Los Juegos Hay Que Cerrarlos
Asdrúbal Romero M. (@asdromero)
I-Una metáfora deportiva
Cualquier
aficionado a deportes como el tenis, el basket ball, el beisbol e incluso el
futbol, sabe de la importancia, para el jugador o equipo que va ganando, de contar
con la resistencia física y emocional así como la habilidad para cerrar los
juegos. Traigo esta imagen deportiva a colación porque creo encontrar en ella:
cierta semejanza con el desarrollo del dificultoso desentrañamiento del nudo
gordiano político en nuestro país. Esta creencia, por supuesto, parte de una
premisa: la pavorosa dinámica del mal gobierno ha engendrado unas
circunstancias tales que es harto difícil para el Régimen, en su configuración
actual, mantenerse en el poder. Quizás para algunos esta premisa pueda lucir
como demasiado optimista, y les extrañe que sea precisamente yo, el mismo que
en significativa cantidad de documentos pronosticara la incubación de tétricos
escenarios en lo económico, y por ende en lo social, quien se atreva ahora al
feliz augurio de señalar que el final del nefasto y oprobioso régimen está
cercano. Insisto, así lo creo, pero todavía nos falta cerrar el partido a
nuestro favor. Intentaré explicarme.
II-La Crisis nos puso a Ganar
En primer lugar,
el Régimen está acorralado económicamente. Las señales son evidentes. La venta
del bono de PDVSA a Goldman Sachs con un 69% de descuento; las intenciones de
vender otro del Banco Venezuela, no transable,
¡con un descuento del 80%! hablan por sí solas de su desesperación por
hacer algo de caja. Se habla también de un impago a Rusia por más de un
millardo de dólares causados por un contrato de compra de armamento. Como no es
una operación a mercado abierto, es posible que hayan convenido un diferimiento,
pero el estrechísimo margen con el que viene jugando el Gobierno queda
registrado. Amenazas de embargos en territorio americano por impagos de deudas
a empresas expropiadas. Las reservas en mínimo. En materia financiera, como se
dice en criollo: han llegado al llegadero. Y en un horizonte no muy lejano está
un octubre que debe darles pavor con vencimientos de más de cinco millardos de
dólares, aunque quizás tengan conciencia que hasta allá no llegan.
Las consecuencias
del acorralamiento financiero son dolorosas hacia el interior. No hay dólares
para importar de cara a satisfacer necesidades muy básicas. El nuevo DICOM no
pasó de ser otra falacia como muchos ya sabíamos. El verdadero marcador de los
precios continúa inalterable su recorrido a través de una curva exponencial que
ya transita por un tramo con pendiente muy acelerada. Es la misma curva de la
que hablamos a inicios del 2013, predicha, cualitativamente, a partir de la
aplicación de principios muy básicos de la teoría dinámica de sistemas. El
ciudadano común se sorprende cada día de la escalada de los precios, pero esta
realidad continuará su rumbo a mayor velocidad hacia un peor que no tiene
techo. Los productos regulados se confinan a unas cajas CLAP que la mayoría de
los pobladores no reciben. Para quienes no somos objeto de esa atención “privilegiada”
por parte del Régimen, el acceso a productos
fundamentales está signado por la dolarización de los precios. Así, la vida ha
venido cubanizándose: la pasta dental y el desodorante se convierten en un lujo
para la inmensa mayoría de los ciudadanos. El problema de las medicinas e
insumos médicos se agrava. Ya se consiguen algunas importadas, pero,
igualmente, a precios inalcanzables para la mayoría. Las coberturas de los seguros médicos se hacen
ridículamente insuficientes. Enfermarse en este país implica el riesgo de
morir.
Tampoco es
que a ese programa apartheid –no lo
reciben todos los que deberían recibirlo- del suministro CLAP se le perciba con
garantía de sostenibilidad en los tiempos por venir. El anunciado decrecimiento
de la producción agroalimentaria por parte de los conocedores del tema, así
como la aguda escasez de dólares para importar –reducida aún más por la
desvergonzada inversión en equipamiento represivo-, permiten prever una
tendencia a que esa, hoy día ya bastante escasa e insuficiente, ayuda
alimentaria vaya perdiendo cobertura en cuanto al número de familias al cual
asiste, así como en la cantidad y calidad de los productos que se distribuyen.
La merma de peso por habitante es evidente. Los reportes de los expertos y
organizaciones abocados a escudriñar el tema de la nutrición en el país son
alarmantes. Deberían ocupar lugar preponderante en la temática de esas
asambleas ciudadanas que emplean la mayor parte de su tiempo, en distraer a los
ciudadanos alrededor de todo ese brollerío jurídico que se ha armado alrededor
de una constituyente en la que menos del 10% de la población cree.
El Régimen gasta
cuantiosos recursos en profusas campañas comunicacionales –pena debería
darles-; jingles con aires de mundiales de futbol que pretenden vender una
alegría vestida de farsa, así como la paz de un rap que resuena con la vaciedad
de su mensaje. Mientras más abusan de su presencia en los medios
radioeléctricos, más invocan en la conciencia de todo un pueblo su impostura.
La paz se transmuta en violencia y la alegría en profunda tristeza ambientada
por la precarización de la vida. Ya casi nadie les cree, sólo los enchufados
que siguen velando por sus intereses y unos pocos, cada vez menos, enceguecidos
todavía por un fanatismo que les impide ver la realidad. Si no
han sido capaces de resolver nada, ni lo van a ser ahora, para qué gastar tanto
dinero en la promoción de una solución inverosímil que, transcurridos dieciocho
larguísimos meses, por obra y gracia del Espíritu Santo comenzaría a cumplir,
supuestamente, tantas fantasiosas promesas. ¿En qué invivibles circunstancias
nos encontraríamos para ese entonces? Esta es la interrogante que nos hacemos
todos porque cada cual, en su nivel, está siendo víctima de una verdadera pela
propinada por una crisis que no tiene parangón en nuestra historia.
Desde la
perspectiva de su potencialidad para gobernar brindando soluciones, el Régimen
está técnicamente caído. De aquí en adelante sólo puede generar una
profundización de la precariedad. Que avanza a paso de vencedores, a través de
múltiples caminos sistémicos que el ciudadano de a pie quizás no alcance a
vislumbrar. De allí que se multipliquen los efectos adversos: Es el problema cíclico
de la gasolina o el del gas doméstico. El de la continuada desvalorización del
trabajo. El de la semiparalización del aparato productivo y muchas otras
instituciones de servicio público. El de la impunidad que campea asimilando al
país a un escenario de guerra. Es el problema de la proliferación de atentados
contra la propiedad en los que resaltan los desmantelamientos por hurto de
múltiples instalaciones eléctricas. El de la no consolidación del nuevo cono monetario
que agrava el problema del efectivo e incrementa la mayor dependencia, para las
transacciones, de una plataforma electrónica de pago ya muy vulnerada por el deterioro y obsolescencia de las redes
de comunicación. El de los bancos, la mayoría cada vez más endebles
financieramente y con mermada capacidad de respuesta. Es esa sensación que se
ha instalado en el imaginario de la gente, del colapso que podría sobrevenir en
cualquier momento, sin que nadie sea capaz de precisar cuáles de las múltiples nudos
problemáticos se combinarán en definitiva para detonarlo. Cada día se suman
nuevos problemas a los ya existentes, convirtiendo al vivir por estas tierras en
un tenaz ir contra un viento, por lo demás terriblemente tormentoso.
Respiramos en una
atmósfera de últimos días porque un régimen cercado internacionalmente, con casi
nula credibilidad popular, acorralado económica y financieramente, sin margen
de maniobra para poder resolver algo debería ya no estar en el ejercicio del
poder. Pero los días transcurren y ni ellos buscan sus propias vías para
abandonarlo -irse mientras puedan que sería mi recomendación-, ni se concreta
un esquema político con la suficiente fuerza para sacarlos de ese poder al
cual, paradójicamente, se atornillan con creciente vehemencia. Visto desde la
perspectiva de los factores democráticos que han acometido una tenaz oposición,
no siempre alineada del todo, es como si el juego ya lo tuvieran claramente a
su favor pero no lo terminan de cerrar. ¿Será que no saben cómo cerrarlo?
III-¿Por qué no se cierra el Juego?
Si la Oposición
no lo sabe, tampoco debe avergonzarse por eso. Nos enfrentamos a un cuadro
político muy complejo e inédito En cualquier gobierno medianamente democrático,
la acumulación de pruebas de un tan rotundo fracaso como el del chavismo sería
suficiente como para provocar una salida que le diera botón de cierre al juego
político. Pero no es ese nuestro caso. Resulta que lo paradójico del
atornillamiento no lo es tanto, tiene que ver con el carácter tan particular
del régimen que nos acogota. Creo justo el momento para hacer el siguiente
reconocimiento: toda la caracterización del Régimen que desde hace varios años
adelantaron esos sectores a los cuales se les acuñó la etiqueta de
“radicalismo” terminó siendo la precisamente correcta. Se puede resumir en una
frase: “nunca van a entregar el poder por las buenas”. No lo pueden hacer
habida cuenta de su carácter abiertamente delincuencial. Aclaro que tal
calificación no es solo utilizable para referirse a delitos como la
participación en el tráfico ilícito de productos y seres humanos o la
sustracción de recursos del erario público para beneficio personal, también lo
es cuando se delinque violando las leyes para ejecutar actos que comprometen al
Estado sin el cumplimiento de las debidas autorizaciones. Donar graciosamente
recursos a otros países en actos de impulsiva “generosidad” sin haber
solicitado, previamente, la autorización de las instancias con el mandato
constitucional para tramitar y aprobar tales concesiones, constituye un ejemplo
muy claro de lo que refiero. Aunque hubiesen intentado maquillar a posteriori
todos esos heterodoxos manejos, seguro estoy que con un exhaustivo seguimiento
cronológico se podrían conseguir innumerables casos específicos en los que tal
maquillaje no pudo ser aplicado con el suficiente blindaje.
Este régimen,
desde sus comienzos, se ubicó al margen de la legalidad al permitir que su
finado líder manejara la hacienda pública como si fuera la suya personal. Estos
señores supieron, desde el principio, que en cuanto entregaran el poder serían
ineluctablemente enjuiciados por ejecutorias de esa naturaleza. Terminaron
acostumbrándose a pensar que nunca entregarían el poder, se produjo el
relajamiento y la apertura de puertas a las más diversas y lesivas tentaciones.
Pero las ruedas de la historia siempre giran. Ahora nos encontramos en el poder
a una “banda de delincuentes que ha tomado control del Estado y asaltado su
tesorería”. Lo dice el prof. Evan Ellis, quien remata manifestando: “El
problema de fondo es que no existe un mecanismo jurídico internacional ni un
modelo de cooperación regional que permita rescatar a un Estado en esas
circunstancias sin violar su soberanía”. La pregunta entonces que debe
analizarse es: ¿Cómo se cierra el juego con un régimen delincuencial?
Excluyendo de su consideración la vía de la rebelión armada de civiles que todo
parece indicar, a Dios gracias, que todavía no se ha dado el tiempo para
germinar. Esta interrogante, con la añadida condición de contorno, permite
esclarecer el grado de complejidad del entrampamiento en el que estamos
sumidos.
Estamos cerca de
una salida. El avance de la precariedad lo garantiza porque es como una liguita
que se continúa estirando, estirando, estirando, hasta que no ceda más. Pero en
el ínterin de estos angustiosos días: ¿cómo se avanza en el desentrañamiento
del nudo gordiano? El camino menos violento sería la negociación. ¿Pero cómo se
negocia con una representación del Régimen tan embarrada de ilicitud? ¿Quién se
atrevería a asumir el costo político? ¿Se imagina usted negociando con un
Carreño preguntándole cómo va a quedar él? ¿Se dispone del tiempo para elaborar
un esquema transparente de justicia transicional? Algunos juran que ya existen
negociaciones en las que se persigue darle respuesta a tan acuciantes
cuestiones, los dirigentes opositores de mayor visibilidad lo niegan. Yo no
tengo ni ofrezco respuestas, sólo una visión del por qué todavía no se ha
podido cerrar el juego. Y otra: la de liguita a máxima tensión. ¿Se fracturará
ella provocando una urgencia de imprevisibles consecuencias? ¿O se fracturará el Régimen en un escenario
donde algunos busquen salvarse y otros decidan resistir hasta lo último con las
botas puestas? Algunos y algunas ya han dado el paso.