España y Venezuela
@asdromero
I-Lo importante es la MENTIRA
Han
transcurrido exactamente tres semanas desde que Guaidó estuvo en la Puerta del
Sol y el tema de Venezuela no ha cesado de ocupar el tope protagónico en el
escenario político- mediático en España. Esto, muy al pesar de la alta cúpula
del PSOE que ya casi raya en la desesperación, a juzgar por las histéricas declaraciones
de la Vicepresidente Carmen Calvo en un reciente evento político de dicho
partido. Pidió a sus bases: “no desviarse de los temas importantes cuando
quienes quieren la política sólo sea un combate inútil de cosas que a nadie le
importan. Pongamos Venezuela. Pongamos Venezuela". Develó lo que
verdaderamente piensa sobre nuestra tragedia y no es sólo ella.
Ahora bien,
la persistencia del asunto no es tanto porque Sánchez no recibiera a Guaidó,
cuando los más importantes líderes europeos sí lo hicieron. Si fuera sólo eso,
ya habría pasado a olvido. No, lo que le ha inyectado furia al debate ha sido
el misterioso encuentro del Ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana,
José Luis Ábalos, en el aeropuerto de Barajas con Delcy Rodríguez y sus cuarenta
versiones. Tanto, que en la primera sesión de control de esta nueva legislatura
al también novel gobierno de coalición, celebrada este pasado 12 de febrero, el
Delcy-Gate consumió más tiempo que el ya demasiado manido tema catalán, lo cual
es mucho decir. La defensa del Ministro fue muy mala, lo ha sido así desde la
ocurrencia del infortunado evento para él –revelando insospechadas carencias- y
aunque Sánchez lo intentó, no pudo evitar que toda la bancada del PSOE pasara
un muy mal rato.
Eso les
irrita como no tienen idea. De allí que hayan ingeniado un discurso político de
defensa que podríamos sintetizarlo en las siguientes líneas: La Oposición,
léase PP, VOX y Ciudadanos, desperdiciaron una inusual oportunidad de hablar de
los temas que realmente importan a los españoles para ocuparse de un tema que
no es prioritario como es el de Venezuela. En la línea, como pueden apreciar,
de lo señalado por la Vicepresidente Calvo, sólo que esta le añadió unas
cuantas gotas de su proverbial histerismo. A cuanto debate televisivo uno se asoma,
representantes del PSOE y tertulianos afines esgrimen el mismo discurso. Todos
lo repiten como si lo hubiesen aprendido en la escuelita, lo cual me recuerda a
los chavistas. Y algunas veces, los representantes de la oposición y sus
alineados tertulianos caen en esa manoseada trampa gobiernera de dar el debate
en esos términos. No importa cuán trágica sea la situación que vivimos los
venezolanos, nunca podrá ser un tema prioritario para muchos de los ciudadanos
españoles que también confrontan sus propios problemas. En este momento, los
agricultores y ganaderos por citar un ejemplo. Pero lo que sí siempre será muy importante
para todos los españoles es confiar en que sus ministros no les mientan.
No pueden, entonces, dejarse encerrar en ese cuadrilátero
discursivo (frame). Nunca lo que ocurra en Venezuela va a ser lo más importante
acá. Y que conste que lo dice un venezolano muy aquejado. Lo importante es la
MENTIRA. El Ministro mintió. Fue capturado flagrantemente mintiendo. Y volvió a
mentir. Y volvió a mentir. Y ya se ha perdido la cuenta de cuántas veces ha
mentido sobre el Delcy-Gate. Entonces lo que verdaderamente está en entredicho
es si un muy alto representante del Gobierno es lo suficientemente confiable
para los ciudadanos españoles como para continuar detentando ese alto cargo. En
este sentido, creo que de los discursos políticos de opositores a Sánchez que
he tenido la oportunidad de escuchar, el que ha acertado el dardo en el mero
centro de la cuestión ha sido el de la portavoz del Partido Popular, la
Diputada Cayetana Alvárez de Toledo, en la mencionada sesión de control (además
con brillantez, quienes quieran darse un gustazo a través de los doce minutos
de su intervención pueden verlo arriba o en: https://youtu.be/IWo-HVp2re0
).
II- ¿Quo Vadis España?
Lo
importante es el irrespeto con desidia y arrogancia, por parte de Ábalos, al
valor sagrado de la Palabra Pública. Para quienes hemos seguido al devenir de
la política española en estas dos recientes décadas, se nos ha hecho evidente
la vocación de su élite política por impulsar el continuado mejoramiento de la
calidad de la democracia española con el objetivo de ponerla a la par de la de los países con mayor institucionalidad
democrática. Y los avances en este sentido han sido sostenidos hasta ahora.
En materia
de transparencia y lucha contra la corrupción, por ejemplo, España ha pasado de
ser una democracia insegura que con temor daba sus primeros pasos, sin fuerzas
suficientes para erradicar la muy probable corrupción de algunos de sus más
poderosos actores políticos y lo que de ella se irradiaba hacia abajo, a una
democracia donde el respeto a la Ley y al principio de separación de los
poderes ha venido dificultando consistentemente la comisión de hechos de
corrupción. Han tenido que caer peces muy gordos de la política, se me ocurre
citar a: Jordi Pujols, el patriarca de la política catalana en aquellos tiempos
donde el poder se ejercía de manera más omnímoda y Rodrigo Rato, precandidato por
el PP a ser presidente, y así incurrir en el riesgo de un incremento de la
desafección por el sistema a cambio de lograr la tan ansiada transparencia. Lentamente
en el tiempo, se han venido procesando a nivel de los órganos de la Justicia casos
muy feos de grosera corrupción, asociados varios de ellos a las imperfecciones
de una todavía primitiva forma de financiar la actividad política.
Lo cierto es
que, independientemente, de las acusaciones de corrupción que mutuamente se
lanzan PPistas y PSOEistas como parte de esa tradicional forma circense de
hacer política que todavía no se ha superado, España es hoy una democracia
mucho más transparente y menos corrupta que la de tiempos pasados.
España se
ha empeñado, y lo ha venido logrando, en superar esa taxonomía que muy
importantes autores destacaron en modalidad comparativa sobre la cultura
política en países anglosajones y los de raíz latina –donde nosotros, los de Latinoamérica
estamos a la cola-. De este lado, redactamos las leyes más hermosas para luego
incumplirlas. La mentira campea en la
palestra pública y es algo que se asume como normal. Y si nos dan la
oportunidad, tratamos de manipular todos los poderes para alcanzar el más
preciado trofeo de la política primitiva: el ejercicio omnímodo del poder
-¡Cómo nos gusta!-. En los países anglosajones no es así, aunque por allí ande “nuestro”
Trump queriendo romper el molde -lo de nuestro es porque al final los
venezolanos tenemos mucho que agradecerle-.
España ha
querido parecerse a esas democracias más avanzadas. Rajoy pagó políticamente
los casos de corrupción en el pasado de su partido, pero en paralelo, los tribunales continuaron actuando con
admirable independencia para destapar las sucias cañerías de esa democracia que
se niega a morir. Más allá de las acusaciones mutuas y los escándalos, hay
motivos para congraciarse aunque el duro combate político día a día no lo
permita. Lo puede decir un observador como yo, cuyo punto de mirada es más
distante.
Como
también puedo decir que ese proceso de avance hacia la mejor institucionalidad
democrática siempre perfectible está hoy en peligro. Se está dando un mudo
enfrentamiento entre el poder judicial, que continúa tomando sus decisiones con
base a lo que está plasmado en las leyes y unos políticos que no entienden que
primero hay que sentarse a cambiar las leyes si no quieren que ocurra eso que
ellos denominan “judicialización de la política”. Cuando el Presidente Sánchez
insiste en dialogar con Torra, un presidente de una autonomía que está
inhabilitado por los órganos de justicia, está enviando un mensaje sin palabras
hacia los responsables de hacer respetar las leyes. ¿Qué harán los Jueces:
resistirán el embate o comenzarán a mirar hacia donde el viento les puede soplar
más favorablemente?
Cuando el
Presidente Sánchez dialoga con un partido -y los hace sus socios-, cuyos
dirigentes están en la cárcel por haber cometido actos contra la Ley y, en
consecuencia, haber sido condenados, les confiere la connotación de presos
políticos. Envía otro mensaje en esa muda cruzada que ha iniciado para vulnerar
y penetrar al Poder Judicial. Además,
haciéndole un muy flaco favor a la justicia de su país y debilitándola frente a
la europea. Después, es contradictorio quejarse porque no se le respeta.
Es en este
marco de irrespeto a la legalidad; de evidencias de haberse iniciado un proceso
de vulneración del principio de separación de poderes, donde las mentiras de
Ábalos resuenan con mayor rotundidad. En la España consensuada alrededor del
propósito de alcanzar altos niveles de institucionalidad democrática, tales
mentiras le habrían costado el puesto. Habría sido una calificación positiva en
uno de los tantos exámenes a aprobar en ese curso de perfeccionamiento. En la
España que inicia una peligrosa deriva hacia dónde preferimos decir que no sabemos
para no lucir tremendistas, el enroscamiento del mentiroso ministro en su alto
cargo es un examen que no se aprueba, un retroceso, o peor: una señal que a los
actuales responsables de dirigir el rumbo del país no les interesa continuar el
curso.
Transparencia;
respeto a la Ley y al principio de separación de poderes; y la sagrada
valoración de la Palabra Pública porque sin verdad no hay democracia,
constituyen tres ejes transversales en el desempeño de una democracia que
apuesta por mejorar. Lo de salvar a Ábalos de su flagrante delito contra la
Verdad Pública, con prescindencia del contenido de su conversación con la
representante del tirano Maduro y sus implicaciones, es otro indicio más de que
a Sánchez y al PSOE actual no les interesa esa apuesta. De allí la importancia
de ese debate. No existe ahora tema más importante para España que este.