Falsos Ídolos
Fue una coincidencia que el pasado viernes en la tarde me encontrara con una ex autoridad ucista. Me dijo: acaban de dictarle un auto de detención a Pancho Pérez. Lo primero que me vino a la mente fue el alboroto que armarían los medios, pretendiendo presentar este caso como otro emblemático de las agresiones del Gobierno en contra de la Libertad de Expresión. De que agrede no albergo duda alguna, pero en este caso, en particular, -pensé- deberían ser cuidadosos exceptuando, quizás, a El Carabobeño por razones de auto defensa. No había terminado de producir tal pensamiento cuando mi interlocutor me dijo: ese señor utilizaba su leída columna para agraviar falsamente la moralidad de las personas, lo puedo decir con propiedad porque fui víctima de ello. ¿Me lo cuentas o me lo preguntas? –le respondí inmediatamente-, estaba consciente que me lo había dicho porque sabía que también yo había sido blanco de las agresiones palangristas de la supuesta víctima del momento.
No me equivoqué. Pocas horas más tarde veía como hasta Globovisión le daba a la noticia cobertura nacional. En este clima de crispación y progresivo enrarecimiento en el que vivimos en este país, ya se ha hecho habitual el que todo lo veamos a través del cristal chavismo vs antichavismo. Es así como se construyen falsos ídolos, ante cuyo enaltecimiento ayayay de aquél que no se someta a ocupar silenciosamente su puesto en una de las dos aceras. Mientras esperaba pacientemente a ver si me tocaban en suerte unos minutos de libertad de expresión con El Ciudadano, recordaba la última agresión de la que había sido objeto por parte del Sr. Pérez. Estaba recién llegado de mi estancia en Madrid –aclaro: en condición de consorte de una profesora ucista que había obtenido con plenos y legítimos derechos una beca para realizar estudios doctorales- y en la Universidad se ventilaba lo de la formación de las planchas rectorales para las elecciones del 2004. La actual rectora, entonces Secretaria de la Institución, amagó con su lanzamiento al cargo de rectora, atravesándosele a las aspiraciones de la profesora María Luisa de Maldonado. El autor de “En Secreto” publicó que yo me había reunido en dos oportunidades con la profesora Divo para alentarla con cantos de sirena –esa fue la expresión que utilizó el hoy pregonero de la verdad- a que dividiera al “maldonadismo”. Cometió el más grave pecado que un periodista puede cometer: faltar a la verdad. Y no hubo un editor serio, como si los hay en los diarios más prestigiosos del mundo, que le conminara a presentar pruebas de que lo que allí decía era cierto. En verdad: nunca lo hubo para esa columna, la responsable, según el mismo periódico, de incrementar los lunes la venta de ejemplares. Todavía hoy, seis años después, nadie puede decir sin faltar a la verdad que yo me haya sentado en alguna oportunidad a tener una reunión política con alguien de ese sector.
Me dirán: pero eso no es una agresión, apenas una travesura política. Pero aun al incursionar en éstas, un periodista al presentar unos supuestos hechos como ocurridos –no es opinar- tiene el sagrado deber de acogerse a la verdad. Agresiones, también las hubo, incluso una en mi ausencia en la que me señalaba como poseedor de vastas propiedades en Madrid -¡ojalá!-. Si he escogido para contarles la menos agraviante es porque en ella la comisión de la falta a la ética periodística es mucho más fácil de demostrar. Bastaría con que se le preguntara a la actual rectora si alguna vez sostuvimos una reunión para ventilar lo que el señor Pérez escribió por encargo. Todos los actores políticos en la UC saben quiénes fueron los autores intelectuales del encargo, también: cuál fue el pago en contraprestación. Pero hasta allá no voy a llegar. Esto no es una venganza, ni tampoco siento el más mínimo fresquito porque a ese señor se le vaya a encarcelar, lo que verdaderamente me preocupa es que los dirigentes de la oposición se abalancen todos a presentarle como un paladín de la verdad, imbuidos de la lógica que ello se constituye en un alfil más de su campaña para presentar al Gobierno como un reiterado violador del derecho a la Libertad de Expresión. ¿Y las personas que hemos sido falsamente señaladas en su columna –que no somos pocas- qué podemos pensar? ¿Sería válido que pensáramos que cuando salgamos de esta horrible pesadilla retornaremos a la situación en la que poderosos con acceso a un medio podrán, impunemente, enlodar la honorabilidad de quienes les adversen? ¿No habrán los medios de comunicación social encajado todavía la dura lección que Chávez nos ha propinado a todos?
Semanas atrás tuve la oportunidad de hablar con un (o una) dirigente del gremio periodístico –no estoy autorizado a identificarle-, le manifesté lo que ya les he contado. Me reconoció las múltiples quejas que siempre habían recibido sobre la mencionada columna. Hablamos de la necesidad que el gremio instalara una comisión de ética, a la que pudiéramos acudir quienes nos sintiéramos agraviados por el uso indebido de la palabra pública. Al final de la conversación le pregunté: ¿Si están conscientes de que hay un problema –sus palabras en confianza daban para interpretar esto- por qué van a quemar sus banderas defendiéndole? La respuesta: Tú sabes, tú sabes… ¿Sé qué? Que así como en este país todos somos ladrones –cada cual acusa a los demás de serlo-, también tendremos todos que ser mentirosos. A Venezuela no se le rescata sino se comienza a tener un sagrado respeto por el valor de la verdad. Quienes más deberían reivindicar este valor tendrían que ser las figuras de una oposición que promete cambiarlo todo. Cuando algunas de esas figuras salen en ardiente defensa a ultranza, uno sabe que están mintiendo, a sabiendas, en atención al argumento de la conveniencia política. Pierden credibilidad, como la pierden cuando aúpan en su seno a dirigentes estudiantiles que el estudiantado común sabe que no son más que vulgares traficantes de cupos y otros favores más “delicados” en el ámbito de los controles de estudio –lean, por favor, mi entrega anterior sobre el caso de Julio Soto-. Al final, estoy convencido que la oposición que le ganará a Chávez, o a cualquier otra plataforma de poder que le sustituya y todavía no sea buena, tendrá que estar dirigida por personas inobjetables en sus ejecutorias, generadoras de confianza, con altísima credibilidad, impolutas –casi “lamas”-, no sigan entonces contribuyendo a crear ídolos falsos.