Los milagros al revés
Asdrúbal
Romero M.
Analizando lo que viene ocurriendo con el país, hace
ya algún tiempo tuve una idea: ¡Qué tal si se organizara una red de cronistas
del desastre! Me explico: cada uno de ellos se encargaría de llevar un diario,
documentado lo mejor posible, en el que se fuera dejando constancia de todas
las decisiones y acciones conducentes a la sistemática destrucción llevada a
cabo en casi todas las áreas de gestión gubernamental. Los infiltraríamos en
los entes de la organización tradicional: ministerios, gobernaciones,
alcaldías, universidades, etc., así como en las nuevas áreas de gestión pública
producto de expropiaciones, intervenciones y estatizaciones –Agroisleña (ahora
Agropatria) sería un excelente filón-. Una buena idea que ni siquiera llegó al
tintero. ¿Por qué, entonces, la saco ahora a colación?
Porque he leído una magnífica realización de esa idea.
Damián Prat, por obra y gracia de su excelente trabajo convertido en libro,
“Guayana: el milagro al revés”, constituye un muy sobresaliente ejemplo de la
labor que todo cronista del desastre
tendría que efectuar. Recomiendo con urgencia a todos los ciudadanos de esta
muy bolivariana república se lo lean. Les advierto que con el pasar de las
páginas, agarrarán una tremenda arrechera, pero eso sí: irán viendo en un
escenario a pequeña escala lo que ha hecho este régimen con el país.
Cuando pensé en comentar el libro, supuse que
resumiría con las estadísticas más llamativas contenidas en él: la evidencia de
cómo se han deteriorado los niveles de producción de las empresas básicas de
Guayana. Algunas, como el caso de Alcasa, llegaron hace ya tiempo a un profundo
nivel de quiebra, artificialmente sostenido a expensas de cuantiosísimas
pérdidas. Desistí de la idea, cada página es parte de un rosario excelentemente
documentado con referencias textuales a discursos de Chávez, puntos de cuenta
de Miraflores, publicaciones periodísticas en China aportando pruebas de lo que
aquí se niega, enlaces a páginas en internet y estadísticas irrefutables. De
manera tal, que habría terminado confrontando serias dificultades al tratar de decidir
cuál sería la estadística de mayor impacto, o la prueba de mayor desfachatez en
el doble discurso, o de la incompetencia más manifiesta de los improvisadores
que envían a dirigir la Corporación Venezolana de Guayana –uno llegó
preguntando dónde quedaban las minas de Aluminio-, y cosas por el estilo.
Habría terminado por llenar este artículo de un sinfín de refritos, por lo que,
mejor, cada cual va a consultar directamente a la fuente: el resultado de un
muy detallado trabajo por parte del más propio cronista del desastre que haya podido
inventar.
En la medida que avanzaba en la lectura del libro, una
tras otra, las estadísticas de producción de Alcasa, Venalum, Bauxilum, Sidor,
etc., se confabulaban para darnos un tour por una ruta suicida e irreversible
hacia el más ruinoso fracaso. Sin embargo, paradójicamente, llegó un momento en
el que perdieron su capacidad de asombrarme. Lo que, realmente, va consolidándose
en uno es esa sensación de estar viendo una obra de teatro, montada sobre un
escenario más reducido que el país, en la cual se va recreando a la perfección
todo ese conjunto de políticas, estrategias y tácticas que el oficialismo ha
venido aplicando a nuestra empobrecida nación
y que le permiten salirse con la suya, políticamente, mientras,
simultáneamente, va sumiendo a empresas u organizaciones en la más pasmosa
ruina. En la obra de Prat, esos
elementos en común que caracterizan el muy particular modo de actuar de este
régimen se detectan con mayor facilidad. Me referiré a algunos sin pretensión
de exhaustividad.
La permanente subestimación de la complejidad técnica
de los procesos modernos, por ello: el criterio de la conveniencia política
siempre priva por encima de las razones técnicas –la reestatización de Sidor es
un excelente ejemplo mostrado en el libro-; por ello, también, no se toman en
cuenta las aptitudes técnico-gerenciales
a la hora de seleccionar a los flamantes directivos de las
organizaciones públicas, de allí que se creen esas ramplonas pirámides de
ineptitud jerarquizada donde los escasos sobrevivientes con capacidad técnica
se ven impedidos de influir en las decisiones.
El continuado reciclaje de esperanzas: Si las cosas
van mal, no importa, inventamos un nuevo motor de reimpulso, todo un paquete: con
la promesa de recursos frescos que nunca llegarán o el rimbombante acto de
reinstalación, por segunda o tercera vez, de la primera piedra de una
importante obra muy esperada que no se concluirá; con la renovación de
directivos –los anteriores eran los culpables, aunque en corto tiempo se les
verá premiados con alguna embajada o cargo en otro destino de mayor importancia
incluso-; con los espejitos de Colón para atraer al nuevo esquema a las masas
trabajadoras: las cooperativas como engañosa tercerización o el Control Obrero
en empresas que ya están encaminadas hacia la ruina, cualquiera con cuatro
dedos de frente podría predecir lo que va a pasar allí. A veces ni siquiera es
un invento, sino la reinvención disfrazada de un esquema ya fracasado en el pasado
o, peor, la entrega de nuestra soberanía a empresas extranjeras, encubierta
bajo el más fervoroso doble discurso revolucionario –el caso de Ferrominera y
las transnacionales chinas muy bien documentado en el libro-.
Lo anterior ocurre bajo el paraguas de un aberrante
centralismo autoritario, incompatible totalmente con las exigencias de
modernidad en la gestión pública que ejemplifican los países más desarrollados.
El derrumbe del techo de la acería de planchones, por ejemplo, que pudo haber
sido una tragedia incalculable en costo y vidas humanas, se produce porque la
autorización de la obra que lo habría evitado llevaba ya once meses esperando
por la firma de Miraflores. Se lee y no se cree. Lo que nos conduce a una reflexión
final sobre la necesidad de reconstruir el país como un Estado Federal -tesis
política fundamental del Observatorio Venezolano de las Autonomías-.
¿Se podría haber dado un proceso de tan sistemática
destrucción de las empresas básicas de una región tan importante como Guayana
en el contexto político de un país auténticamente federalizado? Un liderazgo político emergido de una
dinámica regional, consciente de que la pertinencia de ese liderazgo esta
indubitablemente atado a la necesidad de
satisfacer las demandas de desarrollo de su entorno, habría actuado como
contrapeso a ese nefasto proceso. Nunca habría actuado con una actitud tan
acobardada y cómplice, como sí la observamos de parte de quienes todo lo que
son, políticamente, se lo deben al impositivo dedo centralista. El nuevo relato
político que verdaderamente antagoniza al relato chavista es el federalismo. Es
a partir de él, como marco mental, que se puede hablar de una mayor eficiencia
en la solución de los problemas del ciudadano, de una economía más productiva, etc.,
etc. Y lo que es más importante: de una real redistribución a lo largo y ancho
del país del poder político, que nos evite otra vez ser víctimas de los
desvaríos de un caudillo centralizador.
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