La Universidad en su laberinto
III-La camisa de fuerza electoral y
otros
Asdrúbal Romero
M. (@asdromero)
Antes de continuar nuestras reflexiones
sobre el laberinto e intentando aportar alguna realimentación a comentarios
recibidos respecto a las dos primeras entregas –sobre todo la segunda-, he
considerado oportuno hacer una aclaratoria de índole genérica sobre el estilo y
la intención de estos escritos. No ha sido mi pretensión presentar una visión
exhaustiva de los distintos aspectos que pudiesen conformar una agenda de
transformación de la universidad venezolana. Si esa hubiese sido mi visión al
inicio, muy posiblemente, lo amplio y complejo de tal desafío habría operado
como un temible factor disuasorio de escribir con relación al tema –suele
ocurrir en el intento de abordar temáticas de profundo calado-. Me he atrevido
a escribir desde mis experiencias como vicerrector administrativo y rector en
la década de los noventa, las cuales pudieran apreciarse como un tanto
anticuadas y desintonizadas de los nuevos tiempos, de no haber ocurrido que,
precisamente, el tiempo para avanzar pareciera haberse detenido para la
universidad venezolana en este, ya muy prolongado, tránsito de retroceso
revolucionario.
Trato de mezclar experiencias con
propuestas que no han perdido vigencia, enmarcadas dentro de un estilo
heterodoxo que no se sujeta a la formalidad más rígida del ensayo. Escribo
pensando en un futuro, que se ubica con posterioridad al desenlace de esta
pesadilla. Como lo he expresado en cuanto foro me han invitado: no habrá
avance, ni desarrollo, ni transformación en positivo de la Universidad hasta
que no salgamos de este régimen que le ha confeccionado a nuestras
instituciones la camisa de fuerza más opresora de todas. Contribuir a su
partida debiera ser la primera tarea en la que ocuparnos los universitarios. Así
debió haber sido desde hace ya unos cuantos años, pero quizás sea ahora cuando
este mensaje comienza a tener aceptación. Antes, la excesiva carga política que
él conllevaba producía temor, como si los universitarios prefiriesen quedarse
en su burbuja pretendiendo abstraerse de una realidad exterior que,
inevitablemente, les afectaría, tanto en lo personal como en la posibilidad de
seguir teniendo institución. En lo
relativo al agravado empobrecimiento salarial, por ejemplo, la mayoría prefería
percibirse a sí misma como meros integrantes de un conglomerado laboral al cual
el “Papá Estado” debía garantizarle el mantenimiento del nivel de su calidad de
vida, con independencia de que allá afuera, unos irresponsables, estuvieran
arrasando con la sustentabilidad económica que posibilitara tal garantía. ¡El
problema no era laboral, era político! De alguna manera, en ese ejercicio de
abstracción de lo político, desestimamos el ser miembros de una institución
llamada a cumplir un rol orientador hacia el país. Que no se nos olvide esta falta: en esta hora
tan menguada del país la Universidad también le ha fallado.
En este andar, un tanto libre y sin mayor
planificación, combinando memorias con planteamientos, pensados e incluso,
algunos, puestos en blanco y negro con mucha antelación al inicio de esta secuencia,
apuntamos hacia un futuro que ojalá sea pronto. En el que, reconociéndose la vital
importancia de la Universidad de cara al desafío de retomar el desarrollo y el progreso
de la nación, quienes ejerzan la representación del Estado se aboquen a
sentarse con actores universitarios de reconocida experticia a redibujar esa
renovada institución universitaria que necesitará el país. Sólo de esa
concertación necesaria, puede emerger el nuevo marco legal y de financiamiento
que imprima reimpulso a la universidad venezolana. Ese futuro bonito no lo
podemos construir los universitarios por sí solos. Requerimos de la participación
activa y convencida del Estado, de sus demandas para el futuro y de su aval.
Por supuesto que en ese andar soñando
despierto levitamos sobre la feúra del presente y perseguimos ideas que
transciendan al terrenal debate local. Sin
embargo, como tan bien lo manifestó Cortázar: las flechas que se lanzan al
escribir, dejan de ser propiedad de quien las escribe. Estas pueden caer en
terrenos fértiles a otro tipo de interpretaciones distintas a lo que se ha
querido comunicar. Creo que así ha ocurrido, a juzgar por algunos comentarios provenientes de mi
base lectora ucista –la cual cuido por ser significativamente mayoritaria-. Hay
quienes han interpretado del material contenido en la entrega anterior: un
llamado a desactivar la lucha para que se celebren las elecciones
universitarias, hasta esperar los cambios legales que tendrían que producirse
en ese soñado futuro. Imagino que sea el calor de ese intenso debate local el
que se encarga de activar ciertas redes neuronales, para colocar a estos
lectores en un estado de mayor propensión a recibir supuestos mensajes
subliminales. ¡Nada más lejos de mis intenciones enviar una señal como esa! Una
cosa no tiene nada que ver con la otra.
Yo también quiero: ”Elecciones Ya”. Y, por
cierto, este deseo no es una señal subliminal para insinuar una futura
aspiración rectoral. Aprovecho esta excelente oportunidad para ratificarlo. Sé
que mi reiterada e insistente presencia tratando de hacer opinión universitaria
ha generado algunas expectativas en ese sentido. Pero no, ya no me puedo
visualizar a mí mismo en ese rol tan enclaustrador –para no incurrir en una
malinterpretación recomiendo leer la entrega anterior-. Tampoco creo tener la
fuerza para desempeñarlo en estos tiempos por venir en el corto plazo: serán
aún más duros que los de ahora. Además, practico lo que predico. Es harto
conocida mi prédica de que nosotros, los jubilados, debemos contribuir, aportar
todo lo que se nos pida, pero deberíamos abstenernos ya de optar a cargos de
máxima responsabilidad rectoral dentro de las instituciones de las que nos
hemos retirado. Me puedo visualizar,
pasada la tormenta que viene, sentado al lado de la investigadora Carmen García
Guadilla, discutiendo alternativas para mecanismos de financiamiento
universitario; ejerciendo, en caso de ser convocado, el rol de facilitador y
ensamblador de propuestas en ese necesario espacio de concertación Estado-
Universidad que debe darse en ese nuevo país pobre que resurgirá, como ave
fénix, del esterero en el que lo van dejando. Ya se verá si la providencia nos regala esa
oportunidad de aportar nuestro granito de arena. Por lo demás, ojalá las
elecciones para renovar cuadros a todos los niveles se pudieran comenzar a
organizar inmediatamente.
Sin embargo, en estricto apego al valor de
la honestidad con el que ejerzo esta nueva profesión mía de opinador, me permito
manifestarles mi parecer: la posibilidad de que se convoquen la percibo muy
disminuida a estas alturas, cuando ya se respira la cercanía de un desenlace. Desentrabar
la camisa de fuerza electoral que nos impuso el Régimen, con la aprobación del
apartado tercero del artículo 34 en la Ley Orgánica de Educación que luego, por
conveniencia política, se abstuvo de reglamentar, no es un asunto de fácil
resolución. Incluyo el texto para facilitar la compresión del nudo gordiano en
el que nos encontramos: “Elegir y nombrar
sus autoridades con base en la democracia participativa, protagónica y de
mandato revocable, para el ejercicio pleno y en igualdad de condiciones de
los derechos políticos de los y las integrantes de la comunidad
universitaria, profesores y profesoras, estudiantes, personal administrativo,
personal obrero y, los egresados y egresadas de acuerdo al Reglamento”.
No siendo aceptable la
aplicación del criterio una persona-un voto como lo insinúa el texto subrayado,
han surgido dos posiciones que en el tiempo no ha sido posible compatibilizar. La
posición principista de seguir aplicando el criterio tradicional de
conformación del Claustro, de conformidad a lo preceptuado en la ley vigente,
que ha conducido en la práctica a que no se realicen más elecciones. Y la de
quienes, en aras de viabilizar la continuidad de la democracia, han propuesto la búsqueda de una salida
negociada con los gremios de empleados y obreros, en la que éstos acepten una
limitación a su participación dentro del Claustro mediante la fijación de unos
porcentajes de proporcionalidad (la experiencia UNET). Personalmente, era del
criterio que entre una ausencia total de democracia y una democracia negociada
que no me complacía, optaba por la segunda, pero el tiempo ha transcurrido sin
una solución al complicado dilema. Se está barajando en la actualidad la
posibilidad de que a través de la nueva AN se destranque el problema.
Tuve la oportunidad de asistir a una
reunión con varios diputados de Carabobo en la que, además de cargar a las
espaldas de los pobres diputados toda la problemática empobrecedora de las
instituciones universitarias, se planteó el tema. Supongo que reuniones
similares a ésta deben haberse producido unas cuantas en el país, el problema
es que las dos posiciones, la principista y la pragmática, siguen aflorando. Permanece
el desacuerdo entre los universitarios: ¿qué podemos esperar entonces que
decida una AN con la complicada agenda de todo el país y la persistente amenaza
del “choque de trenes” que conduzca a su temporal desconocimiento? No
creo, sinceramente, que los tiempos en el país den la oportunidad para que en
la AN se produzca una solución. Pero, si llegase la oportunidad de dar el
debate, ahora me inclinaría por una simple derogatoria de ese apartado tercero
con el que logró el Régimen paralizar la democracia universitaria. Plantearse
la modificación de ese texto para incorporar lo de los porcentajes de
participación proporcional, involucra la negociación con unos gremios dominados
por unos troyanos oficialistas –los mismos que traicionaron a la Universidad en
la discusión de la convención colectiva- que siguiendo lineamientos políticos
van a intentar obstruir el logro de una salida salomónica del problema. En
definitiva, es un problema de tiempo y éste se ha convertido en el recurso más
escaso del que dispone la AN. Opto por esperar. La crisis, ya devenida en
tragedia, viene aceleradamente precipitando el curso hacia un gobierno de
transición. De ser militar: ni modo; de ser civil, que debe ser el deseo de todos los
universitarios, aspiramos a que sea este gobierno el que autorice las
elecciones por el método tradicional, con la justificación de facilitar la
recuperación del curso democrático en nuestras instituciones. Se abre así un
lapso de cuatro años, tiempo que debería ser suficiente para que en los
siguientes procesos de escogencia de sus autoridades, cada universidad aplicara
el método aprobado intra institucionalmente. Amparándose para ello, en el nuevo
marco legal que, como propusimos en la anterior entrega, debería ser menos
prescriptivo y dar libertad a las instituciones en la determinación de sus
métodos de escogencia.
Espero,
por aquello de las neuronas activadas al calor del debate político local, que
este cambio de opinión atendiendo al “timing”
de los acontecimientos, no se interprete como una solapada defensa del equipo
de autoridades ante la problemática de su decreciente legitimidad. Si bien es
cierto que a través del grupo “Pensamiento Universitario” (GPU), se produjo un acercamiento institucional con la Rectora
en el contexto del conflicto gremial a finales del año pasado, con la finalidad
de ahondar en una prospectiva sobre la
muy delicada situación de nuestra magna casa de estudios, no se trata de que
ahora me haya convertido en “su nuevo mejor amigo”, como sarcásticamente
especulan quienes desean obtener provecho político de una situación de
debilidad institucional que, en verdad, fue creada por el mismo régimen.
Otra situación electoral muy distinta, y
con esto vamos finalizando, es lo que acontece con las elecciones estudiantiles
en la Universidad de Carabobo. Ya son inútiles las excusas para no celebrarlas,
así se lo hicimos saber a las autoridades y decanos presentes en la reunión con
el GPU a la que aludí anteriormente. Al problema se le ha ido dando largas,
hasta convertirlo en una fea mancha institucional que no puede ser ocultada con
nada. El meta mensaje del presidente “abuelo” de la FCU es severamente dañino
para la Institución, porque él se ha constituido en un emblema de esa cultura
de ineficacia universitaria en la que un estudiante puede continuar siendo
estudiante de por vida sin estudiar, eso sí consumiendo recursos universitarios
si se trata de un estudiante común –academia, comedor, transporte, servicios de
salud, etc.-, o lo que es peor, si se trata de enchufados dirigentes
estudiantiles, dándose lujos que no pueden darse ni siquiera los profesores de
mayor escalafón, a cuenta de una corrupta economía paralela que parasita a la
Universidad. Esta cultura debe ser desterrada en la renacida universidad para el
nuevo país pobre que, visualizo, le demandará sin contemplaciones una mayor
eficiencia en el manejo de los recursos públicos asignados.
El otro día vi un twitter de nuestra
federación, contentivo de una foto de nuestro flamante presidente,
representándonos, en la reunión con los sectores estudiantiles de la comisión
designada por la AN para analizar la problemática universitaria y no pude
evitar sentir la más profunda vergüenza ajena. Desde que fue electo en el 2007,
en la UCV se han elegido cinco presidentes de federación. ¿Hasta cuándo se
puede seguir tratando de tapar el sol con un dedo? Son diputados miembros de
esa comisión dos ex presidentes de la FCU-UCV ya graduados: Stalin González y
Juan Requesens, electos respectivamente en 2005 y 2007, contemporáneos con
nuestro abuelo. ¿Qué pueden pensar esos diputados de cómo se manejan los
asuntos en nuestra institución? ¿Y el ejemplo que le estamos dando a nuestros estudiantes?
No se crea que ellos no conocen al dedillo la situación y cuando hablan nos
preguntan: cómo se nos puede pedir que salgamos a defender a la Universidad
cuando las autoridades –generalizan- mantienen en el poder a dirigentes
estudiantiles de esa calaña. Me pregunto yo: ¿Propiciamos el aprendizaje de
conductas cínicas? Cuando escribí: “Sobre la eternidad de los liderazgos
gremiales”, tenía planificado un capítulo adicional sobre el gremio estudiantil
con la información que he venido recibiendo a lo largo de todos estos años. Era
tan horrendo sobre lo que iba a escribir, que opté por no hacerlo –se cansa uno
de procesar tanta basura radioactiva-. ¿Hasta cuándo? Soy yo el que pregunta
ahora.
En la próxima entrega, quizás la última por
ahora, podré entrarle de lleno al tema de la camisa de fuerza más perceptible
de todas: la económica- financiera.