinarias, comunidades y organismos
públicos y privados. Once años antes a la etapa cumbre de la crisis (2008),
Zimbabwe había sufrido una fuerte crisis financiera. Su desesperado gobierno
optó por imprimir más dinero para "salvar" a la economía. Entró en un
círculo vicioso. Mientras emitía más y más dinero, el país fue descendiendo en
un profundo y oscuro caos.
Es precisamente este el tema focal
que inspira el título del libro: el dinero que destruye naciones es el dinero
sin respaldo que inunda sus economías por emisión irresponsable de sus
gobiernos. Focalizado en este asunto, los autores restringieron su período de
análisis a la etapa previa a la inutilización de facto del dólar zimbabweano. "Nuestra
moneda tuvo una lenta y dolorosa muerte. Todos esperábamos que la economía
colapsara en cualquier instante. Las señales de alarma eran evidentes pero el
"Gran Momento” llegó unos cuantos años más tarde (2008)" -testimonio
de un hacendado de Harare, la ciudad capital-. Cualquier parecido con nuestra
realidad...
En lo personal, me habría encantado
obtener el análisis de los autores en el lapso posterior al 2008, en el que, a
pesar de haber muerto la moneda, los causantes de tal muerte continuaban en el
poder. Pero el libro, más orientado hacia las temáticas económica y social que
la política, debo advertir que no contiene ninguna información al respecto.
En el capítulo tercero, titulado “Storm
Warnings” (Alarmas de Tormenta) –se metaforiza la crisis como una tormenta-,
los autores entran a analizar las causas que la originaron. Comienza citando al
profesor Peter Bernholz, un economista especializado en el estudio de
hiperinflaciones: “Nunca en la Historia ha ocurrido una hiperinflación que no
sea causada por un enorme déficit presupuestario del Estado”. Esta cita
sintetiza la fuente originaria de todos los problemas económicos vividos en
aquel país y también en el nuestro, sin necesidad de entrar en excesivos
detalles del relato histórico. ¡Otra
similitud perfecta!
El régimen de Mugabe comenzó a
tomar erradas decisiones económicas desde los inicios de los ochenta. Se
adoptaron compromisos con el fondo de pensiones de los veteranos de la guerra
civil que el país no podía sostener en el tiempo. Se involucró en la guerra de la República Democrática del Congo,
a los fines de apoyar el líder Laurent Kabila, que les resultó demasiado
costosa. Como consecuencia del
incremento de los gastos del gobierno, muy por encima de los ingresos, el
Régimen se hizo adicto a los préstamos financieros internacionales y al
incremento de la liquidez en poder del público –lo que se conoce en los
círculos económicos como M1- mediante la emisión de dinero. Desde 1990, el M1
se triplicó en cuatro años y para 1997 se había vuelto a triplicar. Esto trajo
como consecuencia, que ese año el Banco Mundial paralizara la entrega de un
crédito que ya estaba listo para ser ejecutado por un monto de cien millones de
dólares. Se produjo entonces el pánico financiero y la abrupta caída del
mercado (“market crash”). El 14 de noviembre de 1997, el dólar de Zimbabwe
perdió un 75% de su valor.
Ese “viernes negro” evidenció que
el Emperador estaba sin ropas –expresión de los autores-, posteriormente se
producirían otros ‘”crashes”. Las deudas, que ya venían en franco ascenso,
tuvieron una vertiginosa aceleración de su crecimiento después de ese año. El
Régimen intento incrementar los impuestos pero esto generó fuertes protestas.
Optó entonces por lo políticamente más conveniente, considerando los
relativamente “pequeños” efectos negativos en el corto plazo, pero absolutamente contraindicado de cara a la
necesidad de estabilizar la economía: dar rienda suelta a una indisciplinada y
masiva emisión de dinero. La gráfica que a continuación presentamos –nótese la
escala logarítmica del eje vertical- habla por sí sola de cómo la variable
indicadora de la base monetaria evolucionó conforme a una dinámica de
inestabilidad exponencial.
En resumidas cuentas, porque tampoco es mi objetivo entrar en todos los detalles que sí están cubiertos en el texto de Haslam y Lamberti, lo importante a destacar es cómo se instaló un bucle generador de inestabilidad de manera muy similar a lo que, lamentablemente, se ha hecho en nuestro país. El de ellos explotó en el 2008, cuando dejó de tener sentido usar su moneda como instrumento de cambio. El nuestro todavía se encuentra en pleno desarrollo.
En resumidas cuentas, porque tampoco es mi objetivo entrar en todos los detalles que sí están cubiertos en el texto de Haslam y Lamberti, lo importante a destacar es cómo se instaló un bucle generador de inestabilidad de manera muy similar a lo que, lamentablemente, se ha hecho en nuestro país. El de ellos explotó en el 2008, cuando dejó de tener sentido usar su moneda como instrumento de cambio. El nuestro todavía se encuentra en pleno desarrollo.
(*) Observando
esta gráfica, me resulta inevitablemente tentador traer a colación las gráficas
con las que nuestro amigo, el profesor Francisco Contreras de la escuela de
Economía UC, nos bombardea con apasionada frecuencia en sus frecuentes
publicaciones matutinas a través de las redes sociales. Es la pasión del que
quiere desesperadamente advertirnos del desastre hacia el cual estamos siendo
conducidos como conejillos de indias. También yo la he sentido. Las similitudes
son evidentes entre los dos casos y no son producto de ninguna casualidad. “Los Gobiernos ejercen el poder y pueden
elegir la política monetaria. Sin embargo, ellos no tienen el poder ni la
habilidad para manipular las consecuencias de sus políticas”.
2-Sobre las consecuencias
En
la segunda parte del libro –capítulos séptimo al décimo- “Hiperinflación: la
Experiencia Personal”, se nos entrega a sus lectores una fascinante
recopilación de testimonios sobre los
diarios desafíos que la gente ordinaria, de todos los estratos sociales, debía
afrontar durante el caos hiperinflacionario. Para nosotros, los venezolanos, es
como si estuviésemos montándonos en un vehículo del parque Epcot para realizar
un viaje hacia un muy probable futuro no tan lejano. A Dios gracias, todo
parece indicarnos por lo que actualmente acontece en el país, que no
arribaremos a él. Para que así sea, todos tendremos que poner de nuestra parte.
Como
acá, en Zimbabwe también se instaló una política de control de precios carente de toda lógica. En su celo
por controlar los precios, el Régimen terminó empeorando el problema de la
escasez que había comenzado cuando las tiendas y abastos dejaron de suplir
muchos productos al público. La creciente escasez sólo servía para forzar los
precios de los bienes aún más hacia arriba. Para mediados del 2006, ya no
quedaban abastos que tuviesen algún producto en ellas. Nuestra escasez, aunque
en sus fluctuaciones ha tenido sus lapsos críticos, nunca ha llegado a los
niveles alcanzados en la nación africana: ¡una absoluta tragedia!
“Nuestros
trabajadores estaban todos muy delgados, lo cual comenzó a ser un problema muy
serio para nuestro negocio. Tuvimos eventos de trabajadores desmayándose del
hambre. Tratábamos, eventualmente, de pagarles sus salarios en cajas de comida
cuando las podíamos conseguir” –testimonio del ejecutivo de una empresa-. Cualquier parecido con nuestra realidad…
“Mi
esposo y yo no pudimos comer carne en todo un año. Escaseó hasta el punto que
en 2008 no se podía conseguir en ninguna parte” –testimonio de una pareja de
profesionales de alto nivel-. La carne desapareció y sus precios se dispararon
como un cohete. El ganado vivo no podía ser trasladado por restricciones
oficiales. Y cuando se le sacrificaba, su carne tenía que ser rápidamente
distribuida para su consumo inmediato a través de un muy selectivo mercado
negro. Era extremadamente riesgoso almacenar en congeladores debido a la
reiterada carencia de suministro eléctrico.
El
tema de la provisión de alimentos se politizó. El Régimen comenzó a suplir
granos y algunos productos básicos en las zonas rurales, a cambio de tratar de
garantizar el apoyo político. Se castigaba con la no entrega a quienes no les
correspondieran. En la medida que la escasez empeoró, la distribución del
Régimen fue plagada con altos niveles de corrupción y la hambruna en áreas
rurales se hizo endémica. Se estima que murieron a causa del hambre cientos de
miles, pero nunca hubo estadísticas al respecto. El Régimen las prohibió.
Las
zonas urbanas fueron abandonadas por el Régimen en cuanto al tema de la
alimentación. Surgió una nueva economía: ¡la economía del hambre! Las
comunidades se organizaron para armar redes, cada vez más complejas, a los
fines de facilitar el trueque de alimentos. Unos conseguían los granos para
todos. Y otros el maíz o los vegetales orgánicos que se sembraban en los patios
traseros de las casas. De esa manera pudieron sobrevivir. “Estábamos tan
desesperados y nuestras necesidades eran tan básicas pero el espíritu
comunitario fue como un pozo suplido con aguas profundas. Todos nos
encontrábamos en el mismo bote y cada uno de nosotros comprendía la
responsabilidad de ayudarnos los unos a los otros. Fue el “Radio Bemba” –mi traducción
muy libre de “grapevine”- lo que nos salvó”.
En
el capítulo noveno: “Strength in Community” (Fortaleza Comunitaria), se nos
habla de cómo la crisis contribuyó a fortalecer los valores de cooperación y
espíritu comunitario, lo cual fue clave para la sobrevivencia de los
zimbabweanos. Cuando leí este capítulo, tuve la inquietud de indagar si en
nuestro país se estaba produciendo un fenómeno como éste. Algunas personas me
afirman con convicción que se está dando. Otros se quejan con dureza al
expresar que los venezolanos estamos sacándonos los ojos los unos a los otros.
Quizás sea en atención al tema de la especulación. Lo cierto es que en un
contexto hiperinflacionario, la calificación de una actividad como especulativa
o no, pasa a ser un asunto muy relativo e impregnado de altas dosis de
subjetividad. En fin, para los sociólogos quedará la tarea de investigar sobre
este tema.
Las
colas fueron otro fenómeno en Zimbabwe. Largas colas de muchas horas para
comprar el pan cuando aparecía. Y de varios días para comprar combustible, un
bien muy preciado allá, no sólo por el tema de transporte sino por la necesidad
de reabastecer los generadores eléctricos de intensivo uso residencial. “Lo
único que podíamos hacer en esas colas, era sentarnos…esperar…y socializar. Las
colas llegaron a ser puntos de conexión, en los que personas de diversos
estratos sociales y orígenes establecían lazos de unidad al amparo de sus
problemas comunes”. La escasez de combustible y el hecho de que los negocios
cerraran muy temprano, le dio más tiempo a la gente para ejercitarse y caminar.
¡Muchos kilómetros, diariamente! Cualquier parecido con nuestra realidad…
En
una entrevista con Diana Blatter, socióloga experta en esa nación africana, se
hace referencia a una muy interesante interrogante: “¿Por qué algunos países
descienden hacia el caos, como Somalia o Afghanistan, y por qué otros no, como en el caso de
Zimbabwe? La hiperinflación conllevó efectos muy dolorosos para la población,
aun así los zimbabweanos se mantuvieron unidos, esperaron pacientemente en
colas y tuvieron en el tiempo un respeto por la Ley y el orden”. En el libro se
comentan varios de los factores sociológicos que contribuyen a dar una respuesta.
La
población de Zimbabwe no está tan fragmentada en muchos grupos sociales de
distintas culturas. Está integrada casi enteramente por la tribu de los Shona,
al norte y al este, y los Ndebele, al sur y al oeste, así como los descendientes
de los ingleses que la colonizaron. Al decir de los autores: hoy día sería
difícil encontrar a través del planeta un grupo de gente más bonachona,
pacífica y con sentido de pertenencia a su país y su comunidad. Esto ha sido
clave para haber sobrevivido a tantos años de calamidad. La violencia es
fundamentalmente de naturaleza política y es protagonizada por el Régimen. De
resto, cualquier ciudadano puede sentirse perfectamente seguro caminando solo
por la noche a su hogar u otro lugar de destino.
No
obstante, la crisis sí trajo consigo un progresivo deterioro de los valores de
su cultura. Como lo dijo el presidente de una gran empresa: "la
hiperinflación hizo de cada uno de nosotros un criminal, porque tú tenías que
irrespetar la Ley para poder sobrevivir. Nos convertimos en una nación de
infractores de la Ley". Los ciudadanos ordinarios se acostumbraron a
incumplir la cantidad de nuevas leyes que el Régimen aprobaba para oprimir y
controlar la población, creándoles una asfixia regulatoria, lo cual fue
coadyuvando a la erosión de otros valores. En el capítulo noveno se incluyen
innumerables ejemplos que ilustran cómo se fue deteriorando el respeto por la
autoridad. El robo pequeño se multiplicó. No se trataba tanto de penetrar a la
casa de otros y hacerles daño para robarles, sino la canibalización de bienes públicos; el
hurto de inventarios de empresas por parte de los mismos empleados; el abigeato,
etc. ¡Había que sobrevivir! Cualquier parecido con nuestra realidad....
Así
como otra similitud con nuestro caso fue el de la migración. En la medida que
las condiciones de vida fueron degradándose, muchos optaron por resolver sus
problemas económicos yéndose del país. Tres millones emigraron a la cercana
Sudáfrica, pero muchos otros fueron a Inglaterra, Canadá, Australia, etc.,
conformándose la diáspora zimbabweana. El país perdió casi un tercio de su
población. Los efectos sociales fueron profundos. Aproximadamente 45% de los
niños en las escuelas tenían uno o los dos padres fuera del país. Estos se iban
para trabajar fuera y dejaban sus hijos con los abuelos o hermanos. Tal como ha
ocurrido en nuestro país: las remesas de dinero enviadas desde afuera se
convirtieron en una tabla de salvación de los que se quedaban y una fuente muy
importante de divisas, alrededor de la cual se montó una completa red de
negocios que contribuyeron a hacer la vida más soportable en aquella nación.
Uno
de los sectores poblacionales más duramente golpeados por la crisis fueron los
pensionados. ¡La generación que lo perdió todo! "Un pensionado tuvo que
mudarse a una casa improvisada en un árbol. Él era brillante pero muy terco.
Tenía que subir por una escalera para acceder a su casa, pero mantenía sus
libros debajo, cubiertos con un plástico. Se los comieron las hormigas. Nadie
sabe que se hizo él” -testimonio que me caló muy hondo de un trabajador social
dedicado a ayudar a los de mayor edad-.
Para el tiempo de la mayor aceleración inflacionaria, unos ahorros de diez
millones de $Z, que podían representar una sustanciosa pensión en la etapa
previa a la hiperinflación, no servían ni siquiera para comprar una caja de fósforos.
Los fondos de pensiones fueron licuados.
En
la medida que vamos pasando revista a los diferentes efectos de la crisis en
Zimbabwe, vamos dándonos cuenta de tantas semejanzas. De manera tal, que este
prometido viaje hacia un sombrío y probable futuro nuestro, de continuar en el
curso del despeñadero, ha tenido mucho sentido hacerlo. Ojalá se constituya en
un acicate para que todos demos el resto en el reto de apartarnos de este curso
hacia el No Fondo.
Ya concluyendo el viaje, en el capítulo octavo se tratan las consecuencias
alusivas al cierre técnico del Gobierno que ya fueron comentadas en la primera
entrega. En el décimo se aportan detalles precisos de como la muerte de la
moneda terminó concretándose. Y no le haría justicia al libro sino mencionara
que sus autores, en una tercera sección, tratan un tema al cual le asignan
especial importancia, aunque ya no directamente relacionado con el Caso
Zimbabwe. Denuncian que varios países del mundo desarrollado, con Estados
Unidos llevando la voz cantante, han venido recurriendo desde la crisis financiera
de 2008, a masivas emisiones de dinero inorgánico. Basados en esto, lanzan un
llamado de alerta sobre la probabilidad de una tormenta global.
Zimbabwe,
de ser un país feliz pasó a ser uno donde todavía reina la desgracia. Hambre.
Miseria. Desnutrición infantil. Abandono de los ancianos. Insalubridad. Cese de
las funciones sociales del Estado. Escuelas vacías. Familias rotas. Primitivización
de la vida. Éxodo. Desolación. Desesperanza. ¡Cuántas palabras pueden dejarse
caer por nuestras mentes para completar el dibujo de estas modernas versiones
de campos de concentración!
La
mayoría de los venezolanos, hoy día embelesados en la inminente concreción de
una intervención humanitaria (“El Escenario más Probable” en http://quepasaenlauc.blogspot.com/2017/09/
), no querrán saber de viajes a un indeseable futuro. Pero la amenaza de estos
modernos Auschwitz continúa expectante del qué haremos en adelante para
evitarla. Estoy firmemente convencido que una de las claves está en la Educación.
Y por ello, concluyo citando a unas
sabias palabras del filósofo Theodor W Adorno:
“La
exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación.
Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder
fundamentarla. No acierto a entender que se le haya prestado tan poca atención
hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo
sucedido”
Asdrúbal: lo expresado en una apretada síntesis de un texto que refleja el devenir de una nación debo calificarlo de excelente. No es fácil resumir un contenido tan vivencial y tan técnico como lo ocuurido y narrado en "otra apretada síntesis" con la nación africana. No podemos olvidarnos de algo y "nuestra condena por parte de la historia por desconocerla"
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