¿El "Ascensor" Paternalista?
@asdromero
A raíz de mi
anterior trabajo publicado en este blog, “El Ascensor Salarial”, se produjo una
amplia diversidad de comentarios sobre los cuales, he pensado, bien vale la
pena exponer algunas reflexiones para el debate. El intercambio de ideas;
tesis; propuestas; escenarios, sobre el futuro de Venezuela es indispensable. A
este debate le pondría como única restricción el que parta de la descarnada realidad
en la que nos encontramos –lo que no excluye la constante actualización del
análisis de entorno internacional-.
Pude constatar muy buena aceptación y
comprensión al planteamiento del “Ascensor”, aunque mi audiencia pudiera
calificarse de sesgada en ese sentido al estar integrada, en su mayoría, por
personas que se han desempeñado buena parte de su vida laboral y/o profesional
en el sector público. Era predecible que, por estar más consustanciada y
sensibilizada con la compleja problemática que ha venido paralizando al sector, el
planteamiento generase más simpatías que antipatías.
Lo interesante es
que la posibilidad de proponer un ascensor salarial para un determinado segmento
laboral, alimentado con recursos provenientes de crédito externo, también
levantó opiniones contrarias. Considero
muy importante visibilizarlas a fin de ubicarlas en el debido espacio que les
corresponde en el necesario debate. Una de las corrientes de antipatía, la
resumiría de una manera coloquial para exponerla en su mayor crudeza conforme
al siguiente relato: El “Ascensor” es un planteamiento demagógico y populista
para seguir manteniendo a un sector público muy ineficiente. Después de releer,
reconozco haberla edulcorado un poco, la versión más radical de la
animadversión: "para seguir manteniendo a “una cuerda de vagos”. ¿Qué se puede
decir al respecto?
Me atrevería a iniciar este debate, que podría
alcanzar niveles muy cruentos, tratando de identificar y separar las fuentes de
esa animadversión. Puede provenir de un estudiante, todavía simpatizante
del Régimen, que ha visto como la funcionalidad de la universidad donde cursa
estudios se ha venido reduciendo a casi cero, y opta, más emocional que
racionalmente, por asignarle las culpas
a las autoridades locales y a sus profesores. A este tipo de actitudes,
las congregaría bajo la fuente del Resentimiento.
Esta subcorriente
de antipatías en mi opinión no es justa. Se nutre puntualmente de
disfuncionalidades del sector público que nadie puede negar, pero cuya
causalidad es adjudicable en un porcentaje muy mayoritario al Régimen
Destructor. Por ejemplo: ¿De qué se van a quejar maestros que ni siquiera
asisten a sus escuelas pero si cobran quince y último sus respectivas becas?
–para este segmento del resentimiento los ínfimos salarios son percibidos como becas-. En sus mentes incapaces de valorar objetivamente
la realidad, una consecuencia de la destrucción catastrófica es transmutada en
causa y argumento para su animadversión. Es sabido que la codificación neuronal
de las emociones ligadas al resentimiento, cocinada oportunamente con dosis del
ingrediente activo del adoctrinamiento crea una gruesa capa de obnubilación
cerebral.
La eficiencia de nuestro sector público venía manifestando a mediados de los noventa
una severa pendiente de desmejora. En el caso de la Educación Superior,
un informe del Banco Mundial de esa época reflejaba preocupantes ineficiencias. Como Rector de
una universidad nacional autónoma que le correspondió vivir la transición de la
cuarta hacia el régimen chavista, dejo constancia de mi testimonio que no se
venían haciendo las cosas bien en la esfera de lo público. Pero, Chávez,
teniendo la oportunidad de haber ordenado muchos aspectos del devenir nacional,
impulsó un proceso agravador de todas las tendencias negativas, que ha
terminado convirtiéndose, en manos de su adorado hijo, en una tormenta
devoradora de lo público. Ni los hospitales, ni los tribunales, ni los
ministerios, ni las escuelas, ni las universidades pueden funcionar. Ya casi no
se puede realizar ninguna labor útil en el amplio y diverso abanico de los
organismos públicos. Esta tendencia tiene su obligado correlato en la casi
imposibilidad total de obtener beneficios ciudadanos de los ínfimos sueldos
que, quincenalmente, se cancelan a un muy acrecentado funcionariado público.
Si definiéramos un índice de ineficiencia como
la relación entre el valor de la nómina pública y el de los beneficios
obtenidos de ese pago –un cociente-, tenemos tiempo tendiendo hacia la
ineficiencia infinita, porque los beneficios han venido tendiendo a cero, con
prescindencia del valor de lo que va en
el numerador: el monto de la nómina. Este régimen destruyó los salarios
a través de un camino muy original que pareciese que muchos no se han dado
cuenta. Primero destruyó para los trabajadores del sector público: la
posibilidad de hacer labor útil. Y luego, pues luego: ¿Ya qué importan los
salarios que se paguen? Siempre algunos enfermos mentales podrán esgrimir el
argumento que se han convertido en becarios.
Buscando ahorrar palabras, he recurrido a un
dibujo extremo pero esclarecedor –por eso me encantan los argumentos extremos-.
Opinar sobre el alcance que podría abarcar una reflotación del sector
público –para lo cual no olvidemos lo planteado en el trabajo anterior: se
requerirá de utilizar una porción de la ayuda financiera externa-, sobre el
criterio de la ineficiencia de lo público en el momento actual es un
sinsentido. Por supuesto, cualquier iniciativa en el orden de preservar una
cierta capacidad de servicios públicos fundamentales tendría que ser sometida a
criterios de austeridad, transparencia y eficiencia en su rediseño.
Ahora bien,
apartándonos de esta subcorriente de antipatía hacia el “Ascensor” cuya fuente
ya hemos caracterizado, en mi intercambio de opiniones con la comunidad tuitera
ha surgido otra, con mayor validez de origen porque la respalda un
incontrovertible sustento ideológico. Parte de una interrogante que cito:
“¿Realmente queremos que el Estado siga educando? Yo no. Yo quiero al Estado
fuera de la educación”. Es la afirmación de un amigo que manifiesta pertenecer
al Movimiento Libertario de Venezuela. Expresa además: “En realidad debe
reconocerse que la catástrofe se debe a la educación que tuvimos: fuimos
educados por el Estado y aprendimos a depender del Estado, incluso en el ámbito
privado”. En este argumento, el interlocutor se apoya en mi texto, en el cual
incluyo a nuestra educación como uno de
los factores causales de que hayamos arribado “a esta situación de ESTADO
CATASTRÓFICO” –aunque sin argumentación: ¡Es tema para todo un ensayo!-.
Yván[1] se pronuncia por
la tesis de un estado mínimo: “El Estado, si acaso queda algo de él después de
la debacle, tendría que enfocarse en proteger los bienes jurídicos superiores,
a mi juicio: la vida, la libertad y la propiedad privada. Todo lo demás tendría
que emerger del propio tejido de la sociedad civil”. He aquí un tema
fundamental al cual debe asignársele y respetársele un espacio de discusión.
Opino, como se lo expresé, que todo está tan destruido que se nos abre una
inmensa ventana: La oportunidad de revisar todo; de plantearnos la ambiciosa
meta de un rediseño bastante integral. Quizás en esta línea, se ha perdido
tiempo y no se ha evidenciado el propósito de discutir con profundidad y auténtica
sinceridad: ¿Qué hicimos mal? Porque algo tuvimos que haber hecho mal para
estar como estamos. Por lo tanto, a estas alturas, todo debiera ser revisable y
nada debiera darse por sentado.
Confieso que al Plan País no lo he analizado en
profundidad y les voy a decir porqué: de mi primera lectura superficial
encontré una gran similitud con la tesis
programática de las campañas de Henrique Capriles (2012 y 2014). Una
lista de muy excelentes buenos deseos, donde no se aportaba ninguna referencia
a algún libro secreto, que sólo algunos privilegiados pudiéramos leer, sobre
cómo se iba a lograr pasar de la Venezuela semidestruida – a los efectos de
comparación con el estado actual- a ese dibujo soñado. En cierta forma,
internalicé una sensación parecida a la
de los primeros tiempos de Chávez (1999): invirtiendo un tiempo precioso en
regalarse una constitución muy bonita en el papel, garantista de un encomiable
portafolio de derechos sociales y ciudadanos, todos los cuales han sido
vergonzosamente violados desde su promulgación. También, tuve la sensación en
el 2012 que en Venezuela todavía pensábamos que podíamos retornar a esa especie
de variante de ESTADO BENEFACTOR, en cierta formar similar al estado de
bienestar (o “welfare”) europeo, que la renta petrolera nos había permitido
disfrutar. No se planteaba ni siquiera un tímido cambio de relato para el país.
No tengo ningún problema en reconocer que hasta
a mi ese deseo de retorno al paternalismo me parecía natural. Después de
todo, fui levantado en esa cultura y, como ser humano, me es difícil abstraerme
de la tendencia a racionalizar como un argumento atractivo, el efecto de
emociones positivas codificadas en la memoria más profunda de mi red neuronal
como actor y beneficiario del paternalismo rentista. Haber sido partícipe como universitario del más poderoso mecanismo de movilidad social
vertical que implementó la democracia en nuestro país, me resultó ser una
experiencia extremadamente gratificante. Y no tanto, por haber sido beneficiado
con la gratuidad, no albergo duda que mi padre habría sido capaz de financiar
mis estudios en la UCAB – a la cual menciono porque varios de mis amigos que
estudiaron conmigo en el Colegio Gonzaga (Maracaibo) viajaron a Caracas a estudiar en ella-, sino porque me
correspondió ser testigo privilegiado de cómo gente inteligente, muy valiosa,
que todavía hoy anda regando frutos positivos por el mundo, pudo obtener su
grado teniendo sus padres una situación de vulnerabilidad social que les
hubiese impedido tener hijos universitarios en la gran mayoría de los países.
Todavía los venezolanos que emigran hoy a países como Chile, Perú o Colombia
sufren ese drama.
Es decir, querría
que mi Venezuela futura siguiera teniendo universidades como la que disfruté
(¡Pero más eficientes!). Y que haya escuelas públicas gratuitas con al menos
dos comidas para los niños –así los padres estarán más motivados para
enviarles- y su unidad de transporte escolar que los recoja. Y una sanidad
pública como la que existe en Europa. Quiero decir con esto que no asumo la
posición liberal por la que aboga un venezolano joven como Yván. Toda la
esencia de lo que soy, y he sido, me dificulta con potencia asumir una posición
tan radicalmente distinta a lo que fue la Venezuela del pasado, pero quizás sea
lo que nos toque. Por eso la tesis por la que se pronuncia Yván y que,
seguramente, le resultará atractiva a muchos jóvenes que les ha correspondido
tener una experiencia muy distinta a la nuestra: luchar sin ayuda para
sobrevivir y alcanzar relativo éxito en un cambiante y desafiante sector del
emprendimiento privado, debe ser discutida con exhaustividad. No puede ser
desestimada de plano como, de hecho, la ha sido hasta ahora.
Han trascurrido
ocho años desde la primera campaña de Capriles. En los últimos seis, el
hundimiento ha sido estrepitoso. El sector público está totalmente
hipertrofiado. Disgregado en un descomunal conjunto de elefantes blancos,
entidades gubernamentales o públicas autónomas, cuya principalísima función
reside en departamentos de nómina abocados a pagar sueldos y salarios que
algunos resentidos, pero no sólo ellos, comienzan a percibir como “becas”.
Aunado a ello, tenemos un modelo de jubilaciones y pensiones literalmente roto
–incapaz por sus propios medios de sostener el poder adquisitivo de los montos
jubilatorios-. Percibo como poco viable la sostenibilidad política de un
planteamiento como el postulado por el Movimiento Liberal. Preferiría una
solución en algún punto de equilibrio intermedio. Pero tampoco se puede saber
si eso será posible. Depende de los recursos financieros que se puedan
conseguir. De allí la tesis del ascensor salarial que a algunos cuantos no les
gusta ni les convence. Y esto no es malo. Es bueno que se manifieste una visión
alternativa de la Venezuela que habrá de venir. La discusión entre extremos
ilumina el punto gris donde pueda encontrarse el equilibrio.
Recientemente, recibí a través del chat de la
Comisión de Educación de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat,
una presentación del Ingeniero Werner Corrales Leal de su ponencia: ‘Construir
la nueva Venezuela en escenarios post pandemia” –presentada en el II Congreso
Internacional “Venezuela: Tensiones, Conflicto y Paz”, organizado por la
Universidad de Roma-. Recomiendo su lectura. Werner cree que el reto de Venezuela
transciende ya a la “Reconstrucción” -el necesario e indispensable cambio de
relato-. Pero hay dos aspectos que él
señala que están relacionadas con este trabajo. Él actualiza la estimación del
monto de recursos externos requeridos en ciento veinte mil millones de dólares.
En las discusiones del TREN que referí en el trabajo anterior, estimábamos en
aquella época un monto entre los cuarenta y los sesenta mil millones de
dólares. Cada mes que pasa, este monto se incrementa y el hundimiento salarial
se profundiza.
El segundo aspecto tiene que ver con el
análisis del entorno internacional en el escenario post pandemia y las
dificultades que se derivan de ella para acceder a esos recursos externos,
habida cuenta que se va a multiplicar el número de países demandantes de este
tipo de ayudas. Esta es la realidad económica en la que estamos ubicados
y que lo condiciona todo. Quizás ocurra que una comisión X se atreva a incluir los recursos requeridos para la
implantación de alguna modalidad de ascensor salarial, a la comisión supranacional con la responsabilidad de pronunciarse,
técnicamente, sobre la distribución de los recursos contemplados en la ayuda financiera
externa, y reciba una respuesta negativa de llamativa rotundidad: ¿Están locos?
¿Prestarles para que ustedes les eleven los salarios a empleados públicos?-.
Aunque genere rechazo soberano, lo imaginado
puede acontecer. ¿Y cómo haremos
entonces? Sin recursos, no será viable la reflotación de un sector público con
alguna responsabilidad, así sea reducida, en el desempeño de funciones de
bienestar social. El paternalismo cesará abruptamente como lo demanda una
tendencia creciente de jóvenes como Yván: “El paternalismo de Estado dio sus
frutos y todos los conocemos y todos hemos saboreado su pulpa amarga. No me
apetece sembrar más paternalismo. Hay que sembrar un árbol diferente”. Tal escenario es posible. ¡Hay que incluirlo dentro de las opciones!