sábado, 23 de mayo de 2020

Pensando en la Venezuela del Futuro (I)


¿El "Ascensor" Paternalista?

@asdromero


A raíz de mi anterior trabajo publicado en este blog, “El Ascensor Salarial”, se produjo una amplia diversidad de comentarios sobre los cuales, he pensado, bien vale la pena exponer algunas reflexiones para el debate. El intercambio de ideas; tesis; propuestas; escenarios, sobre el futuro de Venezuela es indispensable. A este debate le pondría como única restricción el que parta de la descarnada realidad en la que nos encontramos –lo que no excluye la constante actualización del análisis de entorno internacional-.

Pude constatar muy buena aceptación y comprensión al planteamiento del “Ascensor”, aunque mi audiencia pudiera calificarse de sesgada en ese sentido al estar integrada, en su mayoría, por personas que se han desempeñado buena parte de su vida laboral y/o profesional en el sector público. Era predecible que, por estar más consustanciada y sensibilizada con la compleja problemática  que ha venido paralizando al sector, el planteamiento generase más simpatías que antipatías.

Lo interesante es que la posibilidad de proponer un ascensor salarial para un determinado segmento laboral, alimentado con recursos provenientes de crédito externo, también levantó opiniones contrarias.  Considero muy importante visibilizarlas a fin de ubicarlas en el debido espacio que les corresponde en el necesario debate. Una de las corrientes de antipatía, la resumiría de una manera coloquial para exponerla en su mayor crudeza conforme al siguiente relato: El “Ascensor” es un planteamiento demagógico y populista para seguir manteniendo a un sector público muy ineficiente. Después de releer, reconozco haberla edulcorado un poco, la versión más radical de la animadversión: "para seguir manteniendo a “una cuerda de vagos”. ¿Qué se puede decir al respecto?

Me atrevería a iniciar este debate, que podría alcanzar niveles muy cruentos, tratando de identificar y separar las fuentes de esa animadversión. Puede provenir de un estudiante, todavía simpatizante del Régimen, que ha visto como la funcionalidad de la universidad donde cursa estudios se ha venido reduciendo a casi cero, y opta, más emocional que racionalmente, por asignarle las culpas  a las autoridades locales y a sus profesores. A este tipo de actitudes, las congregaría bajo la fuente del Resentimiento.

Esta subcorriente de antipatías en mi opinión no es justa. Se nutre puntualmente de disfuncionalidades del sector público que nadie puede negar, pero cuya causalidad es adjudicable en un porcentaje muy mayoritario al Régimen Destructor. Por ejemplo: ¿De qué se van a quejar maestros que ni siquiera asisten a sus escuelas pero si cobran quince y último sus respectivas becas? –para este segmento del resentimiento los ínfimos salarios  son percibidos como becas-.  En sus mentes incapaces de valorar objetivamente la realidad, una consecuencia de la destrucción catastrófica es transmutada en causa y argumento para su animadversión. Es sabido que la codificación neuronal de las emociones ligadas al resentimiento, cocinada oportunamente con dosis del ingrediente activo del adoctrinamiento crea una gruesa capa de obnubilación cerebral.

La eficiencia de nuestro sector público  venía manifestando a mediados de los noventa una severa pendiente de desmejora. En el caso de la Educación Superior, un informe del Banco Mundial de esa época reflejaba  preocupantes ineficiencias. Como Rector de una universidad nacional autónoma que le correspondió vivir la transición de la cuarta hacia el régimen chavista, dejo constancia de mi testimonio que no se venían haciendo las cosas bien en la esfera de lo público. Pero, Chávez, teniendo la oportunidad de haber ordenado muchos aspectos del devenir nacional, impulsó un proceso agravador de todas las tendencias negativas, que ha terminado convirtiéndose, en manos de su adorado hijo, en una tormenta devoradora de lo público. Ni los hospitales, ni los tribunales, ni los ministerios, ni las escuelas, ni las universidades pueden funcionar. Ya casi no se puede realizar ninguna labor útil en el amplio y diverso abanico de los organismos públicos. Esta tendencia tiene su obligado correlato en la casi imposibilidad total de obtener beneficios ciudadanos de los ínfimos sueldos que, quincenalmente, se cancelan a un muy acrecentado funcionariado público.

Si definiéramos un índice de ineficiencia como la relación entre el valor de la nómina pública y el de los beneficios obtenidos de ese pago –un cociente-, tenemos tiempo tendiendo hacia la ineficiencia infinita, porque los beneficios han venido tendiendo a cero, con prescindencia del valor de lo que va  en el numerador: el monto de la nómina. Este régimen destruyó los salarios a través de un camino muy original que pareciese que muchos no se han dado cuenta. Primero destruyó para los trabajadores del sector público: la posibilidad de hacer labor útil. Y luego, pues luego: ¿Ya qué importan los salarios que se paguen? Siempre algunos enfermos mentales podrán esgrimir el argumento que se han convertido en becarios.


Buscando ahorrar palabras, he recurrido a un dibujo extremo pero esclarecedor –por eso me encantan los argumentos extremos-. Opinar sobre el alcance que podría abarcar una reflotación del sector público –para lo cual no olvidemos lo planteado en el trabajo anterior: se requerirá de utilizar una porción de la ayuda financiera externa-, sobre el criterio de la ineficiencia de lo público en el momento actual es un sinsentido. Por supuesto, cualquier iniciativa en el orden de preservar una cierta capacidad de servicios públicos fundamentales tendría que ser sometida a criterios de austeridad, transparencia y eficiencia en su rediseño.

Ahora bien, apartándonos de esta subcorriente de antipatía hacia el “Ascensor” cuya fuente ya hemos caracterizado, en mi intercambio de opiniones con la comunidad tuitera ha surgido otra, con mayor validez de origen porque la respalda un incontrovertible sustento ideológico. Parte de una interrogante que cito: “¿Realmente queremos que el Estado siga educando? Yo no. Yo quiero al Estado fuera de la educación”. Es la afirmación de un amigo que manifiesta pertenecer al Movimiento Libertario de Venezuela. Expresa además: “En realidad debe reconocerse que la catástrofe se debe a la educación que tuvimos: fuimos educados por el Estado y aprendimos a depender del Estado, incluso en el ámbito privado”. En este argumento, el interlocutor se apoya en mi texto, en el cual incluyo a nuestra educación  como uno de los factores causales de que hayamos arribado “a esta situación de ESTADO CATASTRÓFICO” –aunque sin argumentación: ¡Es tema para todo un ensayo!-.

Yván[1] se pronuncia por la tesis de un estado mínimo: “El Estado, si acaso queda algo de él después de la debacle, tendría que enfocarse en proteger los bienes jurídicos superiores, a mi juicio: la vida, la libertad y la propiedad privada. Todo lo demás tendría que emerger del propio tejido de la sociedad civil”. He aquí un tema fundamental al cual debe asignársele y respetársele un espacio de discusión. Opino, como se lo expresé, que todo está tan destruido que se nos abre una inmensa ventana: La oportunidad de revisar todo; de plantearnos la ambiciosa meta de un rediseño bastante integral. Quizás en esta línea, se ha perdido tiempo y no se ha evidenciado el propósito de discutir con profundidad y auténtica sinceridad: ¿Qué hicimos mal? Porque algo tuvimos que haber hecho mal para estar como estamos. Por lo tanto, a estas alturas, todo debiera ser revisable y nada debiera darse por sentado.

Confieso que al Plan País no lo he analizado en profundidad y les voy a decir porqué: de mi primera lectura superficial encontré una  gran similitud con la tesis programática de las campañas de Henrique Capriles (2012 y 2014). Una lista de muy excelentes buenos deseos, donde no se aportaba ninguna referencia a algún libro secreto, que sólo algunos privilegiados pudiéramos leer, sobre cómo se iba a lograr pasar de la Venezuela semidestruida – a los efectos de comparación con el estado actual- a ese dibujo soñado. En cierta forma, internalicé una sensación parecida  a la de los primeros tiempos de Chávez (1999): invirtiendo un tiempo precioso en regalarse una constitución muy bonita en el papel, garantista de un encomiable portafolio de derechos sociales y ciudadanos, todos los cuales han sido vergonzosamente violados desde su promulgación. También, tuve la sensación en el 2012 que en Venezuela todavía pensábamos que podíamos retornar a esa especie de variante de ESTADO BENEFACTOR, en cierta formar similar al estado de bienestar (o “welfare”) europeo, que la renta petrolera nos había permitido disfrutar. No se planteaba ni siquiera un tímido cambio de relato para el país.

No tengo ningún problema en reconocer que hasta a mi ese deseo de retorno al paternalismo me parecía natural. Después de todo, fui levantado en esa cultura y, como ser humano, me es difícil abstraerme de la tendencia a racionalizar como un argumento atractivo, el efecto de emociones positivas codificadas en la memoria más profunda de mi red neuronal como actor y beneficiario del paternalismo rentista. Haber sido partícipe como universitario del más poderoso mecanismo de movilidad social vertical que implementó la democracia en nuestro país, me resultó ser una experiencia extremadamente gratificante. Y no tanto, por haber sido beneficiado con la gratuidad, no albergo duda que mi padre habría sido capaz de financiar mis estudios en la UCAB – a la cual menciono porque varios de mis amigos que estudiaron conmigo en el Colegio Gonzaga (Maracaibo) viajaron a Caracas  a estudiar en ella-, sino porque me correspondió ser testigo privilegiado de cómo gente inteligente, muy valiosa, que todavía hoy anda regando frutos positivos por el mundo, pudo obtener su grado teniendo sus padres una situación de vulnerabilidad social que les hubiese impedido tener hijos universitarios en la gran mayoría de los países. Todavía los venezolanos que emigran hoy a países como Chile, Perú o Colombia sufren ese drama.

Es decir, querría que mi Venezuela futura siguiera teniendo universidades como la que disfruté (¡Pero más eficientes!). Y que haya escuelas públicas gratuitas con al menos dos comidas para los niños –así los padres estarán más motivados para enviarles- y su unidad de transporte escolar que los recoja. Y una sanidad pública como la que existe en Europa. Quiero decir con esto que no asumo la posición liberal por la que aboga un venezolano joven como Yván. Toda la esencia de lo que soy, y he sido, me dificulta con potencia asumir una posición tan radicalmente distinta a lo que fue la Venezuela del pasado, pero quizás sea lo que nos toque. Por eso la tesis por la que se pronuncia Yván y que, seguramente, le resultará atractiva a muchos jóvenes que les ha correspondido tener una experiencia muy distinta a la nuestra: luchar sin ayuda para sobrevivir y alcanzar relativo éxito en un cambiante y desafiante sector del emprendimiento privado, debe ser discutida con exhaustividad. No puede ser desestimada de plano como, de hecho, la ha sido hasta ahora.

Han trascurrido ocho años desde la primera campaña de Capriles. En los últimos seis, el hundimiento ha sido estrepitoso. El sector público está totalmente hipertrofiado. Disgregado en un descomunal conjunto de elefantes blancos, entidades gubernamentales o públicas autónomas, cuya principalísima función reside en departamentos de nómina abocados a pagar sueldos y salarios que algunos resentidos, pero no sólo ellos, comienzan a percibir como “becas”. Aunado a ello, tenemos un modelo de jubilaciones y pensiones literalmente roto –incapaz por sus propios medios de sostener el poder adquisitivo de los montos jubilatorios-. Percibo como poco viable la sostenibilidad política de un planteamiento como el postulado por el Movimiento Liberal. Preferiría una solución en algún punto de equilibrio intermedio. Pero tampoco se puede saber si eso será posible. Depende de los recursos financieros que se puedan conseguir. De allí la tesis del ascensor salarial que a algunos cuantos no les gusta ni les convence. Y esto no es malo. Es bueno que se manifieste una visión alternativa de la Venezuela que habrá de venir. La discusión entre extremos ilumina el punto gris donde pueda encontrarse el equilibrio.

Recientemente, recibí a través del chat de la Comisión de Educación de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat, una presentación del Ingeniero Werner Corrales Leal de su ponencia: ‘Construir la nueva Venezuela en escenarios post pandemia” –presentada en el II Congreso Internacional “Venezuela: Tensiones, Conflicto y Paz”, organizado por la Universidad de Roma-. Recomiendo su lectura.  Werner cree que el reto de Venezuela transciende ya a la “Reconstrucción” -el necesario e indispensable cambio de relato-.  Pero hay dos aspectos que él señala que están relacionadas con este trabajo. Él actualiza la estimación del monto de recursos externos requeridos en ciento veinte mil millones de dólares. En las discusiones del TREN que referí en el trabajo anterior, estimábamos en aquella época un monto entre los cuarenta y los sesenta mil millones de dólares. Cada mes que pasa, este monto se incrementa y el hundimiento salarial se profundiza.

El segundo aspecto tiene que ver con el análisis del entorno internacional en el escenario post pandemia y las dificultades que se derivan de ella para acceder a esos recursos externos, habida cuenta que se va a multiplicar el número de países demandantes de este tipo de ayudas. Esta es la realidad económica en la que estamos ubicados y que lo condiciona todo. Quizás ocurra que una comisión X se atreva  a incluir los recursos requeridos para la implantación de alguna modalidad de ascensor salarial,  a la comisión supranacional  con la responsabilidad de pronunciarse, técnicamente, sobre la distribución de los recursos contemplados en la ayuda financiera externa, y reciba una respuesta negativa de llamativa rotundidad: ¿Están locos? ¿Prestarles para que ustedes les eleven los salarios a empleados públicos?-.

Aunque genere rechazo soberano, lo imaginado puede acontecer.  ¿Y cómo haremos entonces? Sin recursos, no será viable la reflotación de un sector público con alguna responsabilidad, así sea reducida, en el desempeño de funciones de bienestar social. El paternalismo cesará abruptamente como lo demanda una tendencia creciente de jóvenes como Yván: “El paternalismo de Estado dio sus frutos y todos los conocemos y todos hemos saboreado su pulpa amarga. No me apetece sembrar más paternalismo. Hay que sembrar un árbol diferente”. Tal escenario es posible. ¡Hay que incluirlo dentro de las opciones!





[1] Yván Ecarri Gómez. Miembro del Movimiento Libertario de Venezuela @MovLibVzla 

sábado, 16 de mayo de 2020

Presentación de los resultados de la encuesta en twitter



EL ASCENSOR SALARIAL

@asdromero


A la hora y fecha del capture de los resultados de la encuesta que organicé a través de la red social Twitter –ver arriba la figura-, habían respondido 2110 miembros de la comunidad tuitera. Ya cuando iban unas mil respuestas, la Ley de los Grandes Números había comenzado a cumplirse estabilizando la foto del marcador ganador. Con un 32,8 %, resultó seleccionada como el área de mayor prioridad la Educación. Me permitiré algunos comentarios preliminares, antes de desarrollar la tesis principal que me propongo desplegar en este primer trabajo de una serie que he planificado sobre los retos que plantea la Reconstrucción de Venezuela en un escenario post chavista.

1.      Estoy de acuerdo con todos aquellos que, a través del hilo de comentarios, se pronunciaron sobre la necesidad del simultáneo abordaje de las cuatro áreas incluidas en la encuesta por parte del Gobierno de Transición. Todas ellas, así como otras que la limitación impuesta por el instrumento no me permitió incluir –como el área Salud por señalar la ausencia más significativa-, son vitales, urgentes y mutuamente dependientes de las otras para la consecución de logros concretos. La selección era difícil pero había que escoger una. La relativa uniformidad porcentual del cuadro final refleja la significancia de todas ellas.

2.      Habiendo dedicado toda mi vida profesional a la Educación, me complace el resultado, porque es un indicativo que la ciudadanía ha internalizado la fuerte correlación entre nuestras carencias educativas y la dura lección que hemos recibido a lo largo de estos veinte años. Con otra educación no nos hubiésemos permitido llegar a esta situación de ESTADO CATASTRÓFICO y, lo que es más importante, el reconocimiento que necesitamos una muy buena educación para que no se vuelva a repetir lo que nos ha ocurrido. Dicho esto, debo confesarles que la ganadora no fue mi selección. La razón del porqué está directamente vinculada a la tesis que les pretendo presentar.

3.      Me identifico plenamente con el comentario del prof. René Dorta[1], gran amigo, el cual cito: “Como docente, uno está tentado a responder que la prioridad 1 es la Educación; pero dado el deterioro -nunca antes visto- del poder adquisitivo del venezolano, es imperativo que la reconstrucción de Venezuela comience por recuperar el nivel de vida de sus ciudadanos”. Estas palabras concuerdan a la perfección con una cierta implícita intencionalidad que deseaba imprimirle a mi encuesta y que, debo reconocer, no logré. No fui feliz en el logro de las palabras que transmitieran ese sentido de urgencia; de imprescindibilidad; de identificación del primer gran desafío con el que se encontraría “cualquier” gobierno de transición y sobre el que deseaba poner a pensar a quienes respondieran mi encuesta. Lo de cualquiera entre comillas: porque me atreveré a decir que este desafío es no dependiente del tipo de gobierno de transición en cuanto al mecanismo como se hubiese posesionado de tan tremenda responsabilidad. Quizás, las limitaciones impuestas por la herramienta, me condujeron a sintetizar en el calificativo de “prioritario”, lo suficientemente ambiguo desde la perspectiva de la temporalidad, el espíritu de lo indagado. Intenté remendar en el hilo explicativo, pero tampoco podía excederme. Cualquier experto en encuestas me hubiese regañado por diseñar una pregunta que inducía a una respuesta. Que, ahora que lo pienso, era lo que buscaba. No me importa confesarlo, porque mi objetivo era poner a pensar, desde la debacle socio económica a la que hemos arribado, en cuál es esa primera gran e imprescindible meta para cuya consecución es indispensable tener un plan. De su logro depende que se pueda continuar hacia adelante en un proceso de reconstrucción sostenible. Este es un tema en el que cualquiera que aspire, individual o grupalmente, a participar en “ese” gobierno de transición debería sentirse obligado a tener una propuesta lista.

4.      “Mi querido profesor, veo la situación del venezolano como la del superviviente que ha caído en estado comatoso. Por eso creo que antes que nada hay que ponerlo en pie, por lo que el tema económico es de todos el más urgente. Muy pertinente su encuesta”. ¡Ponerlo en pie! He aquí la clave. Uno de mis hijos académicos, y también de René, había acertado en el espíritu buscado pero no transmitido. ¿Coincidencia que los tres nos hayamos formado para enfrentarnos con visión algorítmica y sistémica a problemas complejos? Por cierto, el profesor Wilmer Sanz[2], debe estar a punto de jubilarse si es que ya no lo ha hecho. Y debe tener hijos académicos, que serían mis nietos, que en pocos años puedan hacerlo. También tengo “padres académicos” vivos. Un asunto que, aparentemente, no viene a cuenta, pero que lo menciono de soslayo como uno de esos antipáticos tópicos que habremos de abordar si de verdad queremos arreglar los balances y equilibrios de nuestro país. De esto hablaremos en futuras entregas de esta serie que iniciamos con este trabajo.

5.      Obvio que tendremos que abordar las cuatro áreas en paralelo y otras más que se quedaron fuera del tintero, pero hay algo que cualquier gobierno de transición debe tener muy en claro de cara a iniciar su gestión: no se van lograr avances sostenibles si primero no montamos en un “ascensor salarial” a una buena parte de la población cuyas familias están percibiendo entradas muy por debajo de un ingreso mínimo vital. Máxime, cuando buena parte de esa población depauperada, a la cual es indispensable recuperarle un poder adquisitivo que le permita vivir, está ubicada, justamente, en áreas vitales de la gestión pública de servicios fundamentales como educación, salud y justicia. Es decir, no se va a poder iniciar el proceso de recuperación de la educación que debiera ser obligatoria con profesores de diez dólares al mes. Ni se van a poder recuperar las universidades públicas, si acaso las cuentas den para que pueda continuar existiendo una educación superior pública, con profesores universitarios de veinte dólares. E igual en la salud, con enfermeros y bioanalistas de ocho dólares, y médicos de diez. Y, por supuesto, del lado pobre de la creciente brecha salarial que se ha venido instituyendo en el país están los jubilados y pensionados. ¿Qué vamos a hacer con ellos? He aquí el primer gran y magnífico desafío al cual debe enfrentarse cualquier gobierno de transición.

Creo que la tesis principal está develada. ¿Cuándo fue la primera vez que cruzó por mi mente esta metáfora del “ascensor salarial”? Me retrotraigo a unos años atrás, no muchos pero no puedo precisar cuántos porque comienzo a padecer de desmemoria de corta distancia. El grupo de “Dolarización” del Tren organizó una serie de reuniones preparatorias de un evento que organizamos en el Hotel Hesperia para impulsar la propuesta. Contamos con invitados internacionales, entre ellos con un economista ecuatoriano que, al frente del banco central de ese país, le correspondió coordinar el proceso de dolarización que se activó el nueve de enero de 2000 –hace veinte años-. Nos contó, como con cierta audacia, habían decretado un salario mínimo casi 50% mayor que el calculado para el año anterior 1999 conforme a la tasa de conversión promedio de sucres a dólares -$57 frente a $40-. Los venezolanos que estábamos en la reunión nos miramos a las caras. Con el proceso de erosión salarial tan violento que se estaba viviendo en Venezuela, llegaría un momento en que para poder dolarizar –no sólo los gastos de los ciudadanos como está ahora, sino también los ingresos-, habría que dedicar una porción significativa de los créditos que se le otorgarían a Venezuela para poder montar a buena parte de la población en un “ascensor salarial”.

La dolarización de los costos: ¡esa siempre ha sido fácil implementar! De hecho, este régimen tan pregonador de su sensibilidad social, se ha visto obligado, por la vía de los hechos, a reconocerla y hasta apadrinarla. La ha puesto en práctica, inclementemente, sin reconocer la tragedia ni pedir disculpas. Reconoce tablas de precios concertados en dólares, pero con sus ya tradicionales care’tablas no osan asomarse a los predios de los salarios y pensiones. Fanfarrias introductorias: ¡Señoras, señores, y la Pensión del Seguro Social: dos dólares! Fanfarrias conclusivas.

 El verdadero reto estribaba en la dolarización de los ingresos de las familias. Porque cuando esta se decretara ya no habría forma ni manera de ocultar la pobreza en la que se había sumido a la población. Para la época en la que se celebra la reunión citada, ya existía una brecha importante entre la realidad de los costos y los ingresos. Tan significativa, que varios de los que nos encontrábamos allí manifestamos que para poder atrevernos a promover la Dolarización, era necesaria presentarla, conjuntamente, con una propuesta de recuperación del poder adquisitivo del sector poblacional afectado –mayormente asalariados del sector público y pensionados-. Por supuesto, la única propuesta factible dependería de la pretendida inyección externa de recursos financieros –ayuda crediticia- de la que siempre se ha hablado. ¡Al menos, se debían presentar los cálculos!


Bueno, ya todo es historia. Nosotros, tan preocupados por lo reveladora que sería la dolarización de nuestra miseria. Y venga ya, que el Régimen la impone sin mayores contemplaciones. La debacle salarial ha continuado con toda su furia. Y ahora la brecha se ubica en el reino de lo antinatural e inhumano: ¿Cómo las desconocemos? ¿Cómo nos atrevemos a hablar de algún proceso de reconstrucción de algo sino planteamos primero cómo vamos a resolver esa brecha? ¿Alguien está pensando en esto? Los del Tren hemos trabajado en ello. Con el brillante Francisco Contreras al frente del departamento de cómputos del poder adquisitivo, hemos hecho cálculos, y el tiempo pasa mientras nada pasa allá afuera. Volvemos a recalcular para darnos cuenta que el costo del ascensor salarial será más alto y que, lo más seguro, se tenga que bajar el nivel deseado al inicio. Pasan unos meses y volvemos a recalcular. Y volvemos  a reducir nuestras ambiciones, que no dejan de ser quimeras porque no  se tiene conexión con ese “think thank” ubicado en el extranjero donde supuestamente todo se está planificando. ¿De verdad existe? ¿Estarán pensando lo mismo que nosotros? ¿Por qué nadie le habla al país que se ha tomado consciencia del primer gran desafío que hay que superar y que se ha venido trabajando para tener una propuesta desde el primer día del arranque?

La recuperación del poder adquisitivo de la gente obtuvo un honroso segundo lugar en nuestra encuesta, un 25,8 % de las respuestas. No la vendí bien. Tampoco es que me correspondiera del todo venderla. Muy cerca llegó el área de la institucionalidad política, con un sorprendente 23,2 %. Es absolutamente correcto que si no alcanzamos el objetivo de concretar una institucionalidad política sana, libre de corrupción y con una estructura de valores adaptada a nuestra realidad y a los nuevos tiempos de país pobre por muchos años, nada de lo que intentemos hacer en las otras áreas será sostenible. Esto es una verdad de Perogrullo, pero pensar que el primer desafío es resolver el problema político mientras todo el sector de educadores, personal sanitario, etc. se pone a trabajar por el país y se  muere de mengua, es tan indolente como el régimen mismo.

Me pueden decir, y me lo han dicho, que muchos empleados públicos se han tenido que buscar un “resuelve” para poder sobrevivir y que sus salarios devengados en las instituciones donde ya no pueden trabajar se han convertido en becas. Mucho de cierto puede haber en esta apreciación pragmática de la realidad, pero aun siendo así: ¿Me podría alguien explicar cómo conseguimos que retornen a dedicación completa –los que vayan a retornar- para abocarse a trabajar en la reconstrucción de esas áreas fundamentales para el país?


En lo personal, para mí está claro cuál es el mayor desafío. Y, por cierto, este involucra poner orden en muchas áreas de la esfera pública. Por ejemplo, en el sistema de pensiones que Chavéz se hartó de terminar de desordenarlo. Y arrancar a resolver este gran problema de la recuperación de un poder adquisitivo de sobrevivencia, puede ser emprendido hasta por un gobierno de corte militar que logre el beneplácito de la ayuda financiera externa – sin ésta: que Dios nos agarre confesados- Por supuesto, esta premisa  luce poco factible. Pero la bosquejo, para que se visualice de manera incontrovertible como la urgencia vital le pasa por encima a cualquier pretensión de poner la solución política en primer plano. Esto, a estas alturas del insondable drama social, sería como poner la carreta a arrastrar los caballos. Creo que algunos de nuestros políticos todavía lo perciben de esta manera, y quizás sea esta una de las varias razones por la que estamos como estamos. 




[1] René se inició conmigo en la docencia universitaria en el año 1974, en el Departamento de Sistemas y Automática de la escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Carabobo.
[2] Prof. Wilmer Sanz, también del mismo departamento. Promoción de Ingenieros Electricistas de 1991.