Anécdota sobre la profundidad a la que estamos
Asdrúbal
Romero M.
Me encuentro a escasa distancia de atravesar el
puente y mi acompañante me sugiere que eche gasolina en una estación de
servicio cercana. “En Maracaibo las colas están insoportables”. Ya en espera de
proveernos del preciado combustible, nos adentramos en el tema del porqué de
las interminables colas. Me cuenta mi interlocutor: “Si tú llenas el tanque y
te vas hasta la Concepción -una población ubicada a una media hora de Maracaibo
en automóvil-, un poco más allá, puedes vender cuarenta y cuatro litros de
gasolina a 1200 bolívares (27,27 Bs/lt). Si te vas hasta Carrasquero, más cerca
de la frontera, te los compran a 1600 bolívares (36,36 Bs/lt). Si te arriesgas
hasta el río Limón, te los arrebatan a 2000 bolívares (45,45 Bs/lt). En esos
puntos de recolección te sacan los litros y van llenando pipas que luego serán
transportadas hacia Colombia”. Un trabajo sencillo y mucho más rentable que ser
un maestro de escuela. Uno comienza a entender cómo el contrabando de gasolina
se ha erigido en la principal actividad económica en toda la zona fronteriza.
Se ha estructurado una inmensa red de extracción que se alimenta de
innumerables pequeños suplidores, sin contar los voluminosos cargamentos que
manejan los capos más poderosos. ¿Y a cuánto pagan el litro del otro lado?
–pregunto-. “El precio varía día a día, en septiembre del año pasado lo pagaban
a 40 bolívares. Una simple regla de tres con los datos de la hoja Excel de “DolarToday” te arrojará que ese precio
debe estar a punto de triplicarse” –en Colombia un litro de gasolina se vende a
un poco más de ochenta y dos céntimos de dólar-. Con razón, en un momento de la
conversación mi interlocutor se muestra muy pesimista al decirme: “va a ser muy
difícil que algún día logren acabar con esa industria del bachaqueo”.
No le digo nada. Me quedo pensando. Siempre
había despachado el tema apelando al criterio teórico de que el día que en
Venezuela se sincerara el precio de la gasolina, el incentivo económico para
tal actividad ilegal cesaría. Si bien esto no deja de ser verdad, surge la
interrogante: ¿Qué implica a estas alturas sincerar el precio de la gasolina en
nuestro país? Si se le asigna un precio de cinco bolívares por litro, es decir:
que llenar un tanque estándar de cincuenta litros nos costaría 250 bolívares,
cincuenta veces el costo actual, el incentivo para el contrabando de la
gasolina apenas sufriría una pequeña
merma. Y si lo ponen a 10, a 20, a 30,
el incentivo iría mermando pero aun así seguiría siendo muy rentable el
bachaqueo de gasolina. ¿Y qué tal si nos imaginamos la situación límite de
llevarlo a 120 Bs el litro para acabar de una vez por todas con esa actividad
ilegal? Entonces llenar el tanque nos costaría seis mil bolívares. Casi nadie en
este país podría darse el lujo de movilizar su vehículo.
Mi estimado interlocutor tenía razón. El costo
de la gasolina ya se ha hecho “insincerable” en nuestro país. Al menos, por
ahora. Esta anécdota puede ayudarnos a visualizar el sótano de irracionalidad
en el que nos han sepultado estos
señores que nunca han tenido la más mínima idea de cómo administrar un país en
un mundo globalizado. Han sido tantos años de mentir tanto, de correr la arruga
tan descarada e irresponsablemente, de negarse a reconocer las más evidentes
realidades económicas, de despreciar los más elementales criterios técnicos,
que ahora nos encontramos sumergidos todos en un pozo de irrealidad tal, que
montarnos en el ascensor que nos devuelva a la realidad del mundo actual se aprecia como una tarea titánica con un
explosivo costo social para todos. La misma curva exponencial de incremento del
precio del dólar innombrable, nos va dando indicio de la velocidad a la que
hemos ido descendiendo hacia un sótano de profundidades cada vez más
insondables –supongo que ya no habrá duda que vamos descendiendo a una
velocidad que aumenta en proporción al descenso que hemos registrado hasta ese momento (ley exponencial)-.
¿Cómo detenemos este sinsentido? Mientras más
descendamos, las dificultades para montarnos en el ascensor serán mucho más
complejas. La anécdota de la gasolina la podemos trasladar a otros planos de
nuestra realidad social y económica. Podríamos trasladarla al análisis de
propuestas como la dolarización que muchos asoman, que a mí en lo personal me
atrae porque la percibo como un ascensor hacia la realidad, pero que, en
paralelo a ella, es menester entrarle al
complejísimo tema de cómo ir moderando el impacto social, en sus múltiples e
insospechadas ramificaciones. Esto es válido para cualquier otra estrategia
alternativa que pretenda sacarnos de esta ficción loca que hemos vivido para
retrotraernos de nuevo a la realidad. Tal parece que a este Régimen lo que le va,
finalmente, a inferir la estocada final es el dólar: ¿Y entonces qué?
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