¿Dónde está el Plan?
La crisis presupuestaria que aqueja actualmente a la Universidad de Carabobo, me permite establecer un símil con la política que el gobierno venezolano ha asumido para afrontar la compleja problemática económica del país. Ya lo han dicho muchos expertos en la materia: la insuficiencia de las medidas tomadas hasta ahora es un claro indicador de que la política fundamental del Gobierno es apostar a una pronta recuperación del precio del petróleo. Mientras tanto, la situación se va agravando en progresión geométrica -¡no aritmética!-; el Gobierno sigue difiriendo el tener que tomar medidas que, obviamente, tendrían un severo impacto negativo en el frente político. Esperan con los dientes apretados y mal capeando el temporal a que éste pase, en irresponsable actitud propia de los ludópatas. Irresponsable por los daños irreversibles a la economía que ya se le están infligiendo.
Ya lo he señalado en otros escenarios, sin ser experto en la materia económica pero sí en el campo del comportamiento dinámico de los sistemas: la no recuperación en el precio del producto del que hoy dependemos mucho más, al menos no en la cuantía suficiente para alcanzar el nivel al que este gobierno, velozmente, se acostumbró a gestionar, ya ha comenzado a generar un comportamiento de las variables económicas tendiente a la inestabilidad. La implantación de un plan B podría tener el efecto estabilizador o compensador de la acción nefasta de los círculos viciosos que existen en todo sistema económico –en un lenguaje más cibernético: los lazos de realimentación positiva que, a pesar del calificativo aparentemente bueno, son los causantes de los comportamientos inestables-. Por ejemplo: el desempleo genera menos dinero en poder del público, por ende, menos demanda, con la consecuente caída en las ventas, cierre de más empresas, más desempleo. Si no se interviene en ese lazo, la economía se va al suelo. De allí la urgente necesidad de un plan B que no tenemos, para controlar ese lazo y otros tantos tan diablillos como él; sólo tenemos hasta ahora: el esperar a que la única variable con la que sabe jugar este gobierno, los ingresos petroleros, crezcan por alguna misteriosa razón que los expertos internacionales insisten en no avizorar. Transitamos pues: una deriva inestable hacia el colapso, caracterizado por hiperinflación, escasez, desempleo, hambre, y de allí a los escenarios político-sociales que todavía no me atrevo a vislumbrar.
Ahora bien: por qué hablamos de un símil entre la pasiva política del Gobierno frente a la inminente amenaza del colapso y lo que ocurre en nuestra universidad. Lo primero es decir que la Institución está severamente afectada, como lo están muchos otros entes de servicio público, como consecuencia de los recortes presupuestarios explicados y justificados sobre la base de la situación económica. No existe mejor evidencia de que los venezolanos sí estamos siendo afectados por la crisis, así el Presidente insista en discursearnos lo contrario. La situación es grave, no tanto por el 6% de recorte del presupuesto nominal que, por cierto, se ha convertido en el principal recurso mediático para restarle credibilidad a la crisis, sino por la negativa de aprobarle créditos adicionales a unas instituciones a las que, en los tres años anteriores, se les asignó el mismo presupuesto nominal. Todos los recursos adicionales que ellas necesitaron para sobrevivir, les fueron suministrados a través de crecientes créditos cada año, representando el del 2008 un 30%, aproximadamente, de lo realmente ejecutado. Vemos pues que el recorte presupuestario, en verdad, es de un 34,2%; demasiado para unas instituciones con tanta rigidez presupuestaria como nuestras universidades. Tanto que ellas se encaminan hacia un verdadero cierre técnico, no al que se refiere la Rectora, sino a uno que terminará cerrando las aulas, bien sea porque la conflictividad interna se dispare –el HCM de los trabajadores a punto de colapsar, comedor sin comida, transporte sin autobuses- o, simplemente, porque los aires dejen de funcionar, los baños haya que sanitariamente clausurarlos o las luces finalmente se apaguen.
Ante una situación de tal gravedad, produce extrañeza que las autoridades no hayan llevado al Consejo Universitario un plan de acción para afrontar la crisis, comenzando por lo más elemental: el decreto de unas medidas de austeridad. Como no estoy informado de lo que pueda estar adelantándose en ese sentido en las otras instituciones pares a la nuestra, a partir de ahora me referiré, forzosamente, a lo que ocurre en la UC. Conversando con miembros del CU, les he preguntado: ¿Dónde está el plan de acción? Al parecer, no existe tal plan. La percepción es que las autoridades están confiadas en que, al final, el gobierno cederá y se les otorgará un crédito adicional. ¡Una apuesta similar a la del gobierno con los precios petroleros! El problema es que la situación actual no se puede circunscribir al tradicional tira y encoge presupuestario de otros años: “El Gobierno ahoga a las universidades” de este lado; “Las universidades no manejan con transparencia su presupuesto” responden desde el frente. No señores, el problema es mucho más grave que eso. Independientemente de que el Gobierno haya concebido un plan para, en el momento oportuno, doblegar a las universidades –la política de asignación presupuestaria de los tres años anteriores así lo insinúa-, lo cierto es que el Gobierno ahoga a las universidades porque no le queda otra, como no puede impedir que la General Motors se le paralice o como no puede pagarle a las contratistas de la Costa Oriental del Lago y recurre al expediente de estatizarlas aun a sabiendas de la grave situación que se iba a generar. Lo cierto es que les vienen a las universidades años de vacas muy flacas, como hemos pronosticado le vienen al país. Se requiere entonces de un plan B para la Universidad, elaborado con creatividad, seriedad, transparencia y sobretodo: visión estratégica. La gran interrogante es: ¿Cómo nos preparamos para lo que le viene al país?