#DolarizarVzla
Asdrúbal
Romero M.
Este fue el hashtag
que alcanzó a ocupar el tercer puesto en el ámbito nacional de los tópicos
tendencias en twitter, durante la
realización del evento al cual asistí el lunes pasado -13 de abril- sobre el
deterioro del bolívar y alternativas de solución. Han sido varios los foros que
el Tren Venezuela ha organizado sobre esta temática, pero este último, organizado
conjuntamente con CEDICE y celebrado a casa llena -más de cuatrocientos
interesados asistentes agotaron la capacidad del auditorio-, además de
constituirse en el de mayor éxito tuvo una connotación muy especial. Con la
presencia de dos ponentes internacionales procedentes de Ecuador, uno de ellos:
Miguel Dávila, quien fuera gerente del Banco Central para el momento en que se
adoptara la dolarización en ese país (9/1/2000), se patentizó en el desarrollo
del evento un marcado sesgo hacia la tesis de la dolarización. Esta observación
me ha motivado a escribir este artículo, en el cual, desde dos perspectivas
distintas, señalo el argumento por el cual veo conveniente desde una óptica
personal la dolarización, pero también apunto a otro que no debe desestimarse
si, realmente, desea analizarse la viabilidad de tal medida.
¿Por qué me gusta la dolarización? La respuesta es muy sencilla: porque mi
ingreso, el cual es de carácter salarial dada mi condición de docente
universitario jubilado, se dolarizaría. Es de esperar que tu sueldo o salario
siempre vaya a más, en términos de la unidad monetaria en la que él esté
expresado. Por ejemplo: mi sueldo en bolívares siempre ha crecido. El problema
se suscita cuando reexpresamos al mismo en dólares. En el año 1975, cuando me
desempeñaba como profesor instructor, mi sueldo mensual era Bs 4500, es decir:
más de mil dólares. En la actualidad, cuarenta años después, mi pensión
jubilatoria neta como profesor titular desde el año de 1985 y ex rector no
alcanza los cien dólares a tasa SIMADI. Este dramático empobrecimiento real de
la condición de ser profesor universitario en este país, es extensible a todos
los asalariados de la administración pública y me atrevería a decir que,
también, lo es a la inmensa mayoría de los asalariados del sector privado. Por
eso, para quienes dependemos de un ingreso salarial: dolarizar es como si nos
lanzaran una balsa donde, al menos, podemos poner a salvo el escaso poder
adquisitivo que nuestro sueldo actual nos depara. Este, a partir de ese
momento, pasaría a ser expresado en términos de una moneda dura. Esta flamante
nueva condición nos aportaría una cierta seguridad que, de allí en adelante,
nuestra capacidad adquisitiva de bienes y servicios ya no seguiría siendo
erosionada de la manera bestial como lo ha sido, porque es de suponer que ese sueldo dolarizado
comenzaría a tener un ritmo razonable de crecimiento. Algunos se resisten
cuando sacan cuenta de lo ínfimo del salario en dólares que comenzarían a
percibir después de la dolarización. Esto en realidad dependería de la tasa de
cambio que se aplique, pero cualquier método de estimación medianamente
realista apunta a que va a ser así. De producirse la dolarización, vamos a
arrancar percibiendo sueldos de miseria en dólares ¡Es verdad! ¿Qué se les
puede decir? Que despierten a su cruda realidad. El tema es que, tal como van
las cosas, mientras más se difiera una medida como lo dolarización, más se les
reducirá su sueldo en dólares de verdad. Porque lo que está subyacente a este
análisis es que a nuestro pobre
bolivarito lo vienen pulverizando hasta haberlo asimilado a una especie de
billeticos de monopolio, muy acorde, por cierto, con ese palacio de mentiras en
el que se ha convertido la economía de nuestro país.
En Ecuador, el sueldo mínimo pasó de $56,65 en el
2000, cuando se dolarizó, a $318 en enero del 2013. Por eso, después de
escuchar, en un anterior foro del Tren, este poderoso argumento de boca del
experto venezolano en dolarización, José Luis Cordeiro, cada día que transcurre yo me convenzo más que
quiero mi sueldo dolarizado. ¡Poquito! ¡Escuálido! ¡Pero dolarizado! Por
supuesto, no albergo reserva alguna al reconocer que el análisis coloquialmente
presentado se hace desde una perspectiva muy individualista, quizás cabría
decir: hasta egoísta, pero ello no le resta validez. Cada cual que saque sus
cuentas, haga una sencilla prospección del precipicio hacia el que nos conducen
y fije su posición. Cada vez vamos a ser más los que asimilaremos a la
dolarización como una tabla de salvación. A través de los diversos escenarios
de discusión sobre el tema, he podido captar cómo la percepción que tiene la
gente sobre la dolarización ha venido progresivamente cambiando, hasta llegar al
ambiente un tanto eufórico que se respiró en este último evento del Tren. La
tendencia a realizar directamente transacciones en dólares viene creciendo. Es
más, aporto esta información como un dato curioso pero revelador, me dicen que
en una ciudad de Venezuela, que no es Valencia, algunos médicos han comenzado a
cobrar $50 por consulta. La atractiva tesis de la Democratización del Dinero
viene ganando adeptos.
Ahora bien: existe la otra cara de la moneda. Quizás,
por mi condición de haber sido durante ocho años autoridad rectoral de una
universidad pública y, por ende, haber ejercido el rol de ser parte del Estado,
tengo una insoslayable tendencia a analizar los problemas que confrontamos como
país desde una perspectiva menos individualista y más con una visión de Estado.
Si yo fuese asesor del Gobierno: ¿Recomendaría la dolarización? ¿Bajo qué
condiciones? Al finalizar el evento, tuve la grata oportunidad de sostener un
encuentro muy breve e informal con Miguel Dávila. Después de felicitarle por su
espléndida y didáctica presentación, le pregunté si para el momento en el cual
ellos habían adoptado la dolarización en Ecuador existía un control de precios-
ya tenía una respuesta, pero quería ratificarla de primera fuente-. Su
respuesta coincidió. Efectivamente, en Ecuador no se aplicaba ningún control de
precios. Es más: tampoco tenían control de cambio. Mi interlocutor,
inmediatamente, captó el sentido de mi pregunta. Ustedes todavía mantienen un
dólar a 6,30 y yo supongo que a una parte de la población ese dólar todavía le
está llegando, para ellos el salto hacia un régimen cambiario libre y
dolarizado sería imposible. Cuando nosotros adoptamos la medida, ya llevábamos
algún tiempo rodando cuesta abajo -en los dos años previos: el sucre se había
devaluado de seis mil por dólar a veinticinco mil- y, por ello, ya disponíamos
de un programa de subsidios directos. Contábamos con bases de datos, etc., lo
que contribuyó a que fuera relativamente manejable para nosotros el implementar
un programa de compensación que protegiera a los sectores más vulnerables de la
población del impacto de la dolarización. No me dijo más. Sólo le solicité que,
en sus otras conferencias en el país, no dejara de hacer una breve acotación a
esta otra faceta oscura del problema.
En Venezuela, el dólar a 6,30 sólo le llega a una
casta de corruptos. Ya está demostrado que el Gobierno comercializa a precios
bien por encima de ese valor, alimentos que dice importar a 6,30. Pero aun así,
incluyendo los guisos y comisiones así como otros gastos pertinentes a la
cadena de comercialización, lo cierto es que a un porcentaje muy significativo
de la población, quizás mayoritario, cuya estructura de gasto se orienta
mayormente a la adquisición de bienes de sobrevivencia a precios altamente subsidiados,
le está llegando un dólar que no debiera estar sobrepasando los veinte
bolívares. Cualquier estimado, por muy optimista que sea, de la tasa de cambio
aplicable a la conversión de bolívares a dólares en el proceso de dolarización
–la ponencia de Davila se concentró, precisamente, en los criterios que ellos
habían utilizado para determinar esa tasa de cambio-, arrojará un número varías
veces múltiplo de ese dólar a veinte. Estaríamos hablando de un shock
inflacionario instantáneo para ese sector poblacional de varias centenas, me
atrevo a decir sin ser especialista que estaría en un rango entre el 600 al
1000%. ¡Imposible de resistir!
El Gobierno es el gran dolarizador de este país, en el
renglón de los gastos mas no en el de los ingresos, por ello es que muchos
venezolanos estamos adquiriendo gran cantidad de bienes a precios dolarizados
–y ultra dolarizados también-, pero no todos los hacemos en la misma
proporción. Si le diéramos vuelo a nuestra imaginación y tratáramos de acometer
el ejercicio creativo de asignarle a cada familia un precio promedio del dólar que ella consume, dependiendo de su
particular estructura de gasto, encontraríamos una llamativa variabilidad. Algunas
se acercarían a ese dólar estimado a veinte del que hablábamos antes, mientras
que otras andan ya en su recorrido de aproximación hacia la tasa SIMADI. Por
esta razón, también sencilla, es que no todos los pobladores de este país
estamos igualados en cuanto a nuestra capacidad de soportar la terapia shock
que representaría una dolarización a secas. Deseo significar: una dolarización
adoptada sin el acompañamiento de medidas y programas paralelos que le
confieran la propiedad de ser viable y sostenible. Decir que antes y después de
la dolarización: los ingresos y los gastos de cada persona siguen siendo los
mismos, sólo que relativizados a una nueva unidad monetaria, es un argumento
falaz en el caso Venezuela, donde se conjugan un control de cambio con
múltiples tasas y un sistema de control de precios artificioso, políticamente
voluntarioso y carente de racionalidad. Este Régimen, con su modelo socialista
trasnochado, su ineptitud y sobretodo: su insinceridad extrapolada a un nivel
enfermizo y suicida, nos ha enredado tanto la economía de este país que ya no
existe la posibilidad de soluciones fáciles y milagrosas. Como lo señalaba en
un artículo anterior, en el que me refería al tema del bachaqueo de la gasolina - http://goo.gl/LAF9Id -: nos han caído a tanta coba que ahora cualquier intento de retorno a
la realidad va a requerir de un esfuerzo y un sacrificio colectivo
verdaderamente descomunal.
¿Quiero implicar con esta segunda parte de mi análisis
un NO rotundo a la dolarización? Negativo, a mí me sigue gustando. Sobre todo
por lo que ella representa como promesa a futuro de la salvaguarda del poder
adquisitivo de los sufridos ciudadanos de este país. Pero abogo para que su
consideración como una propuesta de solución al problema del deterioro de
nuestra batuqueada moneda venida a menos, se aborde de manera más
sistémica. Quisiera ver en un próximo
evento sobre dolarización, un tema más complejo en nuestro caso de lo que aparenta
ser, espinoso y de múltiples aristas, una agenda más equilibrada en cuanto al análisis
de su viabilidad y propuestas complementarias que nos permitan pensar en ella como
una solución factible.
#DolarizarVzla