Cuando el Dinero Destruye Naciones
(primera de dos entregas)
Asdrúbal Romero M
@asdromero
1-Nuestro futuro escenificado en otras latitudes
“When Money Destroys Nations” es el
título de un libro cuya lectura me propuse como objetivo en cuanto supe de su
existencia. Acometí una verdadera cacería en la nube de descargas digitales
hasta conseguirlo. Mi empeño por conocer a mayor profundidad lo acontecido en
la republica africana de Zimbabwe –anteriormente conocida bajo su nombre
colonial de Rhodesia del Sur-, desde la perspectiva de la destrucción de su
economía, motivó tan inusual cacería. Dos de las interrogantes que sus autores,
Philip Haslam y Rusell Lamberti, proponen en su portada como señuelo para
motivar a los lectores, han sido, precisamente,
dos de las cuestiones sobre las que había ansiado indagar a fin de
intentar un análisis comparativo con el caso de nuestro país: ¿Cómo la
hiperinflación arruinó a Zimbabwe? Y la segunda, más interesante al menos para
mí: ¿Cómo la gente ordinaria logró sobrevivir?
Para
quienes no conozcan de tan interesante precedente de nuestra propia dinámica
destructiva, quizás sea propicio introducir este texto con un par de datos
bastante indicativos de los muy nefastos niveles hasta donde podría llegar el
hundimiento de nuestra situación económica y social. Queriendo decir con esto,
que por muy infernal que nos parezca la paila en la que ya nos encontramos,
todavía hay rango para hundirnos en más dantescas profundidades, a juzgar por
los records negativos que se produjeron en Zimbabwe. Todavía continuamos en el
recorrido de una trayectoria conducente a superar esos records que ningún país
quisiera superar.
La
dinámica de gestación, intensificación y arrase final de la tormenta económica
en ese país duró dos décadas. Comenzó a intensificarse después del “Black
Friday” en 1997 –sí, también ellos tuvieron su viernes negro-. En la siguiente
tabla se presentan los datos de inflación anual arrancando desde ese año.
Evidentemente,
todavía nosotros no hemos alcanzado tan astronómicos índices inflacionarios, pero vamos en la vía.
Algunas proyecciones sitúan nuestro porcentaje de inflación para el próximo año
en el orden de los veinte millones. Veinte más seis ceros a la cola. En
Zimbabwe alcanzó 89,7 más veintiún ceros a la cola. Una magnitud que se pierde
vista. Que es difícil imaginar que pueda alcanzarse cuando ya estamos sufriendo
una hiperinflación que percibimos como insoportable. Es posible que ese estimado de porcentaje de
inflación nuestra tenga que revisarse varias veces en el 2019, tal cual
observamos ocurrió en el país africano a lo largo del 2008. Ese fue el año en
el que la moneda de curso legal de ese país dejó de utilizarse. El dólar
zimbabweano quedaba finalmente sepultado.
Esta
afirmación nos conduce de manera natural a aportar el otro dato que viene a ser
un correlato de la dinámica inflacionaria. A lo largo de todo ese proceso de
destrucción de su moneda, el banco central de Zimbabwe le quitó ceros a su
unidad monetaria en tres oportunidades. ¡Para un total de veinticinco ceros! Es
decir: un billete de Z$1, al final de todo el lapso
hiperinflacionario se habría convertido en uno por un valor de Z$10 000 000 000
000 000 000 000 000, de no haberse removido todos los ceros que se vieron
obligados a trasquilar. En Venezuela, vamos por ocho y, tal como van las cosas,
con signos claros de agotamiento de la pertinencia del cono monetario
recientemente puesto en vigencia y la muy probable aceleración en las fechas venideras
de remoción de ceros del bolívar sin apellido.
Los dos
indicadores aportados son tremendamente reveladores de una crisis que se
comenzó a cocinar lentamente y fue ganando momentum
hasta explotar con letal exponencialidad. ¡Cómo ha ocurrido en Venezuela! Como
lo dicen los autores: “La Hiperinflación no es algo que acontece así como así.
Tú no te levantas una mañana y consigues que tu país se ha deslizado en ella.
La dinámica de hiperinflación se va armando en el tiempo, va creciendo en momentum mientras va generando señales
de alerta claves”. El Régimen Chavista no sólo las ha desestimado sino que
reiteradamente se regodea echándole leña al fuego.
Adicionalmente,
los dos indicadores deben motivar en todos los ciudadanos una profunda
reflexión. Una recomendación que enfatizo para aquellos que hemos creído, me
anoto en primera fila, que la destrucción de todo el andamiaje económico y
social sobre el que se sostenía el país conduciría de manera casi espontánea a
la caída del Régimen. Esta creencia, en lo personal, yo la sintetizaba
metafóricamente bajo la idea- imagen a la que acuñé la denominación de “Teoría
de la Liguita”. Ocurrió que en mis frecuentes intercambios con analistas serios
de la situación política nacional, no
faltara quien sacaba a relucir el caso de Zimbabwe como el contra ejemplo
perfecto a lo que yo postulaba sustentándome en mi teoría. Se entenderá
entonces mi inusual interés en darle cacería al libro de Haslam y Lamberti, a
fin de informarme detalladamente del proceso de destrucción que ha plagado a
esa nación africana desde la asunción
de Robert Mugabe a la Presidencia en 1980.
Debo reconocer que
mi aproximación al libro estaba preñada de un cierto prejuiciado interés: confiaba
que mis hallazgos condujeran a la determinación de cruciales diferencias, entre
los dos países, que permitieran explicar el porqué en nuestro caso la liguita
se rompería antes, es decir: no sería tan elástica para permitir que se
alcanzaran tan devastadores signos de destrucción como los que se produjeron en
Zimbabwe. Pero antes de entrar en el análisis de las similitudes y diferencias
entre ambos casos, considero necesario, a los efectos de facilitar una mejor
comprensión por parte del lector, incorporar una presentación de los argumentos
subyacentes a la metáfora de la “liguita”.
2- Viaje hacia el “No Fondo” y la Teoría de la Liguita
Desde finales del
año 2012, tomamos consciencia que el Régimen estaba gastando muchas más divisas
de las que estaban ingresando al país. El economista Ricardo Hausmann sintetizó
esta verdad en una excelente frase: “Venezuela está gastando como si el barril
de petróleo tuviese un precio de doscientos dólares”. Visto este creciente
desequilibrio o déficit en la balanza de pagos y la carencia de los
indispensables correctivos, sino más bien todo lo contrario, un sencillo
análisis apelando a la teoría de control de sistemas dinámicos nos permitió
pronosticar, perfectamente, lo que a la postre ha ocurrido con la tasa
cambiaría real del bolívar frente al dólar. Esta variable, que en definitiva se
ha convertido en la marcadora de los costos y precios en el país, salió fuera de control y como tal ha venido
teniendo un comportamiento de inestabilidad exponencial.
La tasa sube a
velocidades incomprensibles para la gente, con la consiguiente pérdida de valor
real de la moneda en un país cuya capacidad de producción de los bienes que
consume ha sido insuficiente y progresivamente reducida. La ineluctable consecuencia: el empobrecimiento radical de los ciudadanos
y de los organismos públicos responsables de gestionar funciones fundamentales
del Estado, tales como educación, salud, justicia, etc. Comenzamos
pronosticando a la Universidad Inviable, pero hoy día este calificativo se
puede extender a toda la administración pública. Haslam y Lamberti hablan en su
libro de “Government Shutdown”, lo cual podríamos traducirlo como “Cierre
Técnico del Gobierno”. Esto es lo que viene sucediendo en Venezuela. De mi
lectura concluí que nosotros estamos viviendo una especie de etapa previa a lo
que aconteció en Zimbabwe.
Lamentablemente,
el libro no ha sido traducido al español, porque todos los compatriotas
interesados en conocer la proyección a corto plazo de la crisis que estamos
sufriendo, podrían encontrar en capítulos como el octavo –titulado “Government
Shutdown”-: un retrato bastante fiel de un probable futuro nuestro,
pero escenificado en otras latitudes. Cito textualmente: “Los dos únicos
servicios del
Gobierno que fueron mantenidos: la policía y los militares. Sabían muy bien,
los jerarcas del Gobierno, que estos servicios eran clave para continuar en el
poder. Hicieron todo lo que podían para mantener estos dos departamentos
provistos de fondos y operativos, aun al costo de dejar sin recursos a los
otros servicios”.
De
resto: los servicios de agua potable y servida colapsaron. Los zimbabweanos
pudieron sobrevivir a la escasez crónica de agua mediante la utilización
masificada de pozos perforados –el alto nivel freático en ese país les ayudó-. Se llegó a
establecer un mercado negro del agua. El servicio eléctrico también colapsó.
Los pocos negocios que quedaban debieron
retornar a la era del lápiz y papel para llevar sus cuentas. No se podía
depender de computadoras. El hurto de cables de cobre y transformadores se
convirtió en práctica usual. Los electrodomésticos se convirtieron en aparatos
de museo: cómo utilizarlos sin disponer de energía eléctrica. Los arboles eran
cortados para usar la madera como medio de calefacción y cocinar alimentos. El
libro contiene innumerables testimonios de los zimbabweanos de cómo hacían para
ingeniárselas en medio de tantas carencias.
En la segunda entrega
continuaremos comentando “When
Money Destroys Nations”. ¿Por qué ese título? Y más de las diferencias
y similitudes con el caso Venezuela, porque también nuestro país ha pasado a
ser un digno caso de estudio.
Las municipalidades fueron a bancarrota. Los semáforos
dejaron de funcionar. El sistema de prisiones colapsó y miles de prisioneros
murieron porque las cárceles no estaban en capacidad de proveerles ni de
alimentos ni de agua. Los hospitales públicos tuvieron que paralizar sus
servicios. Y de los servicios privados de salud, la mayoría también fue a
quiebra. Los costos de los pocos que quedaban eran impagables por los
ciudadanos. Las escuelas se convirtieron en instalaciones ruinosas. Muchos
maestros abandonaron el país, porque allá también se produjo una diáspora, pero
este tema lo trataremos al comentar otros capítulos.
Este apretado resumen que he seleccionado del capítulo
octavo nos permite avizorar lo que nos promete nuestro futuro de no producirse
un cambio radical en el corto plazo. En el relato del desmantelamiento del
aparato público de servicios a los ciudadanos en Zimbabwe, se encuentran
innumerables rasgos de inconfundible similitud con lo que viene derivándose de
nuestra propia crisis, que bien podría calificarse de incipiente al compararla
con aquellas manifestaciones de una crisis
mucho más agravada a causa de su nefasta prolongación en el tiempo.
Cualquier parecido de nuestra realidad proyectada con la que ellos han vivido
no es producto de la casualidad, todo lo contrario: obedece al estricto
cumplimiento de tendencias dinámicas perfectamente predecibles. Nadie puede
albergar ni un microgramo de duda, de no producirse un viraje: hacia allá
vamos.
En virtud de esta afirmación y queriendo distanciarme
un tanto de las matemáticas exponenciales que explican los efectos de las
retroalimentaciones positivas que refuerzan y le dan vigor a este tipo de
dinámicas destructivas, he apelado en mi comunicación a metáforas. Como la de
los venezolanos yendo encerrados en un autobús que cae por un precipicio o
despeñadero, cuya inclinación va in
crescendo y desplazándose cada vez a
mayor velocidad. El asunto es que este desvencijado vehículo de transporte no
se dirige hacia una planicie en la que, finalmente, podamos descansar del
prolongado descenso. Es un viaje hacia un “No Fondo”. En este sentido, siempre
he diferenciado nuestro caso del de Cuba. En ese “Paraíso de la Felicidad” los
cubanos tienen muchos años siendo muy pobres, pero el Régimen presidido por los
Castro logró con ayudas externas de alguna manera estabilizar la miseria. Es
como si hubiesen conducido su otro autobús a una planicie de crónico empobrecimiento,
pero estabilizado. Y la prueba es que ellos han logrado mantener instituciones
de servicio público, continúan teniendo escuelas y hospitales, con unos niveles
de calidad muy distantes de lo que publicitan, pero los tienen.
¡Acá no! Todo va en vías de un desmantelamiento total.
Nuestros jerarcas han sido mucho más ineptos y estúpidos creídos en su propia
salsa. No han sido capaces de conseguir la receta para estabilizar la caída.
Para, al menos, conducirnos hacia el aterrizaje en algún otro paraíso similar
al cubano, que bien podría admitir era su objetivo. Han errado en su propósito,
han perdido el control de su viaje programado y nos pilotean en un viaje hacia
un “No Fondo”. Por eso es que ya no puede postergarse más la concreción de una
vigorosa reacción ciudadana y hago mío este mensaje leído en un tuit: ¡O
salimos todos. O perdemos todo!
La otra idea- imagen que he utilizado para este
singular viaje es la de asimilar el proceso de deterioro económico social al de
una liguita que se estira y estira. Y como la liguita no es de ningún material
de elasticidad infinita, ya que lo que está comprometiéndose en su elongación
son vidas de seres humanos, ésta tendría que reventarse provocando la salida
del poder del régimen dominante. La lectura del libro de Haslam y Lamberti nos
permitió entrar en contacto con un caso real que contradice mi fallida teoría.
El deterioro social y económico puede continuar
profundizándose más y más –la liguita estirándose hasta producir dantescos
escenarios como el de Zimbabwe- sin que ello provoque la caída del régimen
dominante. Razón tenían analistas como
Benigno Alarcón Deza y mi estimado amigo Nelson Acosta, en sacarme a colación
el ejemplo de la nación africana como ilustración de que las crisis económicas
por sí solas no tumban regímenes. Después del 2008, año del pico inflacionario
y de la muerte de la moneda del país (el libro analiza sólo el periodo
hiperinflacionario hasta ese año), Mugabe se mantuvo en el poder hasta noviembre
de 2017 cuando es depuesto por un golpe de estado militar. La dolarización por
la vía de los hechos trajo algún alivio al largo sufrimiento de los
zimbabweanos: la inflación se redujo ostensiblemente; en los supermercados
reaparecieron los productos, pero el común de los ciudadanos no tenía poder
adquisitivo para comprarlos. El desempleo ha continuado siendo crónico -94% en
2008-.
Un respetado académico y analista político de ese
país, Ibbo Mandaza, en un artículo de 2015 señaló que mientras Mugabe
continuara en el poder habría pocas esperanzas de que la economía reviviera. “Espero
que no retornemos allá (al 2008). Espero que algo podamos hacer. Claramente,
necesitamos una solución política porque en la medida que Mugabe esté en el
poder, no hay esperanza”. El anciano dictador en 2016, a sus 92 años, en una de
sus rabietas por no poder ya ordenar al Banco Central emitir dinero inorgánico
para darse sus caprichos, amenazó con retornar a la moneda original del país
–cualquier parecido con nuestro personaje…-. Los zimbabweanos salieron
despavoridos a retirar los pocos dólares que tenían en los bancos. Todavía hoy
día, después de haber sido depuesto, el drama de Zimbabwe continúa.
Lo clave a destacar es la necesidad del dispositivo
político para provocar la ruptura con lo fracasado y comenzar a salir de la
crisis. Además, añadiría, que el dispositivo sea lo suficientemente limpio como
para garantizar una transición impulsadora de un viraje con la visión correcta
y la energía política para concretarla. En la medida que las crisis se
prolongan más allá de lo impensable, es de suponer que la gestión del quiebre
sea más dificultosa, tanto en la dimensión política como en la económica y
social. Creo firmemente que este es un elemento muy a tomar en cuenta en nuestro
caso, porque a pesar de la masificación de todo tipo de penurias, tampoco hemos
sido capaces, como colectivo, de armar el rompecabezas para acertar con el
dispositivo político que detuviese este penoso viaje hacia el “No Fondo”.
Por ello, en estos tiempos de resurgimiento de las
esperanzas ciudadanas, la cautela y el inteligente diseño de la estrategia
política son vitales a los efectos de construir una vía de solución adaptable a
los diversos escenarios que se puedan presentar en un contexto de caótica
complejidad. Los ciudadanos tendremos
que meterle el pecho a este 2019. Exigir, pero también hacernos parte de la
construcción de una solución política. De no hacerlo, no nos quejemos cuando
acontezca lo que el nuevo oráculo erigido en Zimbabwe nos ha anunciado.