domingo, 21 de febrero de 2016

No hay tiempo para más espera: La Renuncia en una Foto

La Renuncia en una Foto

Asdrúbal Romero M. (@asdromero)


Domingo 21/02 7:00 am. Demasiado temprano para mis hábitos domingueros pero las pesadillas sobre el país me han corrido de la cama. A través del Whatsapp leo un mensaje que me ha enviado una querida amiga, una noticia: “Monseñor Ovidio Pérez Morales pide a Maduro que renuncie”. Otro en el chat del Tren: “Reportan problemas a esta hora en San Juan de los Morros”, enviado a las 9:12 pm, con una imagen fotográfica contentiva de varias fogatas prendidas a la entrada de esa ciudad por los vecinos. ¡Un sábado en la noche! Ya no contienen su rabia, llevan dos días sin servicio eléctrico y ocho sin agua. Dos señales muy disímiles de una misma crisis que nos sitúa al borde del colapso.

Decido, entonces, dejarme llevar por el impulso de escribir. Lo haré sobre una foto que no se ha tomado pero que yo llevo en mi mente desde  hace ya varias semanas. Apenas el viernes, me atreví a describírselas a los asistentes a un evento organizado por el Observatorio Venezolano de las Autonomías, preguntándoles después, en un tono poco calmado, si acaso era demasiado exigirle a la fantasía una foto como esa. Se las describo.

Eduardo Fernández; Oswaldo Álvarez Paz; Claudio Fermín; Andrés Velásquez; Omar Barboza, en representación de Manuel Rosales; Henrique Capriles Radonski, todos ellos ex candidatos presidenciales,  son parte de la foto de un grupo de personalidades que se dirige al país. También lo integran: Henry Ramos Allup, Presidente de la Asamblea Nacional; Julio Borges; Lilian Tintori; Mitzi de Ledezma; María Corina Machado; Cecilia García Arocha en representación de los rectores universitarios; Henry Falcón; Gerardo Blyde en representación de los alcaldes; Froilán Barrios en representación de los movimientos sindicales y dos representantes de las Academias Nacionales. Se me ocurre que éstos pudieran ser: el Dr. Duque Corredor, muy activo en sus funciones dentro del Bloque Constitucionalista, y Pedro Palma, una autoridad en materia de economía –pudieran ser otros pero son ellos a los que visualizo en la foto de mis fantasías-.

Es una foto de un liderazgo muy plural en una diversidad de dimensiones. Se han reunido para dirigirse al país en un tono cónsono con la gravedad de la crisis que aqueja al país. ¡Ya no hay tiempo para más espera! Le piden al Presidente Maduro que renuncie por el bien del país y que, en su renuncia, ponga lo máximo de su parte para facilitar la estructuración de un gobierno de transición, inclusivo de los sectores que él representa y que se sientan llamados a colaborar en esa búsqueda de una salida para tan trágico atolladero.

Le hablan al país con datos fehacientes del inminente colapso y convocan al pueblo para que, en una fecha previamente acordada, les acompañe en una vigilia a realizarse en las más importantes avenidas de todas las ciudades y pueblos de esta atribulada Venezuela. ¿El objetivo de ese histórico evento? Convertir en clamor popular la solicitud que le han presentado a toda la nación.

Algunos dirán que es una ficción plagada de excesivo candor. Quizás lo sea, pero la candidez con la que se asuma la búsqueda de una vía de salvación puede conducirnos al retrato más puro de lo que se demanda en esta hora tan crítica. Luego la realidad se encargará de decirnos lo que es lograble. Pero se requiere una foto como esa, que transpire una unidad que ha sido invocada por la gravedad del paciente: el país se nos va de las manos. El pueblo sabrá interpretar en su justa medida la gravedad del diagnóstico, por lo distinguida en su diversidad de la Junta Médica que se lo comunica. Sabrá que el tiempo para más improvisaciones se ha agotado y que se requiere un viraje drástico del timón. Que quien está al frente ya ha demostrado que no sabe cómo darlo y que debe dar paso a otros. Que su salida es necesaria.

Soy optimista al pensar que el liderazgo reunido en esa foto imaginaria, puede lograr que toda Venezuela tome consciencia de la necesidad de apoyar con su masiva presencia una salida pacífica. Porque si no lo pudiese, que Dios nos agarre confesados. Hay que reivindicar el precioso valor de una cultura del candor en el ejercicio de la Política por estas tierras. Si usted, lector, se atreve a soñar con el mismo candor que yo he asumido plantear por escrito esta petición a ese reparto tan estelar de nuestra dirigencia, hágase eco de la misma y multiplíquela. A los miembros de ese reparto se les reconocen los liderazgos individuales que ejercen sobre diferenciados sectores del país, pero en el amalgamiento de esa conjunción tan variopinta de tales liderazgos reside la fuerza. ¡Una foto como esa es urgente y necesaria!

viernes, 12 de febrero de 2016

El Aspecto Moral del Dilema

El aspecto moral del dilema

Asdrúbal Romero M. (@asdromero)

Sin embargo va creciendo la opinión favorable a que a Maduro hay que dejarlo gobernar muchos meses más para que se puedan freír él y el tipo de gobierno que Chávez y él mismo encarna, para así darle una lección al país y no se vuelva a creer en caudillos y salvadores de la patria. Esbozan  lo difícil que sería para cualquier dirigente asumir el gobierno así tenga a su favor la unidad nacional. Un país quebrado con la violencia más alta del mundo sería ingobernable”. No lo digo yo, por eso el entrecomillado. Lo escribe Nelson Bocaranda, en su muy leída columna Runrunes, una fuente de respetada confiabilidad.

 El párrafo anterior sintetiza el dilema político al cual se enfrenta la plataforma opositora con mayor opción de acceder al poder en nuestro país. Podría eliminarse lo de la “lección”, aun así el retrato del dilema queda perfectamente dibujado. A continuación mi análisis del mismo, partiendo de dos premisas.

Premisa primera: el gobierno presidido por Maduro nos conduce a un colapso, crisis humanitaria, etc., cada autor utiliza una denominación distinta para referirse a esa no del todo imaginable situación de desastre generalizado–yo mismo, en este blog, he hablado de un “precipicio guajiro” al cual nos precipita  un proceso dinámico de creciente inestabilidad-. Algunos dicen que ya estamos en el colapso. Pero esto es discutible, la palabra conlleva un mensaje de paralización, entre otras cosas: paralización del empeoramiento y, créanme, la trágica situación todavía tiene espacio para seguir empeorando. Creo que todos los políticos opositores importantes ahora sí están conscientes del inminente colapso progresivo. No todos tuvieron la visión de Leopoldo de prefigurarlo mucho antes de que se hiciera evidente, quizás por razones vinculadas a la formación profesional de cada cual, pero en la actualidad sí se percibe un consenso al respecto. Si existe alguno que todavía no alcanza a escuchar el ruidoso trepidar  del desvencijado autobús  hacia el precipicio, me encantaría que explicitara esa opinión, para tener claro por quién no votar cuando lo viese anotado en alguna lista futura de candidatos a algo –por carecer de una mínima capacidad para el pensamiento sistémico-.

Premisa segunda: el gobierno no va rectificar. Independientemente de la confrontación de opiniones al interior del Régimen, lo único visible es la obstinación de Maduro y su temor a tomar decisiones evidentes e impostergables a pesar de tener cierto consenso interno para tomarlas.  La duda post 6D de si se podría construir un espacio para la rectificación, ya se ha dilucidado y, por ende, es válido incorporar a nuestra cadena de razonamiento esta segunda premisa. Consecuentemente, el viaje en ese autobús hacia el desastre continúa inalterable en su curso, cada día a mayor velocidad. Cada día genera destrucción de las posibilidades de reconstruir el país y se multiplica en un número indeterminado y creciente de días que habrá que invertir para revertir lo destruido. Pero más allá de esa terrible verdad en lo social y económico, un dramático agravante ha dicho “Presente”. La crisis sanitaria ha comenzado a producir un número incuantificable de muertes de inocentes pasajeros. ¡Cada día! Se van sumando, como en un proceso de integración matemática. Esta integración de mortandad humana comienza a imprimirle, desde mi perspectiva personal, un contenido de carácter moral al dilema.

¿Acaso hay tiempo para dejar a Maduro, y a quienes le acompañan, freírse en su propia salsa? Quizás hasta ahora, la consideración de cuál podría ser el “timing” adecuado para la Oposición ir apretando las tuercas estaba revestida de cierta validez. Es cierto que la Oposición no tiene la fuerza necesaria para lograr un cese inmediato de este gobierno. El país está tan mal, pero tan mal, que es hasta comprensible, políticamente, el temor que se pueda producir en quienes aspiran a gobernarlo el tener que tomar sus riendas en estas circunstancias de desastre, destrucción e ingobernabilidad -¿Por qué no pensar que, precisamente, ello es una medida de la profundidad de la crisis?-. A pesar de estas dos verdades, la Oposición tiene el deber de trazarse un plan político distinto al que está haciendo.

Einstein demostró que conforme más cerca esté un observador de una fuente de fuerza gravitatoria, más lento le transcurre el tiempo. Aquí nos ocurre lo contario: conforme nos acercamos a un hueco negro que quisiera tragarnos a todos, el tiempo se acelera. Ya los políticos no disponen de ese estratégico recurso del tiempo para consideraciones que en otro momento serían entendibles. Alguien me argumentaba esta mañana…pero la Oposición ha anunciado que en seis meses se anuncia la vía constitucional seleccionada para salir de este gobierno. ¿Y tú crees que hay tiempo para esperar todo ese tiempo? Mi interlocutor se quedó sopesando por unos segundos la magnitud de la crisis, luego admitió que no. ¿Entonces? Eduardo Fernández, con su vasta experiencia, vino a Valencia y dijo, a quienes tuvimos la oportunidad de escucharle: ya no hay tiempo. El Alcalde Alfredo Ramos, transmitiendo su experiencia de calle en Barquisimeto, afirmó lo mismo hoy en el programa de Villegas (11/02). El tiempo que queda es para demostrar que se tiene la voluntad de agarrar el toro por los cachos. El desafío es de gigantescas dimensiones, inconmensurables, pero no queda de otra.


La conclusión lógica de conformidad a las dos premisas presentadas: hay que comenzar a articular estrategias políticas conducentes a acelerar la partida de este gobierno. ¡Ya! El debate dentro de las cuatro paredes de la AN por sí solo no es suficiente. Hay que movilizar, pacíficamente, al pueblo para que le pida a Maduro la renuncia y al PSUV que facilite la integración de un gobierno de transición. No van a acceder. Es muy posible. Pero esa señal frontal hay que lanzarla ya, acompañada de un proceso pedagógico de advertencia al pueblo sobre la mayor gravedad de lo que nos viene. Mientras más tarde actuemos, peor será. Ese dilema, retratado al inicio, no puede seguir pasando por la mente de ningún opositor. Máxime, cuando tal dilema comienza a teñirse de un rojo asesino. Por cierto, a los políticos del otro lado, los del Oficialismo, su propio dilema político que ha dejado de ser sólo político para convertirse en moral, también, les debe apremiar. Las cuarenta y tres muertes que el Gobierno pretende achacarle a “La Salida” se convertirán en una brizna de paja en el viento frente a esa integración de mortandad que ya ha comenzado y no será fácil detener.

domingo, 7 de febrero de 2016

La tercera parte de la serie: ¨La Universidad en su Laberinto¨

La Universidad en su laberinto

III-La camisa de fuerza electoral y otros


Asdrúbal Romero M. (@asdromero)

Antes de continuar nuestras reflexiones sobre el laberinto e intentando aportar alguna realimentación a comentarios recibidos respecto a las dos primeras entregas –sobre todo la segunda-, he considerado oportuno hacer una aclaratoria de índole genérica sobre el estilo y la intención de estos escritos. No ha sido mi pretensión presentar una visión exhaustiva de los distintos aspectos que pudiesen conformar una agenda de transformación de la universidad venezolana. Si esa hubiese sido mi visión al inicio, muy posiblemente, lo amplio y complejo de tal desafío habría operado como un temible factor disuasorio de escribir con relación al tema –suele ocurrir en el intento de abordar temáticas de profundo calado-. Me he atrevido a escribir desde mis experiencias como vicerrector administrativo y rector en la década de los noventa, las cuales pudieran apreciarse como un tanto anticuadas y desintonizadas de los nuevos tiempos, de no haber ocurrido que, precisamente, el tiempo para avanzar pareciera haberse detenido para la universidad venezolana en este, ya muy prolongado, tránsito de retroceso revolucionario.

Trato de mezclar experiencias con propuestas que no han perdido vigencia, enmarcadas dentro de un estilo heterodoxo que no se sujeta a la formalidad más rígida del ensayo. Escribo pensando en un futuro, que se ubica con posterioridad al desenlace de esta pesadilla. Como lo he expresado en cuanto foro me han invitado: no habrá avance, ni desarrollo, ni transformación en positivo de la Universidad hasta que no salgamos de este régimen que le ha confeccionado a nuestras instituciones la camisa de fuerza más opresora de todas. Contribuir a su partida debiera ser la primera tarea en la que ocuparnos los universitarios. Así debió haber sido desde hace ya unos cuantos años, pero quizás sea ahora cuando este mensaje comienza a tener aceptación. Antes, la excesiva carga política que él conllevaba producía temor, como si los universitarios prefiriesen quedarse en su burbuja pretendiendo abstraerse de una realidad exterior que, inevitablemente, les afectaría, tanto en lo personal como en la posibilidad de seguir teniendo institución.  En lo relativo al agravado empobrecimiento salarial, por ejemplo, la mayoría prefería percibirse a sí misma como meros integrantes de un conglomerado laboral al cual el “Papá Estado” debía garantizarle el mantenimiento del nivel de su calidad de vida, con independencia de que allá afuera, unos irresponsables, estuvieran arrasando con la sustentabilidad económica que posibilitara tal garantía. ¡El problema no era laboral, era político! De alguna manera, en ese ejercicio de abstracción de lo político, desestimamos el ser miembros de una institución llamada a cumplir un rol orientador hacia el país.  Que no se nos olvide esta falta: en esta hora tan menguada del país la Universidad también le ha fallado.

En este andar, un tanto libre y sin mayor planificación, combinando memorias con planteamientos, pensados e incluso, algunos, puestos en blanco y negro con mucha antelación al inicio de esta secuencia, apuntamos hacia un futuro que ojalá sea pronto. En el que, reconociéndose la vital importancia de la Universidad de cara al desafío de retomar el desarrollo y el progreso de la nación, quienes ejerzan la representación del Estado se aboquen a sentarse con actores universitarios de reconocida experticia a redibujar esa renovada institución universitaria que necesitará el país. Sólo de esa concertación necesaria, puede emerger el nuevo marco legal y de financiamiento que imprima reimpulso a la universidad venezolana. Ese futuro bonito no lo podemos construir los universitarios por sí solos. Requerimos de la participación activa y convencida del Estado, de sus demandas para el futuro y de su aval.

Por supuesto que en ese andar soñando despierto levitamos sobre la feúra del presente y perseguimos ideas que transciendan al terrenal debate local.  Sin embargo, como tan bien lo manifestó Cortázar: las flechas que se lanzan al escribir, dejan de ser propiedad de quien las escribe. Estas pueden caer en terrenos fértiles a otro tipo de interpretaciones distintas a lo que se ha querido comunicar. Creo que así ha ocurrido, a juzgar  por algunos comentarios provenientes de mi base lectora ucista –la cual cuido por ser significativamente mayoritaria-. Hay quienes han interpretado del material contenido en la entrega anterior: un llamado a desactivar la lucha para que se celebren las elecciones universitarias, hasta esperar los cambios legales que tendrían que producirse en ese soñado futuro. Imagino que sea el calor de ese intenso debate local el que se encarga de activar ciertas redes neuronales, para colocar a estos lectores en un estado de mayor propensión a recibir supuestos mensajes subliminales. ¡Nada más lejos de mis intenciones enviar una señal como esa! Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Yo también quiero: ”Elecciones Ya”. Y, por cierto, este deseo no es una señal subliminal para insinuar una futura aspiración rectoral. Aprovecho esta excelente oportunidad para ratificarlo. Sé que mi reiterada e insistente presencia tratando de hacer opinión universitaria ha generado algunas expectativas en ese sentido. Pero no, ya no me puedo visualizar a mí mismo en ese rol tan enclaustrador –para no incurrir en una malinterpretación recomiendo leer la entrega anterior-. Tampoco creo tener la fuerza para desempeñarlo en estos tiempos por venir en el corto plazo: serán aún más duros que los de ahora. Además, practico lo que predico. Es harto conocida mi prédica de que nosotros, los jubilados, debemos contribuir, aportar todo lo que se nos pida, pero deberíamos abstenernos ya de optar a cargos de máxima responsabilidad rectoral dentro de las instituciones de las que nos hemos retirado.  Me puedo visualizar, pasada la tormenta que viene, sentado al lado de la investigadora Carmen García Guadilla, discutiendo alternativas para mecanismos de financiamiento universitario; ejerciendo, en caso de ser convocado, el rol de facilitador y ensamblador de propuestas en ese necesario espacio de concertación Estado- Universidad que debe darse en ese nuevo país pobre que resurgirá, como ave fénix, del esterero en el que lo van dejando.  Ya se verá si la providencia nos regala esa oportunidad de aportar nuestro granito de arena. Por lo demás, ojalá las elecciones para renovar cuadros a todos los niveles se pudieran comenzar a organizar inmediatamente.

Sin embargo, en estricto apego al valor de la honestidad con el que ejerzo esta nueva profesión mía de opinador, me permito manifestarles mi parecer: la posibilidad de que se convoquen la percibo muy disminuida a estas alturas, cuando ya se respira la cercanía de un desenlace. Desentrabar la camisa de fuerza electoral que nos impuso el Régimen, con la aprobación del apartado tercero del artículo 34 en la Ley Orgánica de Educación que luego, por conveniencia política, se abstuvo de reglamentar, no es un asunto de fácil resolución. Incluyo el texto para facilitar la compresión del nudo gordiano en el que nos encontramos: “Elegir y nombrar sus autoridades con base en la democracia participativa, protagónica y de mandato revocable, para el ejercicio pleno y en igualdad de condiciones de los derechos políticos de los y las integrantes de la comunidad universitaria, profesores y profesoras, estudiantes, personal administrativo, personal obrero y, los egresados y egresadas de acuerdo al Reglamento”.  No siendo aceptable la aplicación del criterio una persona-un voto como lo insinúa el texto subrayado, han surgido dos posiciones que en el tiempo no ha sido posible compatibilizar. La posición principista de seguir aplicando el criterio tradicional de conformación del Claustro, de conformidad a lo preceptuado en la ley vigente, que ha conducido en la práctica a que no se realicen más elecciones. Y la de quienes, en aras de viabilizar la continuidad de la democracia,  han propuesto la búsqueda de una salida negociada con los gremios de empleados y obreros, en la que éstos acepten una limitación a su participación dentro del Claustro mediante la fijación de unos porcentajes de proporcionalidad (la experiencia UNET). Personalmente, era del criterio que entre una ausencia total de democracia y una democracia negociada que no me complacía, optaba por la segunda, pero el tiempo ha transcurrido sin una solución al complicado dilema. Se está barajando en la actualidad la posibilidad de que a través de la nueva AN se destranque el problema.

Tuve la oportunidad de asistir a una reunión con varios diputados de Carabobo en la que, además de cargar a las espaldas de los pobres diputados toda la problemática empobrecedora de las instituciones universitarias, se planteó el tema. Supongo que reuniones similares a ésta deben haberse producido unas cuantas en el país, el problema es que las dos posiciones, la principista y la pragmática, siguen aflorando. Permanece el desacuerdo entre los universitarios: ¿qué podemos esperar entonces que decida una AN con la complicada agenda de todo el país y la persistente amenaza del “choque de trenes” que conduzca a su temporal desconocimiento?   No creo, sinceramente, que los tiempos en el país den la oportunidad para que en la AN se produzca una solución. Pero, si llegase la oportunidad de dar el debate, ahora me inclinaría por una simple derogatoria de ese apartado tercero con el que logró el Régimen paralizar la democracia universitaria. Plantearse la modificación de ese texto para incorporar lo de los porcentajes de participación proporcional, involucra la negociación con unos gremios dominados por unos troyanos oficialistas –los mismos que traicionaron a la Universidad en la discusión de la convención colectiva- que siguiendo lineamientos políticos van a intentar obstruir el logro de una salida salomónica del problema. En definitiva, es un problema de tiempo y éste se ha convertido en el recurso más escaso del que dispone la AN. Opto por esperar. La crisis, ya devenida en tragedia, viene aceleradamente precipitando el curso hacia un gobierno de transición. De ser militar: ni modo; de ser civil, que debe ser el deseo de todos los universitarios, aspiramos a que sea este gobierno el que autorice las elecciones por el método tradicional, con la justificación de facilitar la recuperación del curso democrático en nuestras instituciones. Se abre así un lapso de cuatro años, tiempo que debería ser suficiente para que en los siguientes procesos de escogencia de sus autoridades, cada universidad aplicara el método aprobado intra institucionalmente. Amparándose para ello, en el nuevo marco legal que, como propusimos en la anterior entrega, debería ser menos prescriptivo y dar libertad a las instituciones en la determinación de sus métodos de escogencia.

 Espero, por aquello de las neuronas activadas al calor del debate político local, que este cambio de opinión atendiendo al “timing” de los acontecimientos, no se interprete como una solapada defensa del equipo de autoridades ante la problemática de su decreciente legitimidad. Si bien es cierto que a través del grupo “Pensamiento Universitario” (GPU), se produjo  un acercamiento institucional con la Rectora en el contexto del conflicto gremial a finales del año pasado, con la finalidad de ahondar en una prospectiva sobre  la muy delicada situación de nuestra magna casa de estudios, no se trata de que ahora me haya convertido en “su nuevo mejor amigo”, como sarcásticamente especulan quienes desean obtener provecho político de una situación de debilidad institucional que, en verdad, fue creada por el mismo régimen.

Otra situación electoral muy distinta, y con esto vamos finalizando, es lo que acontece con las elecciones estudiantiles en la Universidad de Carabobo. Ya son inútiles las excusas para no celebrarlas, así se lo hicimos saber a las autoridades y decanos presentes en la reunión con el GPU a la que aludí anteriormente. Al problema se le ha ido dando largas, hasta convertirlo en una fea mancha institucional que no puede ser ocultada con nada. El meta mensaje del presidente “abuelo” de la FCU es severamente dañino para la Institución, porque él se ha constituido en un emblema de esa cultura de ineficacia universitaria en la que un estudiante puede continuar siendo estudiante de por vida sin estudiar, eso sí consumiendo recursos universitarios si se trata de un estudiante común –academia, comedor, transporte, servicios de salud, etc.-, o lo que es peor, si se trata de enchufados dirigentes estudiantiles, dándose lujos que no pueden darse ni siquiera los profesores de mayor escalafón, a cuenta de una corrupta economía paralela que parasita a la Universidad. Esta cultura debe ser desterrada en la renacida universidad para el nuevo país pobre que, visualizo, le demandará sin contemplaciones una mayor eficiencia en el manejo de los recursos públicos asignados.

El otro día vi un twitter de nuestra federación, contentivo de una foto de nuestro flamante presidente, representándonos, en la reunión con los sectores estudiantiles de la comisión designada por la AN para analizar la problemática universitaria y no pude evitar sentir la más profunda vergüenza ajena. Desde que fue electo en el 2007, en la UCV se han elegido cinco presidentes de federación. ¿Hasta cuándo se puede seguir tratando de tapar el sol con un dedo? Son diputados miembros de esa comisión dos ex presidentes de la FCU-UCV ya graduados: Stalin González y Juan Requesens, electos respectivamente en 2005 y 2007, contemporáneos con nuestro abuelo. ¿Qué pueden pensar esos diputados de cómo se manejan los asuntos en nuestra institución? ¿Y el ejemplo que le estamos dando a nuestros estudiantes? No se crea que ellos no conocen al dedillo la situación y cuando hablan nos preguntan: cómo se nos puede pedir que salgamos a defender a la Universidad cuando las autoridades –generalizan- mantienen en el poder a dirigentes estudiantiles de esa calaña. Me pregunto yo: ¿Propiciamos el aprendizaje de conductas cínicas? Cuando escribí: “Sobre la eternidad de los liderazgos gremiales”, tenía planificado un capítulo adicional sobre el gremio estudiantil con la información que he venido recibiendo a lo largo de todos estos años. Era tan horrendo sobre lo que iba a escribir, que opté por no hacerlo –se cansa uno de procesar tanta basura radioactiva-. ¿Hasta cuándo? Soy yo el que pregunta ahora.

En la próxima entrega, quizás la última por ahora, podré entrarle de lleno al tema de la camisa de fuerza más perceptible de todas: la económica- financiera.