Sobre la decisión de Carabobo
Asdrúbal Romero M.
Ya
ha transcurrido suficiente tiempo para que la racionalidad se imponga sobre la
carga emocional derivada de la derrota electoral del 7-O y los correspondientes
análisis post electorales. Esto lo señalo, inquieto todavía, por la reticencia
manifestada por muchas personas en cuanto a participar en las muy próximas elecciones regionales. En
verdad: no hallo cómo calificar muchos de los argumentos recibidos con la finalidad de justificar razones para
no ir a votar, o peor aún: la intención de favorecer con su voto al
“esbaratador” que Chávez ha designado para nuestro estado, lo más extraño:
provenientes de personas que me han
demostrado, en el tiempo, estar bastante claras sobre el destructivo daño que
este régimen le está infligiendo al país. Son argumentos de naturaleza muy
diversa, algunos risibles -¿A quién pretenden engañar?-, otros con mayor
asidero lógico aunque, en mi opinión, se concentran en un aspecto vulnerable de
la candidatura de la unidad democrática y carecen del enfoque globalizante que
demanda la decisión de por quién votar en tan delicada coyuntura.
Me
voy a referir a un argumento en particular, el más reiterado y con mayor poder
de fuego: Si nacionalmente nos abanderamos del principio de la alternabilidad
democrática -hablando como oposición-, ¿cómo es que regionalmente vamos a
contradecirnos? Dicho en forma elegante: la tesis de la coherencia política,
que otros expresan en forma más coloquial y hasta un tanto alevosa mediante el
cuestionamiento: ¿Hasta cuándo los Salas?
Ciertamente, tienen una estocada válida, sería necio desconocerlo, pero:
¿Es eso suficiente como para inclinar la balanza hacia el otro lado?
Como
autoridad rectoral de la Universidad de Carabobo (1992-2000), me correspondió
viajar a muchas ciudades de Venezuela con la finalidad de asistir a reuniones
del Núcleo de Vicerrectores Administrativos, en mi primer período, y del
Consejo Nacional de Universidades, ya siendo Rector. En todas, la gente se me
acercaba con la finalidad de compartir conmigo comentarios sobre lo que estaba
ocurriendo en Carabobo. El estado se había convertido en una referencia
nacional de progreso, a raíz de la exitosa experiencia descentralizadora
iniciada con el Dr. Salas Römer al frente de la Gobernación. A Valencia se le
identificaba como la ciudad con mejor calidad de vida en todo el país. Cuando
visitaba a Maracaibo, mi ciudad natal, no cesaba de sentir una sana envidia al
constatar que había sido, evidentemente, superada en desarrollo por Valencia.
Atención
Inmediata, servicio creado el 22 de septiembre de 1990; la Operación Alegría,
que inició actividades el 25 de abril de 1991; los logros deportivos que
convirtieron a Carabobo en “tierra de campeones”; la remodelación y
equipamiento de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera que me correspondió
vivirla muy de cerca; el mejoramiento de la Autopista Regional del Centro en su
tramo carabobeño; en fin, múltiples logros que fueron ejemplos emblemáticos de
los beneficios que podría deparar al desarrollo de las regiones una
descentralización que tenía en Carabobo su referencia pionera. Quienes
habitábamos en este estado, comenzamos a sentir el orgullo de vivir en la
“tierra de lo posible”. Valencia se había erigido, informalmente, en la capital
del federalismo.
Resulta
inevitable que contrastemos esa etapa de progreso, con lo que ocurrió en el
período 2004-2008 con Acosta Carles como gobernador. En mi condición de
defensor del Estado Federal resalto la entrega de Carabobo al Ejecutivo
Nacional, evidenciada en la reversión de competencias administrativas sobre el
aeropuerto Arturo Michelena, puerto de Puerto Cabello y ARC (2009) sin manifestar
señal alguna de protesta –un entreguismo ante el poder central que igual lo
veríamos con la solución “final” para Carabobo-. Además de la discontinuidad de
varios de los programas iniciados con la descentralización, cómo no recordar a
un Makled repartiendo en los barrios fortunas en electrodomésticos, en su
pretensión de erigirse en alcalde de esta ciudad con la anuencia política del
entonces gobernador; a un Makled repotenciado
en su condición de multimillonario, de la noche a la mañana, con la concesión
de un contrato de comercialización de urea otorgado por la mismísima Pequiven
que controlan los Ameliach y otros jugosos contratos en el puerto; a un Makled
convertido en emblema del deterioro de la moralidad pública carabobeña. ¿Cómo
se puede olvidar tan grave y penoso episodio de la muy reciente historia del
estado y desestimar, al mismo tiempo, la que destacamos antes como un hito muy
importante en el relato federal del país?
Insisto
entonces, en la necesidad de analizar nuestra posición como electores del 16-D
desde una perspectiva mucho más sistémica, no sea que por mirar con demasiado
detenimiento la “pajita” en el ojo del Pollo se nos olvide mirar la “viga” en
el ojo del otro candidato. Y no es que yo subvalore como “pajita” el hecho: que
tanto el Dr. Salas como Henrique Fernando hayan desperdiciado la dorada
oportunidad que han tenido en cuanto a hacer de Proyecto Venezuela una moderna
organización política: despersonalizada, democratizada y con una propuesta
programática formalmente plasmada y eficazmente difundida. Esto es lo que
demanda nuestro país en estos tiempos tan convulsos y confusos. Todavía hay
tiempo. La gente buena que milita en dicha organización política se merece una
auténtica visión de futuro y por ellos mismos -los Salas-. No hay que olvidar que el
mantenerse en el poder desgasta y, progresivamente, va distorsionando ese
importante legado histórico que han construido: Carabobo, protagonista del
federalismo en Venezuela.
Si he apelado a esa imagen tan coloquial, en la que
viga y pajita conllevan un significado en extremo relativo, es para magnificar
la grosera desigualdad entre las dos opciones: los que están han sido “constructores”,
el que pretende reemplazarlos viene a “destruir”. Por ello no dudo en hacer mía
la afirmación de otro fogonero del Tren, mi estimado Manuel Barreto: “Prefiero
cuatro años más de Salas a un día de AmeliaCh”.